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Hoy en día el uso del vocablo woke es totalmente peyorativo, cuando hace una década simbolizaba una lucha radical contra la injusticia social, activismo y pensamiento antirracista. Esta transformación se corresponde con su uso por parte de la Alternative Right (Alt-right, la derecha alternativa en EE.UU.), y luego de la derecha y sectores de izquierda (de otros países). La izquierda estadounidense ya ni siquiera piensa que sea efectivo luchar por el significante woke.

El principal logro que ha conseguido el movimiento woke es destruir el paradigma liberal sobre la cuestión racial vigente desde hace más de 50 años en los Estados Unidos al finalizar el movimiento por los derechos civiles encabezado por las personas negras. No es un logro sin importancia tumbar todo un paradigma asentado en una «democracia liberal madura» como la estadounidense, de ahí que haya habido tanta crítica a este movimiento. Otra consecuencia de este movimiento es el de haber conseguido, mediante el uso de la teoría crítica racial (TCR), la deconstrucción de la blanquitud, creando así a la Alt-right. Si durante el contexto del movimiento por los derechos civiles los cuerpos negros asumieron que la negritud era un constructo social mientras que los blancos tenían certezas de «ser blancos», durante la primera década de los 2000, y sobre todo durante la segunda década, se ha conseguido que los cuerpos blancos asuman que la blanquitud es otro producto histórico.

Mientras que con la crisis de 2008 los blancos perdieron solo un 3,6% de riqueza, las personas negras perdieron un 10,9%. Igualmente, el desempleo entre personas negras era alrededor de 4 veces más que el desempleo nacional

El movimiento por los derechos civiles acabó en 1969 con sus líderes asesinados, en la cárcel o camino de ella y en un pacto tácito en el que se borraría de las leyes la cuestión racial dando paso a lo que se ha llamado «daltonismo racial» o la «era posracial». El movimiento por los derechos civiles había conseguido algunas victorias en cuestión de ciudadanía política, pero no había conseguido sus objetivos antirracistas: borrar el racismo estructural en los Estados Unidos mediante la intervención del Gobierno federal a todos los niveles, económico (mejorando la vida material de las personas negras) y sociocultural (interviniendo contra la educación racista). En cambio, se asumió el paradigma liberal: si se borra la alusión a la raza en las leyes, con el sistema económico capitalista y la democracia del sistema americano, el racismo se corregirá sin hacer nada, por puro desempeño de la sociedad en un régimen liberal.

Este paradigma estalla con el nacimiento del movimiento woke en la era, precisamente, de la Administración Obama. El pacto después de la década de los 60 y la asunción del paradigma liberal sobre la cuestión racial arrojaba unas cifras desalentadoras. No es solo que la brecha de riqueza material entre blancos y negros no se hubiese reducido, es que había aumentado. Mientras que con la crisis de 2008 los blancos perdieron solo un 3,6% de riqueza, las personas negras perdieron un 10,9%. Igualmente, el desempleo entre personas negras era alrededor de 4 veces más que el desempleo nacional. Por ello, la llegada a la presidencia de la primera persona negra, Barack Obama, se veía como un rayo de esperanza en el que, por fin, y ante el contexto de grave crisis económica, el Gobierno federal intervendría para cerrar esta brecha entra blancos y negros. Pero no fue así, Obama continuó ese paradigma liberal y ni se atrevió a hacer una reforma de la policía para evitar los crecientes asesinatos de personas negras a manos de policías que parecían tener un gatillo fácil cuando la persona era de ese color.

Solo entendiendo que Obama simbolizaba una esperanza, que no llegó a culminar, podemos entender cómo el movimiento woke surge para destrozar ese paradigma. Había habido otros estallidos de violencia y desencuentro racial, por ejemplo, los disturbios de Los Ángeles en 1992 y la dejación de funciones de la Administración Bush durante la tragedia del huracán Katrina. Pero es que estos ejemplos eran precisamente síntoma de que el paradigma liberal del daltonismo racial, el de no racismo intentando tratar a todos como individuos iguales en un régimen democrático y liberal, funcionaba bien: no hay que hacer nada, «hemos acordado que no se va a hacer nada porque se pertenezca a cierta raza». Por ello, durante estas grandes conmociones para la población negra de los Estados Unidos no surgió ningún movimiento antirracista como el de Black Lives Matter (Las vidas negras importan), precisamente durante la presidencia de Obama, y que se engloba dentro de lo woke.

EL PARADIGMA LIBERAL

Desde el nacimiento del woke hasta 2015 el único objetivo era hacer despertar a la gente, convencerla de que el paradigma liberal del daltonismo racial era una patraña y había, obviamente, un racismo estructural galopante en los Estados Unidos. Durante estos años, 2014-2016, se consiguió romper este paradigma y hacer que la mayoría de personas que podían sentirse apeladas por el movimiento se adentrasen en él. Pero hubo un problema. La élite blanca del partido demócrata lo iba a usar con un doble objetivo: un claro uso político para ganar las próximas elecciones de 2016, y un uso soterrado que servía para intentar resarcirse del White Guilt (Culpabilidad blanca) desde un paradigma liberal. Muchas personas blancas pensaron que el daño histórico que habían causado a las personas negras era tan irreparable que nunca se podría conseguir la total reparación, por lo tanto, lo único que podían hacer era apoyar la causa de manera general. Esta opción políticamente significa hacer de Pilatos y lavarse las manos. Esta es una clave esencial para entender por qué el movimiento woke se radicaliza después, a partir del asesinato de George Floyd.

En el 2016, cuando Trump consigue ganar la presidencia comienza una nueva etapa, de resistencia, en el movimiento woke, que termina con las protestas de 2020 con una reactivación tremenda

En el 2016, cuando Trump consigue ganar la presidencia comienza una nueva etapa, de resistencia, en el movimiento woke, que termina con las protestas de 2020 con una reactivación tremenda. Durante esta presidencia, la Alt-right en su ya clásico discurso político de mofarse de todo aquello a lo que reacciona, aúna en torno al vocablo woke todos los movimientos progresistas que se oponen a Trump, el antirracista representado por Black Lives Matter, el feminista y el socialista democrático conjuntándolo con la TCR. Fruto de esta etapa en el movimiento es el significado político que hoy en día tiene lo woke, agrupando a todo movimiento político cuyo objetivo sea desvelar y acabar con cualquier injusticia sistémica.

Pero lo que no esperaba la Alt-right, es que, aunando estos diversos movimientos en un solo vocablo o concepto de burla, iba a conseguir que precisamente esos movimientos que desde el 68 parecían, sobre el papel, ir por separado, se juntasen de nuevo como en esa época en una izquierda interseccional, antirracista, feminista y sindicalista. El año 2020 empezó con la pandemia de la COVID-19 y se presentaba ya como movido debido a que era año electoral y Trump se jugaba el permanecer en la Casa Blanca mientras que el movimiento woke despertó, valga la redundancia, para intentar arrebatarle esa presidencia. Lo que no estaba en las cábalas fue que el hartazgo de la pandemia se conjuntó con el hartazgo del racismo estructural en el país, consiguiendo que las protestas de Black Lives Matter por el asesinato de George Floyd fuese la mayor movilización en la historia de los Estados Unidos. Y no solo el movimiento, Black Lives Matter que siempre había sido aparejado a lo woke y que expandió el término se vio reforzado, es que tanto el movimiento feminista como sindicalista lo hicieron con él provocando la victoria de Biden en las elecciones de 2020, construyendo una izquierda que, si bien rechaza ya el vocablo, es hija de él y se proyecta como una gran máquina anti injusticias sociales cuyo campo de lucha es el laboral, antirracista y feminista.

 ALT-RIGHT  Y LAS UNIVERSIDADES 

La reacción de la Alt-right a la pérdida de la presidencia fue dura. Primero desconectó a una gran parte del país de la otra. El resultado fue el asalto a la democracia en la colina del Capitolio. Segundo, haciendo de los Estados Unidos un país en el que los derechos de las personas LGTBQ+, mujeres y personas negras se ven menos protegidos que hace 40 años. Las personas trans perdieron derechos conquistados durante la Administración Obama, el derecho al aborto está en claro retroceso desde la presidencia de Trump, siendo atacado en Estados republicanos, y las personas negras se encuentran de frente con una reacción etno nacionalista blanca representada por la Alt-right que ha carcomido los pilares de los Estados Unidos, o quizás los ha revitalizado.

El mayor logro de lo woke fue romper el paradigma liberal, pero se hizo desde la religión civil estadounidense, desde un movimiento cuyo principal resorte es un desvelamiento de la realidad cuasi religioso. Por eso muchas veces es duro en las formas y sin posibilidad de diálogo. Pero esto corresponde más a la naturaleza humana socialmente construida en las sociedades posmodernas que al propio movimiento. El gran campo de batalla, llamado «cultural» —como si se pudiese separar lo cultural de la producción económica— tiene lugar en las redes sociales, universidades y colegios. Hay muchísima literatura creada desde la derecha sobre la cultura de la cancelación y sobre «adoctrinamiento en universidades y escuelas» estadounidenses. Esta literatura suele contener la falacia de la Alt-right en sus entrañas, cuando surge una «cancelación» en la universidad es porque, precisamente, ahora hay personas que antes no tenían voz y ahora se pueden quejar con un gran altavoz, no es que ahora tengan una suerte de poder conspiratorio.

La principal «cancelación» que sucede hoy en día en los Estados Unidos es contra la TCR que supuestamente se enseña en los colegios, prohibiéndose enseñar cualquier cuestión racial en las escuelas

De hecho, la principal «cancelación» que sucede hoy en día en los Estados Unidos es contra la TCR que supuestamente se enseña en los colegios, prohibiéndose enseñar cualquier cuestión racial en las escuelas. Es un intento por volver al antiguo paradigma liberal y acuerdo tácito de 1969.

Se podría incluso decir que otro de los mayores logros de lo woke es precisamente esta reacción canceladora de su propio movimiento. Desde 2014 se ha puesto del revés todo el sistema, desvelándolo como un todo estructural que contiene todas las opresiones modernas de raza, clase y género. Al ver esta pérdida absoluta de certezas y viendo que el sistema peligra por este movimiento, la Alt-right ha reaccionado tomando el poder para intentar erradicar a lo woke de la vida pública. Esta respuesta de la Alt-right un tanto «esquizofrénica» y desmedida se puede ver en la creación de un relato totalmente imaginario y conspirador en el que las personas woke controlan el país y a la sociedad, multiplicando y amplificando supuestos casos de cancelación y teniendo los campus totalmente tomados por ellos. Parece como si el sistema estuviese totalmente roto y dominado por lo woke cuando en realidad se ha roto el relato, el sistema está en peligro, pero no roto, y lo más importante, sigue estando controlado por la misma élite que hace 50 años.

Doctor en Historia Contemporánea por la Universidad Autónoma de Madrid con Mención Internacional por Columbia University.