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Profesor, articulista y escritor, David Jiménez Torres (Madrid, 1986) ha vivido y estudiado a caballo entre España, Estados Unidos y Reino Unido. Tras pasar por la Universidad Camilo José Cela, en 2022 se incorporó a la Universidad Complutense de Madrid en el departamento de Historia, Teorías y Geografía Políticas.

A su labor investigadora corresponde la obra de la que aquí se trata, pero no es el único título. Ha publicado también Nuestro hombre en Londres: Ramiro de Maeztu y las relaciones angloespañolas (Marcial Pons), además de libros colectivos y trabajos en diversas revistas. En su faceta literaria, cuenta con las novelas Salter School (Martínez Roca) y Cambridge en mitad de la noche (Entre Ambos); y también ha escrito los ensayos literarios El país de la niebla (Ipso) y El mal dormir (Libros del Asteroide), ganador del I Premio de No Ficción Libros del Asteroide. Su incursión en el ensayo político se titula 2017. La crisis que cambió España (Deusto).


AVANCE

No hay acuerdo en la definición de qué es un intelectual y menos en para qué sirve. Controvertido es el giro sobre a quién sirve… En definitiva, un panorama apasionante —un «aprieto» también, en palabras de Unamuno— para quien quiera desentrañarlo. Ha sido David Jiménez Torres en esta obra, editada por Taurus, titulada La palabra ambigua. Los intelectuales en España (1889-2019). En ellas los define, siguiendo la división de Stefan Collini, luego se remonta a sus orígenes y entra en materia sobre su papel en la sociedad y la impresión que de ellos tiene la misma.

Arrogantes, elitistas… Desde bien pronto, se les acopla el concepto de «torre de marfil» con connotaciones negativas. Se les reprocha que, con frecuencia, aceptan prebendas del poder, renunciando a sus principios. ¿Esto ha sido así? El autor plantea una recorrido cronológico por la historia reciente de España: desde su edad de oro, que viene a coincidir con la edad de plata de la literatura española (1875-1936), es decir, con las generaciones del 98 y del 14; la época de Primo de Rivera —el «dictador antiintelectuales»; su adscripción a la República; la persecución en la Guerra Civil y todo lo que vino después: exilio, la problemática vuelta (o no vuelta) y la recolocación en la Transición hasta llegar al no muy distante año de 2019.


ARTÍCULO 

Llevamos décadas debatiendo si el intelectual se muere, o se transforma con el tiempo, y aún no sabemos lo que es. Esta podría ser la conclusión del ensayo de David Jiménez Torres (Madrid, 1986) La palabra ambigua. El título está tomado de una cita de José Ortega y Gasset en 1908, que encabeza el libro. «En Alemania y en Inglaterra (…) eran ya socialistas casi todos los ciudadanos cultos —o digamos la palabra ambigua— casi todos los intelectuales».

El calificativo es importante porque estamos ante la historia de una palabra, de los diferentes significados que se le han dado en la historia y de la dificultad para ponerse de acuerdo en lo que significa el término intelectual en sus aproximadamente 130 años de vida, que calcula el autor, en su acepción moderna como sustantivo.

Otra cita relevante para constatar su indefinición es esta de Miguel de Unamuno en 1905, que acompaña a la de Ortega. «¿Quién de nosotros, los que escribimos para el público, no ha usado, no ya una sino muchas veces, en estos últimos tiempos el sustantivo intelectual? (…) Y la verdad es que si se nos pidiera a cuantos nos hemos servido de semejante denominación, el que la definiéramos, nos habríamos de ver, los más de nosotros, en un gran aprieto».

David Jiménez Torres: La palabra ambigua. Los intelectuales en España (1889-2019). Taurus, 2023

Este es el aprieto al que se refiere Unamuno: ¿Cómo definir el propio objeto de estudio? Jiménez Torres ofrece como la explicación más completa la que da el investigador británico Stefan Collini, quien sostiene que el sustantivo intelectual se ha usado en tres sentidos diferentes. El sentido sociológico: alguien cuya ocupación principal tiene que ver con la intelección y el conocimiento y que debido a ello tiene un nivel de educación superior a la media. El sentido subjetivo: aquel que tiene interés por las ideas y por la cultura, independientemente de que esto tenga que ver o no con su profesión. Y el sentido cultural: aquellos individuos que poseen algún tipo de «autoridad cultural», que utilizan una posición o unos logros intelectuales reconocidos a la hora de dirigirse a un público más amplio que el de su especialidad.

Los intelectuales siempre son los otros

Cronológicamente, la palabra aparece de forma casi simultánea en la mayoría de las lenguas europeas en las dos últimas décadas del siglo XIX. De hecho, según el autor, ya se utilizaba en España antes del «caso Dreyfuss», de que Emile Zola publicase su J’accuse (1898) y del posterior manifiesto de los dreyfusards en apoyo a sus tesis, affaire considerado «el acta de nacimiento» de los intelectuales no sólo en Francia, sino en toda Europa.

Ya desde el primer momento, Jiménez Torres va detectando tendencias que se repetirán a lo largo de la historia. Los intelectuales siempre son los otros, rara vez utilizan el término para referirse a sí mismos. Una acusación recurrente ha sido tacharlos de arrogantes y elitistas. Desde muy pronto, se emplea el concepto de torre de marfil con connotaciones negativas. Se les reprocha que con frecuencia  aceptan prebendas del poder, renunciando a sus propios principios. Muchas veces se les acusa de ser una especie antipatriota, que sigue las ideas de otros países. En los intelectuales españoles subyace un cierto complejo de inferioridad respecto a los extranjeros, en especial los franceses.

Una acusación recurrente ha sido tachar a los intelectuales de arrogantes y elitistas. Pronto se les une el concepto de «torre de marfil» con connotaciones negativas

Su edad de oro viene a coincidir con la edad de plata de la literatura española (1875-1936), es decir, con las generaciones del 98 y del 14. Ciertamente «eran muchos e influyentes», como subraya el autor, y lo demuestra su activa participación en la vida pública, con encendidas polémicas como la mantenida entre germanófilos y aliadófilos durante la Gran Guerra (1914-1919)  o, antes, a propósito de la Semana Trágica de Barcelona (1909).

Momento álgido de los intelectuales fue también la dictadura de Primo de Rivera (1923-1930), tanto por la oposición de muchos de ellos como por la inclinación del general a manifestar sus opiniones a través de artículos e intervenciones públicas. Hasta el punto de que Jiménez Torres le apoda el «dictador antiintelectuales». Fueron frecuentes sus referencias a la intelectualidad durante su mandato. Según el autor, presentó desde muy pronto las actividades de ciertos individuos (como Unamuno, al que desterró) o de entidades concretas (como el Ateneo, que cerró) como «una muestra del elitismo, antipatriotismo y efecto corrosivo de los intelectuales».

Españoles «de oficio intelectual» en defensa de la República

El final de la Monarquía llega precisamente con La Agrupación al Servicio de la República, cuyo manifiesto fue publicado en el diario El Sol dos meses antes de la proclamación del nuevo régimen. La Agrupación —encabezada por José Ortega y Gasset, Gregorio Marañón y Ramón Pérez de Ayala— nace con la intención de «movilizar a todos los españoles de oficio intelectual para que formen un copioso contingente de propagandistas y defensores de la República Española».

De ahí la oposición en los sectores más conservadores a la figura del intelectual. Amplios sectores de la Iglesia los asociaban directamente con escritores anticristianos. El escritor Luis Araujo-Costa denunciaba que su influencia se había impuesto «en la enseñanza, en la prensa, en la política y allí donde la bolsa puede salir bien librada».

Otros más posibilistas, como Ángel Herrera Oria, que llegó a ser director de El Debate, sostenían que lo que necesitaba España era intelectuales católicos. Autores como Ramiro de Maeztu interpretaban que la asociación intelectuales-República era accidental. «¿Qué ceguera pudo hacer pensar a los gobernantes que no importaba la actitud de los intelectuales?».

Ramiro de Maeztu interpretaba que la asociación de los intelectuales con la República era accidental. Ángel Herrera Oria defendía la necesidad de intelectuales católicos

Por su parte, según el autor, «el discurso fascista presentaba al intelectual como la antítesis de los valores de juventud, virilidad, acción y violencia que el fascismo reivindicaba». Se le consideraba «un antipatriota, que se entregaban a ideas extranjeras antes que a las nacionales». Y se señalaba «la acción política como incompatible con el intelectual».

Una guerra y un régimen contra los intelectuales

La Guerra Civil, igual que al resto de los españoles, marcó de forma decisiva la figura del intelectual. Muchos así calificados, de uno y otro bando, fueron asesinados, otros se movilizaron en favor de alguno de los contendientes, y un gran número partieron hacia el exilio. Entre los defensores de la República, destaca la creación de la Alianza de Intelectuales Antifascistas, que organizó con gran repercusión el II Congreso de Escritores para la Defensa de la Cultura, celebrado simultáneamente en 1937 en Valencia, Madrid, Barcelona y París.

Pese a que también algunos intelectuales se inclinaron por el bando nacional, los mismos sublevados identificaron al intelectual con el Gobierno Republicano. Incluso algunos líderes, como Serrano Suñer, llegaron a acusar de provocar la guerra a «esos que se llaman a sí mismos pedantemente intelectuales».

Pese a que algunos intelectuales se inclinaron por el bando nacional, los mismos sublevados identificaron al intelectual con el Gobierno Republicano

También se produjeron episodios de antiintelectualismo en el bando republicano como el que llevó a la sangrienta represión, durante las llamadas jornadas de mayo de 1937, del POUM y de la CNT por parte del PCE, bajo el control de Stalin.

En el primer franquismo siguió asociándose al intelectual con los republicanos y se llevaron a cabo purgas en la universidad, en un intento de borrar la influencia de la Institución Libre de Enseñanza, que había dominado la Educación durante la República . No fue hasta los incidentes estudiantiles del año 1956, cuando  vuelve a tomar protagonismo la figura del intelectual. Sucesos tras los cuales fueron detenidos, entre otros, Javier Pradera, Ramón Tamames y Fernando Sánchez Dragó.

A medida que evoluciona el régimen, también van volviendo muchos de los intelectuales del exilio e incorporándose a la vida cultural española. El propio Santiago Carrillo proclama la «necesaria la unión de las fuerzas del trabajo y la cultura» para socavar el franquismo.

A vueltas con el papel de los intelectuales

Ya en democracia, se plantea el debate sobre el papel de los intelectuales que permanecieron en España durante la dictadura y los que estaban volviendo del exilio, debate que se cerró pronto con la reconciliación de la Transición. Así como debates antiguos sobre el papel que debían jugar los intelectuales en política. De hecho, fueron muchos los vinculados al PCE y al PSOE, que gobernaría entre 1982 y 1996 y luego entre 2004 y 2011.

En la Transición se volvió a reabrir el debate sobre el papel que debían jugar los intelectuales en política

La mayoría de los intelectuales se movilizaron con numerosos manifiestos contra el terrorismo de ETA o contra la Guerra de Irak durante el mandato de Aznar. Pero su influencia pública fue disminuyendo progresivamente. Varios factores contribuyeron a su decadencia: el desmoronamiento de la Unión Soviética, el papel cada vez más relevante de los expertos y el cuestionamiento de la adscripción partidista de muchos de ellos. Así, el escritor Juan Goytisolo defendía, una vez restablecida la democracia, «la necesidad de que haya intelectuales absolutamente independientes de este poder y que conserven la capacidad de criticar a este poder».

Pese a seguir un orden cronológico, La palabra ambigua no es una historia de los intelectuales, sino un ameno y enriquecedor estudio sobre su papel en la vida pública y cómo han sido considerados, con sus luces y sus sombras, a lo largo de los años.

Periodista y editor de Nueva Revista. Es autor del ensayo "Los chicos de la prensa" (Nickel Odeón) y participa habitualmente en libros sobre cine de la editorial Notorious.