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Samuel Gregg es director de Investigación en Acton Institute, que –según Wikipedia– es una institución estadounidense de investigación y educación, cuya misión declarada es «promover una sociedad libre y virtuosa caracterizada por la libertad individual y sostenida por principios religiosos». Su trabajo apoya la política económica de libre mercado enmarcada dentro de la moral judeocristiana. Se ha descrito al instituto alternativamente como derechista y libertario.

Gregg hace una aproximación valiosa al juicio cristiano sobre el dinero y las finanzas, teniendo en cuenta tanto la prolífica reflexión de los cristianos al respecto en el primer milenio y medio de nuestra era como las circunstancias económicas y financieras de nuestros días. El autor constata cómo a partir del siglo XVII el pensamiento teológico cristiano abandona la atención que prestó anteriormente a estos temas y la necesidad de reanudar y actualizar esa línea de pensamiento «dado el papel crucial que ahora desempeñan las finanzas en la economía global» (pp. 141 a 143). Desde las primeras páginas, el autor fija la necesidad de emitir un juicio moral sobre las conductas relativas al préstamo con interés y a la vez es capaz de discernir, con razonable acierto, qué fue el dinero en cada época histórica para así poder entender las razones morales de autores cristianos fiables sobre este tema en cada época. No se puede entender la postura cristiana sobre las finanzas si no se entiende que los autores eclesiásticos no hacían ciencia económica, sino que intentaban fijar un criterio moral sobre conductas concretas y que eso implicaba entender el significado de esas conductas en el sistema económico concreto de la época en que emitían su opinión.

La moral siempre fue un saber práctico

Gregg pone de manifiesto cómo algunos moralistas cristianos ayudaron al inicio y desarrollo de la ciencia económica, pero dejando muy claro que su intención era fundar juicios morales acertados y no el análisis abstracto de los hechos económicos, para lo cual se vieron obligados a entender de qué estaban hablando. Para el cristianismo la moral siempre fue un saber práctico, no una teoría abstracta de normas teóricas y universales. Si no se entiende esto, el estudio de la historia de las opiniones de los moralistas cristianos o de la doctrina de la Iglesia sobre cuestiones morales puede parecer el reino de la arbitrariedad y la volubilidad.

Ya en la introducción (pp. 13 a 40) Gregg precisa que «es necesario un entendimiento preciso de una práctica financiera dada antes de criticarla moralmente» (p. 19), y eso exige entender esa práctica en el contexto económico en que se produce. Aclara que los moralistas cristianos afrontaron su juicio de esas prácticas a partir de ciertos principios permanentes: «Los cristianos no pueden aceptar que el criterio de la conveniencia o la maximización de la utilidad sea el que prevalezca al tomar decisiones morales» (p. 22). Los cristianos «no pueden caer en la trampa de pensar que es aceptable escoger intencionadamente el mal con el fin de realizar el bien» (p. 23).

«Los mercados financieros no son en sí mismos estructuras de pecado; esto es, no los conforman procesos e instituciones que sean en sí mismos perversos» (p. 32).

A partir de esos principios permanentes, Gregg estudia la historia de la reflexión cristiana sobre las finanzas (primera parte del libro), los principios alumbrados en esa reflexión (segunda parte) y (tercera parte) la luz que aportan esas reflexiones a un análisis actual de los «desafíos que afrontan las finanzas modernas privadas y las instituciones financieras públicas» (p. 33).

La primera parte de esta obra (pp. 41 a 144) hace justicia a la forma cristiana de dilucidar criterios morales: una reflexión práctica que tiene en cuenta con la mayor precisión posible los datos de hecho; una forma de pensar muy distinta de la propia del racionalismo ideológico contemporáneo que suele hacer abstracción de la realidad concreta en que la conducta moral se produce para pretender formular juicios abstractos y universales en el tiempo y en el espacio. La ética cristiana es el esfuerzo moral de aclararse sobre cómo hacer el bien aquí y ahora respetando siempre el bien (o el valor, si se quiere usar una expresión más moderna) que –ese sí– es universal y permanente.

Por qué el cristianismo rechazaba la usura

En concreto, los pronunciamientos cristianos sobre el dinero y el préstamo con interés (origen de la economía financiera) en cada época solo se pueden entender si se tiene en cuenta el papel del dinero y de los préstamos en la economía real de la época en que esos juicios se formulan. Gregg, consciente de este carácter práctico de la ética, nos va contando lo que dicen las fuentes históricas sobre la doctrina cristiana del dinero enmarcando los distintos textos en una breve descripción de la economía y el papel del dinero de la época.

Pone de manifiesto cómo el cristianismo se expande en el entorno de la cultura grecorromana y a partir de fuentes judías, es decir, en un contexto de rechazo al préstamo con interés, manifiesto tanto en Platón, Aristóteles o Séneca como en el Antiguo Testamento. Y nos ayuda a entender ese rechazo: en una economía en que la agricultura y el trabajo esclavo eran la mayor riqueza, el dinero no suponía con carácter general o habitual lo que hoy entendemos por «capital» y, por tanto, quien pedía un préstamo era con frecuencia quien necesitaba ese dinero para subsistir hasta que sus tierras y su trabajo le permitiese salir adelante. En esas condiciones, gravar el préstamo con intereses era explotar al necesitado hasta la extenuación vital, era literalmente «usura». De ahí la condena clásica al interés tanto en fuentes judías, grecorromanas y en el cristianismo primitivo, que se prolonga hasta la revolución económica del siglo X, cuando empieza a surgir una economía comercial y protocapitalista, en la cual el dinero y su préstamo pasan a tener un significado novedoso, lo que obliga a formular sobre ellos a los moralistas cristianos judíos también novedosos.

El cristianismo se expande en el entorno de la cultura grecorromana y a partir de fuentes judías, en un contexto de rechazo al préstamo con interés, manifiesto tanto en Aristóteles o Séneca como en el Antiguo Testamento los moralistas cristianos juicios éticos también novedosos.

Dicho en términos sencillos, no puede merecer el mismo juicio moral prestar dinero con altos intereses a un campesino que vive de las rentas de sus tierras y que necesita ese dinero para comer tras varios años de sequía, que prestar dinero al mismo interés a un comerciante que lo va a invertir en operaciones mercantiles en las que él arriesga pero de las que pretende obtener un razonable beneficio. Aunque las palabras sean las mismas (dinero, préstamo, interés) el significado moral de los hechos que esas palabras describen es muy diferente.

Este interesante análisis histórico de Gregg le permite también poner de manifiesto cómo las mejores y primeras elucubraciones intelectuales sobre el dinero y la economía a él vinculada, es decir el origen de la ciencia económica, se debe a religiosos y moralistas cristianos que intentaron entender los nuevos fenómenos económicos del naciente capitalismo para poder dar opiniones morales fundadas.

Las reflexiones de los grandes escolásticos del siglo XIII y sus discípulos y los análisis de los teólogos de la Escuela de Salamanca y autores protestantes de la misma época, pusieron las bases de la moderna ciencia económica, a la par que formularon también principios morales de gran actualidad sobre las finanzas públicas al denunciar la devaluación por los príncipes de las monedas y el descontrol del gasto público, cuestiones que analiza en las páginas finales de la parte primera (pp. 113 a 143).

El dinero puede servir al bien común

En la segunda parte (pp. 147 a 175), Samuel Gregg sintetiza las tesis que esa reflexión moral de los cristianos ha logrado decantar respecto al dinero y las finanzas en los mil seiscientos años de su historia. Esta segunda parte es un capítulo intermedio para explicitar los principios desde los que afrontará en la tercera parte el análisis moral de las finanzas de hoy día conforme al pensamiento cristiano, aclarando que de lo que se trata es de «cómo integramos la posesión y el uso del dinero en nuestras vidas en tanto cristianos y, en segundo lugar, cómo puede el dinero servir al bien común de las comunidades en que vivimos» (p. 148).

El resumen de Gregg es el siguiente:

a)La visión cristiana de la vida buena, de la realización humana, no consiste en hacer lo que nos apetece sino en escoger consistentemente no hacer el mal y, después, escoger el bien (p. 151).

b)Esta opción personal se facilita, dado que somos seres sociales, en una sociedad que permita a todos sus miembros alcanzar su propia perfección; esto es lo que se llama bien común en la tradición cristiana. Acceder a la perfección es tarea personal que no se puede imponer, pero sí facilitar con leyes e instituciones que se orienten a ese bien común (pp. 154-155).

c)Los bienes fundamentales de una vida buena son promovidos por bienes instrumentales como el dinero, por ejemplo. «Los problemas empiezan cuando la gente comienza a considerar el dinero (o cualquier otro bien instrumental) como un bien último, o cuando los bienes fundamentales son subordinados a la consecución de dinero (o cualquier otro bien instrumental)» (p. 157).

d)La propiedad privada es legítima, pero es siempre también un medio para el uso común y para que los bienes materiales sirvan a todos los seres humanos; por eso «la naturaleza privada de nuestra propiedad no significa que ello nos justifique a emplearla exclusivamente para nosotros […]; debemos estar dispuestos incluso a hacer uso de nuestros bienes esenciales para servir a los demás» (pp. 160-161). «Lo que importa es poner a trabajar nuestro patrimonio para mejorar las condiciones que promueven la prosperidad de todos y de cada comunidad» (p. 163).

e) Una forma de colaborar a la prosperidad general es el sistema financiero que permite invertir el excedente personal en todo tipo de empresas, creando eficiencias y mejorando la gestión del riesgo (pp. 164 y ss.).

f) «Aunque el cristianismo enseñe que jamás se ha de escoger el mal, con frecuencia hay muchas formas de hacer el bien» (p. 168), principio a tener en cuenta para hacer juicios morales en campo tan variado y cambiante y en el que interactúan personas que pueden tener criterios tan dispares.

«Los problemas empiezan cuando la gente comienza a considerar el dinero (o cualquier otro bien instrumental) como un bien último, o cuando los bienes fundamentales son subordinados a la consecución de dinero (o cualquier otro bien instrumental)»

Gestión financiera ética

En la tercera parte del libro, Gregg analiza fenómenos como la especulación, las altas remuneraciones de los directivos del sector financiero, las regulaciones estatales en la materia, la ética de la asunción de riesgos financieros, la moral del endeudamiento público y privado y de las políticas monetarias, las propuestas sobre una autoridad monetaria mundial formuladas por varios papas recientemente, etc. No voy a intentar resumir sus opiniones al respecto, pero sí aconsejo una lectura reflexiva; pues son fruto de una sana preocupación por el bien moral de las personas que actúan en el mundo financiero y por el bien común.

Gregg no duda en condenar moralmente toda la gama de inmoralidades que pueden aparecer en la gestión del dinero, con ejemplos muy concretos sacados de la reciente crisis económica. Pero no ignora todas las bondades de una gestión financiera ética, algo que olvidan algunos de los que condenan la libertad económica y las finanzas al fijarse solo en el uso pernicioso de ese instrumento por algunos.

El libro de Gregg concluye con un capítulo dedicado a la santidad de quienes se dedican a las finanzas y a la necesidad de cristianos coherentes en ese mundo. «Es importante ayudar a los cristianos y a otros que trabajan en finanzas a que se adhieran a las demandas de la verdad moral, a fin de que eviten el mal y den a sus semejantes lo que se les debe»; pero «se requiere algo más: una descripción y una comprensión de las finanzas como llamada; una consideración de las finanzas como vocación» (p. 252). El autor recuerda a los cristianos que no basta con ver las finanzas, Gregg analiza fenómenos como la especulación, las altas remuneraciones de los directivos del sector financiero, las regulaciones estatales, la ética de la asunción de riesgos financieros, o la moral del endeudamiento público y privado como algo necesario y limitarse a no hacer el mal, sino que es preciso asumir también en esa materia la dimensión esencial de la moral que es elegir hacer el bien (p. 257).

Para ello vuelve a recordar que existe una «bondad del dinero», pues las finanzas «poseen un inmenso potencial para contribuir al bien común y, así pues, a la realización de los seres humanos» (p. 263). Sin finanzas nos enfrentaríamos a una economía de mera subsistencia y a «sociedades en las que las mismas personas en riesgo de exclusión tendrían unas perspectivas aún peores de escapar de la pobreza» (p. 265); «tanto los individuos como las empresas tienen que poner sus capitales a trabajar. El papel desempeñado por las finanzas modernas a este respecto es indispensable» (p. 269).

Jurista. Exsecretario de Estado y expresidente del Foro de la Familia.