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El secretario de Estado de Cultura, José María Lassalle (Santander, 1966), martillo cultural del PP en la pasada legislatura, ha sido profesor de Filosofía del Derecho, de Sistemas Políticos Comparados y de Historia de las Ideas, editorialista de ABC y colaborador de El País, y es autor de varios libros de temática liberal. Luce barba a lo Rajoy, tiene una mirada escrutadora de intelectual tolerante y presenta el aspecto saludable de quien corre cada mañana diez kilómetros, preparándose para participar, en breve, en una maratón de altos vuelos. Cuando recibe a Nueva Revista en su despacho de la Plaza del Rey, en el emblemático edificio de las Siete Chimeneas, nos llega la noticia de la muerte de Gregorio Peces Barba, que le afecta visiblemente, porque fue codirector de su tesis y rector de la universidad donde Lassalle ha dado clase. Le pido una necrológica de urgencia: «Yo he estado muy vinculado a Gregorio desde un punto de vista académico —me dice—, porque él tuvo que ver con la elaboración de mi tesis doctoral e impulsó de alguna manera mi carrera académica, abriéndome las puertas de la Universidad Carlos III. Más allá de ciertas desavenencias políticas que pronto hubo entre ambos, y que siempre fueron reconducidas de una manera inteligente, la verdad es que es una pena saber de su fallecimiento. Y para España, en estos momentos tan complicados, una figura como la suya era un factor de contribución al diálogo y al compromiso político, que son absolutamente imprescindibles de cara al horizonte político que tenemos por delante. Era uno de los padres de la Constitución y su pérdida, en un momento como este, supone una orfandad y hace más difícil la gestión del día a día». Con un recuerdo cordial para Peces Barba (fue mi abogado en las batallas contra el Gobierno del tardofranquismo en los últimos años del diario Madrid), entramos en materia.

—No es que sea obligatorio hablar de la prima de riesgo, pero ¿en qué medida está afectando la crisis a la cultura?

—Lo está haciendo, al forzar una estrategia de austeridad en las cuentas públicas que provoca al mismo tiempo una reducción en el esfuerzo que la Administración dedica a la cultura. No creo que sea un daño irreparable, porque afortunadamente hay que contemplar con optimismo el futuro, pero la situación se está haciendo seriamente complicada, ya que el mayor soporte de la cultura, por parte de las administraciones, se ha localizado en los últimos años en el ámbito local y en el ámbito autonómico. Y el decrecimiento presupuestario que, tanto en un sitio como en otro, ha sufrido la cultura es lo que ahora mismo sitúa a la coyuntura en un momento extraordinariamente complejo, de enorme dificultad, que esperemos que los acontecimientos ayuden a restablecer y a recuperar lo antes posible.

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José María Lasalle (izda.) y Miguel Ángel Gozalo

—Lo que se preguntan muchos, y más en estos tiempos de penuria, es si la cultura es una necesidad o un lujo.

—La cultura es siempre una necesidad. Lo que hace falta es saber discriminar con claridad dónde es absolutamente imprescindible el esfuerzo público para salvaguardar el derecho a la cultura. Quien diga que la cultura es un lujo se equivoca. Nunca es un lujo. Pero desgraciadamente, como sucede en épocas de penuria, hay que discriminar las prioridades. Y las prioridades económicas del país están en estos momentos en alcanzar, como sea, la estabilidad presupuestaria. Pero eso no significa, que, a pesar de ello, la cultura no siga siendo objeto de preocupación, dedicación y esfuerzos por parte del Gobierno.

—Pero esta Secretaría de Estado ha tenido que dar un tajo tremendo al presupuesto inicial…

—Ha tenido que afrontar recortes importantes que se vienen sumando a otros ejercicios anteriores, pero creo que la parte sustancial, que identifica la política cultural del Estado, está salvaguardada y va a seguir siendo salvaguardada.

El mecenazgo, un modelo a explorar

—¿No está agotado el modelo que hacía depender casi exclusivamente del Estado el apoyo a la cultura? ¿Asume la sociedad española que debe de colaborar en el mecenazgo cultural?

—Yo creo que el modelo de mecenazgo es un modelo por explorar intensamente en nuestro país. Ha habido mecenazgo, a pesar de que no ha habido una legislación propicia a él. Mi convicción es que, con una ley y un marco normativo que favorezca el desarrollo de una estrategia de mecenazgo, la sociedad española será capaz de apostar mucho más intensamente por la cultura y por su financiación, dentro de un marco mixto que complemente la acción que el Estado siempre ha de desarrollar en el ámbito cultural. Encontrar el punto de equilibrio es una tarea que habrá que afrontar a lo largo de la legislatura y, en cualquier caso, el impulso del mecenazgo es una prioridad que está esperando la propia sociedad española, porque cualquiera de los agentes del sector cultural trasladan siempre la urgencia y la necesidad de que el mecenazgo en España sea abordado y respaldado desde el Gobierno.

—Pero la ley del mecenazgo se está haciendo esperar. ¿Qué pasa con ella?

—La Ley de Participación Social del Mecenazgo está preparada para ser enviada como anteproyecto al Congreso de los Diputados. El problema estriba en la oportunidad temporal de la misma, habida cuenta de las dificultades presupuestarias en las que se encuentra en estos momentos la economía. El debate está en determinar con claridad cuándo debe llevarse al Congreso, si es procedente su envío con una suspensión de los incentivos hasta que se alcance el equilibrio presupuestario, y una evaluación correcta —que yo creo que es en estos momentos una exigencia de interés general— sobre si eso va a tener un impacto grande o no en la sostenibilidad de nuestras arcas públicas.

En un ejercicio de responsabilidad, estamos tratando de evaluar cuál es el momento más correcto para poder remitir al Congreso lo que es un compromiso político de este Gobierno expuesto desde el primer día.

Reconocimiento al mecenas

—¿Cuáles son las líneas maestras de esa ley?

—Las líneas maestras, como ya hemos reiterado varias veces, están inspiradas en el modelo francés, que ha sido extraordinariamente fructífero para la política cultural de nuestro país vecino. Combina un diseño transversal, que no solamente está pensado para la cultura, sino también para la educación, la salud, la cooperación, la investigación… Áreas en las que habitualmente actúa el mecenazgo y, por tanto, no solo es un instrumento que actúe sobre la cultura.

—¿Qué más novedades contiene?

—En segundo lugar, combina una apuesta por los incentivos tanto en las personas físicas como en las personas jurídicas. Trata de reordenar el modelo fundacional tal y como está planteado en nuestro país.

Sobre los otros instrumentos de incentivo que prevé la legislación, actúa racionalizándolos, sistematizándolos, y redireccionándolos hacia el ámbito de la participación social y el mecenazgo. Finalmente, introduce también un espacio para el ámbito que está teniendo una enorme fertilidad en otros países: es el micro-mecenazgo, es decir, la posibilidad de que pequeñas aportaciones sean también consideradas como tales, con las correspondientes desgravaciones. Y, por último, algo que es absolutamente de-mandado por todos los sectores culturales: el reconocimiento público del mecenas. Hasta el momento, es uno de los grandes déficits que arroja la legislación española al respecto.

Una cultura global

—Unamuno decía que la cultura es una conquista, idea en la que también insistió Malraux, para el que «la cultura no se hereda, se conquista». Los jóvenes actuales ¿tienen conciencia que hay que conquistar la cultura o el cambio social también afecta a esto?

—La cultura como concepto atraviesa una compleja transición y es consecuencia del periodo de cambio que experimentan las sociedades occidentales y, en conjunto, la propia humanidad, dentro del contexto de la globalización. La cultura de masas, que ha sido la cultura del siglo XX, se está transformando en una cultura global: eso implica mecanismos de interpretación del fenómeno cultural cada vez más plurales, mucho más tolerantes, valorativamente más abiertos a la diferencia y con una decantación crítica con respecto a los propios modelos culturales heredados, lo que plantea un escenario de cambio y de transformación radical. Creo que la juventud de hoy —una juventud universitaria preparada, con horizontes mentales abiertos porque ha viajado y tiene evidentemente rudimentos intelectuales que no tenían otras generaciones anteriores—, está muy capacitada para poder liderar e impulsar. Es un momento de tradición importante, es un momento abierto. Eso genera incertidumbres pero también genera enormes oportunidades.

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Foto de Teo Palomo

—Y ese fenómeno de cambio ¿va a afectar también a la vida política en general, a los modelos de partido que tenemos ahora, a la participación? ¿No se está alterando el paisaje demasiado deprisa?

—Aquí habría que discernir entre la superficie y la profundidad de los fenómenos. Y es complicado, porque la experiencia de campo está muy agitada por una inmediatez temporal que dificulta un análisis sereno. Están cambiando muchas cosas, y probablemente están cambiando las mentalidades y la cosmovisión, sobre todo en los jóvenes. Pero la decantación de los cambios requiere también una perspectiva. No sé si el modelo de participación política va a experimentar un cambio radical. Creo que las instituciones sí van a tener que cambiar en su manera de relacionarse con la propia sociedad, y creo que la propia sociedad tendrá que cambiar y experimentar profundas transformaciones. Casi me atrevería a decir que experimentarse ella misma. El espacio público, desde la democracia griega, es un espacio que ocupa el interés general y permite reflexionar políticamente entre todos. Y eso no va a cambiar. Por lo menos en tanto que la fisonomía democrática se mantenga como el rostro que ofrezcan las sociedades occidentales. La manera en la que la gente participe en ese espacio va a experimentar cambios. No va a tener probablemente la fórmula tradicional de una asamblea parlamentaria sujeta a procesos de deliberación híperformales sino que evolucionará probablemente hacia fórmulas de interacción mucho más rápidas, menos formales, pero a lo mejor mucho más prácticas a la hora de reflejar el Estado de opinión más inmediato.

El liberalismo necesario

—¿Queda sitio en este mundo actual para los liberales, ese asunto que a usted le ha preocupado tanto?

—Yo es que creo que el liberalismo es el componente ético de la civilización democrática. En la medida en que la defensa de la persona, de sus derechos, de su dignidad, de la tolerancia en torno a la cual debe construirse la deliberación política, son expresión del pensamiento liberal. Creo que la civilización democrática no puede renunciar a ese fundamento liberal, pues estaría renunciando probablemente a la propia idea de civilización. Es probable que parte de los paradigmas y de los criterios que han ido identificando el liberalismo evolucionen. Lo vienen haciendo a lo largo de la historia en esa fascinante tensión intelectual que el pensamiento liberal vive en su seno entre la libertad y la igualdad. ¿Hasta dónde la igualdad ante la ley, la igualdad de oportunidades y hasta dónde la libertad para ser diferente, la libertad para decir no, la libertad para decir sí a la hora de generar espacios de participación pública? Por tanto, el liberalismo no solamente es posible: es necesario y es de alguna manera, en mi opinión, el sustento de todo lo que más apreciablemente digno ofrece la cultura occidental.

El derecho a discrepar

Pregunto al liberal secretario de Estado cómo han sido recibidas en esta Plaza del Rey, cerca de las ventanas de su despacho, los gritos de protesta de la gente del cine, que se ha manifestado contra la subida del IVA. He aquí su respuesta: «Respetuosamente, porque yo creo y aplaudo el derecho de la gente a expresar su disconformidad con lo que en determinado momento un Gobierno cree que debe hacer. Las sociedades democráticas se sostienen sobre la deliberación y la discrepancia, y la obligación de quienes tenemos que gestionar la cosa pública es tratar de armonizar el mayor número de intereses posibles dentro de lo que se denomina el interés general. Por tanto, en modo alguno me siento molesto, sino todo lo contrario, por ver que la discrepancia en este país puede expresarse de una manera civilizada y en un espacio público que es de todos».

Hay que contemplar con optimismo el futuro, dice José María Lassalle. Bajo el calor de julio, la Plaza del Rey, esa plaza que es de todos y en donde en tiempos no tan remotos se alzaba el Circo Price como un anfiteatro para el riesgo y la risa, tiene sus terrazas llenas y asumido su papel de espectáculo, algo que fascinaba a Ramón Gómez de la Serna. Dice Vargas Llosa en su último libro que vivimos la civilización del espectáculo y que la cultura, en el sentido tradicional, está en nuestros días a punto de desaparecer. No exagere, querido premio Nobel. Vamos a ver si pasamos esta crujía, y hay por fin ocasión de sacar dinero de las piedras para la cultura y, de paso, encontrar por el camino algún que otro mecenas.

Ha sido, a lo largo de su larga trayectoria periodística, director del diario "Madrid" y presidente de la agencia EFE, entre otros muchos cargos.