Podríamos buscar los rasgos de la cultura posmoderna en textos teóricos, pero me resulta más ilustrativo hacerlo una vez más acudiendo a la novela El nombre de la rosa (1980), en la que Umberto Eco invistió con los atuendos medievales de su protagonista, Guillermo de Baskerville, trasunto de Occam, creador del nominalismo, los rasgos más salientes de este programa cuyas últimas consecuencias designamos hoy como posmodernidad.
El dístico latino con que termina la obra y da origen a su nombre tenía en su autor, Bernardo Morliacense, un sentido preciso, el que vemos a continuación:
Stat rosa prístina nomine, nomina nuda tenemus
[La rosa originaria se apoya en un nombre, solo nos quedan meros nombres]
O sea, estamos ante una aparición más del tópico horaciano de la fugacidad de la vida del que la historia literaria comprueba (Horacio, Ronsard, nuestros clásicos…) que se ha hecho un uso abundante: la rosa, apenas florecida, se marchita.
Pero no cabe duda tampoco de que la traducción del emblema en la novela es inequívocamente el siguiente:
La rosa originaria consiste en un nombre, solo tenemos meros nombres.
Toda la historia que se cuenta confluye hasta aquí como a su conclusión nominalista —no conocemos verdaderamente nada—, que, a su vez, ilumina dialécticamente acontecimientos, parlamentos y, en suma, el argumento.
La novela ilustra irónicamente los grandes temas recurrentes en el itinerario filosófico de la Modernidad, que nace precisamente aquí. Podemos repasarlos por orden de aparición.
PÚBLICO CONTEMPORÁNEO Y DOCTRINA MEDIEVAL
Tanto nos da afirmar que se trata de un relato contemporáneo con atuendos medievales como decir que ilustra la opción intelectual que ha recorrido desde el siglo XVI la historia de la modernidad filosófica que desemboca en sus últimas consecuencias, la posmodernidad, como mentalidad característica de la actualidad. Cuando el fraile franciscano Guillermo de Baskerville, acompañado de su discípulo, el novicio benedictino Adso de Melk, personaje narrador, se encaminan a la abadía en que Guillermo debía cumplir una misión, el monje cillerero Remigio de Vorágine le pregunta si ha visto el caballo del abad, que se había perdido. Guillermo no lo ha visto, pero acierta plenamente en las características de su descripción. Adso se asombra:
—Sí —dije—, pero la cabeza pequeña, las orejas finas, los ojos grandes…
—No sé si los tiene, pero, sin duda, los monjes están persuadidos de que sí. Decía Isidoro de Sevilla que la belleza de un caballo exige ut sit exiguum caput… Un monje que considere excelente un caballo solo puede verlo (…) tal como se lo han descrito las auctoritates (p. 33).
He ahí un caso claro de «creación de la realidad»
(pos-verdad).
LA EXISTENCIA DE DIOS
La hipótesis nominalista compromete la afirmación de la existencia de Dios, garante en último término de la posibilidad del sentido de la realidad (y del discurso), y es la cuestión clave en cuanto a la derivación de la filosofía, sostenida por el fraile Guillermo de Occam, aunque él mismo no tomara nunca conciencia de todas sus implicaciones.
En la novela, nunca aparecerá una afirmación sobre agnosticismo. En el fondo, supondría la archicomentada contradicción de los relativismos, afirmar que todo es relativo menos el relativismo mismo. El nombre de la rosa no afirma ni niega, sino que ilustra con su mismo relato.
—(…) A nosotros nos cuesta ya tanto establecer una relación entre un efecto tan evidente como un árbol quemado y el rayo que lo ha incendiado, que remontar una cadena a veces larguísima de causas y efectos me parece tan insensato como tratar de construir una torre que llegue hasta el cielo.
—El doctor de Aquino —sugirió el abad— no ha temido demostrar mediante la fuerza de su sola razón la existencia del Altísimo, remontándose de causa en causa hasta la causa primera, no causada.
—¿Quién soy yo —dijo Guillermo con humildad— para oponerme al doctor de Aquino? Además, su prueba de la existencia de Dios cuenta con el apoyo de muchos otros testimonios que refuerzan la validez de sus vías. Dios habla en el interior de nuestra alma, como ya sabía Agustín, y vos, Abbone, habríais cantado alabanzas al Señor y a su presencia evidente aunque Tomás no hubiera… —se detuvo, y añadió—: supongo.
—¡Oh, sin duda! —se apresuró a confirmar el abad.
Y de ese modo tan elegante cortó mi maestro una discusión escolástica que, evidentemente, no le agradaba demasiado (p. 41).
TEORÍA DE LA CIENCIA
El cientificismo, rasgo de la modernidad, apenas está insinuado en el pasaje en que Guillermo alarga sus gafas de vista cansada al maestro vidriero Nicola da Marimondo:
—¡Oculi de vitro cum capsula! ¡Me habló de ellos cierto fray Giordano que conocí en Pisa! Decía que su invención aún no databa de dos décadas. Pero ya han transcurrido otras dos desde aquella conversación (…). ¡Qué maravilla! —seguía diciendo Nicola—. Sin embargo, muchos hablarían de brujería y de manipulación diabólica…
—Sin duda, puedes hablar de magia en estos casos —admitió Guillermo—. Pero hay dos clases de magia. Hay una magia que es obra del diablo y que se propone destruir al hombre mediante artificios que no es lícito mencionar. Pero hay otra magia que es obra divina, ciencia de Dios que se manifiesta a través de la ciencia del hombre (…) (pp. 110-111).
La suprema equivocidad de los nombres se señala con un fragmento del Carmen de Alanus ab Insulis (Alain de Lille) (1129-1203). Eco cambia levemente el texto y mucho la posible traducción elegible. El texto habla de pictura (en vez de scriptura) y no invita necesariamente a su traducción nominalista.
—Omnis mundi creatura quasi liber et scriptura… —murmuré—. Pero, ¿qué tipo de signo sería?
—Eso es lo que no sé. Pero no olvidemos que también existen signos que parecen tales, pero que no tienen sentido. Como blitirí o bu-ba-baff…
—Sería atroz matar a un hombre para decir bu-ba-baff.
Sería atroz —comentó Guillermo— matar a un hombre para decir Credo in unum Deum… (p. 134).
La frase ocasional en la indagación policiaca adelanta aquí la conclusión fundamental del relativismo posmoderno (y de esta novela), como se recordará más adelante: «no hay pasión más insana que la insana pasión por la verdad».
RELATIVISMO
Como es natural, el relativismo lo llena todo. Bastará una pequeña broma para ilustrar su omnipresencia en la obra:
– Date una vuelta por la cocina y coge una lámpara.
– ¿Un hurto?
– Un préstamo a la mayor gloria del Señor.
– En tal caso, contad conmigo (pp. 162-163).
EL PRINCIPIO DE CAUSALIDAD
Como he dicho antes, en este marco, las tesis no se enuncian, sino que se narran. Veamos el tratamiento dado a algo tan central (la antítesis del nominalismo) como es el principio de causalidad. Guillermo de Baskerville encuentra al superficial abad Abbone amasando las joyas del tesoro de la abadía: la lujuria (el desenfrenado afán de lujo) es evidente. El abad se lanza a explicar que no es lo que parece:
—Y entonces, cuando percibo en las piedras esas cosas superiores, mi alma llora conmovida de júbilo, y no por vanidad terrena o por amor a las riquezas, sino por amor purísimo de la causa primera no causada.
—En verdad esta es la más dulce de las teologías —dijo Guillermo con perfecta humildad.
Y pensé que estaba utilizando aquella insidiosa figura de pensamiento que los retóricos llaman ironía, y que siempre debe usarse [en contra de lo que hace Guillermo] precedida por la pronuntiatio que es su señal y justificación (p. 177).
La demoledora ironía (sarcasmo) de Guillermo pone en solfa la opción metafísica del abad, como advierte el joven Adso, a lo que se ve, experto en Retórica y despierto de entendederas.
EL DESINTERÉS POR LA VERDAD
En la intriga de la novela, como en muchas otras novelas policiacas, el investigador funciona con varias hipótesis, resultando, al final, acertada la menos esperable. Pero aquí eso es símbolo de un principio: la ausencia de fundamento lleva a un relativismo radical en que la búsqueda de la verdad carece de sentido: estamos inmersos en un bucle metafórico infinito.
—Pero entonces —me atreví a comentar—, aún estáis lejos de la solución…
—Estoy muy cerca, pero no sé de cuál.
—¿O sea que no tenéis una única respuesta para nuestras preguntas?
—Si la tuviera, Adso, enseñaría teología en París.
—¿En París siempre tienen la respuesta verdadera?
—Nunca, pero están muy seguros de sus errores.
—¿Y vos? —dije con infantil impertinencia—. ¿Nunca cometéis errores?
—A menudo, respondió. Pero en lugar de concebir uno solo, imagino muchos, para no convertirme en esclavo de ninguno.
Me pareció que Guillermo no tenía el menor interés en la verdad, que no es otra cosa que la adecuación entre la cosa y el intelecto. Él, en cambio, se divertía imaginando la mayor cantidad posible de posibles (p. 374).
ARBITRARIEDAD
El viejo monje demente Alinardo de Grottaferrata había imaginado que los asesinatos que se venían produciendo en la abadía correspondían al cumplimiento de la profecía del Apocalipsis. Y de nuevo la anécdota se eleva a categoría: el azar presidía los hechos a los que no era posible atribuir sentido alguno.
—¡Qué idiota!
—¿Quién?
—Yo. Por una frase de Alinardo me convencí de que cada crimen correspondía a un toque de trompeta, de la serie de siete que menciona el Apocalipsis. El granizo en el caso de Adelmo, y se trataba de un suicidio. La sangre en el de Venancio, y había sido una ocurrencia de Berengario. El agua, en el de este último, y había sido una casualidad. La tercera parte del cielo, en el de Severino, y Malaquías lo había golpeado con la esfera armilar porque era lo que tenía más a mano. Por último los escorpiones en el caso de Malaquías… ¿Por qué le dijiste que el libro tenía la fuerza de mil escorpiones?
—Por ti. Alinardo me había comunicado su idea, y después al- guien me había dicho que te había parecido convincente… Entonces pensé que un plan divino gobernaba todas estas muertes de las que yo no era responsable. Y anuncié a Malaquías que si llegaba a curiosear moriría según ese mismo plan divino, como de hecho ha sucedido.
—Entonces es así… Construí un esquema equivocado para interpretar los actos del culpable, y el culpable acabó ajustándose a ese esquema (pp. 568-569).
Más de cincuenta millones de ejemplares, un bestseller de intriga y filosofía. El nombre de la rosa, escrita por el profesor y semiólogo italiano Umberto Eco (1932-2016), es una de las novelas más leídas de la segunda mitad del siglo XX y principios del XXI. Desde su publicación, en 1980, ha vendido más de cincuenta millones de ejemplares. Y se ha convertido en una de las ficciones más representativas de la posmodernidad.
Ambientada en una abadía del norte de Italia, en el siglo XIV, es una mezcla de intriga detectivesca con filosofía, ya que encuadra la ficción en la controversia del nominalismo y los universales. En ese marco cuenta cómo un franciscano, Guillermo de Baskerville, y su pupilo Adso de Melk, intentan resolver una serie de crímenes cometidos en la abadía.
PÚBLICO Y DEBATE RELIGIOSO
El fanatismo de Jorge de Burgos quiere impedir a toda costa que el perdido libro II de la Poética de Aristóteles llegue a mano de los lectores para que no se vean zarandeados en sus principios. No hay principios y la persona ilusa que actúa como si los hubiera está abocada a la violencia.
¿Y qué seríamos nosotros, criaturas pecadoras, sin el miedo, tal vez el más propicio y afectuoso de los dones divinos? Durante siglos, los doctores y los padres han secretado perfumadas esencias de santo saber para redimir, a través del pensamiento dirigido hacia lo alto, la miseria y la tentación de todo lo bajo. Y este libro, que presenta como milagrosa medicina a la comedia, a la sátira y al mimo, afirmando que pueden producir la purificación de las pasiones a través de la representación del defecto, del vicio, de la debilidad, induciría a los falsos sabios a tratar de redimir (diabólica inversión) lo alto a través de la aceptación de lo bajo. De este libro podría deducirse la idea de que el hombre puede querer en la tierra (como sugería tu Bacon a propósito de la magia natural) la abundancia del país de Jauja (p. 575).
AGNOSTICISMO
Como he dicho antes, el universal relativismo está conectado con una postura agnóstica. No es posible una posición atea porque supondría una contradicción: todo es relativo…, menos que todo es relativo. Así, cuando el discípulo Adso de Melk saca acertadas conclusiones de los postulados nominalistas, Guillermo no contesta, se va una vez más por la tangente, en esta ocasión con la oportuna cita del Libro II de los Reyes:
—(…)Es difícil aceptar la idea de que no puede existir un orden en el universo, porque ofendería la libre voluntad de Dios y su omnipotencia. Así, la libertad de Dios es nuestra condena, o al menos la condena de nuestra soberbia.
Por primera y última vez en mi vida me atreví a sacar una conclusión teológica:
—¿Pero cómo puede existir un ser necesario totalmente penetrado de posibilidad? ¿Qué diferencia hay entonces entre Dios y el caos primigenio? Afirmar la absoluta omnipotencia de Dios y su absoluta disponibilidad respecto de sus propias opciones, ¿no equivale a demostrar que Dios no existe?
Guillermo me miró sin que sus facciones expresaran el más mínimo sentimiento y dijo:
—¿Cómo podría un sabio seguir comunicando su saber si respondiese afirmativamente a tu pregunta?
No entendí el sentido de sus palabras:
—¿Queréis decir —pregunté— que ya no habría saber posible y comunicable si faltase el criterio mismo de la verdad, o bien que ya no podríais comunicar lo que sabéis porque los otros no os lo permitirían?
En aquel momento un sector del techo de los dormitorios se des- plomó produciendo un estruendo enorme (…).
Hay demasiada confusión aquí —dijo Guillermo— Non in commotione, non in commotione Dominus (pp. 591-597).
(Lo mismo ocurre, por cierto, con la virtud de la castidad: no se dice nada en contra, pero la historia que se cuenta la contradice a cada paso).
NOMINALISMO
Hay un libro, Metafísica de la opción intelectual, de Carlos Cardona, que sigue el itinerario de la modernidad a partir de Descartes. Examina los antecedentes y la marcha de lo que Paul Ricoeur (1965) llamó la «filosofía de la sospecha» y vemos que no es otra cosa que la pregunta de Occam, que está presente también, en último término, en el Discurso del Método (1637) de Descartes (1546-1650), en la Crítica de la razón pura (1787) de Kant (1724-1804), en la obra de Hegel (1770-1831) y en Nietzsche (1884-1900).
Es precisamente Nietzsche quien nos muestra cómo ha sido posible que cristalicen, tantos siglos después, las consecuencias filosóficamente ateas, la pérdida de un centro, de una línea que viene de tanto tiempo atrás. En su libro La gaya ciencia ofrece este texto vibrante:
¿No habéis oído hablar de aquel loco que, en una mañana luminosa, encendió la linterna, corrió al mercado y gritaba incesantemente: —Yo busco a Dios, busco a Dios. Como allí había muchos que no creían en Dios, suscitó una gran carcajada. —¿Es que Dios se ha perdido?, decía uno. —¿Se ha escapado, como un niño?, decía otro. —¿O es que se ha escondido? ¿Nos tiene miedo?
¿Se ha embarcado? ¿Ha emigrado?, se gritaban divertidos unos a otros.
El hombre loco irrumpió entre ellos, y los traspasó con la mirada:
—¿Dónde ha ido Dios?, gritó, os lo diré yo: ¡Lo hemos matado!, vosotros y yo ¡’Todos nosotros somos sus asesinos! Pero ¿cómo hemos hecho eso? ¿Cómo hemos podido tragarnos el mar? ¿Quién nos ha dado una esponja para borrar el horizonte entero? ¿Qué hemos hecho, al desligar la tierra de su sol? ¿Hacia dónde se mueve la tierra ahora? ¿En qué dirección nos movemos nosotros? ¿Lejos de todo sol? ¿No nos precipitamos continuamente? ¿Hacia atrás, a los lados, adelante, por todas partes? ¿Es que hay aún un arriba y un abajo? ¿No vamos errantes por una nada infinita? ¿No alienta sobre nosotros el espacio vacío para aspirarnos? ¿No hace ahora más frío? ¿No anochece continuamente y cada vez es más de noche? ¿No hay ya que encender las linternas por la mañana?
¿No nos llega nada del hedor de la putrefacción divina? ¡También los dioses se corrompen! ¡Dios ha muerto! ¡Dios está muerto! ¡Y lo hemos matado nosotros! ¿Cómo nos consolaremos nosotros, los más asesinos entre todos los asesinos? La cosa más santa y más poderosa que hasta ahora había tenido el mundo se ha desangrado, degollada por nuestros cuchillos ¿Con qué nos lavaremos para purificarnos de esta sangre? ¿Con qué agua podremos purificarnos?
¿Qué ritos de expiación, qué fiestas sagradas deberemos inventar? ¿No es demasiado grande para nosotros la grandeza de este acto? ¿No habremos de convertirnos nosotros mismos en dioses, solo para mostrarnos dignos de ellos? No se realizó jamás una acción mayor; y todo el que nazca después de nosotros pertenecerá ya, gracias a esta acción, a una historia superior a todas las que han existido hasta ahora.
Al llegar a este punto, el hombre loco calló, y de nuevo miró a la cara a sus oyentes. También ellos callaban y lo miraban sorprendidos. Al fin estrelló en el suelo la linterna, que se hizo añicos, apagándose.
Y concluye:
—Yo llego demasiado pronto —dijo entonces—: este no es aún mi tiempo. Este acontecimiento monstruoso está aún en camino y en marcha, aún no ha llegado a los oídos de los hombres. También el relámpago y el trueno necesitan tiempo, la luz de las estrellas tiene necesidad de tiempo, las acciones precisan tiempo, aun después de haber sido hechas, para ser vistas y oídas. Esta acción está para los hombres todavía más lejos que las estrellas más lejanas, ¡y, sin embargo, han sido ellos mismos los que la han llevado a cabo!
Pues bien, ha llegado el tiempo, la Posmodernidad manifiesta hoy las últimas consecuencias del Nominalismo.
RELATO SIN REMITENTE
El semiólogo A. J. Greimas describió en 1960 el sistema que forman las instancias del relato, de cualquier relato (real, imaginario, verdadero, falso, ordinario o artístico), el modelo universal de comunicación del que disponemos los seres humanos para contar algo. Pues bien, veamos cómo se puede describir así el cuento de Caperucita Roja, por ejemplo, para ilustrar a continuación la descripción de las grandes cosmovisiones, de los relatos de la condición humana que han sustentado el debate de la cultura occidental en el siglo XX.
Caperucita Roja
- Sujeto Caperucita
- Remitente La madre
- Objeto Entrega de la cestita
- Destinatario La abuelita
- Ayudante Los leñadores
- Oponente El lobo feroz
Relato marxista
- Sujeto El ser humano
- Remitente Historia
- Objeto Sociedad sin clases
- Destinatario Humanidad
- Ayudante La lucha de clases
- Oponente Clase burguesa
Relato cristiano
- Sujeto El ser humano
- Remitente Dios
- Objeto La salvación
- Destinatario La persona
- Ayudante La gracia
- Oponente Mundo, demonio, carne
Relato posmoderno
- Sujeto El ser humano
- Remitente ¿?(Agnosticismo)
- Objeto ¿?(Indeterminado)
- Destinatario El individuo
- Ayudante El instinto de conservación
- Oponente Los relatos completos
La cultura posmoderna se puede describir, en consecuencia, como la que instaura el fin de los relatos completos, y el relativismo, como consecuencia de un mundo sin Dios. Si se pierde de vista el remitente, nos quedamos sin objetivo: si no reconocemos a la madre, no sabremos que lo bueno es entregar la cestita.
En plena época de Descartes, Hugo Grocio (Huigh de Groot, 1583-1645) planteaba que determinadas intuiciones básicas de derecho natural serían aceptables aunque no pusiésemos el fundamento de garantía que es Dios «etsi Deus non daretur» (aunque Dios no existiera): es una hipótesis, pues no poner ese fundamento, decía entonces Grocio, es algo impensable. Pasa el tiempo y, según la profecía de Nietzsche, ya llegó el momento en que se niega abiertamente esa presencia real.
Joseph Ratzinger sostenía en su discurso de Subiaco, de 2005, que en el actual ambiente poscristiano, los creyentes tienen que hacer la oferta del Derecho Natural para que los que no saben de la existencia de Dios sean invitados a aceptar de entrada esa intuición primigenia «veluti si Deus daretur» («como si Dios existiera»).
Hasta aquí hemos llegado. Posmodernidad es neonominalismo del siglo XXI, como avisaba proféticamente El nombre de la rosa. La oferta de Ratzinger es una invitación a volver a los orígenes, a comenzar de nuevo. Dos posiciones están en el debate:
o
no hay pasión más insana que la insana pasión por la verdad
o
la verdadera pasión por la verdad es fundamento de la tolerancia más profunda y de la auténtica libertad.
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Un best seller de intriga y filosofía
El nombre de la rosa, escrita por el profesor y semiólogo italiano Umberto Eco (1932-2016), es una de las novelas más leídas de la segunda mitad del siglo XX y principios del XXI. Desde su publicación, en 1980, ha vendido más de cincuenta millones de ejemplares. Y se ha convertido en una de las ficciones más representativas de la posmodernidad.
Ambientada en una abadía del norte de Italia, en el siglo XIV, es una mezcla de intriga detectivesca con filosofía, ya que encuadra la ficción en la controversia del nominalismo y los universales. En ese marco cuenta cómo un franciscano, Guillermo de Baskerville, y su pupilo Adso de Melk, intentan resolver una serie de crímenes cometidos en la abadía.
Se ha visto en el personaje del fraile-detective un cruce de Sherlock Holmes (de ahí su apellido que remite a El perro de los Baskerville) y del escolástico Guillermo de Occam, uno de los representantes del nominalismo.
El propio Eco admitió que otro personaje, Jorge de Burgos, es una especie de homenaje intelectual a Jorge Luis Borges, ambos ciegos, sabios y de lengua hispana.
Contribuyó a popularizar el bestseller la película del francés Jean Jacques Annaud, del mismo título, estrenada en 1986, con Sean Connery encarnando al fraile detective.
La novela vuelve a estar de actualidad, con su adaptación a la televisión. La RAI y la compañía Wild Bunch han producido una serie de ocho capítulos, protagonizada por John Turturro en el papel de Guillermo de Baskerville, que se está emitiendo en la televisión pública italiana.