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La Habana, mon amour. Zoé Valdés lo ha escrito rápidamente “Ya había empezado a escribirlo”, confiesa la novelista, sentada en el salón de su apartamento parisino. Un libro de Zoe Valdés sobre La Habana. Puede parecer un tópico, pero no lo es. De entrada, por su naturaleza: no es novela, ni ensayo ni crónica. “Es los tres a la vez. Un ensayo novelado, si se quiere. Y autobiográfico, con muchas cosas procedentes de la imaginación de la novelista”.  Y una descarga de sentimientos en toda regla. Lo admite. “Las ganas me lo pedían”. Además, coincidieron el hambre y las ganas de comer: la editorial quería hacer esta colección. La pericia de su agente literario el resto. Valdés coincide con José Luis de Vilallonga: la nostalgia es un error. “Es un libro de memorias y recuerdos; pero no de nostalgias puesto que yo no estoy lamentando haberme ido ni estoy lamentando recordar. Estoy más bien festejando recordar”.

 -Bien, pero un pequeño toque nostálgico sí que hay. “Había más cines en La Habana que en Nueva York o en París”, solo por citar una frase.

-Un poquito sí que lo hay, pues de alguna manera la memoria también es nostalgia, pero no es el principal fondo del libro.

El fondo, es la identidad de La Habana, su fisionomía, su gente, sus encantos de todo tipo, sus pesadillas, sus vaivenes -abundan-, sus olores, sus majestuosos edificios hoy destartalados o a punto de derrumbarse. En suma: todo lo que conforma una identidad, que Valdés ataca de raíz al principio del libro. “Ser habanera es una actitud ante la vida y haber nacido en Cuba después de 1959 es una actitud ante la muerte”.

-Está en ambos casos…

-…estoy en ambos casos.

-¿Qué es esa actitud?

-Es una manera de acción de ser y comportarse en una ciudad; y una actitud es estar apto para morir, al ser cubano. Así nos criaron a nosotros, por lo menos en mi generación: había que estar aptos para cualquier tipo de acción suicida. De alguna manera, ese es el fondo de esa frase y su razón.

 -Esa actitud hacia la muerte. ¿Por la Revolución?

-Sí, claro.

-Por el lado positivo: actitud ante la vida. ¿Qué es ser habanera que no sea ser neoyorquino o londinense?

-Es un estado del ser, de caminar, de deambular por las calles, de mirar la vida, de tomarse el tiempo. Todo eso es ser habanera. De caminar casi bailando o meneándose. Eso es ser habanera. A pesar de todo lo que le ha sucedido, a pesar de todo el sufrimiento, también está en un estado permanente de euforia… bueno, de desazón, más que de euforia.

 -¿Se puede decir que los habaneros son rápidos en la palabra y lentos en el caminar?

-Se puede decir que somos un látigo en la palabra y más bailadores al caminar.

 -Abofeteada Habana.

-Una adolescente abofeteada por su padrastro.

 -Lo metaforiza hacia la ciudad.

-Durante mucho tiempo, en la época de mi adolescencia, la ciudad era eso, una ciudad de violencia, Sobre todo de violencia familiar, por lo menos en el lugar en el que yo vivía. Hay una extrapolación de lo que fue mi vida en mi adolescencia y lo que era la ciudad, tal y como yo la percibía.

 -Se desprende que fue forzada a descubrir La Habana en solitario porque el destino le forzó a vivir en espacios estrechos hasta muy tarde. En los primeros años de su vida, y luego en una casa que compartías con abuelas y primas. Dedica varias páginas al espacio estrecho, donde estáis todos hacinados en un par de habitaciones. Los espacios abiertos los descubriste por ti sola.

-La calle era mi mundo, el mundo en que podía sentirme más a mi aire, más libre. En mi casa era todo muy pequeño y apenas podíamos estar tranquilos, siempre estábamos mirándonos los unos a los otros, en constante roce diario. La calle era el lugar en que podía estar a mi antojo.

 -Recorres todo: desde el Malecón hasta el Vedado, pasando por el Cerro, Cojimar, Paseo del Prado, La Alameda, Parque Habana.  ¿Le indicaron un orden o le salió del alma?

-Me ha salido, porque son los lugares de mi alma, de mi crecimiento como persona y como escritora.

-Cuanto más descubría, más le gustaba… ¿No se llevó algún disgusto?

-Hubo de todo: adoración -la hay todavía- pero también rechazo por ciertos lugares en los que viví momentos muy dolorosos. Como en el albergue situado al lado de la Casa Bacardí; los sigo recuerdo con mucha angustia. La adoración y la angustia se transmutan en los sueños de la novelista: a veces, al pasear por el Marais parisino, dobla una esquina y se topa con una calle de La Habana. “Es un sueño recurrente, y cuando lo tengo me despierto bastante angustiada, porque sé que imposible que eso suceda: va a pasar mucho tiempo antes de que vuelva a Cuba”.

-¿Seguro?

-Sí.

-La dejó el 22 de enero de 1995.

-Y no he vuelto.

-¿Qué recuerdos tienes de ese día?

-Estaba “tan en la cosa” de cómo salir, cómo irme, cómo poder resolver los trámites y marcharme de Cuba. Tengo un recuerdo vago, una especie de nebulosa.

-¿Sigue siendo esa fecha un bloqueo mental?

-Lo sigue siendo.

-Volvamos a antes de 1995. La Habana de los espacios abiertos y La Habana de los espacios estrechos. La Habana Vieja, donde iba apretada.

-Hay gente que vive hacinada, como vivíamos nosotros.

-El Malecón o el Prado, en cambio son anchísimas. Más incluso que las de algunas ciudades. ¿Cómo le ha marcado eso? Para usted el Malecón o el Prado eran como la libertad.

 -Era la libertad total, era salir a un mundo donde yo podía moverme a mis anchas, moverme siempre buscando algo, encontrando algo, un personaje, una esquina, una arquitectura. Me interesé desde adolescente por la Arquitectura. En ese sentido, era enriquecedor. Después, de los espacios estrechos, la gente vive hacinada en Cuba, en espacios estrechos, que se han ido cayendo, destruyendo, cada vez se van apilando más en los últimos espacios buenos que quedan. Una manera de vivir de la que no podíamos vivir. Pero era la única forma que teníamos de vivir.

-Se reducía el espacio al tiempo que se reducía la libertad.

-Exacto. Todo se fue desmoronando.

-Hay otros lugares que recuerda con cariño.  “Por haber, [antes de 1959] había hasta Barrio Chino en La Habana”. (El abuelo  materno de la novelista era chino, de nombre Mo Yin: en Méjico cambio su identidad por la de Maximiliano Martínez Mejía).

 -Sí, en ese barrio estuvo mi abuelo viviendo y allí murió. Era muy bello: tenía cines, bancos, restaurantes por supuesto, tenía farmacias. Ahora lo han reconstruido de la forma que turísticamente a ellos les interesa. Lo han desnaturalizado, para atraer más al turismo.

 -Otro lugar: La Bodeguita del Medio. Le fastidia que pertenezca al Estado.

-Me fastidia mucho porque conocí al dueño, Martínez, y vi cómo se ocupaba del lugar cuando ya no era suyo, porque quería que siguiera siendo cómo él lo había creado e ideado. Y lo consiguió. Hasta que murió.

 -Se lo quitaron.

 -Se lo quitaron.

 -Hay que tener ganas.

 -Pues sí. Imagínate que el restaurante ese de Madrid, Zara, se lo quitan  a la pobre Susana, que es la dueña, pero que siga yendo a diario para supervisar, sin autorización de nadie, solo porque ella quiere que todo siga como lo imaginó.

 -De nuevo la frase del principio de comienzos del libro. “Había más cines en La Habana que en Nueva York o en París”.  Iba muy a menudo. ¿Tanto le gustaba el cine como para volver a meterse en un espacio cerrado?

-No tenía más remedio. Había un lugar al que había que ir para cubrirse de la lluvia o estar en un lugar tranquilo viendo algo diferente. Había tan pocas coas que ver en La Habana de mi época, que lo diferente era el cine. Y a mí me tocó vivir durante dos años en un cine. Literalmente: me lavaba en el cine junto con otros niños. Hacíamos las tareas, los deberes, en el cine, veíamos las películas hasta el final y a veces hasta dormíamos en el cine.

 -De ahí viene su pasión por la gran pantalla.

 -De ahí viene la pasión y al mismo tiempo, a veces un especie de sentimiento de que el cine es una especie de útero materno, de que me siento protegida dentro de la sala de un cine.

 -Y sobre todo que ir al cine en La Habana, la gente habla sin parar, comenta las películas en el momento…

 -Sí, habla; incluso baila.

 -Y se hacen más cosas.

-Sí.

-Un inciso algo bestia: el sexo parece inseparable de La Habana.

-Es una manera de refugiarse en algo que no fuera la política, una manera de vivir con otros deseos.. No una forma de ser libre, pues no creo que el sexo dé libertad a nadie.

 -Otra vez el cine: lo de hablar en voz alta a pesar de los bodrios soviéticos. Sin segundas y sin querer hacer juegos de palabras, ya estabais castrados con un cine frustrante.

-Frustrante, ideologizante y que nos obligaban en las programaciones semanales. No siempre de mala calidad, había cine soviético de buena calidad, en lo tocante a la estructura de la película, montaje, fotografía, música.

 -¿Y los argumentos?

-Casi siempre eran los mismos: el comunismo.

 -Bodrios, como opinión de conjunto.

-Exacto.

-“El cine antes que la playa”.

-Era un amor. Cuando uno siente amor por algo, siempre está detrás de las posibilidades que pueda brindarle ese amor y ese era mi gran amor. Y lo sigue siendo.

 -¿Y la playa?

-Había que ser héroe para poder llegar a la playa: el transporte era malo, lo sigue siendo, y para tomar una guagua había que fajarse, horas y horas esperando. Llegar a la playa era un acto de heroicidad.

 -¿Qué tiene la playa de Cojimar que no tengan las otras en Cuba?

-Primero, la soledad, la inmensa soledad. Luego, la pesca de la aguja, el campeonato de la aguja, creado, por Hemingway; bueno, no sé si creado, pero desde luego visitado y en el que participó mucho. Después, tiene algo importantísimo: la vida de los pescadores todavía tiene un sentido. Es un lugar que se ha preservador.

– Un reducto prerrevolucionario.

-Totalmente.

Otro lugar nada revolucionario en La Habana es el Palacio de los Capitanes Generales, símbolo de la presencia española, en cuyas inmediaciones uno pudo ver que se seguían vendiendo los libros de Valdés: prueba de que no está del todo erradicada en Cuba. En el palacio sigue habiendo un capitán general, Eusebio Leal, inamovible historiador oficial de La Habana. Más que un historiador, un cacique revolucionario, perfectamente adaptado a la sociedad posmoderna. Valdés le menciona en La Habana, mon amour: escribe que impulsó una liberalización del comercio, los comerciantes se instalaron cerca del palacio, pero el régimen consideró que se habían enriquecido, por lo que fueron erradicados.

-¿Fue una trampa que les tendió Leal?

-No creo que fuera una trampa. Fue una idea que tuvo según la cual eso iba a poder desarrollarse de manera más controlada. Y se le fue de las manos. Y se le fue de las manos, porque la gente no se enriqueció como se puede enriquecer un millonario, sino que empezó a ganar dinero y eso es algo que molesta bastante al régimen, que la gente gane dinero por su cuenta.

 -Palacio sigue siendo lugar de poder, con Eusebio Leal, capaz pero cínico, que no define no como comunista pero sí  como fidelista. ¿No hay que tener caradura?

-Sí, caradura. Conocí bastante, trabajé dos años con él en el museo, y le consideraba amigo. Era una persona bastante contestataria en los círculos cerrados. Pero eso de que es fidelista, pero no comunista, no lo dice en todas partes. Probablemente lo haya dicho en entrevistas en el extranjero. Dentro de Cuba, es harto difícil que lo haya dicho. Es una personalidad interesante, puesto que ha apostado por construir algunas partes de La Habana; y al mismo tiempo, como bien dices, por encacicarse en La Habana. Eso  le ha traído riquezas. Una persona de las que más ha ganado dinero con La Habana. Con la empresa Habanaguanex, han ganado mucho dinero.

 -¿A título personal o para la empresa?

-Bueno, habría que investigarlo.

-Otro lugar que le trae recuerdos mezclados es el Vedado y el Instituto de Artes e Industrias cinematográficas, en el que Valdés trabajó; un barrio que en la actualidad también anda completamente destartalado. El Vedado, que tiene edificios al lado de los cuales, las mejores viviendas, de la Colonia del Viso en Madrid, parecen construcciones humildes.  ¿Volverá a ser el Vedado lo que fue o habrá que pensar en otra cosa?

-Creo que podrá serlo. Hay casas que se pueden reconstruir, salvar. Muchas se han destruido y muchas son insalvables, pero creo que volverá a serlo. Será más bien un barrio artístico, popular, ya no será el barrio de los ricos, lo es Miramar;  veremos en qué dirección crece La Habana, porque también La Habana Campo tiene posibilidades de convertirse en lugar importante. Este y otros.

-No habla nada de Punto Cero, la urbanización de lujo en la que moran los prebostes del régimen, empezando, por los Castro. ¿No le ha marcado?

-Para nada. No me interesa.

-Es ahí donde ocurre todo.

-De ahí sale todo. Todo el poder.

-Entonces…

-…es un lugar que, inconscientemente, repelo.

-¿Cómo quiere que sea  La Habana del futuro?

-Una ciudad esplendorosa en la que haya libertad y democracia.

-¿Buena restauración arquitectónica o bloques de cemento?

´-Las construcciones se tienen que pensar mucho en La Habana, porque es Patrimonio de la Humanidad. Es necesario construir, pero más importantes son las restauraciones.

-De la ciudad en abstracto a los los personajes que, en su libro, circulan por La Habana. Uno es la condesa de Merlín, gran dama del siglo XIX.

-Por su obra, El viaje a La Habana, y sobre todo por su personalidad. Importante, histórica. Para descubrir una Habana que no conocíamos.

 -Su primera y, quizá, su más insigne memorialista.

-Y la primera mujer que decide describir La Habana que ella vivió, porque es su vida.

 -Personaje imaginario y más histriónico, Osiris, mujer nada discreta, en quien se refunden los resentimientos de muchas.

-Es una mezcla de varias personalidades, de varias mujeres que terminaron con sus días. En mi época, el suicidio era una cosa bastante común y darse candela también. Hubo una fiebre pirotécnica en La Habana por amor, por disgustos,  gente que sencillamente no quería seguir viviendo.

 -Pero no por la libertad.

-No por la libertad. Curioso.

 -¿Cómo lo explicas?

-Creo que el cubano es un ser aparatoso, e invierte ese aparatosismo lo invierte en causas personales más que en causas comunes.

-A quien si trató fue al Farolillo, el que encendía el alumbrado.

-Existió de verdad en mi vida. Le conocí, le tengo cariño, me tocó quedarme muchas veces con él cuando mi mamá se iba para algún trabajo o alguna gestión. Me llevaba por la calle, contándome anécdotas de la ciudad. Es un personaje de novela, totalmente literario, pese a que de verdad existió. Es el más literario de todo el libro.

-Dedíquele un entero.

-Tendría que hacerlo.

-Cayó en su trampa de la novia monja y su madre le agradeció que se lo hiciera creer. Revela usted su lado más ingenuo.

-Es que hay una parte de ingenuidad y de ternura que quería, que necesitaba, que el libro plasmara.

-Premonitorio el Caballero de París, por su nombre y por sus creatividad literaria. Un poeta de apariencia desaliñada.  ¿Estimuló su vocación?

-La estimuló y, al mismo tiempo, era un personaje que me estimuló hasta el final porque su manera de desaparecer del mundo real, del mundo de todos los días, para entrar en una especie de manicomio, intrigó a todos. No solo era un poeta: era la poesía, la poesía de La Habana, que a diario se engalanaba con su presencia.

-¿Será su obra distinta sin él’

-No creo. Me marcó más su vida que su obra. Siempre busco una persona que haga las veces del Caballero de París. Y aquí lo he encontrado: es ese loco que siempre habla de Cristo y de Castro. El Caballero siempre estará presente en mis recuerdos.

-Sus recuerdos son también los más personales. Creció en el seno de un matriarcado: la madre, la abuela y la tía. Luego, tuvo una vida muy intensa con los hombres. ¿Se trataba de suplir una carencia?

-Hay algo de confusión: la confusión que he tenido en mi vida. Tendría que ir a un analista para explicar todo esto, aunque tampoco me interesa demasiado. Me lo consigo explicar a través de la literatura. Y la explicación es bastante confusa.

-¿Será la falta del padre?

-No creo que sea la falta del padre, sino más bien el deseo de sentirme protegida, de no tener que ser siempre el hombre de la casa, como tuve que serlo, entre tres mujeres y un primo pequeño. El descubrimiento de otras figuras masculinas era una forma de relajarme, de comprobar que yo también era mujer, de sentir que me tomaban en brazos.

-¿Volvió a ver a su padre?

-Sí, cuando tuve 17 años y fue una relación muy hermosa la que mantuvimos hasta que murió. Nunca hubo rechazo de la figura del padre.

-¿Algo de optimismo de cara al futuro?

-Mientras estén los Castro, es imposible. Con ellos no se puede resolver nada: cada vez se derrumban más edificios,  cada vez hay más muertos y más gente que pierde sus casas.

-Pero la gente no se rebela.

-Tiene que ver con la falta de energía a la hora de enfrentarse al régimen.