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Robert Barron. Filósofo, teólogo y obispo de la diócesis de Winona-Rochester desde 2022. Barron es el fundador de la organización Word on Fire y el creador de Catholicism, una serie de televisión documental de gran éxito en los EE.UU.


Avance

Ofrecemos el discurso de apertura con el que Robert Barron inauguró la convención Acton University Conference de 2023, del Acton Institute. Su conferencia se titula «Las raíces filosóficas del movimiento woke».

Son muchos quienes consideran al movimiento woke como la filosofía popular de mayor influencia en Estados Unidos actualmente. Ha logrado colarse en la mente y el corazón de los jóvenes, pero también en el mundo del entretenimiento, o incluso en los consejos directivos de poderosas corporaciones. Pero, ¿en qué consiste realmente, y de dónde surge?

Barron plantea la idea de que el movimiento woke es una adaptación para las masas de la teoría crítica, a su vez una amalgama de conceptos originados en las universidades francesas y alemanas de mediados del siglo XX. Hasta que no entendamos sus orígenes y el pensamiento de sus principales figuras, afirma Barron, no sabremos cómo abordar de manera crítica esta filosofía que califica de «peligrosa».


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El movimiento woke ha logrado colarse prácticamente por cada grieta y en cada rincón de nuestra civilización actual. Da la sensación de que incluso uno de los principales partidos políticos de Estados Unidos basa su estructura actual en el apoyo a la ideología woke. Sin embargo, es importante que hagamos frente a este fenómeno, tanto vosotros como yo mismo, con un enfoque culto y racional, y que aceptemos que este no es algo efímero que brotó de pronto el verano de 2020. Lo cierto es que goza de un extenso pedigrí, fácil de reconocer y, en mi opinión, con una base ciertamente intelectual. Cuanto antes y mejor entendamos esto, mayor será nuestra capacidad para encontrar formas de refutarla.

Empezaré no tanto con una definición, como con una descripción de lo que es el movimiento woke. En mi opinión, es una adaptación para las masas de la teoría crítica. Es la teoría crítica, a nivel de calle. ¿Y qué es la teoría crítica? Pues es un movimiento que se dio principalmente en las academias francesa y alemana de mediados del siglo XX. Hablamos de nombres como Max Horkheimer, Theodor Adorno, Herbert Marcuse, Jacques Derrida o Michel Foucault, los que serían sus figuras principales. Sin embargo, entre finales de los 60 y principios de los 70, la teoría crítica desembarcó en el entorno académico estadounidense. Acabo de terminarme una biografía de René Girard, y el propio Girard, aunque personalmente creo que sería un detractor del movimiento woke, tomó parte, a finales de los 60, en la organización de un congreso en la Universidad John Hopkins que fue en el primer lugar donde se empezó a oír hablar de Derrida en este país y, según afirma, también fue la puerta de entrada a Estados Unidos del estructuralismo y el postmodernismo franceses. Lo que creo es que esas ideas permanecieron allí durante décadas, gestándose hasta que, como un bacilo, irrumpieron en el torrente sanguíneo de la sociedad precisamente ese verano de 2020. Así pues, lo que voy a tratar de hacer esta noche, en esta sucinta intervención, es exponer algunas de las características de la teoría crítica que se manifiestan a día de hoy en forma de movimiento woke, y después a señalar por qué las ideas de la doctrina social católica se oponen diametralmente a las conjeturas woke.

Pues bien, empecemos por la que sería, para mí, el primer atributo de la teoría crítica, lo que yo denominaría la radicalización del sentido moderno del ser. Es bien sabido que las dos principales figuras en el surgimiento de lo que se viene entendiendo como la filosofía moderna son René Descartes e Immanuel Kant. Llevo muchos años diciéndole a mis alumnos que si alguna vez quieren ver el lugar donde nació la modernidad, es posible hacerlo. Es la ciudad de Ulm, en Alemania. Descartes se encontraba por la zona con el ejército francés, pero logró escabullirse y marchar en busca de los fundamentos de la filosofía. Según cuenta, se retiró a un cuarto, al calor de una estufa, en la ciudad de Ulm. Allí fue donde dio con su célebre «cogito ergo sum». Se puede dudar de todo. Se puede dudar de las tradiciones que se nos han inculcado. Se puede dudar de la religión. Se puede dudar incluso de la experiencia sensorial. De lo único de lo que es imposible dudar es del hecho de que se está dudando. Por tanto, «cogito ergo sum»: «Pienso, luego existo». Ahora bien, fijémonos en que lo que Descartes hace aquí es tomar lo objetivo y pasarlo por la vara de medir de lo subjetivo. El cogito se presenta como árbitro supremo poseedor de la verdad. Siguiendo esta misma base, diferencia entre lo que él denomina res extensae, lo que se extiende hacia afuera, y la res cogitantes, lo que se reflexiona hacia adentro. Esta división radical entre el cuerpo y el alma se manifiesta en la modernidad como un concepto antropológico típico.

Ahora viene la segunda figura, la de Immanuel Kant. Se ve en su famosa Crítica de la razón pura, según la cual las categorías metafísicas clásicas del tiempo y el espacio, de la identidad y la sustancia, ya no están ahí fuera, en el mundo. Ahora están aquí dentro, como estructuras mentales ya existentes a priori. Por tanto, lo que hacemos es proyectar esas realidades en el mundo. Lo mismo ocurre con la ética kantiana: «No es posible pensar nada que pueda considerarse como bueno sin restricción, a no ser tan solo una buena voluntad». Esto significa que, para determinar lo que está bien y lo que está mal, no es en mis propios actos en lo que debo fijarme. Lo que interesan son los atributos de la voluntad que toma las decisiones. Una vez más, se vuelve a poner el interior por delante del exterior. Creo que se podría argüir (y si no, leed lo que Cyril O’Regan ha escrito al respecto), que tanto Descartes como Kant suponen un retorno al antiguo gnosticismo, que también priorizaba el interior por delante del exterior de forma muy similar, y tendía a percibir el cuerpo como algo peligroso y problemático para el auténtico yo interior.

Ahora bien, yo diría que la teoría crítica radicaliza este sentido moderno del yo. Así pues, el interior, el auténtico yo dentro de mí, se encuentra en una posición de absoluto privilegio sobre todo lo que está ahí fuera, sobre la exterioridad del cuerpo. Si aún no percibís la influencia que esto tiene sobre la actual teoría del género, es que no os estáis fijando bien. ¿Acaso no es esto lo que se está oyendo estos días por todas partes? Y lo que me parece más extraordinario de todo esto es hasta qué punto estas ideas se están dando por sentadas. Es un postulado antropológico absolutamente erróneo, pero se está dando por sentado. La idea es la siguiente: este soy yo, en lo más profundo de mi ser. El problema es que mi cuerpo no se corresponde con ese concepto. Por tanto, lo que tengo que hacer es cambiar mi cuerpo para que sí se corresponda. Es una radicalización moderna del yo, la priorización del interior sobre el exterior. Solo por comparar, vamos a recordar una breve cita de santo Tomás de Aquino, uno de mis ídolos intelectuales. Según santo Tomás, el alma está en el cuerpo, sí, pero no está contenida en él, sino que más bien la contiene. Voy a repetirlo, porque creo que es algo capaz de revolucionar completamente nuestra consciencia. El alma está en el cuerpo, sí, pero no está contenida, como si estuviera por ahí escondida, en lo más hondo, sino que más bien lo contiene. El alma, que santo Tomás denomina la forma del cuerpo, alberga el cuerpo, da vida al cuerpo, hace al cuerpo ser lo que es. Por tanto, esta dicotomización entre mi yo real del interior y el cuerpo exterior no funciona. Es, simple y llanamente, un postulado antropológico erróneo. Así pues, aquí tenemos un primer tema, la radicalización moderna del ser, al que debemos hacer frente.

Vamos ahora a un segundo aspecto de la teoría crítica, y por tanto, del movimiento woke, la relativización de la verdad. Uno de los principales rasgos del posmodernismo y de la teoría crítica es, en mi opinión, su profundo escepticismo hacia cualquier aspiración a la verdad, salvo las suyas propias, claro está. Es un argumento que se remonta a Platón y san Agustín. El problema de adoptar una postura de escepticismo radical es qué ocurre con tus propios postulados. Pero sigamos. Mi interpretación es que, aquí, han tomado nota del perspectivismo de Nietzsche, según el cual nunca se puede llegar a adquirir una comprensión de las cosas tal y como son, solo desarrollar nuestra propia y limitada perspectiva de las mismas. Por lo tanto, lo que hacen con cualquier aspiración a la verdad es tirar constantemente de la manta para revelar las luchas de poder que en realidad se esconden tras ella. Luego volveré a eso. Sin embargo, creo que buena parte de estas ideas se inspiran en el que probablemente sea el santo patrón de la teoría crítica, es decir, Jacques Derrida. Sus farragosos textos, conocidos por su ilegibilidad, ejercen como una especie de sagradas escrituras del posmodernismo. Lo más representativo de Derrida es su enfoque deconstruccionista. Ahora bien, ¿eso qué significa? Pues bien, él deconstruye lo que denomina el enfoque logocéntrico de la filosofía clásica, es decir, el logos, el lenguaje, las palabras, lo que nos pone en contacto con la realidad. Vamos a retomar a santo Tomás, la comunicación entre la mente y la realidad por medio del lenguaje. Es lo que nos da acceso a conocer las cosas tal y como son. Derrida deconstruye ese tipo de logocentrismo. Como dice su célebre cita en francés: «Il n’y a pas d’hors-texte». Más allá del texto, no hay nada. Pongamos que tengo un texto. Según el pensamiento clásico, ese texto me permitirá acceder a las cosas tal y como son. Me permitirá acceder a la verdad. Sin embargo, según Derrida, «Il n’y a pas d’hors-texte». Más allá del texto, no hay nada. Lo único que te encuentras es un bucle interminable de lo que él denomina la différence, la diferencia. Tal término no es como tal otro, y esta palabra se relaciona con esta otra que no es como la de más allá. Así, quedamos atrapados para siempre en el contexto del texto. El significado siempre está en diferido, lo que da lugar al famoso juego de palabras por el cual la différence, la diferencia en las palabras da lugar a la différence, al significado diferido. Es imposible saber cómo son las cosas en realidad. Todo tiene siempre un final abierto. ¿Os suena de algo? Es parte de la retórica habitual actual, incluso entre los adolescentes, hasta el punto de convertirse en la actitud por defecto entre la mayoría de los jóvenes. No es posible llegar a poseer una comprensión real de la verdad, lo único que hay es un bucle infinito de opiniones, perspectivas, puntos de vista, diferencia y différence, un significado siempre diferido. En cierta ocasión asistí a una conferencia de Derrida, y alguien le preguntó: «¿Cómo definiría la deconstrucción»? Y él respondió en francés. Dijo que la deconstrucción significa «Viens, oui, oui. Venga, sí, sí». Que sí, que suena muy bien, pero ¿qué quiere decir? Lo que quiere decir es: mira, déjalo, no voy a darte una respuesta definitiva. No hay una verdad, porque siempre puede llegar a surgir algo nuevo, más fresco, una forma alternativa de configurar un texto, una manera diferente de interpretarlo. «Viens, oui, oui». El significado y la verdad, siempre en diferido. Es un elemento básico de la filosofía de Derrida. Sin embargo, esos principios que en su momento eran la comidilla entre la élite intelectual de la recherché académica francesa, resulta que ahora se han convertido en la postura por defecto. Os imaginaréis a qué me refiero: «¿Quién soy? ¿Qué sentido tiene mi vida? ¿Cuál es mi género? Venga, voy a intentar verlo desde un nuevo ángulo. Voy a liberarme de las perspectivas anticuadas y a adoptar una mentalidad abierta.» 

He aquí un ejemplo extraído de la teoría woke actual, la postura absurda hasta lo ridículo de que incluso las matemáticas y la ciencia, incluso las afirmaciones matemáticas más básicas, como que dos más dos son cuatro; que no, que mal, que son una expresión de supremacismo blanco. No es broma, es exactamente lo que dicen: que las matemáticas y la ciencia, incluso a niveles tan fundamentales, son solo artimañas del poder, porque es imposible afirmar que algo sea verdad. «Viens, oui, oui». Una perspectiva siempre nueva.

El tercer aspecto de la teoría crítica, y por tanto del movimiento woke, es lo que yo denominaría la doctrina social cimentada en el antagonismo. Vale, aquí lo que tenemos es la influencia de Karl Marx. La presencia de Karl Marx en la teoría crítica es constante, por lo que, al menos de forma implícita, también lo es en el movimiento woke. Marx, como sabéis, basa sus postulados en la dialéctica hegeliana de la certeza sensible, aquello de la tesis, la antítesis, la síntesis, la constante, y la cuestión del proceso de desarrollo hacia el espíritu absoluto, etc. Marx toma estos conceptos, les da unas cuantas vueltas, lo transforma en el materialismo dialéctico, y así termina interpretando la historia como un bucle infinito, el enfrentamiento antagónico entre grupos en conflicto. Hay otro aspecto que tomó de Hegel, y que, en mi opinión, tiene una fuerte influencia en el debate público actual. Es la relación amo-esclavo de Hegel. Los escritos de Hegel al respecto son fascinantes. Tiene reflexiones maravillosas. Sin embargo, en Marx, esa categoría del amo-esclavo se convierte en la categoría dominante. Lo que nos encontramos a lo largo de la historia es un constante conflicto antagónico entre los dominantes y los dominados, entre amos y esclavos. ¿Cuál es el famoso propósito de la doctrina social de Marx, según él mismo indica? Los filósofos, a lo largo de la historia, se han limitado a dar diversas interpretaciones del mundo, pero lo que de verdad habría que hacer es cambiarlo. Así pues, el propósito de la filosofía marxista es fomentar la lucha de clases, fomentar la rebelión de los esclavos contra los amos, para provocar la revolución comunista. Daos cuenta de cómo los teóricos críticos y woke actuales adoptan este principio marxista básico, pero lo extrapolan, de tal forma que no se restringe a opresores y oprimidos en lo económico, sino en todo tipo de variantes de la relación amo-esclavo. Así pues, hablamos de opresión colonial, opresión sexual, opresión racial, opresión de género, etc. Esa misma dinámica es la que sostiene la polarización binaria amo-esclavo, opresor-oprimido. Hablando de binarios, ahí tenemos de nuevo la influencia de Jacques Derrida. En el análisis lingüístico de Derrida, afirma que existen polarizaciones básicas dentro del sistema lingüístico, y que lo que percibimos como significado suele surgir de la forma en que escindimos ambos polos. ¿A qué se refiere con eso? Pues a masculino y femenino, a heterosexual y queer, a occidental y no occidental, a civilizado e incivilizado, a blanco y negro, etc. Estos opuestos binarios, según Derrida, pueblan nuestro lenguaje, y esa es la forma en que tendemos a generar significados. Así, según afirma, masculino, heterosexual, civilizado y blanco tienden a dominar lo femenino, queer, no occidental e incivilizado. Es casi como un lenguaje informático: si no está encendido, está apagado; si no es un uno, es un cero. Son polarizaciones binarias que forman parte de las propias estructuras del lenguaje. Creo que esta idea, la de que lo que tenemos son estos opuestos binarios, ha calado hondo en la doctrina social woke. Reproducen buena parte de la estrategia marxista: hablar en nombre de los que se considera los desfavorecidos en la polarización binaria, llegando incluso a fomentar la lucha entre opresor y oprimido. No se nos puede pasar por alto que, en buena parte de la teoría woke, es obligatorio incluirse en una u otra de estas categorías binarias. No hay una tercera opción. No hay un camino de en medio. O eres de los unos, o eres de los otros. Esa es la doctrina social cimentada en el antagonismo.

En cuarto lugar, y he aquí de nuevo una idea de Marx, la dualidad subestructura/superestructura. Personalmente, es algo que me impactó mucho durante el verano de 2020, porque estaba presente constantemente en la retórica de los activistas woke. Volviendo a la doctrina social marxista: Marx no es más que un reduccionista radical. Todo se reduce a la economía. Todo se reduce a esa lucha económica básica. Esa es la columna vertebral de la sociedad. Esa es la subestructura. En torno a ella, según Marx, surge una superestructura compleja e inmensa cuyo único propósito es proteger y defender la subestructura. Así pues, para Marx, lo que tenemos es la economía, en su caso la economía capitalista. Y alrededor suyo, todo lo demás que vertebra la sociedad: la política, el arte, el entretenimiento, el deporte, la religión, el ejército, el gobierno. Todas ellas no son más que piezas en el mecanismo de defensa superestructural que protege la subestructura. Igual que en la teoría marxista, está claro. ¿Y para qué sirve la política? Exclusivamente para defender la subestructura capitalista. Eso es lo único que les preocupa a los políticos. ¿Y para qué sirve el ejército? Para proteger los intereses económicos. Por eso vamos a la guerra. A lo largo de toda su historia hasta la actualidad, los textos marxistas han defendido o descrito todas y cada una de las guerras que se han producido básicamente como conflictos económicos. ¿Y qué pasa con el arte? Pues que el arte recibe el mecenazgo de los ricos, por lo que el arte, por tanto, tiende a apoyar y proteger el aspecto generador de riqueza de la economía capitalista. Y lo más representativo de Marx, la religión. ¿Para qué sirve la gente como yo? Según Marx, soy un narcotraficante, puesto que la religión es el opio del pueblo, ¿no es así? Se supone que nos sumerge en una especie de estado de anestesia que nos hace insensibles al dolor producido por el opresivo sistema económico en el que nos encontramos. ¿Por qué la sociedad civil permite que exista gente como yo? Porque a todo el mundo le beneficia que haya narcotraficantes por ahí calmando los ánimos. El propósito exclusivo de la religión, por tanto, es proteger la subestructura económica. ¿Os dais cuenta de que es una idea prácticamente omnipresente en el ideario woke? La convicción de que da igual qué forma de opresión elijas, cuál sea tu teoría, da lo mismo si es opresión de género, colonialismo, esclavitud, que todo ello es parte de la columna vertebral de la sociedad civil. Y todo lo demás existe con el único propósito de defenderla.

Un buen ejemplo de todo ello sería el proyecto 1619. Al final, ¿de qué trataba? De la esclavitud, y del intento de proteger y defender una economía basada en la esclavitud. Así pues, este proyecto adopta una perspectiva muy marxista con la intención de interpretar la sociedad entera a través de un prisma muy específico. ¿Notasteis algo de todo esto durante el verano de 2020, durante esos desquiciados intentos de derribar las diversas instituciones que sustentan nuestra sociedad? La campaña más famosa fue la de Defund the police, que abogaba por retirar la financiación estatal de la policía, pero estoy convencido de que hubo otros muchos intentos de destruir nuestra estructura legal. De derrocar al gobierno. De derrocar el departamento de policía. Pues bien, todo esto surge de analizar la sociedad bajo una perspectiva marxista. Si estas instituciones existen exclusivamente para proteger una forma de opresión, entonces lo que hay que hacer es deshacerse de ellas. 

Para concluir, creo que la teoría crítica, y por tanto el movimiento woke, percibe el poder como la categoría suprema. Y es una propuesta interesante para todo aquel interesado en la filosofía, porque el poder es un tema muy recurrente entre los principales filósofos. Volvamos a santo Tomás de Aquino. Su concepto de Dios es que era omnipotente, sí pero también simple. Por consiguiente, todos los atributos y cualidades divinas se unifican. Por eso, el poder divino no puede entrar en conflicto con la manera de ser divina. Entiendo que esta idea puede resultar muy abstracta, nos permite extraer una conclusión muy interesante. ¿Podría Dios, en su infinito poder, llegar a hacer que dos más dos fueran cinco? Al fin y al cabo es omnipotente, así que supongo que ¿por qué no? ¿Podría Dios, en su infinito poder, hacer del adulterio una virtud? Bueno, supongo. Es decir, ya declaró que el adulterio es malo, pero ¿podría declararlo como algo bueno? Supongo que podría, ¿no? La respuesta de santo Tomás es que por supuesto que no, porque lo que estarías haciendo entonces sería crear una disensión entre el poder divino y la manera de ser divina. Por tanto, decir que Dios no puede hacer que dos más dos sean cinco no es restringir el poder de Dios, porque el hecho de que dos más dos sean cuatro es simplemente parte de la verdad de Dios. Decir que Dios no puede hacer del adulterio una virtud no es limitar su poder, porque eso es algo que entra en conflicto con Su manera de ser. Una de las preguntas más famosas que se planteó santo Tomás fue la de si Dios podía pecar. Cualquier detractor diría que sí, que por supuesto que Dios puede pecar. Dios en Cesaréa de Filipo llega a pensar: «¡Ojo, que puedo caer en el pecado». Pues ya está. ¿Por qué no iba Dios a poder pecar? Pues no. Santo Tomás nos dice que por supuesto que Dios no puede pecar. Sería algo repugnante a su manera de ser. De acuerdo. Entonces, ¿qué importancia tiene todo esto? Pues que a continuación nos vamos a la baja Edad Media y a principios de la Edad Moderna, y algo cambia. Surge una visión de la voluntas, que enfatiza la primacía de la voluntad. De hecho, la potentia absoluta, el poder absoluto de Dios, se escinde del ser. Esto es lo que hace posible que René Descartes llegue a decir que, si Dios así lo quisiera, dos más dos serían cinco. El Dios de la voluntad tiene un poder que puede imponerse a la realidad y redefinirla. Nótese como esto supone un alejamiento de lo que hemos visto con santo Tomás de Aquino. ¿Puede ser, entonces, una casualidad que muchos de los filósofos modernos sobreenfaticen el poder? Es algo que puede apreciarse, por ejemplo, en Schopenhauer. Queda patente de forma más evidente en Friedrich Nietzsche. Dios ha muerto, ¿no? Entonces, ¿a dónde ha ido esa potentia absoluta? Ha ido a parar a mí. A nosotros. Somos nosotros los que ahora tenemos esa voluntad de poder. No me digas lo que tengo que hacer. No me digas quién soy. Yo tengo el poder de decidir, en virtud de mi libertad absoluta, de la naturaleza de la realidad. ¿A que empieza a sonar familiar? Tal y como yo lo veo, ese giro hacia la voluntad que se produjo en las filosofías tardomedieval y protomoderna ha llegado hasta el periodo contemporáneo, solo que el Dios de la voluntad se ha transformado en un yo de la voluntad, capaz de crearlo todo, de definirlo todo. Muchos de los presentes en esta sala recordaréis el caso Casey versus Planned Parenthood de 1992, la tristemente célebre sentencia del Tribunal Supremo de los EE.UU. sobre un caso de aborto, en el que los jueces decidieron que entra dentro de la naturaleza de la libertad la capacidad de determinar el significado de la vida, y de la existencia. ¿Y ya está? Ahora yo decido. Claro, pero ¿eso qué es? Pues nuevamente, eso es traspasar la potentia absoluta de Dios a un yo todopoderoso.

Bueno, además de Derrida, yo diría que la otra figura más influyente para los teóricos críticos es Michel Foucault. Sabréis que realicé el doctorado en París, hace muchos años. Llegué a París en 1989, y Foucault había muerto en 1984. Sabréis que en París hay un restaurante y una librería en cada calle, ¿verdad? Si paseabas por París en aquellos días, en cada escaparate de cada librería te encontrarías, observándote, el semblante escrutador, como un búho, de Michel Foucault. Era la figura filosófica predominante. ¿Y cuál es la base misma de toda su filosofía? Que esas aspiraciones a la verdad, al bien, a los valores, que son objetivas, pues no lo son. Eso no son más que los poderosos utilizando el lenguaje y la coherción para mantenerse en el poder. No hay nada objetivamente bueno ni objetivamente malo en ello. Al final, se trata solo del poder. Escuchad a los teóricos woke actuales. Es Michel Foucault para todos los públicos. Cualquiera de vosotros, de los que estáis en esta sala, podríais decir: «No, no, creo que hacer esto es objetivamente lo correcto desde un punto de vista moral, creo que esto es objetivamente cierto». Pues no. Voy a tirar de la manta para demostrar que no son más que artimañas del poder. La capacidad de inventarse a uno mismo, rampante, las artimañas del poder, omnipresentes. Esa es una de las señas de identidad del movimiento woke.

Pues bien, ahora que hemos bosquejado esas pequeñas tretas, voy a concluir rápidamente con un breve comentario sobre la doctrina social católica. La doctrina social impartida por la Iglesia Católica sostiene que cada individuo es sujeto de dignidad infinita, pero que lo que no es es creador de valores. Decir lo contrario es extremadamente peligroso. Si defendemos, en consonancia con todas estas ideas de la teoría crítica, que el ser soberano es el que inventa valores, estaremos a un paso del caos moral. En lugar de eso, habría que alegar que lo que vertebra nuestra teoría social es el amor. ¿Qué es el amor? Según santo Tomás de Aquino, no es un sentimiento. El amor es un acto de voluntad. Es el deseo del bien para los demás. De ser cierto esto, entonces no se puede amar a nadie salvo que se tenga una idea definida de lo que es objetivamente el bien. Si nos inventamos los valores, yo tendré mis propios valores, tú tendrás tus propios valores, podremos tolerarnos más o menos los unos a los otros, pero nunca podremos amarnos. Porque el amor debe manifestarse, como lo hacía, sobre un fondo jerárquico de valores objetivos. De lo contrario, no podré saber qué es lo que debo desear para tu bien. Tal y como yo lo veo, la doctrina social católica hace frente a ese ser creador de valor, y toma partido por una jerarquía de valores objetivos, tanto epistémicos como morales.

En segundo lugar, la doctrina social católica no promueve el antagonismo como la realidad fundamental, como lo hace el marxismo. En lugar de eso, propone una visión cooperativa, en la que los individuos colaboran los unos con los otros. Incluso las clases sociales cooperan las unas con las otras. Los propietarios y los trabajadores, por recurrir a los viejos términos marxistas, cooperan los unos con los otros. Se opone a la idea de ver la sociedad en términos antagónicos. La doctrina social católica, además, se opone al concepto de la subestructura y la superestructura, por considerarla extremadamente simplista y peligrosa. Es peligrosa porque considera que todo salvo la subestructura es un problema que debe desenmascararse o deshacerse. La doctrina social católica, por el contrario, percibe la sociedad como una compleja red de individuos e instituciones que se sostienen mutuamente. Es decir, que cada vez que usamos la frase «todo se reduce a» lo que sea, en realidad no es correcto. La sociedad es una red compleja, y eso mismo es lo que la hace tan hermosa.

Para terminar, creo que podemos concluir que la doctrina social católica no se aferra a esa idea de la primacía del poder de una forma que prioriza la voluntad prácticamente por encima de todo. Por el contrario, es la justicia y el amor lo que percibe como elementos supremos. ¿Qué es la justicia? Otorgar a cada uno lo que le corresponde. Esa es la definición platónica clásica. ¿Qué es el amor? Como he dicho, es desear el bien del otro. Eso son valores absolutos. A eso me refería hace unos meses, cuando di una charla en la Universidad de Notre Dame. Aquellos chicos me hicieron preguntas sobre diversidad, igualdad, inclusión. Les respondí: «Sí, claro, esos son valores a secundum quid, como diría en la Edad Media». Son valores dependiendo de las circunstancias, son valores en la medida de sus capacidades. Una de las cosas que les dije fue: «Aquí, en Notre Dame, ¿consideráis que tenéis una comunidad absolutamente inclusiva?». Un montón de cabezas asintieron. Entonces, repliqué: «Muy bien, ¿y a cuánta gente se la ha excluido del proceso de selección para que se os pudiera incluir a vosotros?». Ahí fue cuando entendieron que sí, claro, que la inclusividad es claramente algo bueno, pero secundum quid, dependiendo de las circunstancias, y algunas veces, solo según ciertas circunstancias. Lo mismo pasa con la igualdad y la inclusión. Son buenas, secundum quid. Sin embargo, la justica y el amor son valores in se. Tienen valor por sí mismos. Y la manera de demostrarlo es que, ¿seríais capaces de imaginaros una situación en la que hacer algo injusto sería lo correcto? No, por supuesto que no. ¿No mostrar amor podría ser lo correcto? No, por supuesto que no. Porque son valores absolutos. Concluiré diciendo que ese es el motivo por el cual deberíamos oponernos a la diversidad, a la igualdad, a la inclusión, porque es igual que esa tríada de la Revolución francesa, ese liberté, égalité, fraternité. Esos también fueron valores secundum quid. Cuando se intenta convertir valores secundarios en valores primarios, terminas empujando a tu país al caos por el camino más corto. A los que debemos aferrarnos es a esos valores que son buenos en sí mismos, como la justicia y el amor. Y he aquí el fin de mi pequeño discurso. Espero que haya servido para daros cierta perspectiva de cómo hacer frente al movimiento woke de una forma intelectual y seria. Entended que eso será lo que ellos querrán hacer, porque su intención es llevar el debate por derroteros profundamente emocionales. Sin embargo, considero que es de suma importancia para nosotros conocer los orígenes de este sistema de pensamiento. Muchas gracias a todos, una vez más. Ha sido un placer estar con vosotros esta noche. Gracias.


Texto reproducido aquí con autorización expresa de Word on Fire a Nueva Revista. La traducción del inglés al castellano es de Patricia Losa Pedrero.

Fuente original en inglés: https://www.wordonfire.org/videos/wordonfire-show/episode416/

Foto: © iStock / mj0007

Filósofo, teólogo y obispo de la diócesis de Winona-Rochester desde 2022. Barron es el fundador de la organización Word on Fire y el creador de Catholicism, una serie de televisión documental de gran éxito en los EE.UU.