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braun.jpg¿Qué es hoy el liberalismo? El título del último libro de Carlos Rodríguez Braun y Juan Ramón Rallo pretende ser polémico. Cierto es que el ensayo escrito por el sacerdote Sardá y Salvany en 1884 (El liberalismo es pecado) no se refería al liberalismo económico, sino a la ideología moderna que reputaban generalizadamente anticristiana. Más allá de la polémica, los autores de este libro aciertan porque el liberalismo económico es, precisamente, lo que hoy para muchos constituye un pecado imperdonable en nuestra sociedad secularizada —que por otro lado, asume acríticamente los postulados de la Modernidad a los que se refería aquel sacerdote—. Rodríguez Braun y Rallo han escrito una brillante, por breve y clara, introducción a la economía, en la que apoyan con sólidos argumentos los postulados liberales.

El libro es oportuno y se inscribe en una línea de continuidad con la escuela austriaca que, por aclarar las cosas, no se contrapone, sino que bebe de la tradición de pensamiento católico y cristiano. Desde este punto de vista, esta introducción a la economía es, sin riesgo de resultar simplistas, una introducción a la antropología, sobre todo si se tiene en cuenta que, en la nómina de autores como Mises y Hayek, la economía se preocupa más que nada del análisis de la acción humana. De ahí que los postulados liberales —propiedad privada, libertad e iniciativa individual frente a la intromisión del poder político, orden espontáneo de mercado, etc.— puedan defenderse apelando al sentido común de los ciudadanos más que apoyándose en abstrusos modelos cuantitativos. Este puede ser, para ser francos, un motivo para la esperanza de los liberales, pero no sería muy arriesgado afirmar que su claridad puede sembrar la sospecha.

El liberalismo no es pecado es una inteligente defensa de la libertad individual y, partiendo de ella, de la económica. Defiende que cada ciudadano es capaz de decidir por sí mismo sus preferencias económicas, sin necesidad de que la autoridad política decida por él. Y la libertad, institucionalizada por medio de derechos, constituye el ámbito de la individualidad. Lo que dejan claro los autores es que es preciso defender ese espacio libre de poder político y que esa lucha es precisamente la decisiva. En la medida en que la dinámica social reivindica una mayor intervención, se limita la libertad individual. Eso es lo grave.

Que el liberalismo es pecado y que el mercado y los grandes especuladores son los culpables de la crisis es un eslogan que vende y que facilita las proclamas callejeras.

Es algo similar a lo que ocurrió en el siglo XIX con la propaganda marxista, que debido a cierto maniqueísmo ideológico tiende a contemplar la política como un juego de suma cero. Sombart zanjó para los interesados la cuestión describiendo la honradez, diligencia y laboriosidad de los burgueses, ofreciendo una imagen alejada de los ogros dibujados por los mensajes panfletarios. Ahora bien, la sociedad de masas es demasiado proclive a los eslóganes, más incluso que a una reflexión simple.

Son cinco las lecciones que Rodríguez Braun y Rallo, siguiendo el didáctico estilo de ese clásico del pensamiento económico que es Hazlit, explican. Su idea de fondo es combatir los dogmas asentados por la corrección política. De ellos podemos destacar la explicación del funcionamiento de los precios y de la dinámica de la competencia, subrayando la armonía espontánea que nace en el contexto de mercado y que históricamente se ha demostrado más eficaz que las incursiones controladores del poder político. La argumentación bebe directamente del pormenorizado análisis que hizo Mises, demostrando casi definitivamente la incompatibilidad de la intervención estatal con el análisis económico. La circulación del dinero y del capital, como una especialidad de bienes económicos, ocupa el segundo capítulo. Completan el ensayo unas partes dedicadas a los bancos y al estudio de los ciclos económicos, la riqueza y de la pobreza (haciendo especial hincapié en la trampa de la pobreza y, por último, el dedicado al Estado. La conclusión general del libro no deja lugar a dudas: «La intromisión es lo que está mal, no la libertad. Lo que no es justo, ni recto, ni debido es la coacción y la intimidación del poder y su constante empeño en recortar los derechos de los ciudadanos […]. Esa soberbia de las autoridades, esa prepotencia de los poderosos, esa pasión por controlar, dividir, enfrentar, moralizar, asustar, imponer, organizar, prohibir, vigilar, multar, recaudar, eso es pecado».

Profesor de Filosofía del Derecho (Universidad Complutense de Madrid).