Tiempo de lectura: 8 min.

Milan Kundera. Narrador, ensayista, poeta, Kundera nació en Brno en 1929 (actual Chequia). Después de la II Guerra Mundial se afilió al Partido Comunista, del que fue expulsado dos veces. Tras la invasión de Praga, sus obras fueron prohibidas en su país. Eterno candidato al Nobel, en 1975 se trasladó a Francia donde vivió hasta su muerte en julio de 2023.


Avance

«Quiero recalcar una vez más esto: es en la frontera oriental de Occidente donde, más que en ninguna parte, se percibe a Rusia como un anti-occidente», escribe Milan Kundera en su ensayo Un Occidente secuestrado. Lo publicó en los ochenta, pero la actual guerra en Ucrania lo devuelve a la actualidad junto con una profunda reflexión sobre lo que es Europa, qué es lo que puede mantener vivo cierto espíritu europeo y el destino de este.

MIlan Kundera: Un Occidente secuestrado. La tragedia de Europa Central. Tusquets, 2023

Diferencia Kundera en su obra las tres Europas: una de ascendencia romana, alfabeto latino y vinculada a la Iglesia católica; otra marcada por Bizancio, la Iglesia ortodoxa y de alfabeto cirílico; y otra que, tras la II Guerra Mundial, apareció con el desplazamiento de la frontera entre las anteriores hacia el Oeste. El resultado, naciones que siempre se habían considerado occidentales se despertaron un buen día en el Este, se sintieron secuestradas. La lucha por su existencia y su diversidad se jugaba en el corazón de Europa. Aquellas pequeñas naciones querían ser la imagen condensada de Europa y de su variada riqueza, un modelo en miniatura de la Europa de naciones concebida en esta regla: «la máxima diversidad en el mínimo espacio. ¿Cómo podía no horrorizarle a Rusia que, frente a ella, se basaba en la regla contraria, la de la mínima diversidad en el máximo espacio?».

Más que fronteras, lo que define esa zona geográfica es el hecho de compartir vivencias parecidas y un destino común incierto. Para escapar de él, para resistir, esas pequeñas grandes naciones —al igual que la pequeña nación por excelencia, la de los judíos—  echaron mano de la cultura. Pero había un problema: esta, que había sustituido a la religión como aglutinante y sello de los valores europeos, estaba en silenciosa retirada en las grandes potencias. «Del mismo modo que antaño Dios cedió su lugar a la cultura, la cultura, a su vez, cede hoy el suyo». Contra esa cesión, las pequeñas naciones centroeuropeas ofrecieron la resistencia de su identidad no solo nacional sino europea; dicho de otra manera, defendieron su occidentalidad. Como escribe el filósofo Alain Finkielkraut al recordar este artículo: «Europa o la nación, decía yo antes de leer a Kundera. Y al leerle aprendí que Europa y la nación podían ser una y la misma causa».


Artículo

¿Qué es sentirse europeo? ¿Se puede sentir Europa? Como ocurre con las vivencias, que se perciben de forma más nítida cuando se adquiere conciencia de su terminación o de su próximo fin, ese sentimiento se hizo presencia explícita, grito, cuando en el otoño de 1956, ante la ofensiva rusa contra Budapest, el director de la agencia de prensa de Hungría lanzó al mundo un mensaje desesperado: «Moriremos por Hungría y por Europa». Él murió, pero la pregunta no. Quedó resonando en la cabeza del escritor checo Milan Kundera que décadas después, en 1983, escribió una respuesta posible en forma de artículo. Lo tituló Un Occidente secuestrado. La tragedia de Europa central y se publicó en Le Débat. Tuvo una repercusión inaudita y su eco no se ha apagado del todo: en forma de libro, Tusquets lo ha vuelto a poner en circulación en 2023.

Las tres Europas y las «pequeñas naciones»

Kundera habla de las tres Europas que surgieron después de la Guerra Mundial: la Occidental, la Oriental y la situada geográficamente en el centro, «culturalmente en el Oeste y políticamente en el Este, la más complicada de las tres». La explicación es que la Europa geográfica comportaba dos Europas: una de ascendencia romana, alfabeto latino y vinculada a la Iglesia católica y otra marcada por Bizancio, la Iglesia ortodoxa y de alfabeto cirílico. Tras 1945 «la frontera entre esas dos Europas se desplazó unos pocos cientos de kilómetros hacia el Oeste y algunas naciones que siempre se habían considerado occidentales se despertaron en un buen día y constataron que se encontraban en el Este». Ese es el secuestro que el escritor lleva al título de su ensayo.

Polonia, Chequia, Hungría… Se trata de naciones históricamente exhaustas que «arrinconadas por un lado por los alemanes y por el otro por los rusos, en la lucha por su supervivencia y por su lengua consumieron demasiadas fuerzas […]. Así, después de la Primera Guerra mundial, Europa central se transformó en una zona de pequeños y vulnerables estados cuya debilidad permitió las primeras conquistas de Hitler y el triunfo final de Stalin». Ni siquiera Austria, capital de un imperio de otros tiempos, pudo resistir esa dicotomía existencial y fue sacudida en 1938, en los albores de la Segunda Guerra mundial.

«¿Qué es Europa central?», se pregunta Kundera: «Es esa cierta zona de pequeñas naciones entre Rusia y Alemania». Y repregunta: «¿Que es una pequeña nación?». Su definición: «Aquella cuya existencia puede ser cuestionada en cualquier momento, aquella que puede desaparecer, y lo sabe. Un francés, un ruso o un inglés no suelen hacerse preguntas sobre la supervivencia de su nación. Sus himnos no hablan más que de grandeza y de eternidad. Ahora bien, el himno polaco empieza con este verso: “Polonia aún no ha perecido…”».

Centroeuropa, cultura y destino

Siguiendo con las preguntas: ¿por qué son importantes? Porque todas ellas juntas, e independientemente de sus límites fronterizos, constituyen una cultura y un destino, serían la parte por el todo, la avanzadilla que permite leer, en su devenir, el futuro de Europa y de Occidente.

Kundera no le da demasiado valor a esas fronteras políticas «inauténticas, siempre impuestas por invasiones, conquistas y ocupaciones», porque lo que define al conjunto centroeuropeo «son las grandes situaciones comunes que reúnen a los pueblos y los agrupan cada vez de manera diferente, dentro de fronteras imaginarias y siempre cambiante, en cuyo interior subsisten la misma memoria, la misma experiencia, la misma comunidad de tradición».

Esa vivencia que comparten las pequeñas naciones es la sensación de vivir en la cuerda floja, de no haber perecido aún —como decía el himno polaco—, pero poder hacerlo en cualquier momento. Bajo el yugo de una existencia amenazada y en entredicho, su identidad se revuelve, se reafirma, se proyecta en manifestaciones diversas de algo que les une y les libera: la cultura, o mejor, un sentido profundo, radical y vital de cultura. En efecto, Kundera pasa revista en su libro a la buena nómina de creadores y creaciones engendrados en la zona geográfica de la que trata: Schönberg y Béla Bartok, Kakfa y Hasel, Broch, Musil. Gombrowicz, Schulz, Witkiewicz, Freud, Husserl, Joseph Roth, Danilo Kiš… Muchos representantes de esa gran cultura centroeuropea son judíos y marcaron con su genio, por encima de luchas nacionales, el devenir de las artes, el pensamiento… «Los judíos han sido en el siglo XX el principal elemento cosmopolita e integrador de Europa central, su argamasa intelectual, condensación de su espíritu creador, de su unidad espiritual. Por eso los amo y me aferro a su legado con pasión y nostalgia, como si fuera mi propio legado personal […]. ¿Que son los judíos sino una pequeña nación, la pequeña nación por excelencia?» En su sino, Kundera ve reflejarse el destino centroeuropeo, un sino unido indefectiblemente a la cultura.

Desaparición de la religión, dimisión de la cultura

Durante siglos la unidad de Europa se apoyó en una religión común, vertebradora que dio paso, por sustitución, a la cultura. Esta «se convirtió en la materialización de los valores supremos con los que la humanidad europea se comprendía, se definía, se identificaba […]. Del mismo modo que antaño Dios cedió su lugar a la cultura, la cultura, a su vez, cede hoy el suyo». Último baluarte de esa noción aglutinadora de cultura, Centroeuropa se revuelve como se revolvió el director de la agencia de noticias húngara: ahí se grita y se tiene conciencia de pérdida. ¿Qué pasa en el resto de Europa? «La desaparición del foco cultural centroeuropeo fue, ciertamente, uno de los mayores acontecimientos del siglo para toda la civilización occidental. ¿Cómo es posible que haya permanecido inadvertida e innominada? Mi respuesta es sencilla: Europa no se ha dado cuenta de la desaparición de su gran foco cultural porque ya no siente su unidad como unidad cultural».

Hay una anécdota que es reveladora al respecto. Cuando Kundera marchó a Francia, algunos años después de la invasión de Praga por los tanques rusos, intentaba explicar escandalizado el ataque a la cultura que se estaba librando en su país: «¡Han liquidado todas las revistas literarias y culturales! ¡Todas, sin excepción!”. Su vehemencia contrataba con la impasividad de sus interlocutores y, al final, entendió el porqué: «Si en Francia o en Inglaterra desapareciera en todas las revistas, nadie se daría cuenta. En París, incluso en un entorno muy culto, durante la cena se hablaba de los programas de televisión, y no de las revistas. Porque la cultura ya ha cedido su lugar. Su desaparición, que nosotros vivimos en Praga como una catástrofe, como un choque, como una tragedia, se vive en París como algo banal e insignificante, como algo apenas visible, como un no acontecimiento».

De vuelta a la actualidad

El pequeño ensayo de Kundera se ha vuelto a publicar en febrero de 2023, coincidiendo con el primer aniversario de la guerra de Rusia contra Ucrania y pocos meses antes de la muerte del escritor. Teniendo ya esas bazas para encontrar su hueco en la actualidad, lo que verdaderamente destaca es la vigencia de sus argumentos. Por ejemplo: «Quiero recalcar una vez más esto: es en la frontera oriental de Occidente donde, más que en ninguna parte, se percibe a Rusia como un anti-occidente». Y trae un documento excepcional a sus páginas, la carta que el historiador y político checho František Palacký dirigió en 1848 al Parlamento revolucionario de Frankfurt. En ella justificaba la existencia del Imperio de los Habsburgo por ser el único baluarte posible a la hora de contrarrestar la potencia y ambición rusas. «Palacký pone en Guardia contra las ambiciones imperiales de Rusia que intenta convertirse en “monarquía universal”, es decir, que aspira a la dominación mundial. La “monarquía universal de Rusia”, dice Palacký, “sería una desgracia inmensa e indecible una desgracia sin medida y sin límites”».

Otra idea rescatable y muy valiosa del historiador checo que a Kundera le interesa señalar es la idea de Europa central como «el hogar de naciones iguales que, con respeto mutuo, al abrigo de un Estado común y fuerte, cultivaran sus diversas originalidades». Un ideal, un «sueño» en palabras de Kundera, que «no ha dejado de ser poderoso e influyente. Europa central quería ser la imagen condensada de Europa y de su variada riqueza, una pequeña Europa archieuropea, modelo miniaturizado de la Europa de naciones concebida en esta regla: la máxima diversidad en el mínimo espacio. ¿Cómo podía no horrorizarle a Rusia que, frente a ella, se basaba en la regla contraria, la de la mínima diversidad en el máximo espacio?». ¿Cómo conjugar la pasión por la diversidad de Europa y de Europa central, más concretamente, con la pasión «uniformadora y centralizadora» de Rusia que «transformaba con temible determinación a todas las naciones de su imperio (ucranianos, bielorrusos, letones, lituanos, etc.) en un solo pueblo ruso? No hubo conjugación posible, al menos pacífica, y sigue sin haberla, a juzgar por la invasión de Crimea y la entrada de las tropas rusas en Ucrania en febrero de 2022. Hasta ese punto toca la actualidad la obra de Kundera. Una obra que desde su misma concepción fue relevante, reveladora, e hizo caer del guindo a intelectuales como Finfielkraut que en la obra donde da cuenta de su itinerario personal, En primera persona escribe: «¡Qué shock! Yo que, escaldado por los cataclismos del siglo XX, tenía por sospechosas todas las patrias carnales, con la excepción de Israel, caía del guindo […]. Europa o la nación, decía yo antes de leer a Kundera. Y al leerle aprendí que Europa y la nación podían ser una y la misma causa».

Periodista cultural