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¿Se puede aprender a escribir? La pregunta recorre los siglos. En tiempos pasados, cuando la imitatio no estaba mal vista, sino que se veía como algo muy normal y lo raro era la pretensión de originalidad, la receta para aprender a escribir o ser mejor escritor era el aprendizaje en los clásicos, su imitación. Hoy, ese camino parece haber caído en desuso, pero la pregunta no ha perdido vigencia, todo lo contrario. La proliferación en las últimas décadas de talleres de escritura la ha vuelto a poner sobre el tapete, mostrando más bien la otra cara de lo mismo: ¿se puede enseñar a escribir? Una respuesta habitual es que no se puede enseñar a escribir, pero sí se puede enseñar a no cometer errores.

La mayoría de los escritores recomiendan que, junto con el ordenador, lo primero que debe comprar el que quiera iniciarse en el oficio es una papelera; y usarla sin miramientos

Un artículo reciente de The Economist ha tratado el asunto de un modo afirmativo: Qué leer para ser mejor escritor. Empieza corroborando lo anterior, es decir, que si uno puede comprender antes de nada los orígenes y las características de la mala escritura, puede aprender a diagnosticar y curar los problemas de su propia prosa. El artículo apunta también a algo que todos los escritores con alguna experiencia ya saben: lo primero que se escribe casi siempre es deficiente, y no son escasas las primeras novelas publicadas que sonrojan a sus autores, los cuales lamentan no haberlas dejado dormir el sueño de los justos en algún cajón poco accesible. Por eso la mayoría de los escritores recomiendan que, junto con el ordenador, lo primero que debe comprar el que quiera iniciarse en el oficio es una papelera; y usarla sin miramientos. Es significativo a este respecto que un autor de tanto éxito popular hace unos años como Alberto Vázquez-Figueroa se jactara de no tenerla. Su método era escribir todos los días una cantidad de páginas, si salían con barba, San Antón, y si no, la Purísima, decía él. ¿Pero tirar algo de lo trabajado? Blasfemia.

También cabe recordar aquí lo que decía un autor de novelas policíacas, Manuel Quinto: Escritor es el que acaba una novela, independientemente de su calidad; será un mal escritor, pero escritor al fin. Porque sólo los que emprenden esa tarea de ponerse a escribir un relato de cierta extensión saben de la dificultad de llevarlo a término.

Más allá de estas consideraciones, el citado artículo de The Economist recomienda una serie de obras como “excelentes fuentes de conocimiento e inspiración” para ser mejor escritor. Obras, naturalmente, muy centradas en el ámbito anglosajón: por supuesto, un diccionario de uso del inglés; un ensayo de Orwell; un libro sobre el estilo que es una suerte de libro de texto que aboga por la claridad; o un trabajo de Steven Pinker, que, basándose en su especialidad de psicolingüista y su conocimiento del funcionamiento del cerebro, defiende lo que llama un estilo clásico enemigo de las frases demasiado largas. Proust o Faulkner darían un respingo leyéndolo, pero quizá nuestro Ortega, que habló de la claridad como cortesía del filósofo se sentiría más identificado con Pinker.

¿Contamos en español con obras semejantes que enseñen a escribir bien? Sin duda, a la cabeza de una lista de este tipo para hispanohablantes, y a modo de diccionario de uso, deberían figurar las ediciones de El dardo en la palabra (Galaxia Gutenberg/Círculo de Lectores) del maestro Lázaro Carreter. Un inconveniente es que, al tratarse de recopilaciones de artículos, la búsqueda temática no es fácil. A cambio, una lectura seguida o por medio de calas no dejará de proporcionar múltiples ocasiones de aprendizaje y regocijo, dados el conocimiento erudito, la precisión y el frecuente uso de la ironía, cuando no del sarcasmo, del gran Fernando Lázaro. En su estela, no han faltado entendidos que batallaran en los diarios por el buen uso del lenguaje, con artículos cuya recopilación también podía llegar al libro. El Marqués de Tamarón en Abc o Alex Grijelmo en El País son dos buenos ejemplos.

Más allá del correcto uso de la lengua del que tratan los autores citados, y que constituye la base o el esqueleto de la escritura, quien quiera saber cómo ser buen novelista (si es que tal cosa es posible) cuenta en español con una obrita ya clásica de un autor no menos clásico aunque felizmente vivo. Hablamos de las Cartas a un joven novelista (Galaxia Gutenberg) de Mario Vargas Llosa, en las que trata asuntos como la vocación, el lugar del que salen las historias, la forma de la novela, el estilo (“por sí misma, la corrección estilística no presupone nada sobre el acierto o desacierto con que se escribe una ficción”), la estructura, el uso del tiempo o el punto de vista, entre otras cuestiones. Enseñanzas útiles acerca de qué es y cómo es una novela (“la anatomía novelesca”), pero tan relativas como todo lo que se pueda decir de algo que es un arte y en absoluto una ciencia exacta. Por eso el propio Vargas Llosa no tiene empacho en desdecirse al final de su obrita y decirle al joven alevín de escritor al que se dirige “que se olvide de todo lo que ha leído en mis cartas sobre la forma novelesca y que se ponga a escribir novelas de una vez”. Por cierto que el autor de Conversación en La Catedral infringe uno de los preceptos de uno de los celadores del buen uso del lenguaje citados por The Economist. El profesor de Chicago Joseph Williams desaconseja el uso de sustantivos formados a partir de verbos, algo que también ocurre a la viceversa, como, en nuestra lengua, el feísimo (aunque, ay, admitido por la Academia) posicionarse. Vargas Llosa deja caer un término chirriante cuando dice “lo que me gusta es leer novelas, no autopsiarlas”.

Stephen Vizinczey: “No dejarás pasar un solo día sin releer algo grande”… “un escritor nace del talento y del tiempo”

Hace unos años, el escritor húngaro de expresión inglesa Stephen Vizinczey publicó a modo de prólogo de una selección de ensayos literarios (Verdad y mentiras en la literatura, Seix Barral) “los diez mandamientos de un escritor”. El primero ya era contundente: “No beberás ni fumarás ni te drogarás. Para ser escritor necesitas todo el cerebro que tienes”. Algunos de los siguientes eran “No tendrás costumbres caras”, “Soñarás y escribirás y soñarás y volverás a escribir”. “Pensarás sin cesar en los que son verdaderamente grandes”, “No dejarás pasar un solo día sin releer algo grande”… Las explicaciones que desarrollan esos mandamientos están llenas de sugerencias útiles para quien quiera dedicarse a escribir. Como “un escritor nace del talento y del tiempo”, “No dejes a nadie decirte que estás perdiendo el tiempo cuando tienes la mirada perdida en el vacío. No existe otra forma de concebir un mundo imaginario” o “No busco temas: cualquier cosa en la que no pueda dejar de pensar es mi tema”.

BRILLANTES Y DIVERTIDOS CONSEJOS DE DASHIELL HAMMETT

En una línea parecida de textos breves, incluyendo mandamientos y decálogos, recetas escuetas y contundentes, Ana Ayuso publicó El oficio de escritor (Suma de Letras y Ediciones y Talleres de Escritura Creativa Fuentetaja), una recopilación de reflexiones sobre el arte de escribir de numerosos autores, como Hemingway, Joyce, García Márquez, Faulkner, Flaubert, Martín Gaite, Virginia Woolf, Proust, etc. Además de ocuparse del origen de las historias que se escriben y de los avatares del oficio (de la inspiración a los malos momentos), el libro contiene consejos y sentencias, agrupados o no en decálogos. Los “consejos para escritores de novelas policíacas” de Dashiell Hammett son especialmente brillantes y divertidos: “La pistola automática corriente no es un revólver. Para que una pistola sea un revólver debe tener algo que dé vueltas”, “El Colt 45 automático no tiene recámara. Los cartuchos van almacenados”, “Las pupilas de muchos drogadictos son aparentemente normales” o “Ustedes es el plural de usted”. Otros ejemplos del libro son “Si puedes expresarlo en quince palabras en vez de en veinte o en treinta, exprésalo en quince” (John Gardner), “Cree en ti, pero no tanto; duda de ti, pero no tanto. Cuando sientas dudas, cree; cuando creas, duda” (Augusto Monterroso). Borges aporta su peculiar sentido del humor aconsejando lo que es preciso evitar en literatura, cosas como “las parejas de personajes groseramente disímiles o contradictorios, como por ejemplo Don Quijote y Sancho Panza, Sherlock Holmes y Watson” o “la vanidad, la modestia, la pederastia, la ausencia de pederastia, el suicidio”.

UN JUEGO SIEMPRE PELIGROSO

Un texto distinto, más trabado y ensayístico, es el que ofrece Juan Benet en La inspiración y el estilo (Alfaguara). Contiene reflexiones de indudable utilidad, como esta: “No puedo menos de pensar que la literatura es un juego siempre peligroso, que no se deja dominar por ningún otro y que, con harta frecuencia, suele jugar una mala pasada a quien trata de servirse de ella para otros fines que los artísticos”.

El citado artículo de The Economist comienza refiriéndose a la dificultad de las primeras palabras. Torrente Ballester daba algunas recomendaciones como la de usar, a modo de plantilla, un comienzo célebre, algo como “en un portal de la plaza de cuya fuente no salía agua ninguna, estaba un tipo malencarado, con pitillo en los labios, cicatriz en la cara y tatuaje de presidiario”.

¿Se puede enseñar a escribir o resumir en pocas palabras lo que sea escribir bien? La clásica afirmación de Azorín conserva toda su vigencia: escribir bien es hacerlo de modo que el lector piense “esto puedo hacerlo yo”, pero, puesto a intentarlo, le resulte lo más difícil del mundo.

Periodista cultural.