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Oleksandr Pronkevich es hispanista, catedrático de Literatura Española y presidente de la Asociación Española de Hispanistas de Ucrania. En este artículo, escrito mucho antes de la invasión de Ucrania por parte de Rusia, aborda la importancia del «mito del Quijote ucraniano» en la conciencia europeísta del país a través de sus intelectuales.


La hipotética posibilidad de la entrada de Ucrania en la Unión Europea obliga a los intelectuales ucranianos a plantearse nuevas perspectivas de la mitología cultural de Europa para su país. En estos momentos el mismo concepto Europa se ha convertido en uno de los temas más discutidos.

Para unos, la Europa imaginada se ha hecho el objeto de deseo y la encarnación del ideal de la modernidad mediante la cual se compara y se forma la identidad nacional ucraniana renovada.

Los representantes del partido occidentalista creen que Europa es una categoría tanto psicológica como axiológica, el símbolo de una cultura excelsa, y también una específica figura espacio-temporal, una herramienta que sirve para recortar las fronteras de las nuevas repúblicas surgidas en la antigua URSS.

Sin embargo, para sus oponentes este concepto simboliza todo lo antirruso, antieslavo, antitradicional que, por eso mismo, amenaza la existencia de la unidad ortodoxa espiritual.

Como consecuencia de estos debates, renacen entre los intelectuales ucranianos motivos culturales e históricos que estaban dormidos en la antigua y reciente historia del país. Ambos grupos están reescribiendo su historia cultural tratando de encontrar las huellas históricas olvidadas para utilizarlas como pruebas en la lucha por uno u otro proyecto de la futura identidad nacional ucraniana.

Una de estas huellas «descubiertas», que se ha hecho con el argumento a favor del carácter europeo de la nación ucrania, es la influencia cultural española en Ucrania. Últimamente salieron dos libros escritos por autoras famosas como Nila Zborovska y Oksana Zabuzhko que reinterpretan la experiencia nacionalista española para proponer el tratamiento de los males de la patria ucraniana.

Para estas escritoras, como para muchos intelectuales ucranianos «proeuropeos», Ucrania tiene muchos rasgos comunes con España.

Ambos países son los últimos espacios geográficos situados en los extremos opuestos de Europa. La identidad ucraniana, como la española, se forja en la encrucijada de las civilizaciones: de la cristiana y la musulmana. Los ucranianos son siempre, en un cierto grado, como los españoles, europeos de la periferia. «La identidad de la frontera de ambas naciones», indica O. Romanishin, un investigador canadiense, «ha creado un modo parecido de mirar las cosas. […]

Tanto en España, como en Ucrania, el paisaje espiritual está formado a través de las imágenes de don Quijote y de Sancho Panza: idealismo altamente espiritual, por una parte, y materialismo concentrado en sí mismo, por otra parte».

Aunque los encuentros entre las culturas española y ucraniana han sido pocos, con cada uno de ellos se abre una página nueva en la europeización de Ucrania. La llegada de las órdenes católicas al país, que empezó en el siglo XIII y se intensificó en los siglos XVI-XVII, aceleró la penetración de las ideas filosóficas y educativas al este europeo. El papel más importante en este proceso lo jugó la Compañía de Jesús, donde destacan varios españoles como Ignacio de Loyola, Francisco Suárez, Rodrigo de Arriaga y Pedro de Molina, entre otros. Los jesuitas habían elaborado las más modernas instituciones de enseñanza para aquellos tiempos. De hecho, el modelo de la escuela jesuítica fue utilizado por Pedro Moguila para la defensa de la Iglesia ortodoxa contra el proselitismo católico. Los jesuitas argumentaban el principio del derecho natural, desarrollaban la teología, la filosofía y la lógica. Estos conceptos eran muy conocidos y se utilizaron para enseñar lógica en la Academia Kyiv Moguila a finales del siglo XVII y durante la primera mitad del XVIII. Desde allí estas ideas se extendieron por todo el mundo ortodoxo, realizando de manera lenta pero segura la europeización de Ucrania, Rusia y Bielorrusia.

Ya en el siglo XX, la cultura española volvió a jugar un papel importante en la «westernización» de Ucrania, en la creación de la moderna nación ucraniana. En Lviv, entre las dos guerras mundiales, los intelectuales nacionalistas ucranianos, agrupados alrededor de uno de los padres del nacionalismo ucraniano, Dmytro Dontsov, y alrededor de la revista Vistnik publicada por él, descubrieron las obras de Vicente Blasco Ibáñez, Azorín, Miguel de Unamuno, Ramón Menéndez Pidal y de otros intelectuales españoles. Los ucranianos se aprovecharon de las prácticas ideológicas del nacionalismo español para elaborar el proyecto de la invención de Ucrania como una moderna nación europea. Fue precisamente Dmytro Dontsov quien introdujo la moda de J. Ortega y Gasset en la cultura ucraniana.

Desde entonces, obras de Ortega y Gasset como El tema de nuestro tiempo, España invertebrada y La rebelión de las masas son libros de mesilla de noche de varias generaciones de intelectuales ucranianos,

que valoran las actitudes negativas del filósofo español hacia la democracia absoluta, el rechazo del concepto de «la masa» y también su comprensión de la nación como un producto de minorías.

Otro paso más para acercar la cultura ucraniana al oeste uniéndola con la literatura española fue dado en la diáspora por los representantes del así llamado «Grupo de Nueva York» (Y. Tarnavski, E. Andievska, B. Boichuk, P. Kylyna, Zh. Vasylkivska), los poetas que vivían fuera de la Ucrania soviética pero escribían en la lengua ucraniana. La mayoría de estos autores comenzaron a publicar sus libros a mediados de los años cincuenta del siglo pasado. Algunos de ellos (Y. Tarnavski, V. Vovk) saben el castellano porque han estado o están en la zona de contacto cercano con el mundo hispanohablante. Desde finales de los años cincuenta, los poetas del grupo experimentaron el hechizo de la poesía española e hispanoamericana, y han traducido las obras de poetas como Federico García Lorca, Pablo Neruda, César Vallejo, Juan Ramón Jiménez, Vicente Aleixandre, Rafael Alberti, Miguel Hernández, etc. Un episodio clave en la historia de la traducción ucraniana fue la polémica provocada por Yuri Tarnavski acerca de las versiones de las obras de García Lorca en lengua ucraniana de Mykola Lukash, el famoso traductor de Don Quijote a lengua ucraniana. En definitiva, la aparición de la «escuela española» dentro de la literatura ucraniana ha influido en su modernización estética y poética, ha hecho una aportación seria a la superación del provincianismo y el aislamiento de la cultura ucraniana.

En relación con la «europeización» de Ucrania se desarrollan las narraciones del «mito del Quijote ucraniano», que en la literatura se estructuran a base de la oposición binaria «héroe/antihéroe de la nación ucraniana». La nostalgia de algunos intelectuales ucranianos por las élites nacionales, capaces de grandes obras por la nación, convierte al don Quijote ucraniano en el nuevo Zaratustra. Él es la encarnación pura del voluntarismo, entusiasmo, activismo, negación del sentido común. Es el ideal del ganador que no existe. Esta es, por ejemplo, la imagen de don Quijote que nos presentan la novela Baihorod de Yuri Yanovski y el ensayo de Dmytro Dontsov Sancho Panza en la literatura y en la vida.

Sin don Quijote la realidad se convierte en un molino de viento que no se mueve, como lo describen muy gráficamente Volodymyr Luchuk, Ihor Kalynets o Lina Kostenko.

Al mismo tiempo en la literatura ucraniana se puede encontrar el tema de la debilidad de don Quijote que ilustra la falta de capacidad de vivir, el vacío interior, la pérdida de las élites ucranianas. Por eso, el héroe ucraniano representado por don Quijote es una persona con el alma pura, pero sin la suficiente fuerza para defender sus ideales. Otra causa de su fracaso es la incapacidad de distinguir entre el sueño y la vida. Vemos a don Quijote, vencido por el mundo, en la obras de tales escritores modernistas ucranianos más destacados del siglo XX, como Mykola Jvyliovyi y Mykola Kulish.

Los escritores ucranianos han creado no sólo el mito de don Quijote sino también el mito de Sancho Panza, que a su vez también tiene dos hypostasis. Por una parte, el escudero de don Quijote, en el que los ucranianos reconocen su pasado rural, se convierte en el verdadero héroe opuesto a la falsa misión de don Quijote. Para Sviatoslav Hordynski y otros poetas, Sancho encarna características humanas positivas: el sentido común, el derecho natural, el democratismo, un profundo conocimiento de la vida… Por otra parte, para poetas como Borys Homzun o Lesia Tyhliy, Sancho simboliza todas las flaquezas del ucranianismo: el espíritu de conformismo, la debilidad de la voluntad, la psicología de la supervivencia. Dmytro Dontsov y Bohdan Kravtsiv acusan a Sancho de estos mismos vicios en sus ensayos.

«Don Quijote es la autoironía trágica del hombre que le da fuerza para sobrevivir como un ser humano», afirma Ivan Dzyuba, uno de los quijotes ucranianos de las últimas décadas. No sólo la literatura ucraniana sino también la historia nacional de Ucrania se interpreta fácilmente en los términos de «la situación quijotesca» (término de Leonid Pinski, un cervantecista ruso), porque el Estado-nación ucraniano efectivo, que trata a sus ciudadanos de una manera humana, hasta ahora se queda en la visión utópica, la ambición vencida. Las características del comportamiento quijotesco se reconocen en las trayectorias vitales de muchos personajes de la vida política, intelectual y cultural ucraniana. O. Romanyshyn indica nombres como Ivan Mazepa, Taras Shevchenko, Lesia Ukrainka, Mykola Lukash, lor mártires de la lucha por la nación ucraniana Mykola Jvyliovyi (se suicidó en 1933), Vasyl Stus (murió en el campo de concentración en Mordovia en 1985), líderes de la intelectualidad ucraniana actual como Evhen Sverstiuk, Ivan Dzyuba y otros. En esta lista se pueden incluir otros personajes políticos y culturales que han llegado a ser famosos ya después de la declaración de la independencia ucraniana.

En definitiva, los intelectuales ucranianos que participan en la invención de Ucrania, a pesar de las diferencias en las opiniones acerca del comportamiento del personaje cervantino, coinciden en que su narración del mito quijotesco, como toda la recepción ucraniana de la cultura española en general, es un reflejo de su nostalgia por un verdadero Estado-nación construido por las élites, los aristócratas espirituales de José Ortega y Gasset. Y este enfoque orientado a la invención de la nación, que sostiene el mito ucraniano de don Quijote, es un valor puramente europeo.

Las pocas pruebas de los intelectuales ucranianos de «adaptar» el patrimonio cultural español a las necesidades espirituales de Ucrania nos demuestran que la cultura española desempeña el papel de un espejo en el que los ucranianos ven sus propios problemas nacionales; sus vicios, sus defectos, por un lado, y por otro, el inaccesible ideal nacional.

Para los intelectuales ucranianos lo español es el otro yo. Un espejo en el que, contemplándolo, las élites ucranianas articulan y justifican las estrategias de narración de la propia nación

y se afirman como una parte del mundo cultural europeo. Este enfoque hacia la lectura de los textos de la cultura española es especialmente evidente en Ivan Francó, Dmytro Dontsov y sus discípulos, los escritores de la época actual como Nila Zborovska, Oksana Zabuzhko, Yuri Andrujóvych.

De esta manera, podemos sugerir que todo «el mito español» es un elemento fundamental de lo que se suele llamar la herencia europea cultural de Ucrania. Su aparición en los sueños culturales de las élites nacionales de Ucrania, así como en los orientadores de la acción político-social para la reconstrucción de la nación ucraniana no es algo circunstancial sino digno de ser tenido en cuenta en cualquier estudio sobre la formación de la nación ucraniana renovada.

Hispanista. Decano de Lenguas extranjeras en la Universidad Petro Mohila de Humanidades en Nikolaev, Ucrania