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(Esta entrevista fue publicada inicialmente por el diario El Mundo)

Déjeme arrancar por una pequeña obsesión: ¿qué opina del lenguaje bélico para referirse a la pandemia?

Nunca me ha gustado la analogía de la guerra. No solo por la pandemia, sino porque la usamos para todo: guerra contra la obesidad, contra el mal gusto, las drogas. No me gusta tampoco cuando la usan políticos, a menudo incompetentes. Se venden y sostienen como líderes en tiempos de guerra, con todo lo que conlleva. Hay que tener mucho cuidado con las palabras. Dicho eso, en situaciones como la actual, al igual que ante los desastres naturales, nos podemos hacer una idea más o menos precisa de cómo se comportan las sociedades cuando es necesario un esfuerzo como el bélico. Y hay sin duda paralelismos en los recursos que se movilizan, en la ciencia y la empresa trabajando juntas como en los tiempos de guerra, pero soy más que reacia a usar la expresión.

Sabemos que cualquier sociedad puede acabar o empujar hacia la guerra, incluidas las más estables y prósperas. Y por desgracia, el peligro de una guerra está muy presente en nuestro mundo todavía

Termina su libro diciendo que tenemos que pensar mucho en la guerra, más que nunca antes. ¿Por qué?

Porque nos hemos convertido, como le ocurrió a parte de Europa antes de 1914, en demasiado complacientes y petulantes. Si vives en Occidente, en sentido amplio, es probable que pienses que eres diferente, nada que ver con esa gente de Oriente Medio y otras latitudes que son beligerantes y no están hechos para la paz. Y eso es muy peligroso. Sabemos que cualquier sociedad puede acabar o empujar hacia la guerra, incluidas las más estables y prósperas. Y por desgracia, el peligro de una guerra está muy presente en nuestro mundo todavía. Lo vemos cuando saltan divisiones profundas, en las fronteras o en el caso de los estados fallidos. ¿Es posible una guerra entre EEUU y China? En el último año se ha repetido mucho. O entre China e India. No se puede descartar una guerra, ni entre estados, que parece algo del pasado. Por eso debemos pensar mucho más sobre el tema.

La guerra. Cómo nos han marcado los conflictos. Turner. 2021. 328 págs. 21,75 € (papel) / 9,49 € (digital).

Me gusta su analogía sobre el momento actual comparado con los Cahiers de doléances, los cuadernos de quejas que tanta importancia tuvieron en la Revolución Francesa. Cuando se verbalizan los descontentos y vemos que son muchos, algo prende, como en los esclavos de Roma.

Ahora, y en especial durante el confinamiento, somos más conscientes de las fracturas en nuestras sociedades. La división entre ricos y pobres, clases emergentes y emergidas, excluidos y élites, ha estado ahí durante décadas, pero ahora es más fácil verlas, con la polarización y los choques en las calles. Cada vez más gente deja de ver esperanzas para sus hijos. Los buenos trabajos desaparecen. Mire ahora en EE.UU. y Canadá. Allí donde los empleos se van por los tratados de libre comercio se dispara la epidemia causada por los opiáceos. Hay sensación de desesperación. Tenemos que asumir que hay serios problemas, estructurales, en nuestras sociedades y democracias, y no podemos ignorarlo. La frustración, el miedo, no va a desaparecer.

La revolución devora a sus propios hijos. La gente de Silicon Valley no sabe de lo que habla cuando celebra alegremente la destrucción creativa

Usted no compara, pero ve ciertas similitudes con la Francia de 1789, Rusia en 1917 o la Europa de los años treinta en el tejido social y el malestar. Ahí el resultado no fueron transiciones graduales.

La idea de revolución nos sigue pareciendo muy romántica, pero hay que tener presente que son tremendamente destructivas, rara vez acaban donde uno imagina y pocas veces se logra lo que uno deseaba. La revolución devora a sus propios hijos. La gente de Silicon Valley no sabe de lo que habla cuando celebra alegremente la destrucción creativa. Pero no todo tiene que llegar a ese extremo. Las sociedades, llegadas a determinado punto, también saben reaccionar, reconocer que necesitan cambios urgentes. Pasó en Inglaterra en los años treinta del siglo XIX, con la Gran Reforma. Con el New Deal un siglo después en EEUU. Con la llegada del Estado de Bienestar…

Pero ahora tenemos mucha más prisa. A diferencia de lo ocurrido con la pandemia de hace un siglo, estamos en una fase en la que creemos que podemos conseguirlo todo, arreglarlo todo y deprisa. Y no solo lo creemos, sino que lo exigimos. Si algo define a esta época es que no sabemos cómo lidiar con la incertidumbre.

Es así. ¿Por qué la pandemia de hace un siglo no dejó huella en el pensamiento, la escritura, de la época? Si mira los archivos, diarios, libros, memorias de los años siguientes, no hablan demasiado de ello. Saliendo de una guerra con decenas de millones de muertes la perspectiva era diferente. La gente estaba muy acostumbrada a la muerte, vivían con ella, en guerra y en paz. Gente mayor y niños. No sabían qué pasaría mañana. Nosotros estamos muy poco acostumbrados y asumimos que todo puede y debe ser curado. Y es peligroso porque genera frustración, impotencia, desaires. Necesitamos no resignación, ni derrotismo, pero sí perspectiva.

La guerra fue durante milenios algo razonablemente familiar para la gente. Ahora resulta muy ajeno en nuestra parte del mundo.

Es que ya ni las llamamos guerra, sino policy actions, conflicto de baja intensidad, operación quirúrgica. ¿Se ha dado cuenta de que las guerras ya no se declaran? No sé cuál fue la última vez. Yo creo que en Corea no hubo declaración, fue vía Naciones Unidas. Quizás la última vez sea Rusia declarando la guerra a Japón dos semanas antes de que concluyera la Segunda Guerra Mundial. Es significativo.

Usted dice que los tres grandes cambios en la guerra fueron los metales, los caballos y la pólvora. ¿Estamos ahora ante el siguiente paso con drones e inteligencia artificial?

Es posible, sí. En realidad, el cuarto cambio probablemente fue la aviación, pero sí, hay un giro enorme y tenemos un problema. ¿Cómo vamos a controlar la inteligencia artificial? Se discute ya, porque qué mundo será si hay dos IA luchando entre sí y los humanos no tenemos un papel principal. Necesitamos un debate profundo, porque lo que hace nada era ciencia ficción hoy es realidad. A pesar de que la mayoría de las guerras recientes se han librado todavía con armas antiguas, incluso machetes.

Sostiene que una de las verdades incómodas de la guerra es que puede traer cosas buenas. Tecnología, como el transistor o la informática. La penicilina, las transfusiones de sangre.

Hay gente a la que le resulta incluso ofensiva la posibilidad, pero es así. En la pandemia tenemos un buen ejemplo. ¿Quién pudo pensar en febrero de 2020 que se gastaría el dinero como se ha gastado? O las vacunas en un tiempo récord. A veces necesitamos grandes desafíos, enormes crisis, para romper ciertos tabúes. La guerra ha sido un agente de cambio social, a veces para bien.

¿Cree que la guerra es el gran igualador, como sostienen Walter Schneidel y otros?

Su libro está muy bien. Mi respuesta corta es que depende. A veces solo refuerza los desequilibrios previos, pero a veces sí que reequilibra y genera oportunidades para nuevos grupos. Las grandes guerras del siglo XX fueron únicas en muchos aspectos. En juntar a gente en las trincheras que de otra forma jamás se hubiera conocido. Uniendo en las fábricas a los empleados, que comprendieron que eran imprescindibles para la victoria y merecían mejores salarios. Los salarios suben, la protección laboral también. Ahora, si me pregunta por guerras recientes que hayan nivelado… no, no se me ocurren ejemplos buenos.

¿Lleva la guerra al cambio social o es al revés?

Ambas. La naturaleza de la sociedad afecta al tipo de guerra. Hubo épocas en las que ir a la guerra era parte del deber, era noble. Era de hecho muy caro. Luchaban las élites. Las guerras democráticas son diferentes. Cuando en el siglo XIX se populariza la idea de ciudadanía, si amas a tu país apoyas la guerra. Y las guerras se libraban con pasión. Pero tiene consecuencias terribles que conocemos muy bien. Moltke, el viejo, fue el que dijo como advertencia: «Estamos pasando de la guerra de gabinetes a la guerra de la gente». Y vaya si acertó.

Dice en el libro que la forma de librar batallas depende de los valores, la cultura, la historia. Y pone dos ejemplos interesantes. Prusia no era un estado con Ejército, sino un ejército con un Estado. Pero en cambio, en China los valores militares nunca fueron elevados por encima de los civiles. Y por eso no hay una ‘Iliada’ china.

Tenían grandes generales, guerreros, manuales conocidos como el de Sun Tzu. No eran precisamente amantes de la paz y conquistaron mucho. Pero no glorificaron las virtudes militares como en Europa. La élite eran los educados, los mandarines. Estudiantes, funcionarios. Dicho eso, hoy esos valores militares están más incorporados en la forma de pensar china que hace doscientos años. Al revés que en Occidente. Es casi paródico. La idea de que los jóvenes necesitan disciplina, que dormir en catres curte y forja, ya no está ahí. James Sheehan ha argumentado de forma persuasiva sobre cómo los valores culturales han cambiado enormemente en un poco tiempo. Los europeos ya no se ven a sí mismos como guerreros.

¿Puede Occidente sobrevivir sin ser guerrera? Lo pregunto en un sentido casi filosófico. Europa, y qué decir de EEUU, son lo que son en parte nada desdeñable por la violencia. Para mal y para bien.

La mayoría querríamos de forma abstracta que la guerra desapareciera, pero no va a pasar. Hemos visto movimientos consagrados a la paz, recordamos la Liga de la Sociedad de Naciones. O los grandes debates en universidades con jóvenes diciendo que no lucharían por el rey, Las protestas de Vietnam. Pero las ideas cambian cuando te ves amenazado.

La guerra es la mayor peste, pero al mismo tiempo ha generado durante siglos fascinación. ‘Dulce et decorum est pro patria mori’. Jünger, Mishima. Eso no puede pasar con drones y IA. No hay épica ni romanticismo.

No es lo mismo, no, pero mire un poco hacia atrás. La Primera Guerra Mundial fue algo industrial, cantidades impensables de armas y morteros. Recordamos bien las trincheras, pero la mayoría de los jóvenes murió por artillería, no por armas ligeras. No fue cara a cara. ¿Y quiénes son los héroes, los mitos de esa época? Aviadores, sobre todo. Heroísmo de nombres legendarios en medio de las masas anónimas. Lo mismo en la Segunda, en realidad. O francotiradores. Ahora la guerra son videojuegos, no sé si el espíritu cambiará o cómo.

Antes de la Primera Guerra Mundial la gente pensaba que la guerra era imposible, cosa del pasado, demasiado caras. Impensable entre hermanos socialistas. Hoy decimos que las democracias no luchan entre sí y que dos países con McDonalds no se enfrentan.

Hay que tener cuidado con la complacencia. Alemania y Reino Unido eran democracias en cierto modo en 1914, y lucharon. Tenemos que saber que como individuos y sociedades se nos da muy bien hacer cosas que van en contra de nuestros intereses. La irracionalidad es uno de nuestros rasgos más distintivos. El miedo, la ira. A veces es que no hay más remedio que luchar. Y se producen accidentes.

Las universidades cada vez más ven y tratan a los estudiantes como clientes, y claro, tienen que sentirse cómodos porque sabemos que el cliente siempre tiene la razón

Da la sensación desde este lado del Atlántico de que en las universidades, en EE.UU. o Canadá, cada vez es más difícil tener ciertos debates. Todo nos ofende y nos hace daño. Hablar de la guerra no debe ser una tarea fácil.

Las universidades cada vez más ven y tratan a los estudiantes como clientes, y claro, tienen que sentirse cómodos porque sabemos que el cliente siempre tiene la razón. Los estudiantes dicen que no se sienten seguros en las aulas por lo que escuchan, no se sienten seguros por las cosas que dice una persona y por tanto quieren prohibir que venga a decirlas. Toda la cultura se ha vuelto hiper protectora. Ahora animamos a expresarse, a decirlo todo, y hasta hace poco era lo contrario. Bien, pero me permitirá que eso de que adolescentes que van a universidades más que exclusivas digan que son vulnerables… A veces es excesivo. Debe de ser por mi edad pero no logro empatizar demasiado. Claro que hay situaciones dramáticas, pero…

¿Es una fase, una anécdota temporal o una deriva cada vez más peligrosa?

El expresar las propias vulnerabilidades y abrirse al dolor está muy bien, es necesario, pero también necesitamos resiliencia. Si no aprenden a discrepar y a vivir en un entorno con diferencias, ¿qué va a pasar cuando salgan al mundo real y vean que hay tantas?

¿Cree que tras las crisis económicas, las turbulencias políticas y la pandemia vamos a tener otros nuevos ‘Felices años veinte, con una eclosión de la fiesta, la creatividad, las artes?

Quizás. Es posible. Lo que noto es que yo quiero salir y beber con mis amigos, así que los jóvenes, imagine. La universidad es y debería ser una época para experimentar, enamorarse, aprender, probar. Me sorprendería que la gente no quiera compensar el tiempo perdido. Podríamos verlo, sí. Y es necesario, si me apura. Necesitamos esa creatividad, la reacción, que nos ayuden a reflexionar. Para muchos ha sido un trauma. Espero que la música, el teatro, la poesía, el cine nos ayuden a pensar lo que hemos vivido.

Corresponsal del diario El Mundo en Bruselas.