Ian Buruma es historiador y periodista. Profesor de Democracia, Derechos Humanos y Periodismo en el Bard College (Nueva York).
Avishai Margalit es catedrático del Instituto de Estudios Avanzados de la Universidad de Princeton y catedrático emérito de Filosofía de la Universidad Hebrea de Jerusalén.
Avance
Los autores definen el occidentalismo como “la imagen deshumanizadora de Occidente que pintan sus detractores”, que había tenido su más brutal expresión el atentado contra las Torres Gemelas, del 11-S. Y dedican este estudio a “examinar este racimo de prejuicios y rastrear sus raíces históricas”.
Hay que advertir que lo que entienden por Occidente es el capitalismo de mercado y la democracia liberal tal y como se encarnan hoy en Estados Unidos, “con una visión simplista y un poco maniquea”; lo cual es “la principal limitación de este ensayo”. Los autores incluyen en el sentimiento anti-occidental a una parte de la propia cultura de Occidente que, en algún momento, se reveló “contra el modelo capitalista anglosajón moderno y la sociedad hedonista, ajenos a todo ideal ético”. En este sentido, para Buruma y Margalit son tan expresión de anti-occidentalismo el pensamiento eslavófilo ruso, el nazismo o el comunismo implantado fuera de Europa, como el islamismo violento surgido en el siglo XX. Así, dedican los distintos capítulos a la reacción antioccidental contra la gran ciudad que encarna los valores del capitalismo industrial, la mentalidad racionalista y utilitaria y ajena a los valores del espíritu, el individualismo aburguesado, y el materialista descreído, prototipo del hombre occidental.
En el capítulo final, Buruma y Margalit concluyen que las ideas de la modernidad occidental administradas por no europeos ansiosos de ponerse a la par del progreso occidental han generado muerte y destrucción; que no es razonable culpar del salvajismo suicida de las revoluciones religiosas al imperialismo norteamericano; y que el odio a Occidente unido a la política y a la religión constituyen un serio peligro.
I
an Buruma y Avishai Margalit, profesores de universidad en Estados Unidos y en Israel en la época en que escribieron este libro (2002), publicaron poco después de los atentados de las torres gemelas en Nueva York un estudio que en España publicó la editorial Península en 2005 bajo el título Occidentalismo. Breve historia del sentimiento antioccidental (158 págs.), con el que pretendían dar cuenta de ese sentimiento que tuvo su expresión más brutal y traumática en el atentado contra el Word Trade Center inspirado por Osama Bin Laden. Los autores definen el occidentalismo como “la imagen deshumanizadora de Occidente que pintan sus detractores” y manifiestan que su intención es “examinar este racimo de prejuicios y rastrear sus raíces históricas” (pág. 15).
Para los autores “el occidentalismo, como el capitalismo, el marxismo y muchos otros ismos modernos, nació en Europa antes de verse trasplantado a otras partes del mundo” (pág. 16) y optan —para estudiarlo— por “identificar tendencias concretas de occidentalismo que se pueden detectar en todos los periodos y en todas las regiones en las que se ha producido el fenómeno” (pág. 21). Obviamente el estudio del anti occidentalismo (que los autores llaman occidentalismo de forma para mi sorprendente) exige definir qué se entiende por Occidente y la lectura del libro muestra que para Bruma y Margalit, Occidente es capitalismo de mercado y democracia liberal tal y como estas realidades se encarnan hoy en Estados Unidos, con una visión simplista y un poco maniquea.
Esta es la principal limitación de este ensayo en mi opinión: al reducir Occidente a la visión tópica sobre los Estados Unidos imperialistas, capitalistas, desalmados y utilitaristas. Amplía el campo del anti-occidentalismo para incluir en él también a una parte importante de la propia cultura e historia de Occidente que en algún momento histórico se reveló y reaccionó contra el modelo anglosajón moderno de sociedad mercantilista basada en la democracia individualista y el capitalismo tecnocrático y en el hedonismo del consumo, ajeno a todo ideal ético y humanista. Así, para los autores, tan antioccidental es la cultura tradicional japonesa o china como el comunismo maoísta o la Rusia de Dostoievski, la Alemania romántica del siglo XIX y la nazi del siglo XX como el islamismo violento actual.
Bruma y Margalit estructuran su obra de forma temática y no cronológica. Así dedican los distintos capítulos a la reacción antioccidental contra la gran ciudad que encarna en la modernidad los valores del capitalismo industrial y consumista de forma deshumanizada (págs. 23 y ss.), contra la mentalidad occidental identificada como meramente racionalista y utilitaria y ajena a los valores del espíritu (págs. 57 y ss.), contra el individualista aburguesado ajeno a todo espíritu heroico (págs. 81 y ss.), y contra el materialista descreído que sería el prototipo del hombre occidental (págs. 105 y ss.). Los autores no afirman que estos sean los rasgos distintivos de Occidente, sino que los perciben como los inspiradores de las críticas contra Occidente que analizan.
Identificado Occidente con el estereotipo de lo yanqui, los autores articulan las perspectivas críticas que definen como occidentalismo con un permanente salto de épocas, geografías y culturas, presuntamente unificadas por ese rechazo a Occidente (o sea, a Norteamérica) que define el contenido del libro.
Panorámica universal en el tiempo y el espacio
Esta forma de articular el análisis permite, en breves páginas, hacer una panorámica muy universal en el tiempo y el espacio de fenómenos muy distintos y de inspiración y significado muy variados, que —aunque se caractericen por el rechazo al modo de vida norteamericano— no son por ello siempre antioccidentales, sino con frecuencia tan occidentales como lo yanqui. Así sucede con el pensamiento eslavófilo ruso, el romanticismo alemán, el nazismo, el comunismo implantado fuera de Europa, etc.; que para los autores son tan expresión de occidentalismo (o sea de anti occidentalismo) como el islamismo violento surgido en el siglo XX y que los autores analizan con acierto en el capítulo denominado La cólera de Dios (págs. 105 y ss.).
En el capítulo final (págs. 141 y ss.), los autores explicitan las conclusiones de su análisis: las ideas de la modernidad occidental administradas por no europeos ansiosos de ponerse a la par del progreso occidental han generado muerte y destrucción (cfr. pág 146); no es razonable culpar del barbarismo de los dictadores no occidentales o del salvajismo suicida de las revoluciones religiosas al imperialismo norteamericano (cfr. pág 151); el odio a Occidente unido a la política y a la religión es un peligro (cfr. pág 152).
Tales conclusiones me parecen razonablemente fundadas, pero no veo la ilación lógica entres estas conclusiones y el contenido de la parte sustantiva del libro.