Es un hecho que las nuevas tecnologías están de moda y la moda arrastra un sinfín de beneficios, pero también una buena cantidad de dificultades, con soluciones muchas veces complicadas. Nos referimos al idioma español y sus limitaciones para participar en ese mundo que todos hemos acordado denominar de «las nuevas tecnologías» o «Sociedad de la Información».
La historia se remonta en el tiempo, pero la situación no ha mejorado. En efecto, en el I Congreso Internacional de la Lengua Española celebrado en Zacatecas en 1997, los académicos de las distintas Academias de la lengua acordaron que era necesario «defender el idioma español en Internet», ya que «el avance de las empresas españolas y de los periódicos escritos en castellano a través de este medio ha sido espectacular en los últimos años». El objetivo era ambicioso, pero no inalcanzable. Incluso para un especialista en lengua castellana como José Antonio Millán, los beneficios de este esfuerzo «pueden ser muchos si nuestra lengua se hace con un segundo lugar en la red -lo que es perfectamente posible-». Dentro de unos meses, los académicos volverán a reunirse en Valladolid y allí se volverá a discutir este mismo problema y a analizar la evolución del idioma español en la red. La situación será, cuando menos, compleja de analizar y las conclusiones, probablemente, algo pesimistas.
Para esas fechas, más de cuatrocientos millones de habitantes de la Tierra hablarán castellano, pero como señala Jordi Joan Baños en su comentario del Anuario del Instituto Cervantes, aunque nuestra lengua crece en el mundo gracias a Brasil y Estados Unidos, «el español empieza a quedar relegado o, cuando menos, desaprovecha las inmensas posibilidades que esta sociedad globalizada le ofrece. No se echa de menos ni se demanda un Internet en español, ya que coinciden casi exactamente las capas sociales que disfrutan de mejor educación -con un conocimiento fluido del inglés- y las que tienen acceso a las modernas tecnologías».
Pero además, no todos los hispanohablantes usan el castellano como su idioma en Internet y, cuando lo hacen, tiene un sentido «de puente de comunicación con sus raíces». Es decir, muchos son los que consultan los periódicos de su ciudad natal, muchos envían correos electrónicos a sus familiares en castellano; pero estos mismos usuarios de la red trabajan varias horas conectados por trabajo o afición en inglés. En el mejor de los casos, «charlotean» en un idioma nuevo que empezó cuando las nuevas máquinas aterrizaron en las mesas de trabajo y se convirtieron en instrumentos habituales. Así, hace ya muchos años que fax, módem o software son palabras de uso común para todo el mundo, se hable el idioma que se hable. El caso de la vulgarización de los términos internautas es aún más complejo. Por ejemplo, Yolanda Rivas, profesora de la Universidad de Texas, se ha quejado públicamente de la falta de cintura de los hispanohablantes a la hora de trasladar al idioma diario los neologismos ingleses que aportan las nuevas tecnologías. Según esta profesora, mientras los ingleses han adoptado el verbo to email, derivado de email, los usuarios del castellano nos resistimos a traducir «deletear» de to delete o «printear» de to print. Pero su postura está avanzando entre los hispanohablantes de Estados Unidos y, como dijo Alberto Gómez, uno de los especialistas del Departamento de Español Urgente de la Agencia EFE, en una divertida conferencia pronunciada en Caracas, esta posición lleva a que se escriban cosas como la siguiente: «Querido Jesús: ya que hemos decidido emailearnos, te envío un archivo para que lo downloadees a tu ordenador. Lo he encontrado surfeando en la web, cliqueando de site en site. Lo puedes pasar a un floppy o printearlo, y si no te interesa salvarlo, lo deleteas».
Gracias a Dios, no todos piensan igual y este mismo movimiento de los ciberspanglish ha generado multitud de respuestas contrarias por parte de los defensores del idioma de Cervantes, tratando de neutralizar una postura absurda pero real. De hecho, en Internet están presentes cientos de periódicos en castellano, Academias como la Norteamericana de la Lengua Española, la agencia EFE, el Instituto Cervantes o «La Página del Idioma Español».
Efectivamente, este nuevo mundo idiomático parte de un hecho incuestionable: la tecnología que lo alimenta es de origen inglés, toda su bibliografía nace en ese idioma. Hasta el académico Lapesa lo admite: «resulta inevitable que ahora las mayores influencias procedan del inglés; como en el siglo XVIII venían del francés. Todos los idiomas se influyen y se contaminan unos a otros». En general, todos admiten ese hecho pero es necesario que, con independencia del origen de los términos, seamos capaces de adaptarlos a nuestra propia lengua. No hemos de olvidar que, como decía Xosé Castro, por este «sarampión» ya pasaron otros y ahora estamos «en la fase en la que se mezclan términos en inglés y en castellano, hasta que se encuentra un término que puedan comprender la mayoría de los destinatarios. Por esa misma fase pasó la televisión, las batidoras y los secadores de pelo…».
Con todo ello se ha de tener en cuenta que el castellano está sufriendo una erosión que hay que tratar de minimizar y solventar. Al principio, se han mencionado algunos términos como fax o módem y lógicamente la realidad de Internet conllevará algunas otras pérdidas. Pero a todas ellas hay que sumar las que están protagonizando las generaciones más jóvenes con el uso de los mensajes telefónicos, en los que cualquier palabra es susceptible de ser reducida a su mínima expresión: querer se reduce a krr, saludos es sal2, o porqué es xk. Este cúmulo de riesgos hace que el esfuerzo de defensa del idioma no se pueda dejar en manos de las autoridades. Todos debemos tomar conciencia de ello, incluidas las multinacionales del sector. En este sentido es importante retomar los propósitos de empresas como Microsoft, que tras un sonoro fracaso con su diccionario al castellano fue capaz de afirmar: «hagamos entre todos del español una lengua universal, tratando de aunar esfuerzos con el objetivo de evitar, en la medida de lo posible, por una parte los vacíos existentes en el lenguaje técnico y por otra, el surgimiento y la adopción de nuevos términos en inglés que no tengan su correspondiente adaptación en español».
El potencial que espera este esfuerzo es de casi quinientos millones de personas y va en aumento: dos de cada tres estudiantes USA eligen el castellano como segundo idioma, el Parlamento brasileño discutirá en los próximos meses la propuesta presidencial de que el castellano sea lengua obligatoria en la educación de este país que, por sí sólo, cuenta con cincuenta millones de menores de quince años. La progresión puede ser espectacular.
Y todo ello sin hablar del triunfo de la «ñ». Una batalla que, por fin, se ha ganado y que dará nuevas opciones para aplicar con rigor idiomático una nueva estrategia de defensa del castellano. En definitiva, junto al esfuerzo político y empresarial es necesario plantear un escalón más, el del usuario de la red, el del hispanohablante concienciado de la riqueza de su idioma, de manera que los millones de personas que hoy ya utilizan Internet no dependan de su conocimiento del inglés para tener acceso al bien de la Información.