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Germán Rey, Profesor e investigador colombiano. Ha publicado varios libros sobre cultura como “Las tramas de la cultura”, “Industrias culturales, creatividad y desarrollo”, “Los sentidos despiertos. Públicos y apropiación de la música, la danza y el teatro en Bogotá”, “Los ejercicios del ver. Hegemonía audiovisual y ficción televisiva” con Jesús Martín Barbero, y el “Compendio de Políticas culturales” (coordinador), entre otros. Recibió la distinción al Mérito Cultural del Ministerio de Cultura de Colombia (2021).

AVANCE

Los procesos de modernización, el paso de un país esencialmente rural a la creación de grandes centros urbanos, la pluralidad étnica y lingüística son solo algunos de los factores que el autor enumera como detonantes de la explosión cultural del país. El artículo se completa con un detallado repaso el auge e internacionalización de los distintos sectores culturales, desde la literatura al teatro, desde la música a las artes plásticas, pasando por el cine o la producción para la televisión.


El historiador colombiano Jaime Jaramillo Uribe decía que Colombia era un país mediterráneo que miraba fijamente hasta sus montañas. La figura que utilizaba era mucho más que una metáfora. En el país se extienden, de norte a sur, tres grandes cordilleras andinas y en el norte, al pie del mar Caribe, emerge la Sierra Nevada de Santa Marta, el conjunto montañoso más alto junto al mar de todo el planeta. Sin embargo, la razón del aislamiento no es solo la altura de sus montañas.

En el último siglo, la internacionalización de la cultura colombiana ha sido un fenómeno cada vez más importante. En primer lugar, por los densos procesos de modernización y secularización que se inician a fines del siglo XIX y que abarcan especialmente el siglo XX. Un país rural da paso a la conformación de núcleos urbanos y a un profundo fenómeno de urbanización de la vida social, mientras la sociedad deriva hacia formas de secularización que replantean algunos de los lazos de su propia cohesión.

En segundo lugar, Colombia fue uno de los países latinoamericanos con una inmigración menos abundante y unos procesos de mestizaje interno presentes no sólo en sus tendencias de poblamiento y afirmación territorial, como en las circunstancias dramáticas de sus violencias vividas durante décadas.

En tercer lugar, la conformación de grandes macro regiones – el Caribe, el Pacífico, los Andes Orientales, los Andes Occidentales, la Orinoquia-Amazonía y el Macizo- con una gran diversidad ambiental y biológica, ha estado acompañada de una diversidad cultural prodigiosa que se manifiesta en su pluralidad étnica, la diversidad de lenguas (84 lenguas americanas nativas, 2 lenguas creoles, una de ascendencia británica y la única existente de ascendencia hispana en el mundo, una lengua rom y el español), y una desbordante creatividad que se expresa en la música, sus cocinas, las artes o sus artesanías y que como dijo Gabriel García Márquez conforman “una comunidad orgullosa de ser como es: independiente, inconforme, dividida e ingobernable”.[1]

La internacionalización hacia adentro

En cuarto lugar, ha existido a través del tiempo, una presencia persistente de artistas, pensadores y difusores culturales que han acentuado una visión internacional frente a los énfasis provincianos. Provenientes de diferentes países del mundo se asentaron en uno que consideraron el propio, mientras participaban activamente en la vida cultural colombiana a través de la pedagogía, el estímulo de iniciativas culturales, el aporte a la irrupción de nuevas perspectivas de la ciencia y el desarrollo de las artes. Fueron decisivos para que la cultura atravesará las montañas.

A comienzos del 2000 se estrenaron 8 películas colombianas, mientras que veinte años después, en el 2021 y en medio de la pandemia, se estrenaron 30

Casimiro Eiger creó galerías de arte y escribió textos memorables sobre las transformaciones del arte moderno en Colombia,[2] Ernesto Volkening[3] elaboró reflexiones brillantes que permitieron entender mejor y más profundamente un país que a ojos de otros no cambiaba y Marta Traba[4] acompañó con lucidez las propuestas nacientes de los jóvenes artistas de la modernidad cultural colombiana. A mediados del siglo XX, el japonés Seki Sano introdujo al teatro colombiano en las teorías de Stanislavski antes de ser expulsado por subversivo, Hans Ungar[5] y Karl Buchholz mantuvieron importantes librerías junto a salas de arte y publicaciones como la Revista Eco, Leopoldo Rother[6], Karl Brunner[7] y Bruno Violi aportaron su visión a la arquitectura y José Antonio Roda[8] compartió sus conocimientos de pintura con jóvenes artistas que años después se destacarían nacional e internacionalmente.

No hay prácticamente ningún resquicio de la vida cultural del país que no haya recibido esta “irrigación” crítica y provechosa -museos, editoriales, revistas, formación musical, arquitectura, filosofía, urbanismo, artes visuales- que reemplazó la orfandad de una inmigración consistente y se ubicó en lugares estratégicos de la experiencia simbólica colombiana.

El viaje: ida y vuelta del reconocimiento y la internacionalización

Junto a estos inmigrantes intelectuales, la figura del viajero[9] ha sido una de las presencias que ha atravesado la historia de la cultura en Colombia y particularmente la construcción de una escena internacional. Viajeros colombianos en el exterior como los filólogos Ezequiel Uricoechea y Rufino José Cuervo, el poeta Porfirio Barba Jacob, la pintora Emma Reyes o más recientemente escritores como Gabriel García Márquez, Álvaro Mutis, Marvel Moreno, Óscar Collazos, Helena Araujo, Luis Fayad, Juan Manuel Vásquez o Santiago Gamboa o pintores como Fernando Botero, Luis Caballero o Doris Salcedo, para citar solamente a algunos de diversas generaciones. También viajeros que han estudiado, pintado o escudriñado las realidades de un país que fueron conociendo a través de la combinación entre arte y exploración, observación y reconocimiento.

En el primer caso, el viajero parte del país mediterráneo hacia otros más abiertos y cosmopolitas. En el segundo, artistas y científicos extranjeros descubren las posibilidades de ese mismo país y dejan testimonio de su asombro frente a lo que descubren en sus costumbres, en sus formas de organización social, en su naturaleza o inclusive en sus terribles tensiones.

De un siglo a otro la figura de los viajeros cambia, pero hay perspectivas que se mantienen: la vivencia del tránsito, la voluntad de ver, la confrontación de modos de vida, la admiración ante las novedades y las constataciones de las diferencias.

Numerosos autores han mostrado la influencia de estos visitantes en la cultura y el pensamiento colombianos. Una de ellas, la pintora Beatriz González, en su Manual del arte del siglo XIX en Colombia mostró que este transcurrió entre el trabajo de los pintores de la Expedición Botánica dirigida por el Sabio Mutis, el énfasis en el paisaje de Humboldt y la incorporación de los habitantes y sus costumbres en el paisaje que hizo la Comisión Coreográfica.[10]

El sentido inverso del viaje también ha contribuido a la internacionalización de la cultura colombiana, ya sea porque se ha aumentado el número de colombianos que estudian en el exterior o que enseñan e investigan en prestigiosas instituciones internacionales o porque creadores y expresiones culturales y artísticas colombianos aparecen en exigentes escenarios internacionales.

Pero el país que había adolecido de una inmigración contundente, con excepción de la costa Caribe y especialmente de Barranquilla, si ha sido una sociedad con flujos migratorios internos y externos de una gran repercusión cultural. En las décadas de los 60, los 70 y los 80 millones de personas migraron y se asentaron en Venezuela[11], Estados Unidos y España.[12] Medio siglo después, el país ha recibido un importante flujo migratorio de venezolanos y venezolanas para los que el gobierno del presidente Iván Duque creó el Estatuto Temporal de Protección para migrantes venezolanos (2021), que se ha apreciado en el contexto internacional como una medida de relevancia y sentido humanitario. La migración es sin ninguna duda uno de los escenarios más importantes de otra modalidad de la internacionalización producido por problemas internos de los países, pobreza y búsqueda de oportunidades, en que la cultura es una de las dimensiones fundamentales, ya sea por la defensa de los derechos culturales de quienes migran, los procesos de hibridación e interculturalidad que se generan, la posibilidad de conservar y desarrollar los trazos culturales del arraigo y del desarraigo, el fortalecimiento de las identidades culturales propias y el desarrollo de las oportunidades de expresión social y simbólica de los migrantes.

Una escena internacional que varía, un país que se transforma

Es en el siglo XX cuando se produce una mayor internacionalización de la cultura colombiana: por una parte, por las transformaciones que se dan en la escena internacional y por otra, por las modificaciones nacionales producidas por procesos internos.

La modificación del escenario internacional fue definitivo tanto por el fortalecimiento de la mundialización, el fin de la guerra fría, el papel “soft” de la cultura dentro de la diplomacia internacional, el interés en ascenso de la comunidad internacional en temas como el medio ambiente, la resolución pacífica de conflictos o la protección de la diversidad cultural, el auge de la economía cultural y creativa, el fortalecimiento de la creatividad de las regiones, el desarrollo progresivo de las industrias culturales y creativas, el papel de convenciones internacionales de la cultura y la expansión vertiginosa del nuevo ecosistema digital. Todas estas dimensiones del nuevo escenario internacional tuvieron implicaciones directas en la internacionalización de las diversas expresiones culturales colombianas.

La globalización tocó de inmediato las puertas de la economía con el llamado proceso de “apertura”, mientras que en el terreno político el hecho central fue la aprobación de una nueva Constitución Política (1991). Ambos procesos, con sus logros y sus limitaciones, incidieron en la internacionalización de la cultura a través de la creación del Ministerio de Cultura (1997), la promulgación de la ley general de cultura (1997), el reconocimiento del país como pluriétnico y multicultural y la valoración de la importancia de la cultura en la imagen de Colombia en el exterior, golpeada por numerosas vicisitudes con implicaciones internacionales, como la violencia interna, el desplazamiento forzado y las acciones del narcotráfico.

La apertura de los mercados, entre ellos los culturales, se produjo en consonancia con otros cambios que se estaban generando en el campo de la cultura como el reconocimiento de que la producción, circulación y apropiación cultural tenían que ver con el empleo, la industrialización, el intercambio de bienes culturales y la ubicación estratégica de la creatividad en el escenario internacional. La mundialización suponía una mayor receptividad de los productos culturales, pero también el peligro de la homogenización y unos procesos de selección que estaban muy determinados por las propias demandas del mercado.

La diplomacia cultural se incentivó por la mundialización y se impulsó por el papel de los medios de comunicación electrónicos, como la radio y la televisión y se amplió con la creación de internet, los soportes digitales y las redes sociales. En la radio ha sido decisiva la presencia emocional de la música en que Colombia presentaba ya hacia la mitad del siglo XX avances significativos y una patente diversidad y en la televisión fue clave el desarrollo de las telenovelas que empezaron a competir internacionalmente con los países que en la segunda mitad del mismo siglo tenían una producción más avanzada como México, Brasil, Argentina y Venezuela. Lo interesante es que el melodrama colombiano, que circuló inclusive en países más allá de la órbita iberoamericana, significó un notable esfuerzo de recreación y una búsqueda de identidad que le facilitó no solo diferenciarse de otros modelos narrativos, sino participar activamente del mercado internacional.

La agenda de los intereses de la comunidad internacional sobre Colombia ha sido decisiva en la internacionalización de su cultura, porque el país ha estado muy vinculado con algunos de sus grandes temas de preocupación y además porque esos temas están conectados estrechamente con dimensiones y formas de expresión de la cultura. El medio ambiente ha estado ligado a la vida de los pueblos, comunidades étnicas y demás pobladores a través de expresiones de la danza, la música, las cosmovisiones y la artesanía; el conflicto armado ha impactado en la vida cultural de millones de colombianos y colombianas (se estima en 8.000.000 los desplazados internos), como también en sus procesos de reintegración comunitaria y territorial y en las manifestaciones artísticas de la memoria; y la diversidad cultural se expresa cotidianamente en un acervo lingüístico impresionante, un conjunto plural de tradiciones y manifestaciones patrimoniales tangibles e intangibles y unas creatividades que se relacionan y viven de la cartografía regional del país. Si se revisan los programas de la cooperación internacional, así como de instituciones y organizaciones no gubernamentales de carácter internacional, se puede visualizar un interés bastante sostenido en estos temas, así como en los procesos de transformación y cambio social aún necesarios.

Paralela a estas modificaciones en el contexto internacional transcurría una renovación profunda de las industrias culturales y creativas en muchos aspectos: se modificaba su estructura industrial, se expandían los mercados mundiales, se incorporaba la digitalización a la producción y apropiación de los bienes simbólicos, se cambiaban dramáticamente los modos de circulación tradicionales aumentando las posibilidades de internacionalización de las expresiones culturales locales, se animaban los procesos de importación y exportación de bienes culturales a la vez que se reformaban los marcos regulativos nacionales e internacionales, por ejemplo los referidos a la propiedad y los derechos de autor.

Las convenciones internacionales, particularmente las promovidas por la UNESCO, han contribuido a la internacionalización de la producción cultural dentro de parámetros que suelen ir más allá de los determinados simplemente por el mercado. Muchas expresiones culturales populares colombianas han tenido una recepción muy interesante en escenarios internacionales que hasta hace unos años no frecuentaban como grupos de músicas tradicionales, cantadoras/es populares, creadores indígenas, jóvenes artistas de barrios populares o de sus diferentes regiones.

No son posibles músicas sin referentes

Si bien el contexto internacional ha tenido una gran importancia hay señas decisivas que provienen en las dinámicas propias, de los signos de identidad nacional, es decir, de los acentos más territoriales. En otras palabras: la internacionalización de la cultura nace muchas veces de los procesos más locales y de lugares y experiencias tan entrañables como desconocidas. No es posible pensar el desarrollo del cine colombiano sin estos arraigos particulares o la vitalidad de rock nacional sin la convocatoria internacional de Rock al Parque, ni la presencia internacional del reguetón colombiano y de sus grandes figuras como J. Balvin o Carol G sin las particularidades culturales de Medellín,[13] ni las proezas excepcionales de la experimentación coreográfica del Colegio de Cuerpo sin su diálogo con la corporeidad, la sensibilidad y las estéticas de una danza que interactúa con los trazos más profundos de la vida social en Cartagena de Indias.

No es posible el reconocimiento de la producción audiovisual colombiana para televisión o para plataformas como Netflix o HBO, sin la recurrencia a las realidades que vive el país, así la creatividad las transforme o inclusive las exagere, ni conmoverse con géneros como la cumbia, hecha también en México o en las barriadas populares argentinas, sin vincularla al sentido del baile y la fiesta como también con los sufrimientos de regiones azotadas por formas de violencia a las que enfrentan con un sentido comunitario de una enorme resiliencia.

Entre 2018 y 2019, el sector editorial creció un 4.6% y en ese último año se publicaron 19.996 títulos y se produjeron cerca de 40 millones de ejemplares, con un 4.7% destinados al mercado internacional

Pero estas conexiones no se encuentran solamente en las manifestaciones culturales populares, barriales o étnicas, sino también y de una manera muy vívida e interesante en expresiones artísticas, propuestas experimentales y manifestaciones culturales innovadoras. De esta manera muchas expresiones culturales colombianas de las artes visuales, la música, la danza, el teatro, el cine o lo audiovisual que circulan en centros mundiales especializados también llevan esta marca, sin caer en nacionalismos limitantes, pero si nutriéndose creativamente de los problemas que circulan en el país, como de los dinamismos que se viven en sus territorios mas recónditos o en sus comunidades más aisladas.

Los caminos de la internacionalización cultural de Colombia son muy variados. Van desde el fortalecimiento de su economía cultural y creativa hasta la definición de políticas públicas en los Ministerios de Cultura, Relaciones Exteriores y Comercio y Turismo, la actividad de instituciones del Estado como Proimágenes o Procolombia, los programas de cooperación internacional y la labor de centros culturales y embajadas. Y además de grandes redes formales e informales de relaciones promovidas por los propios creadores, organizaciones culturales, ciudades, contactos solidarios, festivales e instituciones educativas.

El desarrollo de las industrias culturales y creativas en el siglo XX fue decisivo para la internacionalización de la cultura. Cuando a fines de los 90, se inició el proyecto de Economía y cultura del Convenio Andrés Bello, respaldado por el Ministerio de Cultura y la Cooperación Española[14], se constató la evolución y asimetría de las industrias, la incorporación de las iniciativas privadas en ciertos sectores como el audiovisual, la música y el editorial, la conformación de empresas culturales, la evolución del empleo y el consumo cultural, el aporte de estas industrias al PIB y los niveles logrados de exportación de bienes culturales. A todo ello se sumó el avance del país en políticas culturales, el fortalecimiento de la institucionalidad cultural, la creación del Sistema Nacional de Cultura y los instrumentos de medición cultural como la encuesta de consumo cultural o la cuenta satélite de cultura, que permitieron observar en detalle la transformación de las industrias culturales y su participación en los escenarios internacionales.

Bailar cumbia en Estocolmo

La concesión del Premio Nobel de Literatura al escritor colombiano Gabriel García Márquez en 1982 fue un parteaguas en la internacionalización cultural de Colombia[15], por el significado global de la distinción, como por la manera como el país celebró en Estocolmo el premio con música de cumbia acompañada de tambores y flautas de millo, vestidos que emparentaban con el liqui liqui tropical que vistió el premiado en medio de los trajes negros de ceremonia y danzas alegres que contrastaban el formalismo del banquete palaciego con los modos tradicionales de celebración de un país en fiesta.

Ya para entonces los escritores significaban una presencia cultural fundamental en el exterior y la industria editorial despegaba hasta desafiar a los centros habituales de la publicación en español. Entre 2018 y 2019, el sector editorial colombiano creció un 4.6% y en ese último año se publicaron 19.996 títulos y se produjeron cerca de 40 millones de ejemplares, con un 4.7% destinados al mercado internacional, un porcentaje que se aumenta con las ediciones de autores nacionales en editoriales internacionales. En el mismo 2019, las ventas por canales electrónicos crecieron un 25.3%.[16]

A comienzos del 2000 se estrenaron 8 películas colombianas, mientras que veinte años después, en el 2021 y en medio de la pandemia, se estrenaron 30.[17] Las leyes de cine, una de las cuales promueve exenciones a la producción internacional en Colombia, el trabajo consistente de Proimágenes con los distintos momentos y actores de la cadena de valor, el apoyo a la circulación del cine en los principales festivales internacionales y el énfasis en la formación, son políticas que han fructificado en producciones cinematográficas de calidad.

La creación musical colombiana ofrece una diversidad impresionante. La escena internacional es frecuentemente impactada por intérpretes populares, por su maestría instrumental y el desarrollo de géneros como el vallenato, la cumbia, el joropo, los bambucos, la champeta, la salsa o recientemente el reguetón, que solo componen una parte de su rico paisaje sonoro. Este panorama está acompañado de figuras de la música clásica como Andrés Orozco Estrada, director de la Orquesta Sinfónica de Viena, el violonchelista Santiago Cañón o la soprano Betty Garcés así como de compositores y grupos de música experimental que actúan en el exterior. El trabajo ya consolidado de instituciones público-privadas como el Teatro Mayor o públicas como la Orquesta Sinfónica o la Orquesta Filarmónica de Bogotá, así como el aporte pedagógico de universidades, conservatorios y centros de formación musical han sido fundamentales en la presencia cultural internacional de Colombia. Festivales como el Iberoamericano de Teatro, el Carnaval de las Artes en Barranquilla, el Festival de Cine de Cartagena, el Festival de la Imagen de Manizales, el Festival Gabo de Periodismo o el Petronio Álvarez en Cali, o los más recientes de Música y el Hay festival de Cartagena, carnavales como el de Barranquilla o el de Negros y Blancos en Pasto, han sido centrales en la internacionalización cultural del país.

El turismo es uno de los campos importantes de la proyección internacional de Colombia, hasta el punto de que en el 2019, se superaron todas las previsiones de afluencia de visitantes extranjeros al país. ProColombia ha publicado “COcrear, COnectar y COnservar, Manual ilustrado para guías de turismo de cultura en Colombia”, un texto que une el turismo con la cultura, en un recorrido por las diferentes macro regiones del país y que ganó recientemente un premio en la Fitur de Madrid.

Aún queda mucho camino por recorrer para enriquecer el diálogo constructivo de Colombia en el exterior. Pero las montañas dejaron de ser una barrera no sólo física sino simbólica, porque las expresiones diversas de su vida cultural tienen la suficiente fuerza y argumentos para atravesarlas. Y lo han hecho.

NOTAS

[1] “Gabo le dijo no al Mincultura”, En: El Tiempo, Bogotá, 22 de junio de 1997.

[2] Casimiro Eiger. Crónicas de Arte colombiano, 1946-1960, Mario Jursich (compilador), Bogotá: Banco de la República, 1995.

[3] “Ernesto Volkening, un pensador colombiano”, Gerardo Ardila, Bucaramanga: Revista Encuentros, 2021.

[4] Marta Traba en facsímil, Fernando Zalamea, Bogotá: Universidad Nacional de Colombia, Rectoría, Colección Apuntes Maestros, 2014.

[5] “Crestomanía Ungariana (Veintiocho notas sobre y -en torno a- la biblioteca de Hans Ungar”, Mario Jursich, Boletín cultural y bibliográfico, Banco de la República, Bogotá, Vol 51, N° 92, 2017.

[6] Hans Rother, Arquitecto Leopoldo Rother, Bogotá: Fondo Editorial Escala, 1984.

[7] Tania Maya, Karl Brunner o el urbanismo como ciencia del detalle, Revista Bitácora Urbano Territorial, Universidad Nacional de Colombia, Bogotá, Volumen 1, N° 8, enero-diciembre 2004, pp. 64-71.

[8] Juan Antonio Roda, Habitar la pintura, Biblioteca Luis Ángel Arango, Bogotá, 1992.

[9] Son numerosos las publicaciones de viajeros que han visitado a Colombia y hablado de ella, entre los que se pueden mencionar a Cochrane, Hamilton, Stuart, Humboldt, Jean Baptiste Boussingault, Augusto Le Moyne, Theodore Mollien, Charles Saffray, Edouard Andre, Charles Empsom, Alphons Stube, Trautwine o Candelier entre muchos otros.

[10] Beatriz González Aranda, Manual de arte del siglo XIX en Colombia, Presentación: Germán Rey, Bogotá: Ministerio de Cultura, Biblioteca Nacional de Colombia, 2017.

[11] Dinámica de la migración colombiana a Venezuela en las últimas décadas, Alcides Gómez y Flérida Rengifo, En: Colombia-Venezuela, Agenda común para el siglo XXI, Socorro Ramírez y José María Cadenas (editores), IEPRI Universidad Nacional de Colombia y Universidad Central de Venezuela, 1999, páginas 319-361.

[12] Dinámica de la migración colombiana a Venezuela en las últimas décadas, Alcides Gómez y Flérida Rengifo, En: Colombia-Venezuela, Agenda común para el siglo XXI, Socorro Ramírez y José María Cadenas (editores), IEPRI Universidad Nacional de Colombia y Universidad Central de Venezuela, 1999, páginas 319-361.

[13] Carolina Sanín, Un elogio del reguetón, En: Revista Arcadia, N°176, Bogotá, 30 de septiembre al 31 de octubre de 2019, páginas 11-15.

[14] Varios autores, Impacto Económico de las Industrias culturales en Colombia, Convenio Andrés Bello, Bogotá, 2003.

[15] “Cuando Colombia se volvió Macondo”, Documental de Gloria Triana y Álvaro Perea, Señal Colombia y Bright Pictures (Suecia), 2018. https://www.rtvcplay.co/peliculas-documentales/cuando-colombia-se-volvio-macondo

[16] Estadísticas de la Cámara Colombiana del Libro.

[17] Cifras de los Informes anuales de Proimágenes sobre la situación del cine colombiano.

Profesor e investigador colombiano.