Jamás una negociación comercial había suscitado tanta expectación como la conclusión de la Ronda Uruguay del GATT. Ello por dos razones fundamentales: en primer lugar porque la finalización positiva de las negociaciones iba a representar una importante inyección de moral para las maltrechas economías occidentales, agarrotadas por una crisis económica que las golpea desde hace cuatro años. En segundo lugar, porque los países en vías de desarrollo esperaban la feliz consecución del acuerdo como signo de liberalización y expansión de sus producciones hacia Occidente.
Estas dos afirmaciones pueden parecer antagonistas y contradictorias, pues podría pensarse que el beneficio de unos países debería comportar el perjuicio de los otros. Pues bien, con la firma de la Ronda todos ganan, aunque de forma diferente, según la estructura de sus economías y de los sectores en ellas más y mejor desarrollados.
Un rápido y sencillo análisis del texto del acuerdo final nos presenta la siguiente situación: los países desarrollados ganan en los sectores de más valor añadido como los servicios, las telecomunicaciones, las finanzas, el transporte, la industria química y farmacéutica y la propiedad intelectual, mientras que los países en vías de desarrollo se benefician más en los sectores básicos, como la agricultura y el textil. Esta es una consecuencia positiva si se tiene en cuenta que en general, cada bloque de países gana más en lo que mejor preparado está. En definitiva, se ha diseñado un nuevo orden económico internacional del que todos los países salen mejorados, aunque con la obligación de aumentar la competitividad de sus empresas y perfeccionar las condiciones socioeconómicas del trabajo.
En España las consecuencias del GATT van a ser buenas en términos generales, aunque con diferentes lecturas según los sectores, puesto que en algunos el proceso de ajuste derivado del GATT será más duro y profundo. En efecto, nuestros sectores agrario y textil sufrirán un proceso de adaptación a la liberalización y a la competitividad que será especialmente intenso en el factor trabajo, pero el nuevo GATT representa para todos, incluidos agricultura y textil, un reto y una oportunidad. Afortunadamente, algunos de nuestros políticos como Rodrigo Rato o Jordi Pujol han comenzado a difundir este mensaje, que la sociedad española tiene que captar en toda su extensión y significado ya que la oportunidad será real sólo si se mejoran la calidad y la competitividad de nuestros productos y empresas.
Un proceso inevitable, derivado de la liberalización de los acuerdos de la Ronda Uruguay y que incide muy notablemente en el incremento de la competitividad de nuestras empresas, es la internacionalización de sus actividades, mediante la que podrán posicionarse adecuadamente en el flujo de los intercambios comerciales que no se optimizan necesariamente sólo desde el territorio nacional. La internacionalización, necesaria consecuencia de la globalización de los mercados por la liberalización del tráfico comercial, ha de plantearse en una doble vertiente: primero, promoviendo las actividades exportadoras de nuestras industrias, y en segundo lugar, estableciendo empresas en otros países desde los que la participación en los intercambios comerciales sea más eficaz en razón de costes de producción bajos y aproximación a los mercados consumidores.
La deslocalización de capitales no debe ser un efecto temido, pues generalmente suele ser transitoria y los flujos financieros retornan a los países de origen por la vía de los dividendos o la financiación cruzada, haciendo a su vez más competitivas a sus empresas matrices que de otra manera languidecerían en el mercado doméstico. Este proceso requiere del esfuerzo de nuestros gobernantes en una doble vertiente, primero apoyando la internacionalización mediante un proceso de mentalización y motivación personal de la clase empresarial, y segundo financiando estas actividades con fondos de coste y plazos adecuados y beneficios fiscales suficientemente estimulantes.
Por último, sólo señalar que el mejor incentivo para nuestros empresarios sería ver a nuestros gobernantes convertidos en agentes comerciales itinerantes, abriendo mercados a lo largo y ancho del mundo además de viajar a Bruselas para obtener las ayudas comunitarias que, siendo bien importantes, no conseguirán por sí solas que nuestra economía despierte.