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Cuando Antonio Fontán de la Orden, padre del homenajeado, en compañía de unos amigos, fundó Radio Sevilla, Antonio Fontán Pérez Capenas tenía un año de edad. Esto sucedía en 1924. El 14 de noviembre de aquel mismo año, Radio Barcelona, que había obtenido la primera licencia de España para emitir en onda media, comenzó su primera programación estructurada al modo de los pioneros de la radio en otros países.

Sin embargo, desde al menos abril de aquel año, Radio Sevilla y, desde Madrid, Radio Ibérica, ya emitían con calidad técnica suficiente para que sus señales fueran captadas con nitidez no sólo en España sino, gracias a la ausencia de interferencias, desde miles de kilómetros más allá de nuestras fronteras.

Antonio Fontán Pérez hubo de escuchar los primeros conciertos de piano que la emisora de su padre retransmitía a eso del anochecer, y que día a día ganaron una audiencia muy fiel.

Pero gracias a la empedernida costumbre de las Administraciones de exigir licencias para la radiodifusión, ni Antonio Fontán de la Orden ni sus conciudadanos de Sevilla pudieron disfrutar del reconocimiento de haber puesto en marcha la primera emisora de radio española, toda vez que, a pesar de tener títulos más que suficientes para ello, esos primeros meses de «retransmisiones pioneras» habían de quedar subordinadas al numeral de la concesión. Y Radio Sevilla, con un EAJ número 5, vio relegada su anticipación en beneficio de Radio Barcelona, más remolona en la emisión pero titular de un espectacular EAJ 1. De una familia radiofónica donde las hubo, Antonio padre, en unión con otros radiodifusores españoles, fundó Unión Radio, de la que serta su vicepresidente y uno de sus accionistas principales.

No es momento de glosar los emocionantes, a veces turbulentos, años vividos por la radio española en aquellas décadas. Pertenecen a la memoria colectiva. La radio es compañera, y una vivencia personal, aunque en sus comienzos tuviera algo de mágico y fuese frecuente compartir los momentos de su escucha con la familia o con los amigos. Por ello, cada uno guarda de ella sus propias vivencias, a veces entreveradas con los momentos más significativos o los recuerdos más señalados de su vida.

Antonio Fontán Pérez ha desarrollado su vida profesional en campos muy alejados de la radiodifusión. En parte, porque su hermano menor, Eugenio, ha dedicado a ella la suya por entero. Pero a pesar de los latines y la docencia, de la política y el estudio, Antonio Fontán es una figura de primera magnitud en la historia de la radio española. Permítanme unos detalles que pondrán de manifiesto lo que aquí sostengo.

Unión Radio, el germen de lo que luego sería la Sociedad Española de Radiodifusión -la SER-, nació como fruto de la asociación de unos intrépidos empresarios, entre los que figuraba su padre, don Antonio Fontán de la Orden. Su primer responsable fue Ricardo Urgoiti, al que los historiadores de la radiodifusión española deberían reconocer el papel de primer promotor de la radio en España. Urgoiti, que era un hombre extraordinario, padeció los avatares de la guerra, que inevitablemente dividió la naciente cadena entre los dos bandos enfrentados.

A partir de 1940 tomó el relevo de Urgoiti don Virgilio Oñate, y fue él quien trabajando durante más de veinte años consolidó lo que desde entonces ha sido la mayor empresa radiofónica española y una de las más importantes de Europa.

Durante buena parte de aquellos años, hasta su muerte, Antonio Fontán padre ejerció como vicepresidente de la SER. A su fallecimiento, le sustituyó como consejero Antonio Fontán Pérez. Pero fue a partir de la retirada de Oñate, hacia 1962, cuando Antonio Fontán Pérez comenzó a manifestar su influencia en la SER. Primero, apoyando a su hermano Eugenio en la configuración de una red de emisoras que cubriese totalmente la geografía española. En aquel momento el gobierno de Franco estaba embarcado en la tarea de crear una potente cadena radiodifusora pública, que saturase el dial de los españoles no sólo mediante la emisión obligatoria de los partes de noticias por todas las emisoras, públicas o privadas, sino incluso por la simple saturación radioeléctrica. A Radio Nacional se añadieron la red de emisoras del Movimiento, Radio Juventud y otras. Pronto las mejores frecuencias -las de mayor alcance- fueron sustraídas a la SER y a las emisoras más veteranas. Simultáneamente, las radios públicas vieron decuplicadas sus potencias de emisión en relación con las de la SER o las de la naciente Radio Popular.

Negada la expansión geográfica y limitada la potencia y el alcance de sus emisoras, la SER tuvo que ingeniárselas para mantener el liderazgo de audiencia. Para ello, recurrió a los mejores profesionales de la época, algunos de ellos extranjeros, que contribuyeron a renovar la programación. Y todo ello con recursos propios. Antonio, ya embarcado de lleno en el periodismo profesional, participó activamente en el impulso de renovación del panorama radiofónico de aquellos años.Y, mediante la compra de las acciones que antaño fueron de Oñate, se convirtió además en uno de los accionistas de referencia de la SER. A su consejo aportó su prestigio profesional y personal, respaldando, cuando no promoviendo, algunas de las ideas con las que su hermano Eugenio renovó la oferta radiofónica de entonces. Uno de los mejores planteles de profesionales que ha tenido nunca la radio española alumbró y consolidó en aquella época algunos de los más inolvidables y exitosos programas de la radio española: «Mediodía Cadena SER», «Carrusel Deportivo», «El Gran Musical», «Los 40 Principales y tantos otros».

Dicen los artistas que se puede morir de éxito; en el caso de la SER y de la radio privada española, fue sin duda su éxito el que pudo matarla. Durante décadas, y con señaladas excepciones, la radiodifusión en los países más importantes de Europa ha sido una historia de grandes cadenas públicas en régimen de monopolio. Estas cadenas ofrecían programas de calidad, y por supuesto, informativos excelentes; pero no existía la radio privada. Y en este sentido, España era la excepción: en el país entonces menos libre de Europa occidental, la empresa pública, Radio Nacional, había de conformarse con ser minoritaria en audiencia, ampliamente superada (no obstante algunos de sus programas verdaderamente excelentes) por la radio privada.

Una de aquellas «mentes preclaras» que nos gobernaban por entonces decidió que, puesto que la audiencia optaba por las emisoras privadas, la solución pasaba por nacionalizar éstas. Con esta decisión del ministerio de Información y Turismo de nacionalizar la radio privada española, se abrió el abismo de los peores temores que, a duras penas, se habían venido sorteando desde hacía décadas. En España no había prensa libre y reinaba la censura, pero la radio, por su cualidad de compañera, por su vocación de entretener y por su renuncia a informar más allá de los acontecimientos sociales y deportivos, había podido mantener un pequeño reducto de ingenio, frescura y espontaneidad. Y ahora quedaba amenazado también ese pequeño espacio, casi virtual, de iniciativa y de creatividad.

A ese desafío respondieron con toda su ingenio las radios privadas, recabando apoyos sociales tan amplios como les fue posible, con objeto de reducir la acción estatalizadora a un porcentaje minoritario del capital de la empresas de radio que emitían en Cadena. La SER y Radio Popular fueron las más perjudicadas (aunque no las únicas), pero tanto una y otra trataron de conservar su independencia, recurriendo a cuantos argumentos cabe imaginar. Al final, el ministerio consintió en reducir su pretensión a un mero 25% del capital social, en vez de la totalidad que perseguían. Este porcentaje ha sido mantenido por el Estado español hasta 1988; pero esto es otra historia, porque nuestro protagonista hoy es Antonio Fontán y en este año él ya no formaba parte de la SER. Un 25% en manos del Estado era mucho (fue nacionalizado sin compensación económica, como requisito legal para emitir en cadena) pero, a la vista de las circunstancias, pudo considerarse una victoria de los negociadores.

Los Fontanes -Antonio y Eugenio- y los Garrigues -Antonio y su hijo Joaquín-, junto con un puñado de colaboradores, salvaron la empresa y mantuvieron este reducto de libertad. Porque de libertad empresarial se trataba, pero también de libertad de expresión, pues a medida que el régimen franquista se fue debilitando, las emisoras de radio -con la SER al frente- transformaron el panorama informativo español.

Así, conociendo la creciente demanda de actualidad y de información que latía ya entonces en nuestro país, los Fontán, arropando a los jóvenes periodistas que nutrían entonces la plantilla de la SER, abrieron una puerta de frescura y libertad a las ondas. Y comenzaron los informativos de la SER. Y llegó «Hora XXV» y la gavilla de Informativos en cadena: a las 8 de la mañana, a las 20 horas, hasta cubrir poco a poco toda la oferta, limitando la conexión obligatoria con el noticiario público a los pocos minutos que marcaba el reglamento.

Nunca la SER hubiese podido abordar este reto, cuyo alcance político reconocerán aquellos que lo vivieron, si en su consejo de administración no se hubieran sentado los hermanos Fontán. Un tercer protagonista inolvidable, Joaquín Garrigues Walker, aportó su entusiasmo vital y su creatividad.

Otra contribución inestimable de Antonio Fontán se produjo en uno de los momentos más inquietantes y desconocidos de la historia de la radio española. En la década de los años setenta, se había desarrollado en Estados Unidos una innovadora tecnología de transmisión orientada a la cobertura local, de mediano alcance (entonces muy inferior a la de onda media) pero que favorecía una mayor calidad de sonido. Era la frecuencia modulada. En aquel entonces, la inexistencia de receptores no permitía albergar grandes esperanzas en su consolidación, pero el inefable ministerio de Información y Turismo decidió que la radio privada abandonara la onda media y empezara a emitir en frecuencia modulada.

Antonio Fontán propugnó una solución que encontró rápida acogida: la sustitución sería progresiva y se llevaría a cabo en varios años. Así, la SER y el resto de emisoras privadas invirtieron en duplicar su red de transmisión. Pero en vez de simultanear los programas en ambas, Antonio propuso diseñar un programa específico y diferenciado para la FM. Su hermano Eugenio, buen conocedor de la programación norteamericana, contrató a uno de los más innovadores creativos de aquel mercado: Rick Sclarck, el creador de la fórmula «Top Forty ». Así nacieron en España «Los 40 Principales», que en manos de Tomás Martín Blanco, Manuel Revert y otros abrieron un mercado inédito en nuestro país: el de la radio musical especializada.

Naturalmente, con una audiencia juvenil ávida y entusiasmada, la primitiva idea de eliminar la radio de onda media y pasarla a FM quedó totalmente desechada. Las cadenas privadas lograron así desdoblar su programación, consolidando su negocio y manteniendo incólume su cobertura de noticias e información.

Los dos últimos apuntes. En España, como es bien sabido, la radio ha estado siempre sometida a un régimen de gestión indirecto. Las emisoras requieren una concesión del Estado, que además otorga la frecuencia y fija los parámetros técnicos bajo los que podrá operar. Esto restringe enormemente las posibilidades de acceder a una emisora. Fue así en el régimen político anterior, y con escasas diferencias fue recibido en nuestro sistema constitucional.

Pues bien, cuando Antonio Fontán y Joaquín Garrigues, en los primeros años de la transición, ocuparon puestos de relevancia en el Gobierno de la nación, la SER no obtuvo privilegios ni concesiones especiales en las nuevas licencias que se otorgaron. Incrementaron su cobertura, como la COPE y otras, pero fueron otros grupos emergentes los que más se beneficiaron. Así, aparecieron cadenas que posteriormente se convertirían en competidores importantes: Antena 3, la Rueda Rato (luego vendida a la ONCE), Radio 80, Radio 16, Radio El País y otras muchas. Incluso medios de comunicación que renunciaron a su explotación, como ABC, recibieron emisoras. Pero aquello corresponde a un periodo de ilusión y libertad que otros, con mayor conocimiento y más arte podrán glosar en estas páginas.

Una de aquellas cadenas, perteneciente a uno de los grupos más ambiciosos, obtuvo concesiones en las principales ciudades españolas. Apoyada en su buque insignia, un periódico de prestigio y gran tirada, diseñó un modelo de radio muy audaz. El experimento fracasó, pero sólo para resurgir posteriormente de otra manera más contundente. Este grupo mediático, en plena sintonía política con el Gobierno surgido en las urnas en las elecciones de 1982, apoyándose en el inestimable paquete accionarial que aquella lejana nacionalización había dejado en manos del Estado, perfeccionó un plan maestro para hacerse con la principal cadena de radio española, que era la SER. Y se produjo una curiosa carambola, porque los antiguos aliados de los hermanos Fontán tenían el patrimonio quebrado y fueron presa fácil. Sumando a este paquete de acciones las del Estado, hacerse con el control de la SER fue sólo una cuestión de tiempo.

Finalmente, en 1984, sesenta años después de aquellos experimentos que alumbrara su padre desde Radio Sevilla, y tras un año de duras presiones, se comenzó a cerrar parcialmente el ciclo del que venimos hablando. Antonio Fontán y su hermano Eugenio abandonaron la SER, pero ni la radio ni los profesionales que trabajaron con ellos los habrán olvidado.

Sirvan estas líneas para recordar su contribución a la radio española.