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En este libro los lectores volvemos a encontrarnos con la voz, esta vez romanizada, del joven de gran experiencia, y muchas veces premiado, escritor Insausti. En él, el poeta va tratando, uno por uno, los temas esenciales de la literatura clásica: el arte frente a la naturaleza, la exaltación de la juventud, el deseo y la violencia, la verdadera sabiduría y la sabia ignorancia, el destino y la muerte. Pero sabe incorporar a esa voz horaciana una visión moderna, donde la ironía más elocuente y pomposa se mezcla con el humor más campechano; así, por ejemplo, al tratar el casi sagrado tema de la amistad para los romanos, exalta las horas, las fiestas, las batallas, las vidas compartidas, pero acaba aclarando a su interlocutor: «Que esto no nos baste, qué desgracia». Junto a desplantes de este estilo conviven en los poemas, en perfecta amistad, versos absolutamente memorables («Detesto la embriaguez de la memoria», «La desgana invencible del incrédulo», «La hermosura nos hace duraderos») y adjetivos conduntendes («honores suculentos», «altos enigmas», «gélidos tratados», «flechas sediciosas»), que dan al texto gran frescura y la luminosidad del mármol. Hay mucho de ejercicio literario en este libro, como reconoce la honestidad del propio autor – «De este oficio verbal que me he propuesto»-, en donde los quince versos que tiene cada uno de los cincuenta y un megalíticos poemas sólo se ven entorpecidos por alguna que otra cita, y por el subtítulo y dedicatoria de alguno de los poemas. Comentaba el poeta Miguel d’Ors, en frase ampliamente citada y que, por cierto, procede de una reseña de 1994 que le dedicaba al propio Insausti, que del laberinto de la poesía de la experiencia sólo se podía salir por medio de la experiencia de la poesía: ese propósito es el que ha intentado llevar a cabo Gabriel Insausti en este poemario, donde hace realidad los proféticos autugios d’orsianos de hace siete años.

Escritor. Premio Luis Cernuda de Poesía, 1998