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El escritor Vasili Grossman (1905-1964) viajó a Armenia en 1961 con el encargo de traducir una famosa novela de un autor armenio. Este escritor soviético y judío —ambos adjetivos son importantes para entender su identidad— había visto como su gran obra, Vida y destino, en la que relataba la Segunda Guerra Mundial y los totalitarismos nazi y soviético, quedaba censurada y en manos de la KGB.

Para jugar con él al juego “del palo y la zanahoria”, después de bloquear la publicación de su novela, el Estado soviético le ofreció este trabajo de traducción en una de las repúblicas más alejadas del Imperio. Fruto de sus dos meses en Armenia, Grossman escribirá Que el bien os acompañe (Galaxia Gutenberg), un libro de viajes y de meditaciones sobre esta antigua tierra.

Que el bien os acompañe. Galaxia Gutenberg. 144 págs.
Que el bien os acompañe. Galaxia Gutenberg. 144 págs.

Todo este contexto está explicado en el conciso epílogo que Ferran Mateo y Marta Rebón (también traductora del libro y de otros clásicos de la literatura rusa) incluyen en Que el bien os acompañe. También apuntan que esta pequeña obra de Grossman no se publicó por completo hasta 1988. Previamente se habían sustraído ciertos párrafos, en especial los que trataban los paralelismos entre los armenios y los judíos. “Ese reconocimiento mutuo entre ambos pueblos fue, en palabras de Grossman, la impresión más profunda que tuvo en Armenia”, señalan.

En una boda, en lugar de hablar del novio o de la novia, todos recordaban el dolor del genocidio del pueblo armenio a manos de los turcos

El sufrimiento, la persecución y el exilio de los armenios es un tema que va salpicando todo el relato de Que el bien os acompañe, pero que coge especial fuerza en una escena que Grossman presenció en una boda armenia. Sentado en la mesa junto a otros asistentes, Grossman observa como diversos invitados realizan discursos ante el público. Pero, sorprendentemente, sus palabras no tratan de las virtudes del novio o de la novia, sino que todos recuerdan el dolor del genocidio del pueblo armenio a manos de los turcos. La escena es insólita para Grossman: hay, incluso, un viejo comunista que se pone a citar la Biblia —la boda se celebra a los pies del simbólico monte Ararat—.

Pero el gran impacto para Grossman viene cuando un asistente a la boda explica, ante todos, cómo, cuando era soldado, lo capturaron los nazis y vio cómo estos se llevaban a todos sus compañeros judíos para asesinarlos. Este mismo hombre le dice a Grossman que ha leído las crónicas que escribió durante la guerra  —Grossman fue soldado voluntario y corresponsal de Estrella Roja, el diario del Ejército Rojo, durante la contienda—. “Dijo que había leído mis reportajes de guerra, ésos en los que describía a los armenios, y que pensó que los había escrito un hombre cuyo pueblo había soportado muchos sufrimientos. Y dijo que le gustaría que un hijo del pueblo mártir de Armenia escribiera de los judíos”, narra Grossman.

Al acabar este discurso, “se levantaron todos, hombres y mujeres, y un largo y clamoroso aplauso confirmó que los campesinos armenios estaban llenos de compasión por el pueblo judío. (…) Todos hablaron de los judíos y de los armenios, de la sangre y de los sufrimientos que los habían acercado”.

Además de esta idea de hermandad, Que el bien os acompañe también recoge la curiosidad, la sensibilidad y la perspectiva literaria de Grossman.

Aparece un autor fascinado y alegre por una Armenia que se abre por primera vez ante sus ojos —ese estado de ánimo es impactante cuando se conoce la depresión que Grossman arrastraba desde Moscú a causa de la censura de Vida y destino—. Al llegar a este nuevo lugar, el escritor plantea su propia teoría literaria para aproximarse a la descripción y a la literatura de viajes.

Sólo hay una Ereván (la capital de Armenia) real, pero a la vez —para Grossman— hay millones de ellas nacidas de la subjetividad de cada persona: “[yo] creaba mi propio Ereván, un Ereván singular extraordinariamente parecido al Ereván del mundo exterior, asombrosamente similar a esa ciudad que vive en la mente de miles de personas que pasean por sus calles, pero al mismo tiempo diferente de todos esos millones de Erevanes, mi ciudad irrepetible”.

El autor soviético también describe a los personajes que va conociendo con la vivacidad de las mejores novelas rusas

El autor soviético también describe a los personajes que va conociendo —su apariencia, su alma, su temperamento— con la vivacidad de las mejores novelas rusas. De los tiernos habitantes del pueblo montañés de Tsajkadzor a los intelectuales de la capital —que le ignoran por completo—, Grossman va trazando carácteres a través de la anécdota y el encuentro. A esa habilidad descriptiva se le suma la impresionante historia vital de casi todos los armenios: en el tumultuoso siglo XX, del genocidio a manos de los turcos a los devastadores ataques nazis, cualquier vida estaba alejada de algo cercano a la normalidad. El mismo Grossman, cuando cruza por un camino, recuerda como su tía lo recorrió hace unos veinte años, huyendo de la invasión nazi, después de que su marido e hijos hubieran muerto todos, varios de ellos a causa de las purgas estalinistas.

Quizá los personajes que más fascinan a Grossman son los campesinos armenios. El autor ve en ellos una bondad extrema. Uno de los hechos que obsesionan a Grossman es la religiosidad armenia: a pesar del cristianismo imperante, el escritor cree que todavía hay un poderoso deje de paganismo. Un ejemplo, cuenta el autor, es que, en los días festivos, todavía se sacrifican animales en el patio situado justo delante de las iglesias armenias, templos que, para Grossman, representan la “perfección”  de una arquitectura “sencilla, natural”.

El ateo Grossman, en su búsqueda de esta religiosidad, tiene la oportunidad de charlar con el catholicós —el obispo principal de la iglesia armenia— y, aunque le parece un hombre culto y amable, no acaba de encontrar en él alguien distinto, alguien que le revele el misterio de la fe. Es un intelectual con el que puede hablar sobre Dostoyevski o Tolstói, es decir, alguien demasiado parecido a él.

El alma y el corazón de Ereván

El encuentro que creará en Grossman “una emoción en mi corazón que pocas veces he conocido” será posterior, con un campesino medio analfabeto en el que encontrará una expresión pura y a la vez simple de la fe armenia: “Y esta alma, esta fe vivía en el viejo iletrado, y era simple, como su vida y como su pan, sin una palabra pomposa, sin sermones grandilocuentes, y mis ojos se llenaron de lágrimas porque esta fe me tocó, porque de repente comprendí su fuerza, no dirigida a Dios, sino a los hombres, comprendí que Alekséi Mijáilnovich no podía vivir sin ella, como no podía vivir sin pan ni agua, y que, en nombre de ella, se enfrentaría, sin dudarlo, al suplicio de la muerte en la cruz, el presidio más terrible y perpetuo”.

En esa fe de los armenios, en esa conexión con su identidad judía, en esas charlas con los campesinos, en esos patios interiores llenos de vida que “constituyen el alma y el corazón de Ereván”, en esas “piedras insólitamente antiguas” que cubren el paisaje, en todo ello encontrará Grossman su propia e irrepetible Armenia.