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Ver productosUna propuesta para habitar este mundo con conciencia, buscando un sentido más allá de los lugares comunes del pensamiento contemporáneo
1 de abril de 2025 - 11min.
Roger Scruton (1944-2020) fue un filósofo y escritor británico, conocido por sus trabajos en estética, política y ética. Defensor del pensamiento tradicional, la belleza y la cultura occidental, fue una figura destacada en el debate público, contribuyendo a la renovación del conservadurismo moderno.
Avance
En esta colección de ensayos, el filósofo y escritor Roger Scruton nos conduce por un recorrido intelectual a través de los temas que ocuparon su reflexión a lo largo de su vida. Es un camino que está marcado por un riguroso espíritu crítico que combina con una fina sensibilidad estética y el amor por el arte y cultura. La poco convencional trayectoria de Scruton, como escritor y compositor, lo llevó a convertirse en una voz autorizada en cuestiones de estética, especialmente sobre arquitectura y música, pero también en un referente en la defensa del pensamiento conservador en política. Con este amplio abanico de intereses, Scruton nos pone delante de grandes preguntas para nuestra cultura, como señala la contraportada del libro: «¿Qué podemos hacer para proteger los valores occidentales contra el extremismo islamista? ¿Cómo podemos fomentar una verdadera amistad a través de las redes sociales? ¿Por qué vale la pena preservar el Estado-nación? ¿Cómo debemos lograr una muerte oportuna frente a los avances de la medicina moderna?»
Podríamos decir que hay tres ejes que pueden servir para aproximarse a su obra: el amor a la cultura, la necesidad de preservar el hogar y la reflexión acerca del individuo. Estos tres ejes, a su vez, están atravesados por su convicción de la bondad de la cultura occidental y sus raíces, temas que desarrolla con mayor extensión en sus más de cuarenta libros, entre los que destacamos El alma del mundo, Pensadores de la nueva izquierda, Sobre la naturaleza humana, ¿Tienen derechos los animales?, La belleza y La cultura moderna. Entonces, ¿qué aúna todos estos intereses? Scruton tal vez diría que la búsqueda de sentido, de habitar este mundo con conciencia, que es lo que hace que cualquier persona con una mente y un corazón abiertos pueda encontrar «momentos de revelación, momentos que están saturados de sentido, pero cuyo sentido no puede expresarse con palabras». Más que una postura de nostalgia, su defensa de la tradición y la cultura occidental es un intento de recordar que la modernidad no puede construirse negando sus fundamentos. Al mismo tiempo, es una invitación a examinar el mundo que habitamos y las ideas con las que convivimos, en vistas a vivir una vida profunda y valiosa.
La obra de Roger Scruton es un llamado a la reflexión en «tiempos volátiles», y Confesiones de un hereje no es una excepción. El libro no es solo una recopilación de ensayos, sino también un testimonio intelectual, son el resultado de una carrera intelectual «fuera de las instituciones» y llena de «pedradas ideológicas malintencionadas» al desafiar los lugares comunes de la modernidad. Scruton adopta el término «hereje» para el título de este libro porque su pensamiento conservador lo situó en una posición incómoda tanto para la izquierda como para la derecha, como señala Douglas Murray en la introducción. «A lo largo de toda su carrera, hasta el final, sufrió extraordinarios ataques de personas que creían comprenderle, pero que no se habían molestado en rascar su superficie», algo incide no solo en sus posibilidades en la academia, sino también como intelectual en la vida pública.
El autor, con la intención de compartir «temas que preocupan a todas las personas inteligentes», presenta en estos once ensayos una muestra de las grandes preocupaciones de su pensamiento: la legitimidad del arte, el pensamiento conservador, el amor por los animales, cómo gobernar, el sentido de la arquitectura, las pantallas y las relaciones personales… Scruton los aborda con su estilo característico: una prosa elegante, clara y directa, que combina rigor crítico y filosófico con su peculiar sensibilidad estética.
Si bien Scruton no hace una división temática para establecer el orden de los ensayos, hay tres ejes que pueden servir para aproximarse a su obra: el amor a la cultura, la necesidad de preservar el hogar y la reflexión acerca del individuo. Estos tres ejes, a su vez, están atravesados por su convicción de la bondad de la cultura occidental y sus raíces.
«¿La belleza importa?» Es la pregunta que inaugura el documental que Scruton grabó para la BBC1 y que está detrás del ensayo Fingir. Aquí denuncia la falsificación de la autenticidad en un mundo donde la cultura se ha convertido en una simulación de sí misma. «Los gestos originales, como los introducidos por Duchamp, no pueden repetirse, ya que, como los chistes, solo pueden contarse una vez. De ahí que el culto a la originalidad desemboque rápidamente en la repetición. El hábito del fingimiento está tan arraigado que no hay ningún juicio seguro, excepto el de que lo que tenemos ante nosotros es «auténtico» y no una falsificación, que a su vez es un juicio falso. Al final, lo único que sabemos es que cualquier cosa es arte, porque nada lo es». Scruton considera que este es el nacimiento de lo kitsch, del engaño llevado al extremo, donde es imposible distinguir entre lo auténtico, lo irónico o lo valioso.
El auge del arte conceptual y la comercialización de la creatividad han llevado, según el autor, a una pérdida del valor del arte. Sin embargo, «el arte genuino no nos halaga; nos desafía a mirar más allá de nosotros mismos y a descubrir un mundo de significado que no hemos creado, sino que debemos aprender a reconocer». El arte auténtico debe permitirnos acceder a una verdad más profunda, no simplemente provocar o entretener desde los «clichés reconfortantes de la cultura popular» que dan lugar a un «pseudoarte que nos hipnotiza con mentiras sentimentales». Así destaca que la cultura no es solo un lujo, sino un ámbito esencial donde se forja la identidad y se preserva lo mejor de la civilización.
Desde estas observaciones, Scruton apunta a la necesidad humana de belleza, que «no es algo que podamos desatender y seguir sintiéndonos realizados como personas» porque, de algún modo, tiene una presencia redentora en la vida del hombre. «Buscamos en el arte la prueba de que la vida en este mundo tiene sentido y de que el sufrimiento no es lo inútil que tan a menudo parece ser, sino la parte necesaria de un todo mayor y redentor». En Construir para perdurar, Scruton desarrolla estas ideas en la arquitectura, y ve en la arquitectura contemporánea un desprecio por la armonía, la proporción y la belleza, valores que durante siglos guiaron la construcción de las ciudades. Muestra que la obsesión por la innovación hace que muchas construcciones modernas carezcan de continuidad con el pasado, «la arquitectura de los artilugios se deja caer en el paisaje urbano como basura, y ni mira al transeúnte ni lo incluye. Puede ofrecer cobijo, pero no un hogar». Esta preocupación llevó a Scruton a trabajar activamente con el gobierno para reestablecer la arquitectura que, como el arte, no puede desligarse de la tradición sin perder aquello que la hace relevante para el ser humano: ser hogar donde habitar la belleza.
Así como defiende la belleza en la arquitectura como un refugio para el espíritu humano, Scruton sostiene en el ámbito político que las naciones cumplen una función similar: ofrecer a los ciudadanos un sentido de pertenencia y continuidad, arraigo cultural y político. En Gobernar correctamente y Por qué son necesarias las naciones, Scruton explora las consecuencias de la búsqueda del hogar al nivel político y social. En el primero, el autor reflexiona sobre la crisis de la democracia liberal, la creciente desconfianza en las instituciones y el auge de ideologías que, en su opinión, buscan socavar la idea de una sociedad basada en la libertad y la responsabilidad individual. Su propuesta añade una defensa del pensamiento conservador como aquel que puede «delimitar el verdadero ámbito del gobierno y establecer los límites más allá de los cuales la acción del gobierno constituye una violación de la libertad del ciudadano». Destaca la importancia de encontrar un equilibrio entre el cambio y la conservación, entre el espíritu liberal y el espíritu público y reconoce con espíritu crítico que los conservadores no siempre «han sido capaces de ofrecer al electorado un proyecto creíble para ello».
En continuidad con estas ideas, en Por qué son necesarias las naciones, se articula una defensa de la nación y la pertenencia como elementos clave para esta tarea. Frente al cosmopolitismo abstracto, reivindica la comunidad nacional como el espacio donde la libertad personal encuentra un marco de referencia concreto en la historia y la identidad común de la sociedad. En su visión, «las naciones no son meras construcciones políticas; son comunidades de pertenencia, forjadas por la historia, la cultura y la lealtad compartida». De ahí que critique el proyecto europeo y su multiculturalismo desdibujado. Señala que no favorece a la lealtad nacional ordinaria, un sentimiento que «no solo es natural, sino esencialmente legitimador», permite a la «comunidad resolver sus disputas y lograr el equilibrio en las cambiantes circunstancias de la vida». Esta defensa está lejos de los nacionalismos ideológicos y, de hecho, el apoyo de Scruton al Brexit tiene más que ver con estas ideas que con el rechazo a Europa y su cultura.
En este sentido, en Defender Occidente, Scruton advierte contra el progresismo que busca desmantelar la noción de identidad nacional, promoviendo en su lugar una sociedad sin raíces ni lealtades. A su juicio, esta actitud no solo es ingenua, sino peligrosa, ya que debilita los lazos sociales y erosiona el sentido de pertenencia. En este ensayo expone su inquietud por el declive de los valores occidentales y la amenaza que representa su relativización en el debate contemporáneo frente a la visión islámica tradicional de la sociedad. Scruton quiere demostrar que la defensa de la civilización occidental no es un acto de exclusión o supremacía, sino un reconocimiento de los logros culturales, políticos y filosóficos que han dado forma al mundo moderno. Por ello expone algunos de los rasgos de la herencia occidental y sugiere que la manera de preservar Occidente supone, en la esfera pública, «proponernos proteger las cosas buenas que hemos heredado. Y eso significa no hacer concesiones a quienes quieren que cambiemos la ciudadanía por el sometimiento, la nacionalidad por la conformidad religiosa, la ley laica por la Sharía, la herencia judeocristiana por el islam, la ironía por la solemnidad, la autocrítica por el dogmatismo, la representación por la sumisión y la alegre bebida por la abstinencia censora». Además, en la esfera privada también hay mecanismos para conservar Occidente, que para Scruton se traducen en «mirar con sobriedad y espíritu de perdón las heridas que recibimos, y mostrar, con nuestro ejemplo, que esas heridas no consiguen nada, salvo desacreditar a quien las inflige».
Más allá de la política y la cultura, Scruton también deja un espacio para la reflexión sobre la vida moral y el compromiso individual con el mundo: con los animales, las personas e incluso la relación de cada uno con su propia finitud. En Amar a los animales, aborda los matices de la relación entre el ser humano y los demás seres vivos, rechazando tanto el antropocentrismo radical como la tendencia contemporánea a humanizar a los animales. El autor considera que el respeto por la naturaleza y los seres vivos no puede reducirse a una simple cuestión de derechos, donde los favoritismos por los gatos y perros perjudican a otros animales «menos populares», sino que debe enmarcarse en una concepción más amplia de la responsabilidad moral hacia toda la naturaleza. Sobre estas ideas continua su reflexión en Conservar la naturaleza, donde Scruton expone una visión del ecologismo enraizada en la conservación de la herencia recibida, una idea que entronca con su visión general de la tradición.
Sin embargo, el mundo contemporáneo no solo transforma nuestra relación con la naturaleza, sino también la manera en que interactuamos entre nosotros. En Esconderse tras una pantalla Scruton habla sobre los efectos de la digitalización de la vida y la erosión en las relaciones humanas. Critica el auge de la virtualidad y su impacto en la capacidad de los individuos para desarrollar relaciones auténticas. Esta falta de contacto con lo real también se manifiesta en nuestra relación con la muerte, un tema que Scruton afronta en Morir a tiempo. Aquí nos enfrenta a la cuestión inevitable de la muerte y la necesidad de reconciliarnos con nuestra propia finitud. Reflexiona sobre la importancia de aceptar la muerte con dignidad y sin miedo, en una sociedad que busca cada vez más ignorarla o medicalizarla, como si fuera una anomalía a corregir en lugar de una parte natural de la existencia.
Esta idea se alinea con las intuiciones que se presentan en Hacer accesible lo inefable, donde Scruton da cuenta de la búsqueda de la verdad del mundo, empresa que muchas veces resulta enrevesada y sin fruto para los filósofos. Sin embargo, defiende que esta búsqueda de sentido es inevitable, porque «cualquiera que vaya por la vida con la mente y el corazón abiertos se encontrará con estos momentos de revelación, momentos que están saturados de sentido, pero cuyo sentido no puede expresarse con palabras. Estos momentos nos resultan preciosos. Cuando ocurren es como si, en la sinuosa y mal iluminada escalera de nuestra vida, nos topáramos de repente con una ventana, a través de la cual vislumbramos otro mundo más luminoso, un mundo al que pertenecemos, pero en el que no podemos entrar». Con esto quiere posibilitarnos para abrirnos causas últimas de la realidad, algo trascendental, aunque constatemos que «las palabras naufragan».
Lejos de ser una obra complaciente, Confesiones de un hereje interpela al lector y lo invita a cuestionar muchas de las certezas asumidas en el pensamiento contemporáneo. Con este libro, el autor deja un testamento intelectual que, lejos de agotarse en la polémica, nos invita a una reflexión profunda sobre la belleza, la pertenencia y la responsabilidad moral en el mundo moderno. Scruton no busca la aprobación del lector, sino su implicación en un debate que trasciende la coyuntura inmediata y apunta a las raíces mismas de nuestra cultura. Más que una postura de nostalgia, su defensa de la tradición y la cultura occidental es un intento de recordar que la modernidad no puede construirse negando sus fundamentos. Al mismo tiempo, es una invitación a examinar el mundo que habitamos y las ideas con las que convivimos, en vistas a vivir una vida profunda y valiosa.
La foto que encabeza el artículo es de crazy motions, es de uso gratuito y puede consultarse aquí en el repositorio Pexels.