Enríquez-Ominami: «Soy optimista ante el auge de creatividad del documental político»

Las películas de no ficción se han convertido en una ventana de oportunidad para que el cine critique al poder

Marco Enríquez-Ominami. Foto: © Nueva Revista
Nueva Revista

 

Marco Enríquez-Ominami. Político y cineasta. Es hijo de Miguel Enríquez, líder del Movimiento de Izquierda Revolucionario, asesinado por agentes de Pinochet. Ha sido diputado socialista en el parlamento de su país y actualmente es candidato a las elecciones presidenciales. Director de cine y televisión, es autor del documental Chile, los héroes están fatigados (2002).

Lucía Tello. Doctora en Ciencias de la Información. Directora del Máster de Estudios Cinematográficos de UNIR. Es codirectora de la revista Todos al cine y del portal www.todoescine.com y ha publicado varios libros sobre directores de cine.

Avance

El cine político no parece estar impactando actualmente en el debate público, comparado con la vigencia que tuvo en su época dorada, los años 70 y 80, con directores europeos como Costa Gavras, Ken Loach o Mike Leigh y latinoamericanos como Glauber Rocha, Luis Puenzo o Patricio Guzmán. Pero ha encontrado una ventana de oportunidad en el documental, que está experimentando un auge de creatividad y ganando el favor del público. Esta es, en síntesis, la conclusión a la que llegaron Marco Enríquez-Ominami y Lucía Tello en una sesión del Foro Nueva Revista sobre cine político celebrada el pasado 21 de julio. En el coloquio, moderado por el periodista Alfonso Basallo, los ponentes hicieron sus reflexiones a partir del artículo Tres motivos del cine político, publicado en Nueva Revista.

Ominami y Tello coincidieron en señalar que cine y política son conceptos inseparables, porque la política es consustancial con el ser humano, y que detrás de muchas películas —incluidas las del cine comercial o de pura evasión — hay siempre una cierta motivación ideológica. La pantalla no es sino un reflejo de la sociedad.

ArtÍculo

El cine político «no está impactando seriamente en el debate público», afirmó Marco Enríquez-Ominami. Y la prueba es que «el cine suele ser crítico con los autoritarismos, y sin embargo, salen elegidos políticos como Trump o Milei». Lo que sí predomina en el cine comercial son «los superhéroes de Marvel», que para Ominami tienen una lectura política, ya que Batman o Superman son reflejo de algunos gobernantes: «No trabajan, son profesionales mediocres, no valoran el Estado ni la democracia, lo destrozan todo y suelen ser individualistas que tampoco valoran la construcción colectiva. Su imagen es la del individuo solo frente al mundo».

Este tipo de cine inunda las plataformas, son las películas más vistas y sí que influyen en el debate público. «Estamos en un momento de triste creatividad, con honrosas excepciones, sobre todo en el cine europeo», añadió.

El contrapunto es el resurgimiento del documental. «Soy pesimista por el poco impacto del cine político y optimista por el auge del documental político», afirmó el cineasta chileno. «Se filman más que nunca, tienen tanta demanda como la ficción y los cineastas vuelcan en ellos su creatividad», constató. A diferencia del pasado, en el que tenía estatus de género menor y escasa atención por parte del público, ahora tiene gran éxito en las plataformas. Lo cual, añadió, es «una interesante vía para el cine político», con el aliciente de que «exige menos coste que la ficción, menos medios, no necesita actores e incluso soporta una textura visual más pobre, sin que se resienta la calidad del contenido».

Todo el cine es político

Lucia Tello coincidió con Enríquez-Ominami en señalar que «el cine político no pasa por una etapa de esplendor, como el que tuvo con los realismos latinoamericanos, el free cinema británico de los años 60 o las películas de Costa Gavras, Mike Leigh o Ken Loach en los años 70 y 80». Pero matizó que «todo el cine es político, porque la política es consustancial con el ser humano. Incluso cuando vemos Top Gun, por poner un ejemplo, nos están vendiendo un modelo determinado». En las películas de Marvel, el espectador es incluso «más permeable a los mensajes ideológicos, pero de manera inadvertida, pensando que va a ver solo entretenimiento».

Lucía Tello. Foto: © Nueva Revista

La experta cree que probablemente en el futuro «veamos un resugir de ese tipo de cine, porque suele ser cíclico: hay un acontecimiento, una crisis, etc., que posteriormente tiene un reflejo en la ficción cinematográfica». Y puso el ejemplo de la pandemia, asunto que hasta ahora apenas ha tenido eco en la pantalla —como apuntó Ominami—, y sin embargo ya hay un impactante telefilme británico, titulado Help y protagonizado por Stephen Graham, actor y guionista de Adolescencia, que refleja el drama humano de los hospitales.

Por otra parte, el cine en general ha perdido capacidad de influencia porque el espacio mediático lo ocupan ahora las redes sociales… no menos ideológicas porque tienen «un algoritmo detrás que le dice al usuario hacia donde tiene que escorar su información y su opinión». De modo que «el cine debe encontrar la motivación que le haga ser eficaz para que la sociedad vaya a mejor, no simplemente para entretenerla» apostilló.

Respecto al documental, Lucía Tello matizó que no se trata de «un subgénero, sino que es cine en sí mismo». Y no se puede decir que sea pura evasión. Actualmente se pueden ver en plataformas documentales que «denuncian problemas sociales y políticos y que tienen notable repercusión». Y se trata de una vieja tendencia. Mencionó el caso de Titicut follies (1967), de Frederick Wiseman, que mostraba el trato inhumano que recibían los pacientes de un correcional de Massachussetts para criminales dementes; y «el impacto fue tal que muchas de esas instituciones cerraron en Estados Unidos». Lo cual demuestra que, «a diferencia de la ficción, el documental sí que puede cambiar la historia».

Tanto Enríquez-Ominami como Tello subrayaron otro factor que determina y limita el papel de los cineastas. A diferencia de artistas individuales como los escritores, los directores dependen de un complejo entramado técnico, de una financiación y de circuitos de distribución. Es verdad que «las nuevas tecnologías abaratan los costes y que ahora se pueden rodar películas con la cámara del móvil, pero el poder lo tienen los estudios, los distribuidores, los festivales», indicó Lucía Tello. Y todo eso condiciona políticamente al cineasta.

Ominami subrayó el poder de los grandes festivales. Que una película gane premios depende de dos factores, «el elemento lobby y el elemento coyuntural». Y puso el ejemplo de Pulp Fiction, de Quentin Tarantino. A su juicio, el Festival de Cannes estaba dando «una respuesta política a EE.UU. al otorgar a esa película la Palma de Oro, en 1994… Venía a decir: ese cine es el que respetamos, no Top Gun».

Un cine pesimista

Reconoció Ominami que el cine político suele ser pesimista, si bien esta tendencia se da mucho menos en «los países que no tienen democracias liberales, fatigadas como las nuestras», que tienen una óptica más optimista o esperanzada y citó, entre otros, el caso del realizador iraní Asghar Farhadi, autor de filmes como Un héroe y Todos lo saben. En cambio, las democracias de Europa o de América «tienden más al pesimismo, a la hora de reflejar en la pantalla las posibilidades de denunciar los abusos de poder, la corrupción o el maquiavelismo». Eso explica que «se opte por el escapismo, con el predominio de películas de pura evasión».

Lucía Tello añadió que «es difícil que el cine político no sea pesimista porque lo que suele hacer es criticar algo que está mal a fin de que haya una respuesta». En eso consistía justamente el cine de denuncia que hacía Costa Gavras con Z, La confesión y Missing o el británico Ken Loach con Agenda oculta o su cine de realismo social. No se trataba de criticar por criticar, sino de provocar una reacción del público. Y otros cineastas no siempre lo hacían de forma directa, sino «a través de recursos como el humor o la sátira. Y en España, tenemos a Berlanga; su cine, en ese sentido, era político».

Alfonso Basallo, Lucía Tello y Marco Enríquez-Ominami. Foto: © Nueva Revista

La fatiga de los líderes revolucionarios

Finalmente, Marco Enríquez-Ominami reflexionó sobre el documental de autor, a partir de su experiencia con la película Chile, los héroes están fatigados (2002). Se trataba de entrevistar, casi treinta después del golpe de Pinochet, a «líderes marxistas que odiaban el capital y que habían terminado amando el dinero». Ominami lo hizo, al estilo de los documentales de denuncia de Michael Moore, apareciendo él mismo delante de la cámara, mientras hacía las entrevistas y se convertía en «el vehículo dramático; sin pretender ningún deber de objetividad o neutralidad».

«Mi crítica —explicó— no es a la contradicción de esas trayectorias, pues todos tenemos contradicciones», sino que ahora pretendan que se les aplauda. Primero había que aplaudir a aquellos líderes como movimiento de oposición y de resistencia, durante la dictadura de Pinochet, y ahora aplaudirlos porque dicen que «el dinero es fantástico».

Ominami es autor de otro documental político, Al fondo a la izquierda, en el que analiza el fracaso electoral de la izquierda en diversos países de América Latina, y que incluye entrevistas con Evo Morales, Dilma Rousseff y Rafael Correa. Y tiene en proyecto otro sobre el lawfare, la instrumentalización de herramientas jurídicas para eliminar a adversarios políticos. Se propone analizar ese tipo de estrategias, investigando en varios países sobre los vínculos inapropiados entre fiscales, agentes políticos y periodistas.