Pedro Miguel Martínez interpretó anoche, en el marco del II Festival de Teatro del Somontano, el papel de Inquisidor en la pieza La lengua en pedazos, de Juan Mayorga. El éxito fue rotundo. La gente salió encantada porque no se esperaba que fuera a conmover tanto una pieza teatral con solo dos personajes y un texto tan denso y tan profundo, basado en el Libro de la vida, de Santa Teresa.
NR habló con Pedro Miguel Martínez, una cara muy conocida por series de la pequeña pantalla, poco antes de la función.
—¿Qué supone para usted la representación de “La lengua en pedazos” en Barbastro, después de que le acaban de dar a Juan Mayorga, el autor del texto y su director, el premio Ceres por esta pieza en el Festival de Mérida?
–Llevamos representando La lengua en pedazos un tiempo. Es la primera dirección de Juan Mayorga. Hemos entrado en una comunión, tanto Clara (Teresa de Jesús) como yo, con él, con Juan Mayorga, y yo creo que tenemos entre las manos un ejercicio potentísimo de lenguaje, de un magnífico lenguaje. Juan Mayorga escribe muy bien. Por otra parte tenemos un reto, Clara y yo. Esto es un duelo. No solo interpretativo, sino de personajes. Este duelo, para nosotros, consiste en una enorme concentración el uno en el otro. Estamos trabajando los dos juntos con la misma energía, y es un ejercicio teatral puro, porque no hay nada, lo hacemos prácticamente sin nada.
—De una obra tan compacta, con un lenguaje tan concentrado, y con solo dos actores, ¿los espectadores qué pueden esperar? Se puede pensar que va a ser difícil de digerir.
–La experiencia que estamos teniendo es muy sorprendente. En principio se podría esperar eso: “Esto es un poco tocho”. Pues todo lo contrario. La gente entra en este conflicto, se deja llevar por la belleza de las palabras, que son un regalo para el oído, y entra en el conflicto. La lengua en pedazos habla de muchas cosas. Habla de desobediencia. Habla de insumisión. Habla mucho de mujeres. Habla de dos formas diferentes de ver el mundo. Tiene una actualidad que la gente coge inmediatamente. E interesa muchísimo.
—¿No estamos solo ante una especie de diálogo dramático largo?
–En absoluto. Yo creo que precisamente lo que Juan Mayorga quiso, y en eso trabajamos, es que tanto Teresa de Jesús como el Inquisidor fueran dos personajes que estuvieran deseando encontrarse. De pronto ellos lo dicen: “Hace años esperaba esta hora”. Son dos formas de estar en el mundo. El Inquisidor es durísimo. Es el guardián de la Iglesia. Es el hombre de la disciplina. Del orden. De la obediencia. Y Teresa es la iniciativa propia. La imaginación. De pronto, la insumisión. Dos formas de estar en el mundo. La cara y la cruz. Y eso entra en conflicto.