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Ver productosLaura Freixas defiende un sano debate entre el feminismo de igualdad y el de diversidad (o queer)
19 de septiembre de 2024 - 19min.
Laura Freixas (Barcelona, 1958) es escritora. Ha publicado novelas, relatos, diarios, ensayos (el último, ¿Qué hacemos con Lolita?, 2022), y narraciones en el filo entre la novela y la autobiografía, como A mí no me iba a pasar (2019). Presidió la asociación feminista Clásicas y Modernas y es columnista en La Vanguardia.
El feminismo está hoy profundamente dividido entre una corriente abolicionista o de igualdad y otra queer o de diversidad. La primera aspira a abolir el género, al que define como un sistema social (patriarcado) que divide y jerarquiza a los sujetos en función de su sexo biológico. Ese feminismo tiene como prioridades combatir la violencia infligida a las mujeres y acabar con la servidumbre o subordinación de estas en todas sus formas (trabajo de cuidados gratuito, brecha salarial, infrarrepresentación en los ámbitos de poder, feminización de la pobreza, prostitución, pornografía, gestación subrogada…). El feminismo queer, en cambio, centra su agenda en la libertad sexual y de identidad de género.1 Niega que el sexo sea innato, binario e inmutable, y no le concede tampoco relevancia política: lo que la tiene, según esta corriente, es el género, entendido como una identidad individual y subjetiva. Su sujeto político no son las mujeres —cuya comunidad de opresión e intereses niega—, sino las minorías o disidencias, principalmente sexuales o de género (homosexuales, bisexuales, intersexuales, no binarios, trans, trabajadores sexuales…) pero también raciales, étnicas o de otro tipo (personas con discapacidad, gordas…).
Aunque los desacuerdos entre una y otra corriente son muchos (prostitución, pornografía, relativismo cultural…), me voy a centrar en lo que considero piedra angular de la discrepancia: la autoidentificación de género, o libre elección de sexo legal, plasmada en las leyes trans. Pero voy a insistir también, o sobre todo, en una cuestión previa: la actual imposibilidad de debatir, debida a las numerosas trampas dialécticas utilizadas por una de las partes. Entre ellas: la descalificación del adversario; la negativa a tomar en cuenta, o a mencionar siquiera, hechos, argumentos o investigaciones que cuestionarían las opiniones propias; el recurso a dogmas de fe y el acoso al discrepante.
Tan obstinada negativa a debatir —característica, por lo demás, de la izquierda woke en su conjunto, sobre cualquier tema— se explica por la creciente polarización a la que asistimos en todos los ámbitos de la sociedad. Pero también, quizá, porque evitar el debate es la única manera de que no afloren las disonancias cognitivas implícitas en el feminismo queer, la más flagrante de las cuales es que sus consecuencias perjudican claramente a las mujeres.
Voy a procurar no enfadarme. Estoy dolida, muy dolida, por el desprecio, el ninguneo, la condescendencia, las descalificaciones… hacia las feministas abolicionistas por parte de las feministas queer. Pero dejemos de lado el victimismo. Voy a procurar explicar, con toda la claridad de la que soy capaz, en qué consisten, no tanto las discrepancias de fondo, aunque irán apareciendo a lo largo del texto, sino las trampas dialécticas con las que el feminismo queer está, en mi opinión, eludiendo el debate.
Allá voy.
Descalificar para no argumentar
Queridas compañeras: ¿es admisible que cuando os llevamos la contraria, en vez de rebatir nuestros argumentos, nos descalifiquéis?
Tanto da lo que critiquemos: la idea de una «identidad sexual» o sexo sentido, supuestamente más real que el biológico; la limitación de facto, con vuestra aquiescencia, de los derechos de las mujeres de contextos musulmanes; la prostitución y la pornografía; la hormonación y cirugías en menores… Sea lo que sea, ponéis el piloto automático y nos respondéis con sambenitos infamantes.
Nos llamáis «tránsfobas»,2 «islamófobas», «de extrema derecha», «antiderechos», «antisexo»… Nos acusáis de «discurso de odio». Decís que estamos locas, o enfermas. Es algo implícito en el término «fobia», pero que a veces se hace explícito, como cuando tacháis de «delirantes» «los debates sobre las personas trans en el deporte, en los baños públicos y en las prisiones»,3 o atribuís una opinión heterodoxa a «un deseo mal digerido o un trauma»(4).4 O cuando metéis lo que llamáis «feminismo transexcluyente» en el mismo saco que «la derecha clásica, la alt-right, la socialdemocracia, los rojipardos y la izquierda comunista dura» (nada menos), le ponéis una etiqueta unificadora («melancólico») y afirmáis que ese pobre sujeto «no sabe hablar, prefiere regodearse en el lamento y la queja, de ahí el carácter monótono de sus vocalizaciones, más parecidas a exabruptos infantiles que a otra cosa» (5).5
Queridas compañeras: ¿os parece una estrategia inteligente negar la realidad?
Lo hacéis cuando, al abordar una cuestión, omitís los datos y opiniones que pondrían en duda vuestras certezas.
¿Qué habéis dicho, por ejemplo, del informe Cass, tan contundente que ha provocado el cierre del emblemático Servicio de Identidad de Género de la clínica londinense Tavistock? Ni una palabra. ¿Y de la decisión del Reino Unido y otros países de dar marcha atrás en la hormonación de menores?6 Silencio sepulcral.
Claro: no debe ser fácil afrontar, con luz y taquígrafos, lo que el hospital Karolinska de Suecia califica como «el mayor escándalo médico contra la infancia en la historia». Ni dar la cara ante los terribles testimonios de los destransicionadores. Por eso supongo, el reciente ensayo Adolescentes en transición7 pasa de puntillas sobre esos asuntos incómodos. Tampoco menciona, ni siquiera en la bibliografía, el Informe Trànsit, la única investigación publicada previamente sobre adolescentes trans, pero que tiene el defecto de ser crítica.8 Y la entrada Transición de la Enciclopedia crítica del género9 no hace la menor alusión, a lo largo de diez páginas, a los tratamientos quirúrgicos (mastectomías, castraciones, construcción de pseudovaginas con piel del escroto o del colon, de pseudopenes con piel del antebrazo…) o farmacológicos de «cambio de sexo».
Falseáis la realidad, también, cuando manipuláis la información, como en este titular: «Niegan participación de mujeres trans en atletismo de élite».10 Sabéis perfectamente que nadie cuestiona el derecho de las personas trans a competir en deportes; lo que se pide es que lo hagan en la categoría que biológicamente les corresponde, porque compiten los cuerpos —con su estatura, su fuerza, su capacidad pulmonar…, tan distinta en hombres y en mujeres—, no las «identidades».
Por supuesto, la negación de la realidad más sangrante que estáis cometiendo, queridas compañeras, es la que consiste en hacer como si lo material no existiera. Cuando dais prioridad a la «vivencia íntima» sobre la realidad biológica;11 cuando, para justificar la libre elección de sexo legal que permite la ley trans, proclamáis que «cada uno puede ser lo que quiera»12 (¿gigante, enano?, ¿niño, negro?, ¿pájaro, pez?…); cuando fingís no saber diferenciar «un clítoris grande de un pene pequeño»13 (¿el clítoris puede inseminar y no nos habíamos enterado?)…, estáis haciendo caso omiso de la realidad y de los límites que impone.
¿De verdad creéis que todo está en la mente? ¿Que una «vivencia íntima» del individuo es capaz de alterar la realidad material o sustraerse a ella, y a las estructuras sociales? ¿Que «si quieres, puedes»? ¿No os suena a mentalidad neoliberal, a falsa conciencia, a alienación? ¿No erais una izquierda materialista?
Otra manera de eludir el debate: driblar al oponente. Por ejemplo, si señalamos los daños sufridos por las mujeres en situación de prostitución, nos respondéis que «muchas veces vender tu cerebro es peor que vender tu cuerpo» y que lo que hay que abolir no es la prostitución, sino «el trabajo asalariado».14 Y si criticamos la pornografía, mareáis así la perdiz: «Parece que solo el porno determinara la conducta, pero no así la violencia explícita, los valores del ‘amor romántico’, las presiones estéticas…».15
Sobre todo, la forma indirecta de evitar el debate con el feminismo abolicionista consiste en acusarnos de afinidad con la extrema derecha. Se me quedó grabado el comentario al respecto de una feminista queer, hablando de nosotras, que leí en Instagram. «Yo me preocuparía si mi discurso fuera el mismo que el de la extrema derecha». Pues yo me preocuparía, me quedé pensando, si mi único argumento en contra de una idea fuera que la derecha también la defiende. ¿Es que solo existen dos bloques de pensamiento, como compartimentos estancos, del que uno contiene todas las ideas política y moralmente correctas y el otro, todos los errores y pecados? (¡Qué excelente noticia! Ya no hay que examinar críticamente las ideas y políticas una por una, basta suscribir en bloque el programa de los buenos. Ya no hay que pensar.) ¿Acaso Podemos no coincide con Giorgia Meloni y el Vaticano en condenar la gestación subrogada, por ejemplo?
En realidad, nosotras sabemos perfectamente que la extrema derecha es nuestra enemiga. La extrema derecha quiere que volvamos a la familia tradicional; se opone a la paridad; niega la existencia de una violencia específica contra las mujeres… Cuando llega al poder, lo arrasa todo: las casas de acogida, las instituciones y asociaciones que trabajan en pro de la igualdad, los servicios públicos, el derecho al aborto… Pero ha visto, en la controversia que nos ocupa, una ocasión que ni pintada para aprovechar en su beneficio la división de la izquierda.
¿En qué coincidimos con la derecha? En afirmar que el sexo biológico existe. Pero ellos extraen, de esa realidad, unas consecuencias (las mujeres deben ser así, los hombres asá) contrarias a las nuestras. Nosotras, feministas abolicionistas del género, creemos que el sexo existe, pero luchamos para que no tenga las consecuencias políticas, sociales y psicológicas que le atribuye el patriarcado.
Quien sí está de acuerdo con la extrema derecha es el feminismo queer, en la medida en que cree que existe una personalidad femenina y una personalidad masculina y que estas deben concordar con el sexo. Solo que la extrema derecha considera que, en caso de discordancia, hay que cambiar la personalidad, mientras que el feminismo queer prefiere, para obtener la concordancia, «cambiar el sexo» (lo pongo entre comillas porque me parece una pretensión irreal).
Queridas compañeras: ¿os parece democrático recurrir a la cancelación y al lawfare para acallar las voces discrepantes? Es lo que estáis haciendo. Permitidme que os recuerde algunos casos, que quizá no conocéis, por esa propensión de los medios pro-queer a hacer como si lo que les incomoda no existiera.
¿Sabéis que en 2022, una psicóloga andaluza, Carola López Moya, tuvo que enfrentarse a una denuncia (se pedía para ella una sanción de 120.000 euros y cinco años de inhabilitación profesional) por «promover la terapia de conversión»? ¿Sabéis que las únicas «pruebas» eran tuits como este: «Si alguien está a disgusto con su cuerpo, lo lógico es ayudarle a aceptarse con la mínima invasión posible»? Afortunadamente, fue archivada.
¿Recordáis lo que pasó, también en 2022, con el libro Nadie nace en un cuerpo equivocado de Marino Pérez y José Errasti? No pudo presentarse en Mallorca por «la imposibilidad de garantizar las condiciones de seguridad», ni en Barcelona, donde transactivistas amenazaron con prender fuego al local.
¿Conocéis a Najat el Hachmi? ¿Sabíais que, cuando en 2023 el Ayuntamiento de Barcelona la invitó a pronunciar el pregón de la Mercè, varias entidades y algún partido pidieron (sin éxito) que se le retirase la invitación, por considerarla «islamófoba» y «tránsfoba»?
¿Os enterasteis de lo que pasó en 2023, cuando la escritora Lucía Etxebarría puso en X la foto de cuatro personas, preguntando: «Son hombres»? Uno de ellos, que se llama Marcos, lleva barba, y se define como «joven trans no binaria», la denunció (sin éxito), exigiendo una indemnización de 11.000 euros.
¿Sabíais que ese mismo año, el Fòrum de Debats de Vic (que en 2019 había acogido una charla de transactivistas) tuvo que cancelar, por presiones de asociaciones transactivistas, el acto previsto con Sandra Mercado en torno a su libro La estafa del transgenerismo. Memorias de una destransición?
¿Habéis oído hablar de Silvia Carrasco, presidenta de Feministes de Catalunya y profesora de la Universidad Autónoma de Barcelona? En primavera de 2024 fue objeto de una campaña de acoso (pintadas, vídeos en redes…) por parte de un grupo de estudiantes que exigían su «expulsión inmediata» de la Universidad por supuesta «transfobia». Llegaron a impedirle, físicamente, impartir su clase.
Coacciones como estas a veces alcanzan su objetivo singular e inmediato y a veces no. Pero todas contribuyen eficazmente al logro de otra finalidad mucho más importante: dar miedo. Crear «un entorno político en el que las terf16 sean tan vilipendiadas que no se atrevan a expresar públicamente sus opiniones, y mucho menos a actuar conforme a ellas. Que. Se. Callen», en palabras de Fae Johnston, transactivista canadiense.
¿Consenso? ¿De veras?
Queridas compañeras: habéis cosechado, qué duda cabe, grandes éxitos. No solo habéis aprobado la ley trans, sino creado una impresión de unanimidad al respecto: «Es una de las leyes que más consenso social ha generado», afirmaba Irene Montero.17
¿Seguro…? ¿No tendría que poneros la mosca en la oreja que el supuesto consenso consista en repetir eslóganes tan vacíos como «derecho a ser» (¿a ser qué?), «los derechos trans son derechos humanos» (¿Cuáles? Elegir sexo legal no figura entre los recogidos en la Declaración Universal de Derechos Humanos de 1948) o «las mujeres trans son mujeres», sin ser capaces de explicar en qué o por qué?18
Quienes hemos vivido el procés catalán (con su lema igualmente vacuo: «Derecho a decidir») recordamos la época en que la parte independentista de la opinión pública había logrado convencerse a sí misma de que constituía el todo, porque quienes pensaban otra cosa no se atrevían a abrir la boca. Quizá tenía algo que ver con ese silencio el clima de amenaza al discrepante, cuando el mismísimo president de la Generalitat animaba públicamente a los violentos19… igual que Irene Montero proclamaba —y proclama—: «¡Que viva la furia trans!».20
Queridas compañeras: ¿por qué sois tan reacias al debate? Permitidme una hipótesis: para que no afloren las disonancias cognitivas implícitas en vuestra postura.
Enarboláis la empatía hacia colectivos que sufren, como el trans, pero os mostráis indiferentes, negacionistas o abiertamente hostiles hacia otros que también sufren, pero cuyo sufrimiento cuestiona vuestras ideas políticas: supervivientes de prostitución, mujeres de origen musulmán críticas con el Islam, destransicionadores…
Acusáis a quienes proponen asesoramiento psicológico para las personas con incongruencia de género de «patologizarlas», pero apoyáis cirugías y tratamientos hormonales que convierten a esas personas en pacientes de por vida.
Condenáis la patologización, pero patologizáis como «fobia» las opiniones que contradicen la vuestra.
Criticáis la «ley mordaza», pero habéis aprobado una ley trans cuyo Título IV, «Infracciones y sanciones», amordaza a los discrepantes amenazándoles con castigos dignos del Santo Oficio.
Defendéis todas las diversidades, excepto la de opinión.
Sois feministas, pero…
Esto merece un punto y aparte.
Queridas compañeras: ahora que la ideología queer, el transactivismo y en algunos casos, las leyes de autoidentificación, llevan algunos años operando, ¿queréis que echemos un vistazo al balance de sus efectos sobre mujeres y niñas?21
Como feministas, sabéis lo importante que es para la igualdad —y lo que nos está costando— tener datos desagregados por sexo en todos los ámbitos. Pues bien: la sustitución de la variable objetiva «sexo» por el «género» autopercibido lo altera todo. ¿Qué fiabilidad tienen, por ejemplo, las noticias sobre agresiones sexuales (violación con penetración incluida) cometidas supuestamente por mujeres (en realidad, hombres)?
¿Cómo podemos entender las causas de la discriminación laboral, si adoptamos una nueva definición de «mujer» que hace abstracción del cuerpo y de la posibilidad de embarazo? ¿Cómo saber si se cumple la paridad entre mujeres y hombres, si el concepto «mujer» incluye a cualquier hombre que haya ido al Registro a cambiar la letra M por la F en la casilla «sexo» de su DNI?
Como feministas, sin duda sois conscientes de la importancia del deporte femenino, y lo difícil que ha sido conseguir su reconocimiento (los primeros Juegos Olímpicos en los que todos los países participantes contaron con alguna mujer fueron los de 2012). La inclusión de «mujeres trans» en la categoría femenina, a todos los niveles, está privando a las mejores deportistas de los premios, becas, carreras deportivas… a los que tienen derecho, y a todas ellas de su derecho a la intimidad (entran hombres en sus vestuarios), a la seguridad (corren el riesgo de sufrir lesiones graves) y al juego limpio.22
Como niñas y adolescentes que fuisteis, queridas compañeras, ¿no recordáis la agitación que os provocó la pubertad? ¿No os rebelasteis contra los mandatos de género, no os angustió la mirada de esos hombres que os veían como presas…? ¿Creéis que ante ese malestar, es una buena solución ofrecer la teoría del «cuerpo equivocado»? ¿No os da que pensar que la gran mayoría de adolescentes que quieren «cambiar de sexo» sean chicas?23
Habéis incluido en la ley trans una lista de sanciones tremebundas a quienes apliquen lo que llamáis «terapias de conversión», definidas en la ley, no por sus métodos, sino por su finalidad.24 Eso significa que podrán ser objeto de castigo no quienes utilicen prácticas violentas o degradantes, sino quienes no compartan la fe en la existencia de una esencia misteriosa, innata e inmaterial (como el alma) llamada «identidad de género». En cambio, la ley da todas las facilidades a tratamientos hormonales y operaciones quirúrgicas cuyos efectos pueden ser devastadores. ¿No es esa la verdadera «terapia de conversión»?
Como mujeres, sin duda sois conscientes de que vivimos bajo la amenaza de violencia masculina, de la que nos protegemos refugiándonos en espacios sin hombres. Sabemos, por ejemplo, que hay muchas más agresiones sexuales en vestuarios mixtos que en los separados por sexo.25 Pero como dice J. K. Rowling, «cuando abres las puertas de baños y vestuarios a cualquier hombre que cree o siente que es una mujer, sin necesidad de cirugía ni hormonas, entonces abres la puerta a cualquier varón que quiera entrar». Y quien dice vestuarios y baños, dice cárceles, casas de acogida para víctimas de violencia sexual que no respetan la petición de las víctimas de ser atendidas solo por mujeres,26 hospitales, donde pacientes mujeres se ven obligadas a aceptar, por ejemplo, que un varón (autoidentificado como mujer) efectúe su higiene íntima, o hasta apps cuyo criterio de aceptar solo a mujeres se ha declarado ilegal.27
¿Y qué opináis del fenómeno creciente de hombres que cambian su sexo en el Registro, a menudo sin modificar su cuerpo, ni su apariencia, ni siquiera su nombre, y posteriormente agreden a sus parejas femeninas, las cuales, entonces, no pueden acogerse a los derechos que la ley de violencia de género prevé para ellas y sus hijos?28 Demostrar el fraude de ley es prácticamente imposible, pues no hay manera de cuestionar una «vivencia interna» que por si fuera poco, cada persona «autodefine».29 Y exigir a la víctima que lo haga, ya que las autoridades no lo están haciendo, es imponerle una carga suplementaria en un momento de especial vulnerabilidad.
Queridas compañeras: ¿de verdad no os llama la atención que las personas trans que obtienen cargos políticos, visibilidad mediática, grandes avances en sus carreras profesionales… sean «mujeres trans», mientras que si hay «hombres trans» que aparecen en la prensa suele ser con motivo de su embarazo, tan grato a la fantasía masculina de omnipotencia (¡ved cómo los hombres lo pueden todo, incluso quedarse embarazados!)?
¿Tampoco se os ha ocurrido pensar que la famosa «furia trans», que se ejerce casi exclusivamente sobre mujeres feministas, no es sino una nueva forma de la violencia machista de toda la vida?
¿Es que no sabíais que cualquier hecho social tiene efectos muy distintos sobre hombres y sobre mujeres? ¡Si es de primero de patriarcado!… ¿De verdad no se os ocurrió que la mayor fuerza física de los hombres, su mayor poder político, mayores recursos económicos, el refuerzo social, el aplomo y agresividad propios de la socialización masculina… harían que la autoidentificación de género tuviera como efecto empeorar la desigualdad, la injusticia y la violencia sufridas por las mujeres? Porque ese, sí, es el balance.
Queridas compañeras: imagino que estaréis en desacuerdo conmigo, con nosotras. Que tendréis críticas, objeciones, contraargumentos, quizá datos… que oponer a esta filípica. Bienvenidos sean. Adelante: exponedlos. Debatir es lo que necesitamos.
1. La diferencia entre uno y otro feminismo está muy bien explicada en el reciente ensayo de Rosa Cobo Bedia La ficción del consentimiento sexual (ed. Catarata, 2024).
2. Entrevistador: «¿Sentirse mujer es ser mujer?». Irene Montero: «Es que esa pregunta implica una enorme carga de transfobia» (El Debate, 3-9-23).
3. Noelia Adánez: «Solo paradojas que ofrecer; larga vida a Judith Butler» (Público, 25-6-24).
4. Blanca Llum Vidal: «Respuesta a Laura Freixas: alerta» (El País, 7-5-22. Mi réplica: «Respuesta a Blanca Llum Vidal: oscurecerlo todo» se publicó en el mismo medio, el 10-5-22).
5.Clara Ramas: El tiempo perdido (Arpa, Madrid, 2024), págs. 44 y 85.
6. A raíz del Informe independiente sobre los Servicios de Género para Niños y Jóvenes, encargado por el Servicio Nacional de Salud británico, dirigido por la doctora Hilary Cass y publicado en abril de 2024 (para un resumen en español, véase este enlace), el Reino Unido ha prohibido (salvo en el marco de ensayos clínicos) el uso de bloqueadores de pubertad en menores, una iniciativa ya adoptada previamente por Finlandia, Noruega, Suecia y Dinamarca (véase la noticia).
7. Miquel Missé y Noemi Parra: Adolescentes en transición. Pensar la experiencia de género en tiempos de incertidumbre (Bellaterra Edicions, Barcelona, 2023).
8. Feministes de Catalunya: Informe Trànsit. De hombres adultos a niñas adolescentes.
9. Luis Alegre Zahonero, Eulalia Pérez Sedeño y Nuria Sánchez Madrid (coords.): Enciclopedia crítica del género (Arpa, Barcelona, 2023). Véase «Imposturas intelectuales», mi reseña de ese libro en Cultura/s, el suplemento cultural de La Vanguardia, 28-1-24.
10. «Niegan participación de mujeres trans en atletismo de élite» (Agencia Presentes, México, 27-3-23).
11. «Identidad sexual: Vivencia interna e individual del sexo tal y como cada persona la siente y autodefine, pudiendo o no corresponder con el sexo asignado al nacer», según el artículo 3, i) de la Ley 4/2023, de 28 de febrero, para la igualdad real y efectiva de las personas trans y para la 21garantía de los derechos de las personas LGTBI, popularmente conocida como «ley trans».
12. «… la libertad individual de considerarse cada uno lo que a uno le dé la santísima gana» (Blanca Llum Vidal: «Respuesta a Laura Freixas: alerta», El País, 7-5-22).
13. «Los genitales no son ni femeninos ni masculinos» y «¿Cuál es la fina línea que separa un clítoris grande de un pene pequeño?», se podía leer en los folletos de la exposición «Los derechos trans son derechos humanos» en el centro cívico Cocheras de Sants de Barcelona, en septiembre de 2020 (El Español, 1-9-20).
14. Silvia Federici en Ctxt, 15-11-18.
15. Ana Requena: «El porno es el nuevo demonio», eldiario.es, 5-7-24.
16. @ FaeJohnston en X, el 12-7-21. Terf es el acrónimo de trans-exclusionary radical feminists, feministas radicales transexcluyentes.
17. El País, 2-9-23.
18. No me resisto a citar, a este respecto, el tuit de Martín Endara Coll, del 6-7-24 (en respuesta a uno del secretario de Políticas LGTBI del PSOE, Víctor Gutiérrez): «Gracias, Víctor. Tantos años equivocado y ahora por fin lo entiendo. No necesitaba argumentos o explicaciones, solo escuchar el mismo mantra una y otra vez hasta que de repente vi la luz. La 591910273617 vez fue la buena. Estoy curado».
19. «Vosotros, amigos de los CDR (Comités de Defensa de la República), que apretáis y hacéis bien en apretar». Discurso televisado de Quim Torra, el 1-10-18.
20. Por ejemplo, en tuits del 21-11-23 y del 6-7-24 (@IreneMontero).
21. Salvo que indique otra cosa, todos los datos y citas contenidos en este apartado proceden del sitio web de la asociación Contra el Borrado de las Mujeres.
22. La web www.shewon.org lleva contabilizadas 717 atletas, de 37 deportes, privadas de un total de 1.055 premios en 522 competiciones que habrían ganado de no haber sido superadas por «mujeres trans».
23. Véase el Informe Trànsit citado en la nota 8.
24. El artículo 79, 4, d, de la ley 4/23, de 28 de febrero, para la igualdad real y efectiva de las personas trans y para la garantía de los derechos de las personas LGTBI, califica de «infracción administrativa muy grave» «la promoción o la práctica de métodos, programas o terapias de aversión, conversión o contracondicionamiento, ya sean psicológicos, físicos o mediante fármacos, que tengan por finalidad modificar la orientación sexual, la identidad sexual o la expresión de género de las personas, con independencia del consentimiento que pudieran haber prestado las mismas o sus representantes legales».
25. De las 134 agresiones sexuales registradas en vestuarios de las piscinas públicas del Reino Unido en 2017, 120 (el 90%) se produjeron en vestuarios mixtos, aunque estos representan menos de la mitad del total de dichas instalaciones, y solo 14 en vestuarios diferenciados por sexos (The Sunday Times, 2-9-18).
26. Por ejemplo, el Rape Crisis Center de Edimburgo. Desde 2021 lo dirigía Mridul Wadhwa, mujer trans, que suscitó polémica al declarar que las víctimas de violencia que no aceptaban la presencia de hombres en la casa de acogida deberían «reinterpretar su trauma». En septiembre de 2024, después de que una empleada del centro, despedida por sus ideas gender critical (abolicionistas de género), ganara una demanda contra el centro, Wadhwa dimitió.
27. La aplicación australiana Giggle for Girls, una red social solo para mujeres, se negó a admitir a Roxanne Tickle, una mujer trans. Tickle emprendió una acción legal que ha ganado en agosto de 2024, lo que ha ocasionado la desaparición de la app. Véase aquí.
28. La ley trans, en su artículo 46.3, estipula que «la rectificación de la mención registral relativa al sexo (…) no alterará el régimen jurídico que, con anterioridad a la inscripción del cambio registral, fuera aplicable a la persona a los efectos de la Ley Orgánica 1/2004, de 28 de diciembre, de Medidas de Protección Integral contra la Violencia de Género». Pero si un varón cambia de sexo legal antes de maltratar a su pareja femenina, no se le puede aplicar la ley de violencia de género, pues se trataría de violencia entre dos mujeres.
29. Como explicó el juez José María Asencio en el programa El sentido de la birra, el 1-9-24: «La ley no permite detectar el fraude. No establece ningún tipo de control». Se puede ver en YouTube.