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Julio Montero. Catedrático de Comunicación en la Universidad Internacional de La Rioja. Fue catedrático de Historia de la Comunicación Social en la Universidad Complutense de Madrid.

María Luisa Galdón. Licenciada en Historia por la Universidad de Valladolid.


Artículo

Julio Montero-Díaz y María Luia Galdón: «Las mil primeras», Rialp, 2024.

Nacido en 1928, el Opus Dei se acerca a sus primeros cien años, que son muy pocos dentro de la bimilenaria Iglesia católica. El libro que reseñamos se asoma a una pequeña fracción del espacio, el tiempo y los individuos vinculados durante estos noventa y pico años con esta institución católica. Son un escenario (el urbano español), una cronología (la de posguerra civil) y unos protagonistas (mujeres de la Obra casadas) bien concretos, pero de enorme importancia para la historia del Opus Dei.

Este magnífico libro relata el protagonismo de unas mujeres casadas o sin compromiso de celibato y de quienes las ayudaron a forjar la historia de esta prelatura personal. Me hubiera gustado ver fotografías de estas mujeres y que las notas a pie de página se hubiesen revisado más a fondo, pues contienen bastantes erratas: seguro que esto se puede subsanar en próximas ediciones de esta completa monografía.

Como apuntan en la Presentación del volumen, el relato «tiene interés» por diversas razones. Por su número (ese millar de supernumerarias) y por ser pioneras en la historia de la Obra. Por el sesgo masculino que a su juicio aún tienen los relatos sobre esta institución católica. Por las emociones palpadas a través de las fuentes que han usado: en particular, relatos personales, entrevistas a setenta y dos de ellas y notas necrológicas de muchas; y, en menor medida, epistolarios y diarios de convivencias a las que esas mujeres asistían cada año: ese material se conserva en el Archivo General de la Prelatura del Opus Dei. Finalmente, el interés reside en la fusión de unas fuentes inéditas, un tema relevante y un enfoque original.

Montero-Díaz y Galdón también aclaran en el prólogo que no han escrito una historia femenina de la institución o una serie de biografías de esas mujeres. Eso sí, también sobre estas dos cuestiones su monografía brinda una sabrosa información, al detallar la consolidación institucional y formativa de las supernumerarias conforme pasaban los años, y al ofrecer un buen puñado de microbiografías y de datos profesionales y socioeconómicos de bastantes de ellas.

El contenido de Las mil primeras lo describe mejor el subtítulo «Supernumerarias del Opus Dei en España, 1945 a 1963» que el título. Grosso modo, mil solicitaron la admisión en la Obra en esos años. Según el índice onomástico final, se habla de unas quinientas para explicar cómo conocieron, comprendieron y vivieron un mensaje de santidad en lo cotidiano. Los autores detallan los procesos de contacto y de génesis vocacional, de conocimiento y formación en el carisma del Opus Dei, de vivencia de unas aspiraciones cristianas. Su relato aspira a dialogar con el mundo académico, divulgar una realidad católica entre el público general y servir de inspiración a los miembros del Opus Dei y más específicamente a las supernumerarias, «el modo estadísticamente más habitual de ser [hoy] del Opus Dei», según afirman.

De esta voluntad de diálogo surgen algunos brotes verdes. Así, la sección inicial titulada «Para entendernos» trata de las modalidades o tipologías vocacionales en el Opus Dei, su finalidad espiritual, el alcance jurídico de la admisión en la Obra y las herramientas de sus miembros para acercarse a Dios y ayudar a los demás. A esto se añaden excursos sobre algunos conceptos específicos de la nomenclatura de esta institución, y explicaciones para espectadores ajenos a una tradición religiosa católica acerca de algunas realidades sobrenaturales como la vocación, la oración, etc.

El primer capítulo, «El mundo femenino urbano en la España de los cincuenta», nos ubica en el contexto de aquellas primeras supernumerarias. Una década, los cincuenta, que los autores no valoran como bisagra o transición entre los duros y austeros años cuarenta (hambre, represión, pobreza) y unos dinámicos y complejos años sesenta, con su mudanza de mentalidades y costumbres, prosperidad más repartida y metamorfosis religiosa. De esos años cincuenta enfatizan el hogar como el espacio hegemónico —aunque no exclusivo— de la mujer. Y tratan del influjo en ella de una incipiente publicidad dirigida principalmente a las amas de casa, que eran quienes realizaban las compras; del ocio en la propia casa a través de la radio y, fuera, en los cines; de las devociones y la religiosidad popular dentro y fuera del hogar; y de dos aspectos para los que emplean los recuerdos de algunas supernumerarias: los estudios femeninos y su reducido ejercicio profesional, y la generalizada aspiración a contraer matrimonio y dedicarse a la familia.

En aquella década (y antes y después) hubo una esfera pública masculina y otra doméstica femenina. Tal división causó —y a la vez fue consecuencia de— una desigualdad jurídica y económica entre hombres y mujeres. Ciertamente, también ellas «pudieron asumir un mensaje de plenitud personal en medio de sus circunstancias personales» (p. 46), el que les ofrecía el Opus Dei. Esto es, aspirar en un plano de igualdad con los varones a unos mismos horizontes espirituales. Los autores creen que eso fue algo similar a la propagación del cristianismo en los primeros siglos en una sociedad esclavista, que legó a hombres y mujeres la misma dignidad, sin reclamar el fin de la esclavitud. Así como aquella expansión inicial de la fe benefició a los esclavos, este mensaje igualitario en el plano del espíritu emancipó y capacitó a aquellas mujeres, como se explica en los siguientes capítulos, en las décadas centrales del siglo XX.

Los restantes capítulos abordan la historia de ese apostolado del Opus Dei con mujeres casadas o abiertas al matrimonio, llamado obra o labor de san Gabriel. El relato es sincrónico, dividido en etapas cronológicas: el despertar, de 1951 a 1954; 1955-1960 supuso la primera organización de aquel apostolado; y en 1961-1963 se dio su despegue o expansión. Para cada etapa los autores analizan la geografía y cronología de su crecimiento (sobre lo que echo en falta un cuadro global de tal expansión para todo el periodo); los medios formativos individuales o colectivos (círculos, retiros, convivencias, conversaciones personales); la creciente estructuración de ese apostolado hasta «florecer comunidades auténticamente cristianas» (p. 247, así calificó una publicación interna del Opus Dei aquellos primeros grupos de supernumerarias); su colaboración en proyectos apostólicos impulsados por la institución o nacidos de la iniciativa de ellas; el desenvolvimiento de las cooperadoras; los motivos para desvincularse de la institución… Como se ve, es un ambicioso, sugerente y exhaustivo horizonte expositivo. Me ha suscitado más ideas que las cuatro principales que ahora paso a sintetizar.

Primera. Si el lugar propio de la mujer en la España de entonces era el hogar y las relaciones familiares, el Opus Dei se propagó en tales ámbitos entre mujeres casadas y habitualmente urbanitas (especialmente en Madrid, el Levante y Andalucía). Habitualmente, porque algunos familiares —no pocas veces, los esposos— las conectaron con la Obra. Por su parte, ellas protagonizan esa propagación en un doble sentido. Así, de la presencia e influjo entre los suyos del mensaje de la santidad en lo cotidiano que promovía el Opus Dei: el eco de tal santidad es difícil de medir, pero los autores le han dedicado mucho espacio, en particular varios epígrafes del capítulo cinco (pp. 287-304) y el último capítulo, el octavo, titulado «La vida sigue: un retrato colectivo y elaborado sobre las notas necrológicas de cuatrocientas y pico de ellas. También, fueron responsables o jugaron un destacado rol en la pertenencia al Opus Dei de esposos, hijos e hijas, parientes, amigas y conocidas: algo en teoría más sencillo de medir de haber fuentes disponibles, lo que los autores no afirman, desmienten o han tratado de explorar, pues ese rastro les habría alejado del núcleo de su tema. Con todo, el capítulo siete, sobre los años finales (1961-1963), indaga con detalle lo que denominan el «entrelazamiento» de las labores de hombres y de mujeres, de jóvenes y de mayores. Es decir, la contribución genérica de estas supernumerarias a la dilatación del Opus Dei.

Segunda. Conforme pasa el tiempo se diversificó el perfil de aquellas mujeres. Si al principio (1951 a 1954) todas eran casadas, con el tiempo llegaron chicas más jóvenes, aún solteras y con la perspectiva de boda. Si al principio eran de clase media-alta, con los años «crecerán progresivamente las supernumerarias de clase media y media baja» (p. 140, de las que se incorporan a la Obra entre 1955 y 1963 se apunta después un perfil socio-económico: pp. 363-366, 383); si al principio ellas eran urbanitas, con el tiempo también las hubo en zonas rurales y no porque allí les llevase el trabajo de sus esposos, sino porque ahí vivían y ahí descubrieron el Opus Dei: con todo, esta faceta ha recibido poca atención, quizá porque la expansión rural de las supernumerarias ocurrió después del año de 1963 que hace de corte de esta historia.

Tercera. Son mujeres quienes llevaron la dirección espiritual de otras mujeres: al principio numerarias (de condición célibe) y, con el tiempo, las propias supernumerarias y agregadas (también célibes, que vivían con su familia). Es decir, el Opus Dei quiso capacitar a la mujer confiriéndole un papel de consejeras espirituales que, en el mundo católico, estaba reservado hasta el momento a los varones. Para los autores, fue algo «disruptivo» que «unas mujeres entendieran y aceptaran la orientación espiritual de otras mujeres que las situaban ante sus responsabilidades como fermento en una sociedad que se sentía católica» (p. 167). Bien es cierto que, inicialmente, hubo pocas numerarias, agregadas y supernumerarias con ese encargo, y que bastantes de ellas no se sentían idóneas para esa tarea, como revelan esta carta: «estaba muerta de susto porque no me encontraba preparada y sabía poco o nada de la vida matrimonial» (p. 259); y este testimonio: «Yo estaba despistadísima pues llevaba poco tiempo en esta labor» (p. 260). Con todo, el tiempo, la experiencia y la formación recibida las capacitó. Además, la asunción de tal responsabilidad no significó una emancipación del varón, sino un proceso de colaboración entre hombres y mujeres, pues la dirección espiritual de aquellas supernumerarias también la ejercían los sacerdotes del Opus Dei.

Cuarta. Posiblemente por falta de fuentes, los autores apenas han estudiado algo que a mi juicio tiene gran importancia, como fue la relación entre aquellas primeras mujeres supernumerarias del Opus Dei y la Acción Católica u otras asociaciones confesionales españolas. Sí hablan de los «roperos» y la confección de ornamentos litúrgicos y ropa de abrigo para entregar a parroquias pobres y rurales (pp. 237-247). Pero nos quedamos sin saber algunas cuestiones capitales. Por ejemplo: qué relevancia tuvo —de haber existido— la vinculación previa de aquellas mujeres con la Acción Católica (o con otras agrupaciones) cuando luego encontraron y abrazaron la Obra; qué relaciones mantuvieron estas supernumerarias después con la Acción Católica y cómo intervino en ello el Opus Dei, si es que lo hizo de algún modo; y qué percepciones hacia el Opus Dei hubo en la Acción Católica femenina (y en el entramado asociativo jerárquico, en general), a partir justamente de la incorporación a la Obra de algunas que habían formado parte de la rama femenina de la Acción Católica.

En fin, no exageraban los autores al hablar del interés del libro, cuyo relato desvela un trozo tan desconocido como esencial del Opus Dei. Para ello, han exprimido con pericia unas fuentes orales y escritas, de naturaleza muy diversa, y escrito un relato que ilumina un cuadro fascinante y, desde ahora, ya no invisible. Enhorabuena por intentarlo y, sobre todo, por haberlo conseguido.


Foto: motivo de la cubierta del libro de Rialp modificada con Canva

Director del Centro de Estudios Josemaría Escrivá en la Universidad de Navarra.