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Ver productosEl Vaticano expone su idea del «ordo amoris»
25 de marzo de 2025 - 4min.
Avance
De las múltiples amenazas vertidas por Donald Trump en las vísperas de su llegada a la Casa Blanca, una se ha hecho realidad inmediatamente: la deportación de inmigrantes. Si la finura intelectual parece que no es el fuerte de Trump, su vicepresidente, J. D. Vance, se diría que cuenta con un mejor bagaje. Vance ha echado mano del concepto agustiniano del ordo amoris (el orden del amor o de la caridad que jerarquiza nuestra atención al prójimo, priorizando a los más cercanos) para justificar las deportaciones. Es decir, ha echado mano de la teología. De modo que, además de Canadá, Colombia, Dinamarca… a Trump le ha llegado también una respuesta desde el Vaticano. La ha enviado el papa Francisco el pasado febrero, aunque no la ha dirigido directamente al presidente americano, sino a los obispos estadounidenses. La revista europea El Grand Continent ha publicado la carta de Francisco, comentada párrafo a párrafo por el doctorando en la Sorbona Jean-Benoit Poulle.
Un punto central de la respuesta del papa es su concepto de la condición migratoria como metáfora de la condición peregrina de la humanidad hacia Dios. Dickens veía a los seres humanos como «compañeros de viaje hacia la tumba». Situando la estación termini en la tumba o más allá, la conclusión en ambos casos es la de la fraternidad universal. Ya en el primer párrafo de la carta, Francisco invita a reafirmar la fe «en un Dios siempre cercano, encarnado, migrante y refugiado» y defiende «la dignidad infinita y trascendente de toda persona humana». Y más adelante: «El Hijo de Dios, al hacerse hombre, también eligió vivir el drama de la inmigración».
La referencia anterior a «la dignidad infinita y trascendente» de los seres humanos tiene una implicación esencial: que «todos los fieles cristianos y los hombres de buena voluntad, estamos llamados a mirar la legitimidad de las normas y de las políticas públicas a la luz de la dignidad de la persona y sus derechos fundamentales, no viceversa». Así, «el acto de deportar personas que en muchos casos han dejado su propia tierra por motivos de pobreza extrema, de inseguridad, de explotación, de persecución o por el grave deterioro del medio ambiente, lastima la dignidad de muchos hombres y mujeres, de familias enteras, y los coloca en un estado de especial vulnerabilidad e indefensión», añade el papa, que, como señala el comentarista de la carta, no olvida incluir la emergencia climática, una de sus preocupaciones, entre las causas de los movimientos migratorios.
Francisco reconoce, como ha hecho tradicionalmente la Iglesia, el derecho de los Estados a regular, incluso limitar, la inmigración. Pero ese derecho, advierte, «no puede construirse a través del privilegio de unos y el sacrificio de otros; lo que se construye a base de fuerza, y no a partir de la verdad sobre la igual dignidad de todo ser humano, mal comienza y mal terminará». Sobre esto, insiste más adelante, al condenar el «criterio ideológico que distorsiona la vida social e impone la voluntad del más fuerte como criterio de verdad».
En un momento de su carta, el papa apunta directamente al concepto del ordo amoris enarbolado por el vicepresidente Vance: «El amor cristiano no es una expansión concéntrica de intereses que poco a poco se amplían a otras personas y grupos. Dicho de otro modo: ¡La persona humana no es un mero individuo, relativamente expansivo, con algunos sentimientos filantrópicos! La persona humana es un sujeto con dignidad que, a través de la relación constitutiva con todos, en especial con los más pobres, puede gradualmente madurar en su identidad y vocación. El verdadero ordo amoris que es preciso promover, es el que descubrimos meditando constantemente en la parábola del buen samaritano, es decir, meditando en el amor que construye una fraternidad abierta a todos sin excepción». Y como señala Jean-Benoit Poulle, Francisco se aparta en este punto de san Agustín y el magisterio tradicional católico: «el prójimo lejano (si admitimos este oxímoron) no es menos prójimo que el prójimo familiar».
La despedida es nuevamente significativa (salta a la vista que la carta está muy pensada y ninguna expresión parece dejada al azar): «Pidamos a la Santísima Virgen María de Guadalupe que proteja a las personas y a las familias que viven con temor o con dolor la migración y/o la deportación. Que la Virgen morena, que supo reconciliar a los pueblos cuando estaban enemistados, nos conceda a todos reencontrarnos como hermanos». La Virgen morena. «El latinoamericano Jorge Mario Bergoglio –apunta el autor del artículo que comenta la carta del papa– recuerda una vez más que, para los católicos, la Madre de Dios tomó rasgos similares a los de los inmigrantes ilegales a los que Trump pretende expulsar». De modo que el papa no se ha dirigido directamente a Trump, pero como si lo hubiera hecho.
Esta entrada ha sido redactada por Ángel Vivas. El artículo original completo de Jean-Benoit Poulle, publicado en El Grand Continent, se puede leer aquí.
La imagen, de Shealeah Craighead, tiene licencia de Creative Commons y se puede ver aquí.