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Tomáš Halík (Praga, 1948) es sacerdote católico, filósofo y profesor de Sociología en la Universidad Carolina de Praga. Fue asesor del presidente Václav Havel y del Consejo Pontificio para el Diálogo con los no Creyentes. Libros suyos publicados en España son Un proyecto de renovación espiritual, Paciencia con Dios: Cerca de los lejanos (premio al mejor libro de teología europea) y Paradojas de la fe en tiempos post optimistas.

Avance

Tomáš Halík, teólogo e intelectual de sólida formación, aborda el futuro de la Iglesia católica en una coyuntura de cambio de época, lo que llama la entrada en la tarde del cristianismo, una etapa de madurez. Tras analizar los errores del pasado, básicamente la cerrazón a la modernidad y la desatención al tesoro de la crítica humanista y atea, propone una transformación del cristianismo y una renovación de la fe en un momento caracterizado por el desbordamiento del río de la creencia y la caída del muro que tradicionalmente ha separado a creyentes y no creyentes. La transformación debe afectar tanto al ámbito institucional como a la propia teología y al entendimiento de la fe (la fe cristiana y el fenómeno de la fe que envuelve a esta). Se trata de llevarla a un nuevo espacio, igual que San Pablo sacó al cristianismo del ámbito judío. Así, el libro va desde sugerir medidas como la abolición del celibato o la ordenación, al menos diaconal, de mujeres a una profunda indagación teológica y a encarar el “misterio absoluto que los creyentes llamamos Dios”. Un Dios “que es la profundidad de toda la realidad” y que podemos percibir en las heridas del mundo.

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La tarde del cristianismo
–un libro valiente, profundo, original, denso y bellamente escrito- parte de una constatación que es, a la vez, uno de sus presupuestos: estamos, no en una época de cambio, sino en un cambio de época, como dice el papa Francisco, al que se dedica el trabajo y al que se refiere a menudo el autor. Lo hace desde la cita inicial del propio Francisco, que es también una idea central del libro: “tenemos que hacer espacio al Señor, no a nuestras certezas… hay que embarcarse en la aventura de la búsqueda”.

Otra constatación básica del autor es que ha caído el muro entre creyentes y no creyentes, quedando al margen solo una minoría de creyentes dogmáticos y ateos militantes. El río de la fe se ha desbordado y la Iglesia ha perdido su monopolio; aunque tiene, sin embargo, una misión duradera al servicio de la fe. Su gran competidor, más que el ateísmo o el humanismo secular, es esa religiosidad fuera de su control, y el futuro del cristianismo depende del diálogo con ese mundo extramuros (en el que, por supuesto y contra el clásico extra ecclesia…, hay salvación).

Así, búsqueda y diálogo son términos recurrentes o ideas-fuerza de un trabajo que toma su título (y bastante inspiración) del psicoanalista C. G. Jung.

La tarde sería la etapa en la que está entrando el cristianismo, después de la mañana premoderna y la crisis de la secularización en el mediodía. Esta etapa llega como una posibilidad; salen a la luz algunos rasgos nuevos, probablemente más profundos y maduros que en la forma histórica del cristianismo.

La tarde del cristianismo. Herder. 2023.

El libro expone una visión concreta de lo que pueda ser esta tarde del cristianismo, aportando propuestas como entablar una relación con la dimensión existencial y espiritualmente profunda de la fe y buscar un ecumenismo que, más allá de la unión de los cristianos, aspire a una fraternidad universal. La necesidad de una nueva Reforma es, para el autor, cada vez más evidente como respuesta necesaria al estado actual de la Iglesia y sus perspectivas. Y la coyuntura, con un papa latino en el Vaticano, le parece propicia.

De dónde venimos

Las perspectivas de la Iglesia, caso de no realizarse esa reforma, podrán parecerse al paisaje de la pasada pandemia: templos vacíos y cerrados. Si ese futuro se concretara se debería, en buena parte, a errores de la propia Iglesia, sombras del pasado que minan su credibilidad y que el autor señala con claridad inusual. A lo largo del libro se muestra duro con un tradicionalismo que le parece que tiende a ser o una enfermedad infantil de conversos inmaduros o la máscara de desequilibrios mentales. En la que llama “la era pía”, la que va de Pío IX a Pío XII, se dio “la desafortunada lucha antimoderna” y la auto castración intelectual de la Iglesia al silenciar a pensadores creativos de sus filas.

Con ello perdió la capacidad de mantener un diálogo honesto con la filosofía de la época y con una ciencia que evolucionaba desenfrenadamente. Por otro lado, el trauma de algunas revoluciones (desde la fase jacobina de la francesa) llevó a la Iglesia a alianzas políticas igualmente desafortunadas, y todavía muchos cristianos conservadores llevan en su ADN la simpatía por los regímenes autoritarios.

El retrocatolicismo del siglo XIX (la expresión es suya) le parece una imitación poco creativa del pasado; los neotomistas carecían de la valentía de Santo Tomás, que renovó de forma radical la teología de su tiempo.

Muchos representantes de las autoridades de la enseñanza se tomaron más en serio su papel de guardianes de la tradición y la ortodoxia que la igualmente importante tarea de defender un espacio para la apertura profética y la sensibilidad hacia los signos de los tiempos.

Con el Concilio Vaticano II, la Iglesia se acercó al hombre de su tiempo ofreciéndole algo que sonaba “como un voto conyugal de amor, respeto y fidelidad”. “Sin embargo, no parece que el hombre de su tiempo aceptara esa oferta con gran entusiasmo; quizá tuvo la impresión de que la novia había envejecido y ya no lo atraía mucho”. Y hoy, “el público secular ha empezado a ver a la Iglesia como un grupo de indignados que se centran obsesivamente en ciertos temas (el aborto, los preservativos, las uniones entre personas del mismo sexo), en los que repite su anatema de forma incomprensible para el resto; la gente sabe en contra de qué están los católicos, pero ya no entiende de qué cosas están a favor y qué pueden aportar al mundo actual”. En cuanto al rechazo de los círculos católicos tradicionalistas a aceptar el conocimiento de las ciencias naturales y sociales, le recuerda al autor “la insensata adhesión en el pasado al modelo geocéntrico del universo”. A todo lo anterior, se ha sumado “la crisis más dolorosa de los últimos años”, los casos de abusos sexuales, escándalo similar al de la venta de indulgencias en la Edad Media.

Qué hacer: diálogo y apertura

La tarde del cristianismo no se limita a la valiente denuncia, sino que es un libro propositivo. Y sus propuestas tienen que ver tanto con el aspecto institucional y organizativo de la Iglesia como con lo teológico. Halík sostiene que es urgente renovar la antropología teológica porque ni la forma medieval ni la moderna (de la Edad Moderna) de la religión pueden ser la morada sociocultural permanente de la fe cristiana. La religión de la que la fe necesita liberarse es la que criticaron Marx, Nietzsche y Freud. Esas críticas significaron “el fuego purificador de la crítica atea”, al que ninguna otra religión se ha enfrentado tanto como el cristianismo. Y se pregunta: “¿Hemos extraído de ese tesoro [el subrayado es nuestro] lo que era necesario para una mayor madurez y una mayor adultez de la fe cristiana?”. Hubo, al menos, pensadores a los que considera los precursores de la transformación del cristianismo que él propone: Pascal, Kierkegaard, Teilhard de Chardin, Jung.

La secularización, que no trajo la desaparición de la religión, sino su transformación, puede ser la oportunidad (el kairós) del cristianismo en esta hora vespertina, un nuevo desafío con nuevas oportunidades positivas para renovar y profundizar la fe, una fe más madura. Uno de los objetivos explícitos del libro es animar a aprovechar al máximo esa oportunidad, y Halík se muestra valiente al asumir los retos que eso conlleva.

En su opinión, se trata de retomar lo que quedó pendiente en el Concilio Vaticano II: llegar a un acuerdo de caballeros entre la Iglesia católica y la Modernidad y cumplir con el proyecto ecuménico en un tercer nivel, el del acercamiento al humanismo secular, tras la unidad entre los cristianos y el diálogo con otras religiones. Hay que llevar la fe a un nuevo espacio, igual que San Pablo sacó al cristianismo del ámbito judío. Y el cristianismo de la tarde no debe ser ni ideología política identitaria ni espiritualidad vaga confundible con el esoterismo. La Iglesia será la Iglesia de Cristo en tanto trabaje en ella el espíritu de Cristo. Algunos pasos que se tendrán que dar serán la ordenación de hombres casados, la ordenación diaconal (como mínimo) de mujeres y un espacio más amplio para la participación de los laicos. El celibato, dice Halík, tarde o temprano volverá al lugar de donde vino: las comunidades monasteriales. “La Iglesia se funda sobre una piedra, pero no se debe petrificar”. Pero esos pasos no serán suficientes; la renovación real de la Iglesia no saldrá de los despachos de los obispos ni de las reuniones y conferencias de expertos, “necesita poderosos impulsos espirituales, meticulosos pensamientos teológicos y valor para experimentar”.

La renovación de la teología es un paso necesario en la reforma del cristianismo. La teología profunda (término que parece remitir a la psicología profunda que es uno de los referentes del libro) que él defiende “es una de autorrevelación de la fenomenología divina en los actos de fe acompañados de amor y esperanza”. También una teología pública, para la cual “el espacio público es tanto su objeto de estudio como el destinatario de su discurso”.

Una fe madura y humilde

El libro trata sobre la transformación del cristianismo (el cristianismo, dice Halík, debe tener el coraje de superar sus límites mentales e institucionales, auto superarse), pero también sobre la transformación de la religión y la relación entre fe y religión. “Es un libro sobre transformar la fe en la vida de las personas y en la historia”, que se pregunta de nuevo por la identidad de la fe; “sobre la fe como una forma de buscar a Dios… sobre cómo creemos” (creer de otra manera es otro presupuesto del libro).

Ya la Biblia hebrea muestra dos rasgos esenciales de la fe: la experiencia del éxodo, el camino de la esclavitud a la libertad, y “la personificación de la fe en la práctica de la justicia y la solidaridad”. En cuanto al segundo, sostiene el autor que “sobre la fe de una persona responde más su propia vida que sus pensamientos y sus palabras acerca de Dios”. La fe, por lo demás (de nuevo Jung), vive en estructuras preconscientes e inconscientes de la vida espiritual en las que se centra la psicología profunda. La fe, tal como la entiende Halík, se encuentra también, de una forma implícita y anónima, en la búsqueda espiritual de hombres y mujeres más allá de las fronteras visibles de las instituciones y las doctrinas religiosas; “también la espiritualidad secular forma parte de la historia de la fe” y la fe cristiana solo es una parte, aunque importante, de la fe. “La fe y el escepticismo no pueden separarse y diferenciarse inequívocamente… el diálogo de la fe y el escepticismo no es una cuestión de dos grupos estrictamente separados”. “Estoy convencido de que Dios habla a todos, pero a cada uno de diferente forma” y en “la libre respuesta humana a la llamada de Dios se consuma el carácter dialógico de la fe”, escribe el autor.

Debemos buscar la fe, sostiene Halík, en la forma en que las personas se entienden a sí mismas, su relación con el mundo, la naturaleza y la gente. “El hombre no expresa su fe en el Creador por lo que piensa sobre la creación del mundo, sino por cómo se comporta con la naturaleza”. El amor a Dios y el amor al prójimo son inseparables; y el cristianismo en la globalización debe estar ecuménicamente abierto y listo para servir a los necesitados. La apertura ecuménica cada vez más profunda será un rasgo de la tarde del cristianismo. Es el momento de una fe madura y humilde, una fe que sea búsqueda constante de Dios, sin evidencia, sin la certeza del conocimiento pleno y evidente.

El misterio de Dios

Las reflexiones del autor le llevan a plantearse la pregunta inquietante de si estará traicionando su cristianismo. Pero ¿en qué reside la identidad del cristianismo? Jesús –se responde- no creía en el Dios de los filósofos, sino en el de Abraham y Jacob. Debemos olvidar todas las concepciones humanas de Dios, reconocer que no sabemos quién es y buscar a quién se refería Jesús al hablar del Padre. Porque “el corazón del cristianismo es la relación de Jesús con el Padre”. En cuanto a la divinidad de Jesús, solo se encuentra explícitamente en un lugar del Nuevo Testamento, cuando Tomás, al tocar sus heridas tras la resurrección, exclama: “Señor mío y Díos mío”. Del mismo modo, dice Halík, la divinidad de Jesús debemos verla, encontrarla en la ortopraxis de la apertura a la teofanía en el sufrimiento de los hombres. “Aquí, en las heridas de nuestro mundo podemos ver de forma auténticamente cristiana al Dios invisible y tocar un misterio que, de otra forma, sería difícil de tocar”: la unión del amor a Dios con el amor al hombre, “el amor solidario al prójimo implica tener fe en Dios”.

Pero ¿qué es ese “misterio absoluto que los creyentes llamamos Dios”?

La palabra misterio, advierte Halík, no es una señal de stop para nuestra búsqueda de Dios (a través del pensamiento, la oración y la meditación).

Las páginas que dedica a ese misterio que todo lo sobrepasa, y que ninguna experiencia religiosa individual, ningún entendimiento individual pueden agotar, son especialmente bellas e intensas, por lo que conviene dejarle la palabra. “Dios no es el objeto sino el sujeto de la fe”, y “no llega a nosotros como una respuesta sino como un interrogante”. “No comparto la visión de un Dios que está fuera de la realidad del mundo, separado estrictamente de la naturaleza y la historia… Yo creo en un Dios que es la profundidad de toda la realidad”. “Siempre he valorado –añade- un agnosticismo de un silencio educado, honesto y humilde frente a las puertas del misterio, mientras que he entendido el ateísmo como una respuesta negativa injustamente dogmática, incapaz de tener paciencia con el misterio. En cuanto al término Dios, reconozco que es una palabra tan cargada de ideas problemáticas que podría ser útil renunciar a ella, al menos temporalmente. Pero a ese misterio inefable… lo defendería hasta mi último aliento. Estoy convencido de que ignorar o rechazar explícitamente esta dimensión trascendente no haría más vibrante, más plena y auténtica nuestra relación con la vida terrenal, sino todo lo contrario. Sostengo que el humanismo no es suficiente; que quien está realmente satisfecho con este mundo en su forma actual corrompida por nosotros mismos empobrece y trivializa su percepción y su experiencia de este mundo y esta vida.

Prescindiría de muchas nociones religiosas, pero nunca renunciaría a la esperanza, incluida la esperanza de la vida más allá de la muerte”.

Halík comparte con los agnósticos “un humilde no sabemos en relación con el más allá, en concreto, una distancia crítica en relación con nuestras ideas demasiado humanas sobre el cielo”. “No tenemos pruebas de que Dios es, ni sabemos lo que significa ser en el caso de Dios”. “Yo vivo en un no sabemos que tiene una ventana abierta al quizá. De esta forma, el aire fresco de la esperanza fluye libremente entre mis preguntas y mi oscuridad. En ninguna circunstancia cerraría esa ventana”. “Realmente no sé en qué espacio y en qué tiempo existe el reino del que habla Jesús, solo confío en su palabra y rezo por su llegada. No identifico simplemente este reino prometido con una vida después de la muerte”. “Sin embargo, veo con fe y esperanza que la muerte no tendrá la última palabra, que la vida de cada uno de nosotros y la historia de toda la humanidad no caerán en la nada, sino que sufrirán alguna transformación, inimaginable para nosotros”.

En algún momento, Halík retoma la apuesta de Pascal: “En una situación en la que la existencia y la naturaleza de Dios no son evidentes, podemos mirar en el fondo de nuestro corazón y preguntarnos si queremos que Dios sea o no sea, si este es el deseo profundo de nuestro corazón”. Y a quien pudiera parecerle este un argumento voluntarista, le replica: “¿Por qué la sed debería poner en duda la existencia de la fuente?”.

“Si la Iglesia diese hoy testimonio de esta confianza en un Dios que es más grande que todas nuestras ideas, definiciones e instituciones, inauguraría así algo nuevo y significativo: la entrada en la tarde de la fe”, concluye el autor de este libro, al que es difícil que cualquier reseña –en tanto que resumen de su contenido- le haga justicia. Y que se cierra recordando las palabras que solían ser las primeras que Jesús decía a aquellos a los que se aparecía: no temáis. “En el umbral de un nuevo capítulo de la historia cristiana, dejemos de lado la religión del miedo… No temamos el honesto y humilde no sabemos, del que ni siquiera la fe nos libra; la fe es el valor de adentrarse con confianza y esperanza en la nube del misterio” (el misterio, ese tesoro enemigo de toda rigidez y todo dogmatismo).

Periodista cultural.