Tiempo de lectura: 5 min.

A comienzos de curso, como un ritornello consabido, se presenta cada año en el mundo académico la cuestión de la crisis de las Humanidades. No es algo de ahora, es de siempre, es algo cuya denuncia está ya en los Padres de la Iglesia, de san Juan Crisóstomo a san Agustín, y que toma mucha fuerza en el siglo XX, después de las dos guerras mundiales, con Simone Weil, Jacques Maritain, C.S. Lewis, y  T.S. Eliot, y que, más tarde, propone Leo Strauss con la Educación Liberal de la Escuela de Chicago. Pero hoy me voy a enfrentar con esa “crisis” de las Humanidades, hablando como suele cualquiera con su vecino, que diría Gonzalo de Berceo.

«Las Humanidades son los saberes que se preguntan por el sentido, como hacían ya Sócrates, Platón o Aristóteles»

Lo primero que voy a hacer es contarles una anécdota. Trabajaba antes de la pandemia en el Centro de Humanidades del Consejo Superior de Investigaciones Científicas. A mediodía solíamos salir de la actual sede, bastante periférica, las gentes que habíamos quedado a comer con otras personas en el centro de Madrid y era frecuente que algunos taxistas, sabedores de la costumbre, montaran una cierta guardia en la puerta.

Un día, salía yo de allí, efectivamente había un taxi, me subo y enseguida me dice el taxista:

-¿Sabe usted quién ha ido en el asiento que usted ocupa ahora?

Pensé: a quien he visto hoy por aquí de cierta notoriedad es al profesor Adrados, pero no creo yo que el taxista tenga mucho interés por el indoeuropeo.

No, no lo sé.

– Pues ha ido Belén Esteban. Y, además, le dije a Belén si permitía que llamara a mi señora para comunicarle que estaba ella aquí. Me lo permitió. Llamé a mi mujer y habló con Belén, que es simpatiquísima según el parecer de mi señora y mío.

Yo pensé: lo de la crisis de las Humanidades tal vez no va descaminado porque ¿cuándo le va a decir a alguien este taxista que hace guardia a la puerta del Centro de Humanidades que yo u otro colega ha estado ocupando este lugar? Nunca. Me hizo pensar que hay que seguir combatiendo la dichosa crisis.

«Las Humanidades también se preguntan por cómo nos comunicamos con las otras personas»

Las Humanidades, ¿Y eso para qué vale? Las Humanidades son los saberes que se preguntan por el sentido, como hacían ya Sócrates, Platón o Aristóteles, es decir por la indagación filosófica, en último término religiosa, de quién soy, de dónde vengo y a dónde voy. Y además de preguntarse por el sentido que tiene nuestra vida, nuestra actuación, las cosas que nos rodean, también se preguntan por cómo nos comunicamos con las otras personas, ya que el sentido se comunica a otras personas y otras personas nos lo comunican a su vez.

El profesor Garrido, investido doctor honoris causa por la Universidad Camilo José Cela.
El profesor Garrido, investido doctor honoris causa por la Universidad Camilo José Cela.

Y no es verdad que los avances de las ciencias ni las nuevas tecnologías de comunicación ni todo lo que constituye lo que algunos han llamado la era internet anule el interés de las Humanidades. Es un tópico oponerse a la afirmación de que la ciencia anula las Humanidades, recordando que el avance de la investigación atómica llevó a Hiroshima y Nagasaki Es un tópico, pero también es una realidad que no necesito citar a Riemen para que sea aceptada como incontrovertible.  Hay que huir de la superficialidad. Es importante buscar la verdad, interrogarse por el sentido. También es imprescindible ejercitarse en cómo decir lo que uno siente y piensa y hacer que se entienda en sus propios términos o entender en los propios términos aquello que me quieren decir o los sentimientos que me quieren transmitir otras personas. No somos islas.

La comunicación, lo sabemos, depende de emisor, receptor y circunstancia y, cuando no nos comunicamos, es porque no tenemos el imprescindible mínimo dominio del lenguaje. Un día, al salir del Edificio B de Letras de la Universidad Complutense, subo al autobús y delante de mí van dos alumnas mías que no me han visto porque en la fila me daban la espalda. La segunda se abraza a la primera y dice: tía, qué guarra eres, a ti te ha aprobao el Garrido (yo) y a mí me ha suspendío [sic]. No es solo problema de registro. Se trata de comunicar y comprender.

«PARA DECIR ALGO HAY QUE TENER ALGO QUE DECIR»

Todos los elogios para las nuevas tecnologías que permiten comunicar fácilmente cualquier cosa a cualquier persona en cualquier parte del mundo de modo instantáneo.  La tragedia es que para decir algo, hay que tener algo que decir. Y esto no ocurre siempre. Antes de que se decretaran los vagones silenciosos en el AVE, cualquiera que haya subido en ese tren para ir, por ejemplo, de Madrid a Sevilla, ha podido escuchar interminables conversaciones sin contenido, que se filtraban en múltiples móviles sin control. El político Miquel Roca me confesó que, cuando ya había AVE Madrid-Barcelona, seguía haciendo el trayecto en avión para librarse de esta tortura de sinsentido.

Hay que conocer algo de filosofía, algo de historia, algo de geografía, algo de literatura, algo de arte… para no hablar sin saber lo que se dice, si no, se corre el riesgo de propugnar el derribo de las pirámides de Egipto porque fueron construidas por esclavos o muchas cosas semejantes que se suelen llamar ahora memoria histórica.

«El arte de hablar en público, de persuadir, o sea, la retórica, forma parte eminente de las Humanidades y es hoy más necesario que nunca»

Y luego está el problema de la sobreinformación. Cuando empezaba a popularizarse el ordenador, tuve la oportunidad de asistir a uno de los seminarios privados que convocaba la reina doña Sofía en el antiguo rectorado de la Universidad Complutense, en San Bernardo, para que le hablaran de cuestiones culturales de actualidad. Aquella tarde me decía la reina: es una enorme suerte poder buscar una novela en el ordenador y tener tanto donde elegir. Señora, sí, le respondí, pero si buscamos, por ejemplo, novela negra, presionamos la tecla y aparecen 6427 referencias, es lo mismo que si no saliera ninguna. Estábamos de acuerdo. La sobreinformación exige el discernimiento, las Humanidades otra vez.

Y no nos olvidemos de la filología, de la semiótica. El arte de hablar en público, de persuadir, o sea, la retórica, forma parte eminente de las Humanidades y es hoy, si cabe, más necesario que nunca. Lo necesitan abogados y políticos, ejecutivos y comerciales en sus presentaciones de empresa, oradores sagrados, publicitarios y el actual homo mediaticus en general. Pues bien, la retórica enseña que el orador es el vir bonus dicendi peritus, la persona de bien experta en comunicar, lo que quiere decir que no es de recibo el discurso de la mentira. ¡Menuda aportación!

Contra el virus de la superficialidad, la vacuna de las Humanidades. Nunca recordarán, porque te dediques a ellas, el asiento que ocupaste en un taxi, pero son de suma necesidad.

__________________________________________

(Palabras pronunciadas por el profesor Garrido Gallardo, al ser investido doctor honoris causa por la Universidad Camilo José Cela).

Especialista en Análisis del Discurso, ha sido catedrático de Gramática General y Crítica Literaria de la Universidad de Sevilla y profesor de investigación del Instituto de la Lengua Española (Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC). Madrid). Director de «Revista de Literatura» (CSIC) y editor-director de «Nueva Revista» (UNIR). Académico correspondiente de la Academia Argentina de Letras, Academia Chilena de la Lengua y Academia Nacional de Letras del Uruguay. Premio Internacional Menéndez Pelayo.