POCO DESPUÉS DE APARECER esos cinco tomos, publicaba Tusquets el espléndido libro de Oliver Todd Albert Camus, una biografía, cuyas casi novecientas páginas se leen con apasionamiento. Las líneas que van a continuación pretenden dar cuenta de algunas sugerencias dictadas por Camus y por Todd en estos libros.
Antes, imaginando un lector que deseara abrirse paso entre la obra camusiana (pero no leer los cinco volúmenes íntegros) y, a la vez, leer el libro de Todd, consideraremos el interés de las obras incluidas en los volúmenes de Alianza.
De los ensayos, se impone tanto El mito de Sísifo (el absurdo) como El hombre rebelde (crítica de la izquierda desde la izquierda). De la narrativa, casi todo: El extranjero, La peste, La caída y los relatos de El exilio y el reino; es muy bello El primer hombre, pero no imprescindible por su estado de obra inconclusa en un estadio que debía de ser temprano (¿se trata de un tercio del posible total?). Del teatro, al menos Calígula y Los justos; muy interesante El malentendi’do; prescindible El estado de sitio. De interés: los tres volúmenes de Crónicas (Actuelles) y al menos la lectura parcial de algunos artículos de cada volumen. Gran belleza la de los libros de prosa poética Bodas y Verano, que ofrecen una dimensión muy distinta del Camus ensayista-narrador-periodista engagé. Para el lector curioso, los libros de viaje y los Carnets; aquí se publica el tercero de ellos, inédito hasta hace muy poco.
Repasemos ahora algunos de los temas camusianos. No sólo de su obra, sino también de su vida.
CAMUS Y EL COMPROMISO
Hay varias ediciones del engagement, del compromiso. La primera fue de allá por 1934, antes de los frentes populares; entre sus protagonistas había gentes como Malraux y Gide. La segunda se consolidó en los cincuenta y hundía sus raíces en la Segunda Guerra Mundial. En ambos casos, los gobiernos de la Unión Soviética trataban de manipular la buena fe de los intelectuales de Occidente valiéndose del prestigio del comunismo como fuerza de desarrollo económico y como oponente al fascismo. Tanto Malraux como Gide se desengañaron; Gide, en cuanto vio lo que sucedía en la URSS, cuando la visitó en 1934; a Malraux le marcaron su experiencia en España y las consecuencias de la firma del Pacto germano-soviético; una de esas consecuencias fue el repentino pacifismo comunista, de efectos entreguistas, de 1939 y 1940, dictado por Stalin tras la etapa de frentepopulismo.
Ambos periodos gozaron de sus herejes, heterodoxos y disidentes, y hasta de renegados que pasaron del comunismo más activo al fascismo más rabioso (como Jacques Doriot); sin embargo, en los cincuenta podían distinguirse diversos tipos de intelectual comprometido. En primer lugar, a la manera de Louis Aragón, antiguo surrealista, militante que apoya el comunismo de Thorez hasta el final, y que hace de tripas corazón para mantener su fidelidad al partido en momentos muy delicados; suya es la larga novela (inconclusa, en rigor) Los comunistas, la quinta y última de la serie El mundo real, seis tomitos con la tesis popular del protagonismo supremo de los comunistas franceses en la Resistencia (no demasiado alejada de la realidad, por otra parte). Otra versión de intelectual comprometido es la de Emmanuel d’Astier, nunca comunista, siempre compañero de viaje, gran justificador de la URSS de Stalin, que también hacía suya aquella tesis; como él, Maurice Merleau-Ponty y tantos, tantos otros. Otra, la manera de Jean-Paul Sartre, modelo de intelectual de gran altura que durante la Ocupación aprendió a poner entre paréntesis su existencialismo negativo de La náusea y consideró oportuno colocarse al servicio del socialismo realmente existente (El engranaje es un testimonio extremo y aterrador de ese servicio)… hasta que consideró lo contrario.
Y, en fin, la manera de Albert Camus, que polemizó con varios —especialmente con dos de ellos—, que apenas perteneció al partido y que marcó tempranas distancias con respecto a la Unión Soviética. En Camus hay compromiso, y muy intenso, pero ese compromiso es antitotalitario, y es antisoviético en la medida en que es antifascista. Las grandes consignas soviéticas, como la paz o el antifascismo, son las causas de Camus, pero nunca como coartadas del gobierno soviético. No se lo perdonaron nunca. No ya los prosoviéticos, sino los manipulados sin saberlo. Muchos de aquéllos que se desengañarán más tarde se encargaron de ponerle cerco: pensemos, para entender a estos intelectuales que «se mojan», se equivocan y rectifican un día, que el Louis Aragon que prologa hacia 1970 La broma, de Kundera, es otro distinto (aunque sea el mismo) del que calumnia a Paul Nizan en la primera edición de Los comunistas (calumnia que desaparece en la reedición de 1966).
Y es que la historia del concepto de compromiso acaso pueda resumirse en la de lo que tardó cada cual en desengañarse de la URSS. Los que permanecían sin desengañarse calificaban de traidores a los otros. Siempre fue así. Y aún quedan ejemplares de esa especie no extinguida, si bien (por parafrasear a Marx) ahora salen a escena en clave de farsa, mientras que primero fue de novela negra y luego de comedia vodevilesca.
La obra de Camus ha de ser contemplada desde varias perspectivas, pero especialmente desde la de esa nueva edición del compromiso, del que fue un ejemplo de honestidad, de ardor combativo, de claridad de pensamiento, de inquietud, de generosidad.
Y, por qué no, de ingenuidad en bastantes ocasiones. Para comprender su actitud, su rebelión, su compromiso, repásense las tres series de crónicas (Actuelles) incluidas en las Obras casi completas de Alianza. Porque si Camus sufrió las iras de los por entonces sovietófilos (insistamos en que todos dejarían de serlo antes o después), también había tenido que responder al filisteísmo de la derecha humanista, la encarnada, por ejemplo, en Gabriel Marcel, a quien tuvo que responderle del reproche de situar El estado de sitio en España, cuando el verdadero totalitarismo estaba, según Marcel, en Rusia y sus países satélites. Véase la respuesta de Camus, ardiente antifranquista, gran amigo de España y sus libertades, indignado siempre ante la protección que los anglosajones (y no sólo ellos) le brindaron a Franco, hasta el punto de condenar a España a una dictadura interminable; se encuentra en el primer tomo de Actuelles (Crónicas, vol. 1 de la edición de Alianza).
LAS MUJERES
En la biografía de Todd aparecen mujeres y mujeres. Pero, en especial, dos: Francine Faure y María Casares. Esto es, la esposa y la amante; la madre de sus hijos y la Única; la hermana y la plenitud. Pero también tienen su espacio Patricia Blake, Mamaine Koestler, Catherine Sellers… Y, desde luego, su primera mujer, con la que se casó a los veinte años, Simone Hié, muchacha inestable y mujer difícil, temprana drogadicta, probablemente con un «gancho» irresistible (aunque no lo hace verosímil la foto que se incluye en el libro); en definitiva, un emparejamiento prematuro. Por no hablar de las muchachas argelinas de su juventud, las de la primera vida política y los coqueteos con el comunismo y el primer nacionalismo árabe, las del teatro, las playas, la amistad; de entre ellas surgieron tanto Simone como Francine. Y muchas otras, esporádicas, hacia las que siempre tuvo un respeto y a las que nunca trató como cosas: así nos lo asegura Todd que, al mismo tiempo, nos dice que Sartre sí trató como cosas a casi todas sus amantes ocasionales, que se reía de ellas en compañía de Simone de Beauvoir, que a su vez seducía a algún que otro señor (por ejemplo, a Koestler, aunque no pudo con Camus). EnLacaída, novela autoconfesional al tiempo que confesión de otros, hay mucho de esta dimensión de Camus como mujeriego. Por otra parte, siempre le interesó el tema de Don Juan, tema que trataría un día y que había de ser su Fausto. No en vano una de sus óperas favoritas, que escuchaba y regalaba a menudo, era el Don Giovanni de Mozart.
Las mujeres fueron para Camus, como para tantos hombres, jalones en el camino de una utopía humana y más que humana, la busca de un amor sin límites. El deseo de Camus de ser amado, admitido, admirado, se muestra tanto en sus amores como en la actitud ante las reacciones por sus obras, en su actitud celosa ante ellas y en la susceptibilidad ante la crítica. He aquí una de las claves para valorar el enfrentamiento con Sartre y su revista.
EL ABSURDO
Es cierto que Sísifo, El extranjero y Calígula (si se quiere, con la secuela menor de El malentendido) pertenecen a esa época de primera y temprana madurez camusiana que podría denominarse del absurdo. Pero no lo es que haya equivalencias —si no son relativas, escasas incluso, complementarias si acaso— entre el ensayo y la novela, con prolongación en la obra teatral. No, cada una de esas obras trata una parte del sentimiento del absurdo y, si buscamos equivalencias, corremos el peligro de ponerle la capa del absurdo a cosas que son muy distintas, y que escaparían a la clara concepción del absurdo definida en El mito de Sísifo. El ensayo encara la ausencia de sentido como ascesis y forma de vida, mientras que las dos obras teatrales presentan la ausencia de sentido como callejón sin salida existencial, como punto de partida consternado: aquí no cabe «Sísifo dichoso», ni muchísimo menos. El extranjero es, sin embargo, lo más complementario del ensayo: Meursault se acerca a la ascesis del hombre absurdo, pero se diría que no como conquista o logro propios: no es que sea un hombre que ha dejado atrás las mentiras de las tribus; es que él es ajeno a esas mentiras y ya estaba allí, sin conquista, como hombre natural, como pareja civilizada para el buen salvaje. Meursault quiere vivir, es ajeno a determinados prejuicios, imposturas y mentiras. No necesita fingir afectos socialmente vigentes, no intenta parecer quien no es, no cree en Dios ni en sus ministriles. No confiaba, pero no desconfiaba tampoco, de la justicia. Lo absurdo no es que caiga abatido por ella y los prejuicios que la sustentan; eso es lo injusto, no lo absurdo. Lo absurdo es su ética personal, inconsciente de sí. Ese Meursault, que resulta grandísimo a fuerza de no ponerse ninguno de los disfraces para la grandeza, es el que conquistó a tantos lectores en los años cuarenta y cincuenta como una sorpresa; y los sigue conquistando, sólo que ahora la sorpresa ya no es tal: la ética y la ascesis del absurdo han pasado a formar parte de nuestra sensibilidad. Vivimos una época en la que el hombre conoce sus límites y los acepta, sin mansedumbre y sin estoicismo. Eso define nuestro tiempo acaso más que los rasgos codificados como sensibilidad post. La complementariedad entre estas tres o cuatro obras es producto de una mente lúcida, aunque joven; inquieta, rebelde, llena de vitalidad, sin pose, alegre en su descubrimiento. Camus es un pensador, pero es sobre todo un artista. Quién sabe si había de darse el tipo de hombre Camus para llegar a esa idea, a ese nivel de conciencia. Camus, de formación filosófica, novelista y dramaturgo de sólida formación, que se sirve de las formas anteriores y al mismo tiempo las trasciende, es también un hombre de orígenes modestos, humildes, cercanos a la miseria, que proviene de la periferia nacional, la Argelia del primer (y único) centenario. ¿Habría sido posible esa conciencia alegre del absurdo como ascesis, como conquista, como necesidad para la libertad humana, si Camus hubiese vivido en la atmósfera burguesa de todos sus colegas, mayores y menores, con los que se codeará a partir de esos grandes impactos en forma de ensayo, narración y dramas ? Es decir, ¿no es su origen obrero, cercano a determinadas urgencias vitales, ajeno por tanto a especulaciones evasivas de alto vuelo, lo que permite que se dé en su pensamiento una síntesis entre auténtica razón vital y conciencia de los límites, mas no como infortunio trágico, sino como conquista del conocimiento y de esa misma razón? Y, además de su origen obrero, su temprana tuberculosis, esa enfermedad que no lo mató, pero que tanto le limitó la vida y tanto le matizó las vivencias.
No, no existe en Camus eso que los marxistas llamaron conciencia de clase, que era la asunción colectiva por parte de la clase obrera de su papel en la historia, pero sí la perspectiva de clase, aunque sólo sea porque las clases sí existen, poseen categoría óntica, moldean una manera de ver las cosas. No es habitual el afortunado caso de Camus, cuya múltiple perspectiva le es negada a todos aquéllos que, más tarde y en tiempos polémicos, le reprocharán que «presuma» de obrero, que fue obrero pero que ahora es tan burgués «como cualquiera de nosotros». Gran error, o gran mentira. Una de las aportaciones de Todd a las biografías anteriores de Camus, como la pionera de Herbert Lottman (en España, Taurus, sin apéndices), es precisamente la dimensión de las mujeres, que no podía tocarse, por delicadeza, en vida de Francine Camus. Ni en vida de María Casares. No es la única, ni mucho menos, porque el tiempo no pasa en vano, los documentos no son amigos de permanecer ocultos, y siempre llega un momento en que algunos testigos deciden hablar.
AMIGOS DE TODA LAYA
Esos testigos son a veces amigos, de los muchos amigos de todo tipo que tuvo Camus: amigos tempranos de Argel, amigos de la Resistencia, amigos con los que se peleó cuando la polémica con Le Temps Modernes o cuando le concedieron el Premio Nobel, amigos que mantuvo hasta el final… Pues si algo no le faltó a Camus fue, siempre, un amigo y una mujer. Desfilan por la biografía de Todd amigos como jean Grenier, Margueritte Dobrenn, Jean Sicard, Fréminville, Pascal Pia, Poncet, Michel Gallimard, René Char, Jean Daniel (Bensaid), Emmanuel Roblès, Amrouche, Jules Roy, Jacques Heurgon, Rosfelder, Rosmer, Guilloux, André Bénichou, Urbain Polge, Jean Guéhenno, Roger Quilliot. Y, desde luego, Jean-Paul Sartre. Sin faltar la respetuosa relación, nunca realmente amistosa, con Malraux. Malraux, como Ministro de Cultura con De Gaulle, quiso a toda costa cederle a Camus un teatro, pero la muerte de Camus le impidió llevar a cabo este proyecto.
EL PREMIO NOBEL
Frente al orgullo de muchos franceses y las adhesiones cordiales y sinceras por el Premio Nobel, tan temprano, en 1957 (¡a los44 años!), Camus tuvo que sufrir por ese galardón críticas feroces, falsas comprensiones y hasta sablazos. Envidia, mucha envidia. El libro de Oliver Todd recoge bien las reacciones, y en especial las críticas («La obra de Camus ha terminado, luego le dan un premio a una obra concluida», etc.).
Mueve a la reflexión que entonces Camus se sintiera obligado a justificarse por el premio, a desdeñar el galardón y a despreciar el importe en metálico. Eran tiempos en los que, por ejemplo, estaba mal visto entrar o querer entrar en la Academia. Jóvenes de entonces que participaron de esas ideas son, ya ancianos, realmente insaciables: quieren todos los honores, todos los premios, todo el dinero, todo el poder.
ARGELIA EN EL CORAZÓN
El compromiso argelino de Camus, fruto de la herida y la reflexión, no fue compromiso con un partido como el comunista o un cliché a modo de espejo autofavorecedor (como tantos). Pero su resultado será la ineficacia, compatible tanto con la lucidez como con una considerable dosis de ingenuidad. La solución de Camus desconocía una ley: que si en un territorio muy definido (Argelia lo era) hay dos comunidades y una de ellas es claramente minoritaria, antes o después la mayoritaria expulsará a la otra; no la vencerá (eso sería resultado de una guerra civil), no la domeñará ni la esclavizará: la expulsará. El resultado de la guerra de Argelia, país invadido por Francia hacia 1830, es una edición blanda (pese a la considerable cantidad de muertos) de la limpieza étnica: es enorme la responsabilidad de la deriva de los propios pieds noirs hacia la extrema derecha, y a ella fueron arrastrados muchos humildes obreros blancos por los militares y los ultras, minoritarios o insignificantes en el momento del Frente Popular (1936). No es seguro que el plan Blum-Villette, tan añorado por Camus, hubiera conseguido la integración de pieds noirs y árabes así como así; sin embargo, su rechazo por los colonos ricos, apoyados vagamente en el racismo antiárabe y antijudío de muchos franceses nativos, indicaba que no era posible la transacción. Era, o Argelia francesa (grito posterior, de los años cincuenta) o independencia (en la que los grupos moderados de Messali o Erhart Habbas apenas pensaban en los años treinta).
Por cierto, ¿qué pensaría Camus de la Argelia de hoy, de la miseria y el crimen que han quedado como herederos de treinta y tantos años de imperio del FLN?
CONCLUSIONES
Las sugerencias de las obras de Camus en Alianza y la biografía de Todd, libros todos ellos muy bien traducidos, no se limitan a esto, pero es preciso detenerse porque todo tiene un límite. Quedan en el tintero asuntos como los que sugiere ese libro espléndido que es El hombre rebelde, en el que un hombre de izquierda se atrevía a decir cosas entonces poco vigentes en su orilla y que hoy casi todos aceptan. O la lucha de Camus contra la pena de muerte, explícita aquí y allá, pero sobre todo en Reflexiones sobre la guillotina; la especial atención y el cariño que Camus, antifranquista insistente, le dedicó siempre a España; el papel del teatro en su vida, mucho más allá de la literatura, desde el Théâtre du Travail argelino hasta su muerte. Otros asuntos han sido apuntados aquí, como su vida de pobreza en Argelia: él sabía que un pied noir no era necesariamente un explotador de nativos; o como la polémica con Les Temps Modernes, que precisaría cierto detalle. Y muchos más. El lector los tiene a su alcance en estos seis libros apasionantes.
Oliver Todd, Albert Camus, una biografía, traducción de Mauro Armiño, Tusquets, Andanzas, 886 páginas, Barcelona, 1997.
Albert Camus, Obras, José María Guelbenzu (ed.), Alianza Editorial, Madrid, 1995-1996