Guillermo Peris Bautista: «El mito como discurso necesario»

Un estudio subraya la importancia del mito como forma de conocimiento en la obra de Tolkien

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Benigno Blanco

Guillermo Peris Bautista es profesor de Antropología Filosófica en la Universidad Cardenal Herrera-CEU. Ha sido secretario general y profesor de filosofía antigua en el Instituto de Filosofía Edith Stein, Granada, y ha publicado en revistas especializadas estudios sobre J.R.R. Tolkien, literatura Norteamericana, y sobre la filosofía de Platón. 

Avance

Siendo una obra de ficción, más aún, de fantasía, El Señor de los Anillos nos habla de nuestro mundo y de nosotros mismos, sus personajes con como nosotros y nuestros allegados. En otras palabras, El Señor de los Anillos es un mito, pero un mito verdadero. El profesor Guillermo Peris aborda en un libro reciente esta cuestión de la veracidad del mito, es decir, la posibilidad de que el mito sea una forma de conocimiento parangonable a la filosofía; más aún, que proporcione una forma propia de acceso a la verdad, de captación de dimensiones de la realidad no accesibles para la filosofía.

El autor del libro, señala Benigno Blanco en su reseña, procede a hacer lo que no hizo Tolkien, porque no le interesó: fundamentar filosóficamente ese discurso sobre la verdad que, como cualquier mito, es El Señor de los Anillos. Así, Guillermo Peris se remonta a Parménides y Platón. El primero opone el relato mítico a la filosofía y la verdad. Para él, el mito no nos dice nada relevante sobre nuestro mundo. Platón, en cambio, admitió la legitimidad del lenguaje mítico o poético como complementario de la filosofía.

Tolkien, por su parte, se opone a Parménides y va más lejos que Platón. Su gran aportación es que la realidad es más maravillosa y rica que su definición filosófica, y que podemos adentrarnos en esa realidad gracias al lenguaje. El lenguaje por medio del relato mítico, nos permite captar en lo existente aspectos que no capta la filosofía. En esa idea de Tolkien se percibe su cosmovisión cristiana: lo real es algo más que lo que percibimos a primera vista, algo que solo a través del relato mítico pero verdadero puede expresarse. La realidad es razonable y puede expresarse a través del lenguaje; es dinámica y se construye en el tiempo. Esa es la parte de la realidad que el mito, entendido como Tolkien lo hace, refleja y que –sin desdeñar el conocimiento filosófico y científico, sino completándolo– el relato mítico ilumina enriqueciendo nuestra comprensión de todo lo real.

Tolkien partió del lenguaje al escribir sus obras. Creó un mundo para la lengua que había inventado y no al revés; un mundo en el que esa lengua fuera cierta, y unos personajes que son reales en ese mundo y con esa lengua. Y esa fe suya en la veracidad del lenguaje nace de nuevo de sus convicciones cristianas: en el origen era el Verbo y el Verbo era Dios. Todo lo existente es razonable y expresable en palabras porque fue creado por la Palabra, por el Verbo, por el Logos divino.

ArtÍculo

Creo que en gran medida el éxito de la obra de Tolkien, tanto en su versión literaria como cinematográfica, se debe a que el lector o espectador entiende -o al menos intuye vagamente- que lo que sucede en El Señor de los Anillos es en buena medida verdad, que tiene que ver mucho con nuestro mundo real y con la propia vida. Y es cierto: la obra maestra de Tolkien no es eso que se llama novela de ciencia ficción, no es mera fantasía para rellenar huecos en nuestra imaginación. Hay en ella, en su Tierra Media y en sus personajes, mucha información relevante para entendernos a nosotros mismos y a esta tierra prosaica que pisan nuestros pies a diario … porque de alguna manera el mundo de Tolkien es nuestro mundo y los Frodo, Sam, Gandalf, Aragorn … son personajes reales de nuestras biografías personales, gente con la que convivimos e interactuamos.

Guillermo Peris Bautista. El mito como discurso necesario. El concepto de subcreación de J.R.R. Tolkien y la metafísica antigua. Comares, 2025. 135 páginas.

¿Cómo es posible esta extraña cualidad de la obra de Tolkien que él siempre defendió, la veracidad del mito? A responder a esta pregunta dedica Guillermo Peris Bautista, profesor de antropología filosófica, su libro El mito como discurso necesario. El concepto de subcreación de J.R.R. Tolkien y la metafísica antigua (Ed. Comares 2025, 135 págs.). Advierto desde ya que es un libro de filosofía, no de literatura, y de no fácil lectura; pues el tema que se plantea el autor es dilucidar si el mito tal y como lo entendió y lo creó Tolkien es una forma legítima y fiable de conocimiento parangonable a la filosofía; es más, si es necesario para captar la realidad en dimensiones de la misma no accesibles a la mera especulación filosófica.

Como explica Eduardo Segura en el prólogo al libro, «la pregunta que aspiran a responder estas páginas es en qué consiste para Tolkien la verdad del mito … (…) Tolkien plantea que el mito posee una verdad propia, y es a la vez un modo privilegiado de acceso a la verdad de una manera peculiar, exclusiva. (…) Mito y filosofía son, pues, dos formas discursivas de decir la verdad. Lo propio del mito es desvelar la verdad por vía de la analogía del ser». En efecto, el autor define como tarea propia de su trabajo poner de manifiesto que «para Tolkien (…) el mito contiene una verdad propia que a su vez no es genéricamente distinta de la verdad en cuanto tal. El mito expresa determinados aspectos de la verdad de un modo que solo el mito es capaz de incorporar y poner de relieve. No hay dos verdades, una mítica y otra filosófica: solo dos tipos de discurso cada uno de los cuales resulta necesario (…)» (pág. 2).

El propio autor reconoce que a Tolkien no le «preocupó fundamentar filosóficamente el discurso sobre la verdad que, a su modo de ver, era su obra mítica, y cualquier mito». Esa tarea que Tolkien no afrontó, sino que la vivió con naturalidad, es la que Guillermo Peris realiza (con criterio discutible pero razonado y razonable) analizando los sistemas filosóficos de Parménides y Platón para –a partir de ellos– mostrar, según su interpretación de la historia del pensamiento, que lo que Tolkien hace con la naturalidad del creador genial es, además, filosóficamente razonable.

Mito versus filosofía

La obra que comentamos se divide en tres partes. Las dos primeras están dedicadas respectivamente al pensamiento de Parménides (cap. I, págs. 17 a 40) y al de Platón (cap. II, págs. 41 a 85) sobre cómo podemos captar y expresar la realidad fáctica o primaria que se nos ofrece al interactuar con el mundo. La tercera (cap. III, págs. 87 a 129) se dedica específicamente a estudiar las ideas de Tolkien sobre esta cuestión, especialmente en su conocida obra sobre los cuentos de hadas. Las dos primeras partes son reflexión muy subjetiva del autor sobre el pensamiento de los dos autores estudiados, Parménides y Platón, interpretados avant la lettre en clave de explicación teórica del maravilloso y sorprendente hecho creativo de Tolkien.

Si entiendo bien la tesis de nuestro autor, Parménides inicia la reflexión filosófica reivindicando, frente a la mitología precedente, la exclusividad del lenguaje filosófico como forma de referirse a la realidad, pues de lo existente solo se puede decir que es, que consiste en estar siendo. «El relato mítico es, por definición, una vía errónea no portadora ella misma de verdad hasta que interviene la filosofía» (pág. 22); pues el lenguaje que se separa de la necesaria afirmación del ser como existente para intentar afirmar algo más sobre él incurre en ambigüedad y engaña, «es una marca de arbitrariedad y/o convencionalidad» (cfr. pág. 30). Así, para Parménides, «ser algo excluye comunicarse. La relación no es algo constitutivo al nivel del ser…» (pág. 38), «el ser no incluye, en cuanto algo plenamente identitario, discursividad alguna (…); el ser tiene una naturaleza pre-lingüística (…), su naturaleza es primariamente un cierto no ser dicho» (pág. 39).

El mismo error de Parménides lo comete la mentalidad cientificista moderna, aunque nuestro autor no se refiere a ello. En efecto, al reducir todo lo que se puede decir con certeza a las dimensiones cuantitativas y matematizables de lo real, ese cientificismo empobrece duramente nuestra captación de la inmensa riqueza de la realidad.

Si esta interpretación del pensamiento de Parménides es correcta, la capacidad del hombre y del lenguaje para expresar la realidad última de las cosas sería muy limitada y empobrecedora y el mito y el relato fantástico no nos dirían nada relevante sobre nuestro mundo. Esta interpretación es obviamente incompatible con la experiencia que tenemos todos los lectores de Tolkien; y –añado yo– todos los que, meditando, por ejemplo, cualquier parábola evangélica, descubrimos en ellas una valiosa sabiduría sobre el hombre.

La gran aportación de Tolkien

Platón, según nos cuenta Peris, empezó a salir del pozo oscuro en que Parménides quiso encerrarnos, al proponer el lenguaje como una forma legítima (mímesis) de imitar lo real. Para Platón el signo «puede abarcar el todo refiriéndolo, no siéndolo. En cuanto representación, cualquier imagen, en principio, representa el todo referido: no una parte del objeto, sino todo el objeto. (…) Esto no solo satisface la naturaleza del signo en cuanto signo, sino (lo que es más importante) del todo en cuanto todo referido» (pág. 70). Platón reivindica el valor de la imagen, por ejemplo, de la palabra, para expresar la realidad de la cosa en sí pues el ser es comunicable y la participación en el ser tanto del signo como de la cosa hace que no tenga por qué haber falsedad alguna en lo que se dice. De ahí deriva, según nuestro autor, la legitimidad del lenguaje mítico o poético como discurso común e histórico narrativo complementario de la filosofía.

Es posible leer, con claro rédito intelectual para los amantes de la obra de Tolkien, la tercera parte sin afrontar la ardua labor de asimilar las dos primeras partes de la obra, tarea que quizá exige una singular formación e interés en la filosofía y su historia. Lo más interesante, para mí, de esta sesuda elucubración es que Peris logra poner de manifiesto con lógica reflexiva y expresividad dialéctica la clave de la gran aportación de Tolkien: que la realidad fáctica que el mundo nos ofrece es mucho más maravillosa y rica que la definición filosófica de la misma basada en conceptos abstractos y universales y que podemos adentrarnos en esta riqueza del mundo real gracias al lenguaje, que nos permite asomarnos a «la fascinación por la existencia»(pág. 13). El lenguaje nos permite referirnos a la realidad, pero sin estar limitados por lo fáctico singular y mensurable, («el lenguaje aporta inteligibilidad al simple hecho de ser»,pág. 15) y captar en lo existente «una sobreabundancia no actualizada» por la mera elucubración filosófica y que puede ser captado por esa otra forma de conocer que es el relato mítico, forma de expresar de otro modo la verdad del mundo y de nosotros mismos.
Quizá este lenguaje resulte muy abstracto –y más lo es el del libro que comentamos–, pero a la vez creo que es lo que todo enamorado de la obra de Tolkien intuye al leer sus relatos; y por eso sus personajes enamoran: Frodo no es solo un personaje de una novela, es uno de los nuestros.

En esta comprensión de la realidad se percibe la cosmovisión cristiana de Tolkien que nuestro autor pone de manifiesto. La realidad es mucho más rica que lo describible por las categorías abstractas de la filosofía o las ciencias empíricas. Hay en todo lo real algo más que lo primariamente captable, algo que solo a través del relato mítico pero verdadero tal y como Tolkien lo concibe, puede expresarse. La realidad es razonable y puede expresarse a través del lenguaje y es dinámica e histórica, se construye en el tiempo; esta es la parte de la realidad que el mito (entendido como Tolkien lo hace) refleja y que –sin desmentir la aportación del conocimiento filosófico y científico, sino completándola– el relato mítico ilumina enriqueciendo nuestra comprensión de todo lo real.

Lenguaje y visión cristiana

Tolkien explicó sus ideas al respecto en su estudio sobre los cuentos de hadas, cuyo estudio es el objeto de la tercera parte de la obra de Peris.

Resumiendo (con palabras mías, que no pretendo atribuir ni a Peris ni al autor de El Señor de los anillos): no sé si Tolkien se preocupó mucho, poco o nada sobre las elucubraciones de Parménides y Platón sobre el ser y el mito, pero era un apasionado de las lenguas e inventor de lenguajes (como el élfico de la Tierra Media) y para esas lenguas creó un mundo pronunciable en ellas y unos personajes coherentes con ese mundo. Los autores de novelas de ficción suelen imaginar una historia e inventan los personajes que la protagonizarán y el mundo en que se desarrollará; o, al revés, inventan un personaje y crean para él un mundo. Tolkien, por el contrario, inventa una lengua, es decir la expresión racional de la forma de describir la racionalidad intrínseca del mundo; y solo después empieza a crear la fantasía del mundo en que esa lengua es cierta y a continuación los personajes que son reales en ese mundo y con esa lengua. Al partir de la racionalidad intrínseca del mundo y de la racionalidad total del lenguaje humano que le permite al hombre hablar con certeza del mundo, a todo mundo y personajes expresables en un lenguaje humano –también a los inventados por Tolkien– le corresponde una intrínseca veracidad y verosimilitud, haya o no orcos y dragones en cada uno de ellos. Por eso, Tolkien podía afirmar con toda seguridad la verdad del mito; y sus lectores intuimos que tiene razón, aunque quizá no sepamos explicar por qué, a diferencia de Guillermo Peris que sí afronta esa tarea con rigor.

A la luz de la biografía de Tolkien y de sus profundas convicciones cristianas es fácil deducir de dónde nace su fe en la veracidad del lenguaje, capaz de contar un mundo y de la racionalidad intrínseca de todo mundo expresable en signos: de su fe; pues para los cristianos en el origen de todo está el Verbo, la Palabra, y el Verbo era Dios, como dice San Juan en el prólogo de su evangelio. Y ese Dios que crea con su palabra (como Eru en el Silmarillion) vio que todo era bueno y que por tanto todo lo existente es razonable, consiste en algo que es expresable en palabras porque fue creado por la Palabra, por el Logos divino. En palabras de Peris «El logos del mundo, en el sentido de principio rector del mismo, se revela en el pensamiento y en el lenguaje (…) Respetar el logos primario, es decir, el lugar que las propiedades tienen en el mundo, permite que una combinación lingüística inesperada fruto de la imaginación adquiera una triple relación con el logos u orden primario del que parte: el orden primario permite que la reelaboración sea, por un lado inteligible, por otro, referible a él, y, como consecuencia, que la nueva disposición lingüística pueda aspirar a ser relevante para el orden primario» (pág. 100).

«Para Tolkien, realidad es lo contenido en el lenguaje con sentido, entendiendo el lenguaje como capacidad de escucha del mundo» (pág. 105); por eso «el discurso imaginativo, para ser verdadero a su naturaleza como discurso, debe salvaguardar la riqueza de la realidad, puesto que el lenguaje solo existe por una distancia incancelable que es libertad» (pág. 107) también «respecto de la servidumbre del hecho observado» (pág. 1049). Y por ello Tolkien habla de su trabajo como de subcreación, pues él crea sus mitos teniendo en cuenta (sub, bajo, sometido a) la lógica interna del mundo primario en que vivimos y lo hace aprovechando nuestra libertad de lenguaje, es decir, de crear signos con sentido que suscitan respuesta –conversación, diálogo– en el oyente o lector.

Concluye su obra Peris mostrando (cfr. págs. 117 in finem) la incompatibilidad entre la concepción tolkiniana de la subcreación artística y las ideas de Kant sobre el juicio estético y las de Joyce sobre el lenguaje, por cuanto «la subcreación tolkiniana es a través del lenguaje» (…) y «no hay productividad estética indiferente a la existencia» (pág. 125).