Zweig quedó admirado ante la bahía de Río de Janeiro, al llegar por vez primera a sus costas en 1936. En visitas posteriores, viajó por el interior del país y tuvo ocasión de reunir una extensa documentación sobre la historia de la antigua colonia portuguesa. Describe con detalle el desarrollo de las zonas marítimas, desde Río de Janeiro a Bahía, y del interior, con sus riquezas agrícolas y mineras apenas explotadas.
Considera el autor que los abundantes recursos del inmenso país no tardarían mucho en situarlo a la cabeza de las grandes potencias, en igualdad con Estados Unidos. El depurado estilo literario de Zweig se nos muestra al describir la belleza de los paisajes y el encanto de las viejas ciudades coloniales, en abierto contraste con los modernos núcleos industriales y urbanos, como São Paulo y Río. Alaba el trato de igualdad entre las razas, unidas por vínculos de fraternidad que facilitan la armonía y evitan los conflictos sociales. Ensalza la tarea humanitaria y civilizadora llevada a cabo por los misioneros jesuitas, a los cuales atribuye el mérito de haber promovido el carácter pacífico de la población brasileña.