Un fenómeno de las redes sociales anglosajonas ha desembarcado en España en forma de libro: Woke (Alianza Editorial, 2020). La autora es Titania McGrath, una máscara tuitera inventada por Andrew Doyle, un doctor en poesía renacentista de la Universidad de Oxford… que ha devenido en humorista, guionista y columnista, especialmente preocupado por el diálogo intelectual, la libertad de expresión y el ensanchamiento de lo decible.
Para crear a Titiana McGrath, esta poeta feminista, vegana, interseccional, polirracial, ecologista y justiciera, Andrew Doyle se inspiró en Godfrey Elfwick, una cuenta paródica que se presentaba como “ateo musulmán transracial y de género fluido”. Esta caricatura de los excesos de la izquierda posmoderna acabó expulsada permanentemente de Twitter. Así que Doyle recogió ese testigo ideando a Titania en abril de 2018 para, según sus propias palabras, burlarse de la cultura “woke”.
Las personas que han desarrollado una especial intuición para percibir supuestas injusticias en el lenguaje, en la vestimenta o en las interacciones sociales son las que reciben el epíteto de “woke”
Aunque a estas alturas “woke” sea un término que se está afianzando en el lenguaje español –no en vano el libro que acaba de publicar Alianza Editorial ha respetado el título en inglés–, compensa trazar su genealogía para alumbrarlo con precisión. Literalmente, “woke” podría traducirse por “estar despierto” o “permanecer alerta”. No obstante, su recorrido es mayor: es un término que ha acabado empleándose de manera despectiva para referirse a la actitud de aquellas personas que, especialmente en medios de comunicación, ámbito político y redes sociales, se muestran extremadamente sensibles en cuestiones raciales, de sexo o de orientación sexual. Existen otros términos en inglés para describir a este grupo: los “Social Justice Warriors” (guerreros de la justicia social) o, con un tono más peyorativo, la generación “snowflake” (copitos de nieve, en relación a su falta de aguante y su alta emocionalidad).
Por tanto, las personas que han desarrollado una especial intuición para percibir supuestas injusticias en el lenguaje, en la vestimenta o en las interacciones sociales son las que reciben el epíteto de “woke”. Están despiertas para “cazar” todo tipo de detalles simbólicos que evidencien problemas “sistémicos” –inadvertidos para la mayoría de ciudadanos, a los que consideran que hay que educar en esta sensibilidad– y emplean el “me gusta” y el retuit como armas para la pedagogía y la denuncia. El propio Andrew Doyle –de origen norirlandés católico, gay, partidario del Brexit y votante del laborista Jeremy Corbyn en 2017– explicaba en Spiked Online que la ideología ‘woke’ suponía un paso adelante, de índole “religioso”, frente a la, según él, encomiable corrección política (“un contrato social ampliamente acordado que reconoce que el racismo, el sexismo y la homofobia manifiestas son irrespetuosos”). Para Doyle, la ideología ‘woke’ da un paso más: “Busca cerrar la ventana de Overton, salir a la caza de opiniones heréticas y castigar brutalmente a quienes se atreven a pensar por sí mismos”.
Para Doyle, la ideología ‘woke’ busca “salir a la caza de opiniones heréticas y castigar brutalmente a quienes se atreven a pensar por sí mismos”
A la espera de saber si el término “woke” sigue diseminándose con éxito en el habla hispana, hay una locución estrictamente española que sí está cosechando un éxito paralelo: “ofendidito”. La periodista Lucía Lijtmaer ha sido una de las más críticas con este diminutivo. En su breve ensayo Ofendiditos. Sobre la criminalización de la protesta (Anagrama, 2019), Lijtmaer traza una argumentación diametralmente opuesta a la que denuncia Woke: tras acusar a los ultraconservadores de viralizar el término para beneficiarse del capital político que concede la rebeldía, Ofendiditos argumenta que las amenazas a la libertad de expresión no provienen del feminismo de la tercera ola o de los activistas de minorías raciales o sexuales (los ofendidos), sino del poder político y legislativo (cita, como ejemplo, la Ley Orgánica de Seguridad Ciudadana que el Gobierno Rajoy aprobó a finales de 2014). Y añade: “Señalar despectivamente al ofendidito no hace sino criminalizar su derecho, nuestro derecho como sociedad, a la protesta”. Es decir, los verdaderos “ofendiditos”, según Lijtmaer, serían los columnistas, novelistas e intelectuales que se enojan por ser replicados con dureza por sus opiniones. “Han conseguido –explicaba en una entrevista en El País– apagar el foco de la denuncia y ponerlo sobre quienes les critican. Lo grave es que no arremeten contra el poder, sino contra los ciudadanos que se atreven a cuestionarles. Prefieren encararse a los que protestan contra sus consideraciones”.
Como ante tantos productos culturales muy marcados políticamente, Woke ha despertado filias y fobias en el ámbito anglosajón… y previsiblemente también las encenderá en el ámbito hispanoamericano. Alex Clark, en su reseña de The Guardian –cuyos titulares son diana habitual de Titania McGrath–, destacaba que “burlarse del lenguaje de la justicia social es un golpe bajo” y reivindicaba que los términos empleados para reflejar la realidad social y política son importantes. En el New Statesman, la guionista y cómica Mollie Goodfellow acusaba a Doyle no solo de carecer de gracia y pertenecer al mainstream sociocultural, sino de caer en un vicio antiguo: el de menospreciar a la juventud con ideales y comprometida con valores diferentes, nuevos, más acordes y respetuosos con la situación actual. “Supongo –continuaba Goodfellow– que esa es la audiencia objetivo de Titania: las personas que afirman que ‘ya no puedes decir nada’, incluso cuando sus opiniones se repiten constantemente en la televisión nacional, en los periódicos y en Internet”.
La diana de sus dardos satíricos de su nuevo libro será el ámbito educativo, desde Greta Thunberg hasta la educación sexual en las aulas, pasando por la transexualidad infantil o el sentimentalismo frente a los hechos
Como es lógico, los fans de Titania McGrath exhiben una visión opuesta. En el mercado español, el más madrugador ha sido el crítico Alberto Olmos en El Confidencial, que escribía rendido: “En la última garita de la última frontera de la libertad de expresión y del sentido común, está siempre un cómico de guardia. También es verdad que muchas de las ideas de moda solo pueden contrarrestarse riéndose de ellas. Es simplemente imposible discutir desde la seriedad con tanto fanático”. En los países de habla inglesa, donde el libro vio la luz hace un año, entre sus admiradores más célebres destacan el cómico Ricky Gervais –que ha calificado Woke como “una maravillosa sátira clásica”– o Joe Rogan, uno de los podcasters más influyentes del mundo en el ámbito sociopolítico de habla inglesa.
De hecho, cuando Andrew Doyle fue a su programa, en febrero de 2020, Rogan recalcó una de las claves argumentativas que subyace bajo la sátira que Woke erige: “Me encanta que en el libro hagas esta comparación con el radicalismo religioso, porque creo la cultura woke sigue los mismos patrones. Aunque digan que no son religiosos, hay personas que siguen estas ideologías extremadamente rígidas, que no permiten ni una sola variación. Fuerzan una conformidad absoluta y si no estás al cien por cien con ellos, te atacarán por no ser lo suficientemente woke”. Ese dogmatismo que Rogan atribuye a los “wokies” explica por qué Doyle ha optado por la sátira como herramienta. Porque en el empleo descarnado del humor desde una perspectiva sociopolítica yace la mayor novedad de Woke. El propio Doyle lo razonaba en una entrevista para la revista The American Mind: “Por supuesto, con Titania, la interpretación errónea de lo que hace es afirmar que está haciendo humor desde la parte alta de la escala social, que está atacando a las minorías. No se trata de eso en absoluto: está atacando el [denominado] movimiento por la justicia social, que es muy, muy poderoso, pero no se percibe a sí mismo como poderoso. Por eso dicen ser víctimas: para poder decir que burlarse de la justicia social es burlarse de los débiles. No lo es, por supuesto. Es burlarse de los que están en el poder”. Es decir, Andrew Doyle/Titania McGrath se presenta como un antídoto o una suerte de guardaespaldas.
En unos años donde los debates sobre las amenazas a la libertad de expresión y las preocupaciones por la “cultura de la cancelación” se han viralizado –la carta abierta de intelectuales progresistas en la revista Harper’s ha sido el último y más sonoro episodio–, Woke pretende desmontar los presupuestos del activismo sociocultural de la izquierda identitaria posmoderna. Doyle considera que esos postulados se han convertido en mainstream en la esfera pública, de modo que reírse de ellos conlleva el boicot, el linchamiento en redes y las peticiones de despido. Tanto Titania McGrath como Woke son su rebelión ante lo que considera una ideología que demanda pureza moral y no permite la disensión. Entre los numerosos casos que suele citar Doyle están el de un youtuber escocés que fue llevado a juicio (y multado con 800 libras) por enseñarle a su perro el saludo nazi, el de un hombre al que la policía interrogó para “comprobar su pensamiento” tras ser acusado de publicar tuits supuestamente tránsfobos o el del profesor Adolph Reed –marxista y afroamericano– que vio su charla cancelada por prestar más atención a la cuestión de clase que al tema racial.
Woke pretende desmontar los presupuestos del activismo sociocultural de la izquierda identitaria posmoderna. Doyle considera que esos postulados se han convertido en mainstream, de modo que reírse de ellos conlleva el boicot, el linchamiento en redes y las peticiones de despido
Con Woke, Andrew Doyle traslada al mundo editorial su misión en defensa de la libertad de expresión que él considera tan amenazada en estos momentos. Porque su actividad resulta frenética. Más allá de su popularidad en las redes sociales, Doyle ha impulsado Comedy Unleashed, un espacio para la “comedia libre-pensadora”, sin autocensuras, donde se invita explícitamente a los cómicos a tomar riesgos en los temas sobre los que bromean en sus monólogos. Y, por supuesto, su presencia en medios resulta habitual: ha debatido en BBC NewsNight, Good Morning Britain o Sky News Australia, ha sido entrevistado en varios de los podcasts sociopolíticos más populares (The Joe Rogan Experience, The Rubin Report, Walk-ins Welcome, Triggernometry, Modern Wisdom) y ha escrito columnas para The Sun, The Spectator, Spiked Online e, incluso, The Independent.
En este último publicó una exageradamente dura tribuna haciéndose pasar por un joven cómico que demandaba que las leyes de odio fueran mucho más severas con el gremio, dadas las “bromas asquerosas” y ofensivas que advertía en el circuito de stand-up. Según Doyle, este “troleo” pretendía demostrar cómo “la ideología de la justicia social ha infectado el mainstream mediático”. Reflexionando sobre el episodio, Doyle se preguntaba por la ortodoxia y el conformismo ideológico: “¿Por qué un periódico nacional respetado publica las chorradas de un escritor del que nadie ha oído hablar solo porque está impulsando la agenda woke?”. La travesura se completaba con un acróstico compuesto por la cuarta letra de cada frase del artículo: “Titania McGrath ha escrito esto, gacetilleros ingenuos”.
Entre suspensiones temporales de twitter, Titania McGrath ha sacado tiempo para un nuevo volumen satírico que verá la luz en octubre: My First Little Book of Intersectional Activism (Little Brown, 2020). La diana de sus dardos satíricos será esta vez el ámbito educativo, desde Greta Thunberg hasta la educación sexual en las aulas, pasando por la transexualidad infantil o el sentimentalismo frente a los hechos. “Lectura esencial a la hora de dormir para todos los niños que sueñan con hacer frente a la opresión y cambiar el mundo”, ironiza en la contraportada.
Las sátiras de Titania McGrath son de trago rápido, pero contundentes. No obstante, su éxito editorial revela una tendencia más amplia: la de académicos (Steven Pinker, Jonathan Haidt, Bret Weinstein), periodistas (Claire Lehmann, Brendan O’Neill), cómicos (Dave Chappelle, Ricky Gervais) y ensayistas (Debra W. Soh, Helen Pluckrose, Douglas Murray) que están ubicando en el centro de sus discursos aspectos como la libertad de expresión, la heterodoxia especulativa y la desarticulación intelectual de las premisas de las políticas de la identidad. Asuntos todos ellos que están hoy en el centro de las denominadas guerras culturales.