Para mí, no es posible encontrar libro más interesante, entre los publicados en España a lo largo de 2022 hasta hoy, que La ficción suprema: Un asalto a la idea de Dios, de Álvaro Pombo.
Un libro insólito, la edición se ha compuesto con tipografía de la familia Blacker Pro Text, una armoniosa revisitación de estilo clásico, diseñada por Cosimo Pancini y Andrea Tartarelli. Se utiliza también la familia Larken, diseñada por Elien Luff y seleccionada por su gran expresividad. Es un libro, pues, publicado en la era posliteraria (era internet), pero presidido por el interés por la belleza (también la formal) de la mejor tradición de la imprenta.
Un libro insólito. Su autor, Álvaro Pombo, miembro de la Real Academia Española, es un reconocido poeta y un novelista multipremiado: El héroe de las mansardas de Mansard (Premio Herrralde de Novela 1983), El metro de platino iridiado (Premio de la Crítica 1990), Donde las mujeres (Premio Nacional de Narrativa 1997), La cuadratura del círculo (Premio Fantenrath 1999), La fortuna de Matilda Turpín (Premio Planeta 2006), El temblor del héroe (Premio Nadal de Novela 2012). En cambio, aquí se nos presenta como ensayista al más puro estilo de Monteigne. Se trata de pensamientos y sentimientos personales, lo que deja claro en la página de antetítulo: “Lo que voy a contar a continuación lo he vivido y pensado en primera persona del singular”.
Un libro insólito, que toma rigurosamente en serio que somos lo que leemos y, así, el autor va citando in extenso las lecturas que reproduce y los autores que, aunque sea implícitamente, están relacionados con una u otra cuestión de las que trata. Pombo nace en 1939, generación de la posguerra civil de España y pertenece a esa cultura española que bebe en las referencias literarias filosóficas y teológicas de moda en la primera mitad del siglo XX. En este libro, Heidegger, César Vallejo, Antonio Machado, Shakespeare, Luis Cernuda, Cervantes, Karen Armstrong, san Anselmo de Canterbury. Rilke, Kierkegaard, Gaston Bachelard, De Lubac, Karl Barth, Platón, Aristóteles, Rilke, Torres Queiruga, Edwuard Schillebeeckx, José Antonio Marina.- Wallace Stevens.- José María Valverde, Rafael Alberti, I. A, Richards, Eliot, Tillich, Kant, Antonio Pou. John Keats.. James Joyce, Rainer María Rilke, cardenal Kasper. Peter Sloterdijk. Iris Murdoch, Millán Puelles. Nicolai Hartmann, Husserl, Juan Ramón Jiménez. Raimundo Panikkar, E. M. Foster, F. Nietzsche. H. James, Cioran, Nerval. Pueden servir de referencia. Yo he leído a casi todos, pero no a Karen Armstrong, Torres Queiruga, Antonio Pou, Peter Sloterdijk, Iris Murdoch. Pienso que a otros lectores también les puede interesar confrontar sus lecturas con esta lista. Es, desde luego, una relación para cotejar, muy vinculada a la generación cultural entre 1960-1980, pero con la vigencia permanente de lo auténtico.
Hablar de Dios desde el yo
Un libro insólito. El autor lo ha consagrado a la exaltación amorosa, poética, religiosa, a hablar de Dios desde su yo, “como poeta, como cristiano, como un niño”, desde sus lecturas, sin tiranías de lo políticamente correcto, sin postureo. Por eso, su experiencia católica, de nacionalcatolicismo (cada uno nace en las época que le toca) no se emplea para marcar distancias, ni hacer elucubraciones ideológicas más o menos anacrónicas, sino para contar la experiencia tal cual: catolicismo y moral de pecado, presencia de Dios, responsabilidad personal y también mediaciones que le impresionan como la recogida en la oración litúrgica ne respicias peccata mea sed fidem Ecclesiae tuae .En “La niñez, la deuda, la culpa, una experiencia envolvente”, dice sencillamente: “de la misma manera que nunca tuve que salir del armario, porque siempre estuve fuera, así tampoco ahora tengo que entrar, reconvertido, en la Iglesia, porque siempre estuve dentro” (p. 39). En “La Juventud, la deuda, la culpa (el yo singular)”, pone en relación “el tratamiento heideggeriano de la deuda-culpa y, por supuesto, de la angustia, con el dogma del pecado original en Kierkegaard. Este comienza por el mismo concepto de pecado y cómo a ese concepto le corresponde la seriedad. “La seriedad invade todo el tratado de Kierkegaard, punteado por la más punzante ironía. Dos cualidades que siempre he admirado, sobre todo, por la dificultad que supone el emplearlas a la vez en un mismo texto”. (p. 58).
«Nunca tuve que salir del armario, porque siempre estuve fuera, así tampoco ahora tengo que entrar, reconvertido, en la Iglesia, porque siempre estuve dentro»
El libro insólito continúa, contra lo que quizá se podría esperar, con la confesión de que Álvaro Pombo es crítico con la devoción a la Virgen María que examina desde la perspectiva de un célebre poema de G. M. Hopkins La Virgen Bendita Comparada con el Aire que Respiramos. Llegado aquí, al asunto de la “herejía católica”, como diría el célebre teólogo protestante Karl Barth, comienza Pombo la transición desde la arqueología de la propia conciencia a la exposición del objeto principal de la obra, las relaciones entre emoción poética y emoción religiosa. Recuerda el aserto aristotélico de que la poesía es más verdadera que la historia, porque es más universal”. Sí. En la poesía (la creación hecha con palabras) podemos encontrar el trasfondo que los datos desnudos no pueden expresar. Por cierto, personalmente, yo hubiera preferido que Pombo hubiera seguido su razonamiento con el término poesía (mímesis) y no con el de ficción (epos/relato), tomado de Wallace Stevens, que lleva hasta el título del libro y puede llamar a confusión.
Salto a la teología por la angeología
Insólito es que “el asalto de la poesía a la teología” esté protagonizada por el estudio de los ángeles. No era esperable, después de lo visto, una lectura de las 5 vías de santo Tomás de Aquino o el argumento ontológico de san Anselmo, pero el camino tomado no deja de sorprender. Para Petrarca, la teología es la poesía que tiene a Dios como objeto y, en ese contexto. Pombo acude aquí a los ángeles como seres del mundo numinoso (no habla de Sobre los ángeles, de Alberti) que le fascinan en la poesía de Rainer María Rilke o Wallace Stevens. También se asoma a la angeología de la Summa Teológica de santo Tomás de Aquino, pero este camino ontológico, lo mismo que el análisis semántico que busca deslindar cuándo angelus (mensajero) significa por metonimia mensaje o portador de mensaje y cuándo ser celestial, están aquí fuera de lugar.
«Cabe, en consecuencia, declarar que Dios, que es la ficción suprema, no es, sin más, solo eso»
En fin, en las más estimulantes compañías, de filósofos, poetas y teólogos, llega al siguiente final:
“La última cuestión acerca de la ficción suprema se expresa mediante la pregunta siguiente: ¿es Dios la ficción suprema? La respuesta es: sí. Dios es la ficción suprema. ¿Es, entonces, Dios un objeto puro, un ser irreal? Toda la cultura occidental contemporánea inclina a responder afirmativamente a esta pregunta. Quedan, sin embargo, huecos sin rellenar, lados sin ver, unas cuantas cuestiones sin responder con toda precisión, si se responde afirmativamente. Cabe, en consecuencia, declarar que Dios, que es la ficción suprema, no es, sin más, solo eso. La última pregunta, entonces, se formulará así: ¿qué más es, entonces, Dios?” (p. 179).
De manera insólita, el libro no termina ahí. Continúa con la transcripción de la interesante correspondencia entre autor y editor a lo largo de la composición de la obra (pp. 181-252).
El lector se ha quedado impresionado por una cuestión, digamos, de género literario. Ningún seguidor del Catecismo de la Doctrina Católica, como yo, podrá encontrar aquí una apología religiosa y, menos, ortodoxia católica, pero estas páginas le ofrecen, en esta “sociedad líquida” de la superficialidad rampante y el eslogan insustancial, comunicación con un ser humano que se manifiesta con sinceridad, que trata de lo bello y se abre a Dios.
Me recuerda inevitablemente otra gran obra, Presencias reales de George Steiner:
“Cualquier comprensión coherente de lo que es el lenguaje y de cómo actúa, cualquier explicación coherente de la capacidad del habla humana para comunicar significado y sentimiento está, en última instancia garantizada por el supuesto de la presencia de Dios. Mi hipótesis es que la experiencia del significado estético infiere la posibilidad necesaria de esta “presencia real”.
Mirad sus pares, pocos.