Cesta
Tu cesta está vacía, pero puedes añadir alguna de nuestras revistas o suscripciones.
Ver productosDos poemas de Luis Alberto de Cuenca con motivo del cuarto centenario de la muerte de Shakespeare y Miguel de Cervantes.
26 de mayo de 2016 - 3min.
Nota del autor: Mi querido amigo Miguel Ángel Garrido me solicita una colaboración en la Nueva Revista de mis entretelas sobre Cervantes y Shakespeare con motivo de sus respectivos centenarios. Contando con su beneplácito, he preferido enviarle sendos poemas ad hoc, centrados en mi adoración por ambos autores. En el dedicado a Shakespeare, es el autor inglés el protagonista, junto con una novia que se me fue al cielo hace casi cincuenta años. El consagrado a Cervantes tiene que ver más con el alter ego de don Miguel —o sea, con Alonso Quijano— que con su creador (si es que uno y otro pueden diferenciarse). Habría dicho en prosa lo mismo que en verso, pero hubiese empleado más palabras, y últimamente estoy con Calderón en aquello de Psalle et sile, aunque mi canto de acción de gracias no sea aún del todo silencioso.
Cuando a uno lo invaden las luces y las sombras
del Quijote, no duda de que hay vida allí dentro,
una vida que presta ritmo de bodegón
al paisaje romántico de la caballería.
No hay personaje, escena, situación o diálogo
de la más alta historia que se haya escrito nunca
en que no siente cátedra de humildad o altivez
la miserable vida, la prodigiosa vida
de los seres humanos, la triste y deslumbrante
máscara que reúne, en un solo bouquet
de gestos, destrucción y plenitud, y sabe
circular por la calle del desengaño como
por un edén de raras e impensables delicias,
con la misma pagana displicencia que Venus
recorriendo las salas etéreas del Olimpo.
Locura, cómo no, mas templada en el yunque
del vivir cotidiano, de modo que, por arte
de magia, esa locura se puede convertir
en sagesse verlaineana, a poco que la muerte
enseñe los colmillos más allá del espejo.
Luis Alberto de Cuenca
Leer a William Shakespeare y conocer a Rita
han sido los dos hechos cruciales de mi vida.
Ahora solo me queda Shakespeare. Rita se fue
al país de las sombras y no sabe volver.
«Quand on est jeune, on a les matins triomphants.»
No se puede negar que es un verso genial.
Yo era joven entonces, y mis mañanas eran
tan victoriosas como la alergia en primavera.
Como había sacado matrícula en reválida,
mis padres me compraron la traducción de Astrana.
Y en ella leí al viejo Will, con su papel biblia
y sus cortes pintados y demás maravillas.
De todo su teatro me quedo con Macbeth.
Lo del «ruido y la furia» nunca lo olvidaré.
Aunque también me gusta mucho La tempestad,
y de sus personajes prefiero a Calibán.
De las chicas de Shakespeare, apuesto por Ofelia.
Entre otras cosas, porque Rita era igual que ella.
De Shakespeare aprendí que todo son palabras.
De mi primer amor, que todo vale nada.
Luis Alberto de Cuenca