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Andrea Wulf. Historiadora y ensayista germanobritánica, es conferenciante y colaboradora de prestigiosos medios. Como autora ha publicado En busca de Venus: El arte de medir el cielo; la exitosa biografía de Alexander Von Humboldt, La invención de la naturaleza; y Magníficos Rebeldes. Los primeros románticos y la invención del yo.


Avance

Andrea Wulf: Magníficos rebeldes. Los primeros románticos y la invención del yo. Taurus, 2022

Si le preguntaran a la historiadora Andrea Wulf —y la autora de este texto, Irene Hernández Velasco, se lo ha preguntado— con qué tres ideas de Magníficos Rebeldes habría que quedarse al terminar su libro, la ensayista responde: «La primera es que la libertad personal conlleva responsabilidades, que tenemos un deber moral hacia la sociedad. Y las otras dos son que también que estamos unidos a la naturaleza y que la imaginación tiene una importancia enorme». Es un buen resumen de esta obra en la que describe y descubre cómo un reducido grupo de novelistas, críticos literarios, poetas, filósofos, ensayistas, escritores, traductores y dramaturgos abrazó en la localidad alemana de Jena a finales del siglo XVIII y principios del XIX una nueva forma de entender el mundo que tenía su epicentro en el concepto del yo. Por ahí andaban juntos y bastante revueltos los poetas Goethe, Schiller y Novalis; los filósofos Fichte, Schelling y Hegel; los hermanos Schlegel, el científico Alexander von Humboldt o a la escritora Caroline Böhmer-Schlegel-Schelling. A todos ellos les unía una misma obsesión: ser libres. «Aquellas personas situaron el yo en el centro de su pensamiento, y esa era una idea muy nueva. El libre albedrío y la autodeterminación se convirtieron en el centro de su trabajo, de sus vidas, pero también de su pensamiento. En Jena dio comienzo el yo moderno, con todas sus ventajas y desventajas», asegura Wulf.

Pero ¿por qué es importante esa revolución del yo y del libre albedrío? Sus ecos llegan hasta la actualidad. «A veces nos olvidamos de ellos porque damos por sentada la idea de que uno es dueño de su destino y tenemos completamente interiorizado el yo autónomo que defendía el filósofo Johann Gottlieb Fichte. Pero en un momento en que nuestras democracias se están viendo horadadas por múltiples factores —desde las interferencias cibernéticas rusas en elecciones democráticas hasta el tsunami de noticias— es muy importante volver a ese momento en el que el libre albedrío y la autodeterminación nacieron con tanto esfuerzo y recordar lo que ahora está en peligro y cómo somos manipulados por mentirosos y populistas». Volver a la manera de los magníficos rebeldes a las que Wulf dedica su obra, no a la manera superficial y egocéntrica en la que pensamos en la actualidad cuando hablamos del imperio del yo porque, como recuerda la autora del texto, si los del Círculo de Jena resucitaran y vieran cómo hoy, en la era de las redes sociales, sus ideas han acabado impulsando selfis y el egocentrismo más absoluto, estarían espantados: «No liberaron el yo para que acabara convertido en este egocentrismo, su intención era crear una sociedad mejor. Nos hemos desviado mucho de sus ideas originales. En mi libro intento recordarnos el sentido original del libre albedrío y del yo de esos primeros románticos, que no tenía nada que ver con que el mundo gire alrededor de uno mismo», matiza y concluye Andrea Wulf.


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Afinales del siglo XVIII y principios del XIX una comunidad de artistas e intelectuales como Goethe, Schiller, Hegel o Novalis reivindicaron el libre albedrío desde la pequeña localidad alemana de Jena. Andrea Wulf cuenta su historia en el libro Magníficos rebeldes, editado por Taurus. Fue allí, en esa ciudad situada en el ducado de Sajonia-Weimar, a unos 240 kilómetros al sudoeste de Berlín, donde tuvo lugar entre 1794 y 1806 una revolución que cambió el mundo. Una insurrección que todavía hoy vertebra poderosamente nuestra manera de pensar.

Embriagados por la Revolución Francesa, un reducido grupo de novelistas, críticos literarios, poetas, filósofos, ensayistas, escritores, traductores y dramaturgos abrazó en aquella localidad a orillas del río Saale una nueva forma de entender el mundo que tenía su epicentro en el concepto del yo.

Aquellos rebeldes defendían nada menos que el libre albedrío, la capacidad de cada uno de llevar las riendas de su propia vida, de ser dueño de su destino. Toda una subversión en un mundo en el que las monarquías absolutas y la religión controlaban numerosos aspectos de la vida de las personas, en el que se aceptaba sin rechistar que los seres humanos eran meros engranajes de la maquinaria divina, en el que se consideraba que fuerzas externas y ajenas a uno mismo eran las que determinaban su existencia.

La obsesión (y la responsabilidad) de ser libres

En sólo 12 años, los hombres y mujeres del Círculo de Jena colocaron los pilares que dieron al traste con esas ideas e inauguraron el yo de la modernidad. Aquella apasionante aventura filosófica tuvo como protagonistas, entre otros, a los poetas Goethe, Schiller y Novalis; a los filósofos Fichte, Schelling y Hegel; a los hermanos Schlegel, al científico Alexander von Humboldt o a la escritora Caroline Böhmer-Schlegel- Schelling. A todos ellos les unía una misma obsesión: ser libres. Ahora, la historiadora Andrea Wulf analiza ese fructífero periodo que cambió el mundo en su libro Magníficos rebeldes. Los primeros románticos y la invención del Yo (Taurus), que enseguida se coló en las listas de lo mejor del año en medio mundo.

Este ensayo de casi 600 páginas no sólo examina las ideas que enterraron el determinismo y encumbraron el libre albedrío, sino también las vidas exuberantes de los protagonistas de ese terremoto en el mundo del pensamiento: sus peleas épicas, sus historias de amor apasionadas, sus penas desgarradas… «Aquellas personas situaron el yo en el centro de su pensamiento, y esa era una idea muy nueva. El libre albedrío y la autodeterminación se convirtieron en el centro de su trabajo, de sus vidas, pero también de su pensamiento. En Jena dio comienzo el yo moderno, con todas sus ventajas y desventajas», asegura Wulf. Ya entonces hubo quien criticó a esos pensadores por su defensa del yo y los tachó de egoístas y narcisistas. Pero la autora rechaza de plano esos reproches: «Fichte nunca pretendió una celebración narcisista del yo, todo lo contrario. Siempre dijo que la libertad y el libre albedrío iban acompañadas de responsabilidades y obligaciones morales. La pandemia ha sido en ese sentido un gran ejemplo de como el yo individual convive con el colectivo: millones de personas nos confinamos en casa y dejamos de ver a familiares y amigos por el bien de la sociedad, sabiendo que en ese momento eso era más importante que nuestra libertad individual».

Imaginación y naturaleza

Aquellos primeros románticos –entre los que había varias mujeres, como la extraordinaria Caroline Schlegel, quien a finales del siglo XVIII llevó a la práctica las ideas sobre el nuevo yo y se hizo dueña de su destino– también apostaban por la imaginación y llegaron a declararla la facultad más importante de la mente. Pero eso no quiere decir que desdeñaran el pensamiento racional. «Muchos de ellos, como Novalis, eran poetas y también científicos. Y Alexander von Humboldt [a quien Wulf ya le dedicó su bestseller La invención de la naturaleza en 2016 ] era un científico que escribía sobre la naturaleza como un poeta».

Los del Círculo de Jena predicaban asimismo la unidad del ser humano –a nivel físico, pero también emocional y psicológico– con la naturaleza, a la que consideraban un organismo vivo. «Ese aspecto emocional es algo que frecuentemente olvidamos hoy cuando hablamos de cambio climático», dice Wulf. «No estoy para nada en contra del pensamiento científico, pero el aspecto emocional es lo que nos hace proteger lo que amamos. Necesitamos poetas, cineastas y escritores que nos comuniquen lo que está ocurriendo con la naturaleza para que nos ayude a cambiar nuestro comportamiento». Pero, sobre todo, fueron aquellos primeros románticos los que desarrollaron el concepto del yo tal y como lo conocemos hoy en día. «A veces nos olvidamos de ellos porque damos por sentada la idea de que uno es dueño de su destino y tenemos completamente interiorizado el yo autónomo que defendía el filósofo Johann Gottlieb Fichte. Pero en un momento en que nuestras democracias se están viendo horadadas por múltiples factores –desde las interferencias cibernéticas rusas en elecciones democráticas hasta el tsunami de noticias– es muy importante volver a ese momento en el que el libre albedrío y la autodeterminación nacieron con tanto esfuerzo y recordar lo que ahora está en peligro y cómo somos manipulados por mentirosos y populistas».

Hablando de populismos: el propio Fichte, uno de los padres del nuevo concepto de individualidad, empezó tras la victoria de Napoleón en la batalla de Jena a interesarse por un yo más grande: el colectivo. Básicamente, tomó el concepto del Ich [el yo germano] y lo aplicó a la nación alemana, abriendo así el camino a los nacionalismos modernos. «Se trataba de una idea peligrosa que sería llevada al extremo por los nazis», admite Wulf. «Pero Fichte en realidad no hablaba de eso, sino de una nación cultural en un tiempo en el que, no nos olvidemos, Alemania estaba formada por muchas naciones que lo que tenían en común era la lengua. Sus ideas fueron utilizadas después en un modo terrible, pero no creo que él pretendiera eso».

Desde Jena y hasta el mundo, gracias a Madame de Stäel

Pero, ¿por qué Jena? ¿Qué hizo esa pequeña y desconocida ciudad para acoger tal revolución del pensamiento? Hay que tener en cuenta varios factores. Para empezar, a finales del siglo XVIII Alemania no era una nación unificada, sino un mosaico de distintos estados, y eso hacía que la censura no fuera tan férrea ya que cada estado tenía sus propias leyes. Además, los alemanes eran lectores voraces: su mercado editorial era entonces cinco veces mayor que el inglés y había más autores alemanes que de cualquier otra nacionalidad, así que las ideas circulaban intensamente. «Pero lo más extraordinario de Jena era la universidad, que dependía de cuatro ducados sajones pero que, en realidad, no gobernaba nadie, y eso atrajo a un gran número de pensadores y mentes liberales», señala Wulf. «Cualquiera que hubiera tenido problemas con las autoridades en otro estado iba a Jena porque allí podía enseñar libremente. Friedrich Schiller, por ejemplo, acudió allí después de que fuera arrestado en su estado natal».

Y no sólo eso: cuando la autora llevó a cabo su investigación, descubrió que la cuarta parte de los niños que nacían entonces en Jena lo hacían fuera del matrimonio. «Definitivamente, algo estaba pasando en esa pequeña ciudad de unos 4.500 habitantes». Desde esa localidad, la revolución en el pensamiento emprendida por esos primeros románticos se extendió por el mundo. Y eso que el primer libro que acabaría extendiendo por toda Europa las ideas del Círculo de Jena fue destruido antes de que llegara a difundirse. Lo escribió Madame de Stäel en París en 1810 y llevaba por título Alemania. Napoleón, al saber que Madame de Stäel se refería a Alemania como una nación de poetas y pensadores profundos y dedicaba al país enemigo de Francia encendidas alabanzas, se indignó y ordenó la destrucción de todos los ejemplares –10.000– y de las planchas de imprenta originales.

Pero la mujer más incomparable de la historia (tal y como la definió Stendhal) se salió con la suya: a pesar de que Napoleón dictó contra ella una orden de arresto domiciliario que la impedía abandonar el castillo de Coppet, logró sacar de allí de contrabando las pruebas originales de Alemania. Cuando finalmente el libro se publicó traducido al inglés en octubre de 1813, la primera edición se agotó en tres días y se convirtió en un superventas internacional.

Las ideas de aquellos jóvenes rebeldes –muchos de los cuales, al hacerse mayores, se volvieron conservadores– se expandieron así desde la pequeña ciudad de Jena por el resto del mundo. «Creo que sus ideas ya flotaban en el ambiente, pero ellos las dieron forma y las pulieron de un modo magnífico, muchas veces a través de poemas, y eso explicaría en parte el éxito internacional que tuvo su pensamiento», explica la autora de Magníficos Rebeldes. «Acababa de tener lugar la Revolución Francesa, así que había un sustrato muy fértil para sus ideas, cada vez más personas se daban cuenta de que no necesitaban un rey absoluto que gobernara sus vidas. Y, por otro lado, al ser un grupo trabajaban juntos, sumando esfuerzos».

No al egocentrismo

Sin embargo, si los del Círculo de Jena resucitaran y vieran cómo hoy, en la era de las redes sociales, sus ideas han acabado impulsando selfis y el egocentrismo más absoluto, estarían espantados: «No liberaron el yo para que acabara convertido en este egocentrismo, su intención era crear una sociedad mejor. Nos hemos desviado mucho de sus ideas originales. En mi libro intento recordarnos el sentido original del libre albedrío y del yo de esos primeros románticos, que no tenía nada que ver con que el mundo gire alrededor de uno mismo».

Wulf tiene claro con qué tres ideas le gustaría que se quedaran los lectores al terminar su libro: «La primera es que la libertad personal conlleva responsabilidades, que tenemos un deber moral hacia la sociedad. Y la otras dos son que también que estamos unidos a la naturaleza y que la imaginación tiene una importancia enorme».

Texto publicado originalmente en el diario El Mundo y reproducido aquí con la autorización del medio.


Foto: motivo de la cubierta del libro de Taurus modificada con Canva

Periodista. Ha trabado para El País, El Mundo y en la actualidad lo hace para el diario digital El Confidencial