Aldo Leopold es seguramente el pensador que articuló primero, en una exposición coherente a la vez que literariamente atractiva, la idea de una ética que fuese más allá de las relaciones entre individuos humanos, y de una política que dejase de considerar a la naturaleza en términos puramente mercantiles. Hay que situarse en el marco de un siglo de iniciativas que hoy llamaríamos «protoecologistas» en Estados Unidos: el siglo que se extiende entre la publicación de Man and Nature, de George Perkins Marsh, en 1864 (probablemente la primera gran obra donde se intentó pensar globalmente los problemas medioambientales, en la estela de Alexander von Humboldt) y la aparición en 1962 de Silent Spring, de Rachel Carson, y de Our Synthetic Environment, de Murray Bookchin (doble aldabonazo con el que empezaría el movimiento ecologista contemporáneo).
Es seguramente el pensador que articuló primero la idea de una ética que fuese más allá de las relaciones entre humanos y de una política que dejase de considerar a la naturaleza en términos mercantiles
Aldo Leopold nace el 11 de enero de 1887 en Burlington (Iowa), a orillas del río Misisipi, donde pasará su infancia. Recibe importantes influencias formativas de su abuelo Charles Starker (ingeniero y paisajista originario de Stuttgart, en Alemania), su padre Carl Leopold (cazador, naturalista y pionero en apreciar el valor moral de la deportividad) y sobre todo de su madre Clara Starker, dotada de una aguda sensibilidad estética, para quien Aldo será el favorito entre sus cuatro hijos. Ya de niño le fascina la naturaleza, practica como aficionado la ornitología y la historia natural, y en largos paseos, cacerías y excursiones se hacen patentes sus inusuales dotes de observación.
A partir de 1905 estudia gestión forestal en Yale, la primera universidad que había introducido estos estudios (en 1900, y gracias a un donativo de la familia de Gifford Pinchot); y en 1909 comienza a trabajar en el Servicio Forestal de los Estados Unidos (U.S. Forest Service) del mismo Pinchot, primero en Arizona (Bosque Nacional Apache) y después en Nuevo México.
Forma parte de las primeras promociones de una élite de profesionales de la gestión forestal formados según el credo pinchotiano: eficiencia y racionalidad en el aprovechamiento de los recursos naturales.
En 1911, ya es supervisor de una zona de un millón de acres, el Bosque Nacional de Carson, en Nuevo México. El mismo año se enamora de Estella Bergere, una acaudalada señorita hispana de Santa Fe, y se casan en octubre de 2012. Ella fue el centro de la vida de Leopold. Después de una grave nefritis (en 1913) y dieciocho meses de convalecencia, pasa a hacer más trabajo de oficina y menos al aire libre; su interés se desplaza hacia la gestión faunística, donde será un verdadero pionero.
Desde su inicial concepción tecnocrática de la gestión forestal y faunística, va pasando a una visión preservacionista crecientemente preocupada por la pérdida de naturaleza silvestre en Norteamérica
En 1915 se convierte en la fuerza impulsora de la New México Game Protective Association, organización que reclamaba la racionalización de la gestión de la caza y la pesca en el estado.
En 1917 Leopold ya es una figura reconocida por sus éxitos en el suroeste, y comienza a publicar regularmente artículos sobre su especialidad en publicaciones periódicas de ámbito nacional. A finales de la década su pensamiento está evolucionando notablemente: desde su inicial concepción tecnocrática de la gestión forestal y faunística, va pasando a una visión preservacionista crecientemente preocupada por la pérdida de naturaleza silvestre en Norteamérica. Si en su programa inicial la maximización de la caza (ciervos, cabras montesas, etc.) implicaba el exterminio de los grandes predadores (lobos, pumas…), en años posteriores llegará a verlo como un grave error y se arrepentirá amargamente.
Históricamente, Leopold será considerado como el «padre» del sistema de protección de la vida silvestre dentro de los Bosques Nacionales.
En 1924 deja el Servicio Forestal para convertirse en director asociado del Laboratorio de Productos Forestales de Madison (Wisconsin); antes ha logrado convencer a sus jefes para que otorguen protección a 500.000 acres del Bosque Nacional de Gila, en Nuevo México (que así se convierte en la primera área preservada del sistema de Bosques Nacionales estadounidense).
Insatisfecho con su trabajo en el laboratorio, lo abandona en 1928. Entonces trabaja como consultor independiente para cuestiones forestales y faunísticas. En 1933 publica su obra Game Management (Gestión de la fauna), trabajo pionero e interdisciplinar donde se combinan nociones procedentes de la agricultura, la ciencia forestal, la zoología, la ecología y la pedagogía con el objetivo de proporcionar una base sólida a la gestión de la fauna silvestre. Poco después de la publicación de este libro, la Universidad de Wisconsin crea para él una cátedra de gestión de la fauna, donde impartirá docencia hasta su muerte.
Arguye que debemos ampliar la comunidad ética para incluir a la tierra con todos sus seres vivos, una extensión semejante a la que ocurrió cuando los esclavos pasaron a ser miembros de la comunidad moral
A mediados de los años treinta, Leopold ya ha alcanzado la madurez de su pensamiento, y está en posesión de las líneas maestras de un revolucionario sistema ético donde la naturaleza se integra a la vez que los seres humanos (ideas que hallarán su expresión más acabada en A Sand County Almanac, «Un almanaque del Condado Arenoso»). En 1935, junto con otros ocho influyentes preservacionistas, funda la organización The Wilderness Society. El mismo año compra una granja muy deteriorada cerca de Baraboo, en Wisconsin, en una zona conocida como los Condados de Arena (the Sand Counties). Con la ayuda de su familia –su mujer Estella y sus cinco hijos– quiere poner en práctica sus ideas de restauración ecológica recuperando aquella tierra degradada. Reconstruyen un gallinero como cabaña –The Shack, «la choza»– para sus estancias de fin de semana, durante las cuales se plantarán miles de árboles en los años por venir, restaurando una rica biodiversidad. Tales experiencias alimentan la que será su obra más conocida, la ya mencionada A Sand County Almanac, en la que trabaja desde 1941.
Leopold muere de un ataque al corazón el 21 de abril de 1948, mientras intentaba apagar un incendio en la granja de un vecino que amenazaba sus propias repoblaciones forestales. Poco antes, había sido nombrado consejero para la conservación de la naturaleza de las Naciones Unidas. Su obra principal, el conjunto de ensayos A Sand County Almanac, que con una prosa a tramos no exenta de lirismo combina precisas observaciones de la naturaleza, valoraciones estéticas y razonamientos morales, se publica póstumamente en 1949 y en el mundo anglosajón ha ejercido una inmensa influencia en la orientación del movimiento ecologista, así como en la reflexión moral sobre cuestiones ecológicas.
LA CRÍTICA DEL ANTROPOCENTRISMO MORAL
Mientras que el joven Leopold es un ingeniero forestal conservacionista en la estela de Pinchot, su evolución intelectual y vital le llevará al terreno de la preservación, aunque con matices importantes respecto a la concepción de Muir: el panteísmo místico de este se ve sustituido en Leopold por una comprensión científica de la intrincadísima red de interdependencias ecológicas. En los términos que el propio Leopold propone en su ensayo «La ética de la tierra» (que forma parte de A Sand County Almanac), el terreno de los protectores de la naturaleza se divide en dos grupos: «un grupo (A) considera la tierra como suelo y su función como producción de mercancías» –se trata del conservacionismo–; frente a este «otro grupo (B) considera la tierra como una biocenosis y su función como algo mucho más complejo».
Leopold, en el curso de su aprendizaje vital, se desplazó del grupo A al grupo B, y en su madurez es uno de los críticos más destacados del antropocentrismo moral excluyente (que niega a la naturaleza otro valor moral que el puramente instrumental para fines humanos) desde posiciones que enlazan directamente con el ecologismo moderno. De hecho, los pensadores del ecologismo se refieren a él frecuentemente como el primer autor que articuló una ética ecológica. Semejante ética –una ética de la tierra, a land’s ethic, en la formulación del propio Leopold– debería extenderse más allá de los animales para incluir, como objeto digno de consideración moral, el medioambiente abiótico.
Leopold atacaba la concepción antropocéntrica que no concede a la naturaleza no humana más que un valor instrumental. Según él, debemos romper con la representación de la naturaleza como algo exterior a los seres humanos
Leopold atacaba la concepción antropocéntrica que no concede a la naturaleza no humana más que un valor instrumental. Según él, debemos romper con la representación de la naturaleza como algo exterior a los seres humanos, y pensar más bien en términos de una comunidad de partes interdependientes en la que los humanos estamos integrados, y donde tanto el todo como cada una de sus partes tienen valor por sí mismos, por ello merecen igualmente respeto moral. Los seres humanos, por más ilusiones que se hagan sobre su independencia, desde su punto de vista ecológico son «miembros de un equipo biótico». Así, Leopold escribió:
«Toda ética desarrollada hasta hoy se basa en una sola premisa: que el individuo es miembro de una comunidad de partes interdependientes […]. La ética de la tierra simplemente ensancha las fronteras de la comunidad para incluir suelos, agua, plantas y animales, o de manera colectiva, la Tierra. […] Una ética de la tierra cambia el papel del Homo sapiens de conquistador de la comunidad terrestre por el de mero miembro y ciudadano de ella. Ello implica respeto hacia los otros miembros y también hacia la comunidad como tal».
Leopold esboza una secuencia en tres pasos: en el primer estadio, la ética se ocupa de la relación entre individuos; en un segundo estadio incluye relaciones del individual con la sociedad. Pero todavía no hay ninguna ética que trate la relación humana con la tierra y con los animales y plantas que crecen en ella. La tierra, como las esclavas de Ulises en la Odisea, todavía es solo propiedad. La relación con la tierra es estrictamente económica: incluye privilegios, pero no obligaciones. La extensión de la ética a este tercer elemento del medioambiente humano es, si no me equivoco, una posibilidad evolutiva y una necesidad ecológica. Es el tercer paso en una secuencia.
La ética de la tierra simplemente ensancha las fronteras de la comunidad para incluir suelos, agua, plantas y animales, o de manera colectiva, la Tierra
Así, Leopold arguye que debemos ampliar la comunidad ética para incluir en ella a la tierra con todos sus seres vivos, y que tal extensión es semejante a la que ocurrió cuando los esclavos pasaron a ser vistos y aceptados como miembros de la comunidad moral. La idea de Leopold de ampliar la comunidad moral es sugestiva; en realidad, algo semejante puede rastrearse, siete decenios antes, en la obra de Charles Darwin sobre El origen del hombre (1871), que Leopold había leído. Allí, la idea de un «círculo en expansión» de la ética se proponía como explicación del surgimiento histórico del comportamiento moral.
(Extracto de la introducción del libro Una ética de la tierra).
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Amar la tierra, por Aldo Leopold
(Fragmento del prólogo de Aldo Leopold a Almanaque del condado arenoso, tomado de la edición de Catarata de 2017).
«Hay personas que pueden vivir sin seres salvajes, y otras no.Estos ensayos vienen a ser los gozos y los dilemas de alguien que no puede.
Los seres salvajes eran algo natural, como los vientos y los atardeceres, hasta que el progreso empezó a eliminarlos. Ahora nos enfrentamos con la cuestión de si merece la pena pagar por un “nivel de vida” más alto en seres naturales, libres y salvajes. Para una minoría de nosotros, la oportunidad de ver gansos en libertad es más importante que la televisión, y la posibilidad de encontrar una anémona es un derecho tan inalienable como el de libre opinión.
Admito que estos seres salvajes tenían poco valor para el hombre hasta que la mecanización nos aseguró un buen desayuno, y hasta que la ciencia nos reveló el drama de sus orígenes y de sus modos de vida. Así, todo este conflicto se reduce a una cuestión de grado. Los que estamos en minoría vemos que en el progreso opera una ley de rendimientos decrecientes; nuestros adversarios no lo ven.
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Abusamos de la tierra porque la vemos como una mercancía que nos pertenece. Cuando pensemos en la tierra como en una comunidad a la que pertenecemos, podremos empezar a usarla con amor y respeto
La conservación no acaba de ir hacia adelante porque es incompatible con nuestra concepción abrahámica de la tierra. Abusamos de la tierra porque la vemos como una mercancía que nos pertenece. Cuando pensemos en la tierra como en una comunidad a la que pertenecemos, podremos empezar a usarla con amor y respeto. La tierra no tiene otro modo de sobrevivir al impacto del hombre mecanizado, y nosotros no tenemos otro modo de recoger la cosecha estética que ella puede darnos, y su contribución a la cultura, con la ayuda de la ciencia.
Que la tierra es una comunidad, ese es el concepto básico de la ecología; pero que debemos amar la tierra y respetarla, eso es una ampliación de la ética. Es un hecho bien conocido que la tierra nos procura una cosecha cultural, pero eso hoy en día suele olvidarse a menudo.
Estos ensayos intentan soldar los tres conceptos.
Tal visión del hombre y de la tierra está sujeta, por supuesto, a los avatares y distorsiones de la experiencia y las predicciones subjetivas. Pero dondequiera que la verdad se halle, lo siguiente está más claro que el agua: nuestra sociedad de lo “más grande y mejor” ahora es como una hipocondríaca, tan obsesionada por su propia salud económica que ha perdido la capacidad de seguir sana. El mundo entero está tan obsesionado por tener más bañeras que ha perdido la estabilidad necesaria para construirlas, incluso para cerrar el grifo. Nada traería más salud en esta etapa que un poco de saludable desprecio por tal estado pletórico de beneficios materiales.
Quizá podría lograrse semejante cambio de valores si comenzáramos a juzgar a los seres antinaturales, domesticados, y confinados desde el nivel de los seres naturales, salvajes y libres.»
Aldo Leopold
Madison, Wisconsin, 4 de marzo de 1948