“Unas palabras llenas de sentido que en el peor de los casos pueden nada menos que inquietar, y en el mejor encantar.” Así definió Miguel Herrero de Miñón, presidente de la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas, la conferencia de Rémi Brague titulada «La fuerza del bien». Brague disertó anoche en la sede de esta venerable institución situada en la Plaza de la Villa (Madrid), en un salón de actos lleno. La presentación del pensador francés corrió a cargo del filósofo español Miguel García-Baró.
La situación nueva en la que nos encontramos desde hace unos setenta años, dijo Brague, es «una situación metafísica», en el sentido de que «se trata nada menos que del ser o el no ser de la especie humana”.
¿Por qué? Porque “la existencia de dicha especie ha dejado de ser una evidencia: el final de la vida humana en este planeta se ha convertido en una posibilidad real.»
Los filósofos distinguen dos tipos de posibilidad. «De un lado está la posibilidad lógica, según la cual todo lo que no implica contradicción resulta posible. Su campo es inmenso. Por ejemplo, no implica contradicción que las naranjas sean azules. Por otro está la posibilidad real, es decir, hay algunos hechos cuyas causas ya existen aunque dichas causas todavía no han producido sus efectos. ‘Soy capaz de dar esta conferencia porque tengo cuerdas vocales, lengua, dientes, etc. Cuando me callo, sigue existiendo en mí la posibilidad real de hablar.'»
El no ser de la humanidad siempre ha sido una posibilidad lógica, no es necesario que haya gente, pero «el fin de la humanidad ha pasado de ser una posibilidad meramente lógica a una posibilidad real»: poseemos los medios técnicos para acabar con la humanidad.
Brague mencionó tres:
- Las armas atómicas. Hay un arsenal suficiente para destruir toda la civilización y quizás borrar toda vida de la superficie de la tierra. Hay además armas nuevas químicas, bacteriológicas y nanotecnológicas, respecto de las cuales las bombas termonucleares parecerían «una broma pesada, pero inocente.»
- El deterioro del medio ambiente, el calentamiento climático y sus consecuencias: la contaminación del aire, del agua, etc.
- El progreso de los mundos artificiales, por ejemplo químicos, de contracepción.
«La existencia de la humanidad depende cada vez menos de la naturaleza y cada vez más de una elección libre de los padres.»
Armas de destrucción masiva, deterioro del medio ambiente y control de la natalidad son diferentes por cuatro razones:
- La velocidad de una posible destrucción. En un conflicto nuclear, la muerte sería casi instantánea, mientras que la conversión de la tierra en un desierto acontecería poco a poco y «una extinción demográfica podría suceder muy despacio, sin ruido, casi inconscientemente».
- Las causas que podrían iniciar el proceso de destrucción dependen de la voluntad humana pero se distinguen por la cantidad. Pueden ser “monárquicas”, “oligárquicas” o “democráticas”. Una guerra total se desencadenaría por culpa de un hombre único que apretaría el botón nuclear. Una catástrofe ecológica por culpa de tal o tal grupo industrial que preferiría intereses a corto plazo. La extinción demográfica se produciría por culpa de la humanidad entera, de todas las parejas que decidirían quedar sin descendencia.
- La tercera diferencia es el eco en la conciencia pública. En los años 50 y 60 se hablaba mucho de la guerra atómica y de sus posibles consecuencias. El recuerdo de Hiroshima estaba todavía fresco en las memorias. «Ahora los periódicos están llenos de los problemas del clima. En cambio, poca gente habla del llamado invierno demográfico”.
- La valoración moral. Con armas nucleares, y menos quizá con el cambio climático, la destrucción sería «un crimen monstruoso». “En cuanto a la extinción demográfica, apenas sería un crimen, porque se parece al crimen perfecto. ¿Dónde está la víctima? No hay ningún cadáver. Además: ¿qué tipo de ley moral hubiera sido infringida? ¿Qué mandamiento se hubiera desobedecido? ¿Qué virtud hubiera sido desatendida? No existe ningún deber de reproducirse.»
Hay también otra serie de hechos de carácter interior, intelectual y moral que describen todo este panorama y que Brague resumió así: «La humanidad duda de sí misma, duda de la legitimidad de su existencia.»
Brague recordó: «Nuestra modernidad se da cuenta de las consecuencias peligrosas de la industria. Ahora hay voces que dicen que el hombre es el más cruel y peligroso de todos los seres vivientes. Ahora dudamos del carácter radical de la diferencia entre lo humano y lo animal. Se dice, por ejemplo, que tenemos más del 90 por ciento del ADN común con la raza de los monos, de ese hecho científicamente establecido se deduce la tesis ideológica según la cual somos monos que tuvieron suerte en la lotería de la evolución, nada más. El hombre es “el último mono”.»
«Frente a lo anterior, frente a la amenaza de la destrucción y la duda del hombre ante el hombre mismo, tendríamos que ser capaces de señalar por qué es un bien que haya hombres.»
A pesar del progreso material clarísimo en todos los campos, “nuestro comportamiento demuestra con evidencia que no nos parece que la vida sea un bien tan grande como para que la debamos transmitir a la generación siguiente, es decir, no queremos engendrar a quienes puedan disfrutar de los bienes de los que nosotros disfrutamos.” Esto ocurre especialmente en los países más ricos.
“De hecho, engendrar niños es un acto problemático. Es un acto totalmente antidemocrático. Puesto que no podemos pedir la opinión al no nacido: lo arrojamos a una vida de la cual no podemos saber por adelantado si será agradable y que en cualquier caso acabará con la muerte.”
“¿Cuál sería un bien suficientemente grande para que pudiera justificar todas las dificultades que la vida trae consigo?»
Si la vida humana debe proseguir ha de haber razones para ello. La generación precedente nos ha arrojado a la vida. ¿Por qué tendríamos que echar a la vida nosotros a otra generación sin más? «Sería obedecer a una especie de lógica de la novatada: he tenido que sufrir de mis antepasados, voy a vengarme haciendo sufrir a los jóvenes».
Las causas que hacen que la gente engendre son varias, y entre ellas, está el instinto. «Pero aquí no buscamos causas, sino más bien razones. Las causas bastan para explicar lo que aconteció en el pasado. Pero cuando se busca lo que tenemos que hacer nosotros en el presente, necesitamos razones, argumentos que convenzan a nuestra inteligencia. De lo contrario entregamos la razón a la irracionalidad; eso sería una especie de suicidio intelectual».
«La vida debe de ser un bien tan fuerte que pueda contrapesar todos los males, incluso la muerte.»
Brague continuó: «Para decir que la existencia de la humanidad es un bien, necesitamos un punto de referencia exterior. La auténtica fuerza del bien debe ser fundada en un principio trascendente, independiente de nuestro parecer. La idea de una trascendencia horizontal, que sería el futuro, no se puede defender en serio, puesto que la existencia de la humanidad depende de nosotros.»
Hay dos modelos de tal principio trascendente: «uno sacado de la antigüedad clásica (Platón) y otro de la revelación divina (la Biblia). Ambos afirman una bondad fundamental del ser. El ser se identifica con el bien. Todo lo que es, es, como tal, bueno. Como tal, es decir, independientemente de la relación que tenga con nosotros, aunque nos molestara o nos destruyera.»
Pero cuidado con confundir la fuerza del bien con la fuerza que se supone que se utiliza al servicio del bien. La fuerza se puede poner en efecto al servicio de un bien (la Policía, el Ejército: para la paz en la ciudad, para la paz entre las naciones), pero en estos casos esa fuerza tendrá que estar limitada y controlada por una fuerza superior que será en última instancia la fuerza del bien.
«La fuerza del bien debe ser la del bien como tal, y no la fuerza que viene del exterior para defender o aún peor para imponer un bien. Solo un bien débil necesita una fuerza exterior. Cuanto más se siente que un pretendido bien es débil, más necesidad tiene de la fuerza.»
Tenemos que ver más allá de las apariencias del poder político, militar o mediático: «El recurso a la fuerza es una confesión de debilidad intrínseca. Los mayores crímenes de la historia casi siempre se hicieron en el nombre de un “bien”. Acontece muy a menudo que el peor mal venga de la voluntad de un supuesto “bien”, normalmente falso, y que necesita de la fuerza, necesita destruir todo lo que no es él mismo». Así se ha intentado forzar a ser una “nación ilustrada”, “una raza mejor”, “la abundancia material».
«Si la fuerza del bien viene del Bien mismo, no tiene que tomar prestada una fuerza exterior, no tiene que ser una fuerza que fuerce, tiene que ser capaz de obrar sobre una libertad.» Esta fuerza es un “encanto”, porque suscita en nosotros las ganas de disfrutar de él.
«Hay una palabra para significar la ligereza de una bailarina y el indulto de un juez: gracia. El encanto atrae dando, y da atrayendo, en una paradójica combinación del dar y del tomar.»
Brague mismo resumió su conferencia con estas tres tesis:
-La existencia del hombre en la tierra y la continuación de la existencia no son hechos necesarios. Ha de haber un Bien que los justifique.
-Ese Bien tiene que ser trascendente, que no dependa de la voluntad humana, que exista en sí mismo.
-La fuerza de ese Bien ha de ser parecida al encanto que respeta la libertad.