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Hanno Sauer es profesor de Ética en la Universidad de Utrecht en los Países Bajos. Trabajó como doctorando en la Universidad de Leiden en un proyecto de investigación sobre los fundamentos psicológicos del pensamiento y la acción morales. En 2020 ganó el Premio a la Carrera de la Real Academia de Ciencias de los Países Bajos. Autor de numerosos artículos especializados y trabajos científicos, La invención del bien y del mal es su primer título dirigido al gran público.


Avance

Remontándose a los homínidos precursores del homo sapiens, el autor rastrea la historia de la moral humana, constatando que la primera transformación moral fundamental del ser humano fue el descubrimiento de la moral misma. Jalones de ese gran viaje fueron el nacimiento de la cooperación, haciendo de necesidad virtud; la apertura a grupos cada vez más amplios; la aparición del castigo como necesario mecanismo corrector, y de la desigualdad como indeseada consecuencia del progreso material. En su primer milenio de vida, la Iglesia católica jugó un papel esencial, aunque no previsto ni buscado: al acabar con las estructuras familiares antiguas posibilitó un nuevo y más amplio sistema de relaciones que sentó las bases (crecimiento de la economía, desarrollo de la tecnología, progreso de la ciencia, emancipación política) de la sociedad moderna.

El eslabón más reciente de esta evolución es el «sobrecalentamiento moral» representado por el movimiento woke, ante el que el autor se muestra equidistante. Ve el peligro de sus manifestaciones más extremas, apoyadas en el furor moral, pero entiende que busca la aplicación plena y completa de los valores y normas de nuestra cultura: «No hay que confiar a ciegas en esas reivindicaciones, pero hay que escucharlas», afirma.


Artículo

El bien y el mal del título equivalen a justicia, igualdad, a los valores, sentimientos, normas e instituciones que han conformado nuestra vida en común. Y lo que este ambicioso libro cuenta es la voluminosa y compleja historia de cómo se han ido conformando esos valores y normas desde antes del Pleistoceno hasta el presente. Es también, como dice su autor, «una historia pesimista del progreso». Pesimista, porque dentro de cada generación hay demasiado mal. Pero cabe hablar de progreso porque, entre generación y generación, «parecen prender mecanismos que contienen el potencial necesario para mejorar gradualmente la moral humana» y a veces hemos sacado partido de ese potencial.

El trabajo de Sauer trata de responder a una pregunta básica sobre cómo es posible que surgiera nuestra moral humana, y también sobre cómo queremos vivir, cómo podemos ponernos de acuerdo y cómo lo hemos hecho en el pasado. Y, entre otras muchas reflexiones, contiene algunas tesis generales. Una, que «la historia de la moral es, en buena medida, la historia de las nuevas formas de cooperación en grupos cada vez mayores». Otra, que «nuestros valores morales son como los faros de un automóvil: no nos permiten ver a grandes distancias, pero, si confiamos en ellos, podremos realizar un largo viaje». El libro es la historia de ese viaje.

Hanno Sauer: La invención del bien y del mal. Paidós, 2023

Empieza, como queda dicho, mucho antes del Pleistoceno, en un remoto amanecer del hombre, por decirlo con aquel rótulo de 2001: una odisea del espacio, cuyo árido paisaje parecen recrear las primeras páginas del volumen. Sauer, que se apoya mucho en los hallazgos más recientes de la teoría de la evolución, la psicología moral y la antropología, señala un primer hito en la evolución de nuestros antepasados: las transformaciones climáticas desestabilizaron el medio ambiente acabando con los bosques y dando lugar a sabanas amplias y abiertas, lo que aumentó la vulnerabilidad de aquellos homínidos frente a los peligrosos depredadores, empujándolos a compensar esa nueva debilidad mediante una mayor protección mutua. Aquí aparece ya una característica de la moral humana: fue nuestra debilidad lo que nos llevó a la primera cooperación; igual que, miles de años después, tuvimos que compensar nuestras carencias internas, físicas, con el uso de herramientas externas (como también se veía en 2001). Las normas, los valores y las prácticas morales son parte de esas herramientas, y nuestra fortaleza reside en esa capacidad de compensar una cosa con otra.

La clave de la cooperación

Cooperación es un concepto clave que atraviesa las páginas del libro. «El nacimiento de la cooperación humana fue el primer cambio moral decisivo de nuestra especie». «Nuestra moral es un mecanismo psicosocial que hace posible la cooperación». Además, «la capacidad de cooperación en los humanos funciona de una forma distinta a la de todos los demás animales: nosotros cooperamos de manera más frecuente, flexible, generosa y disciplinada, y también menos recelosa, y lo hacemos incluso con extraños; hay algo en nuestra especie que nos permite percibir las ventajas de la cooperación y, por decirlo así, subirnos a su carro». Con un matiz importante: «Nuestra primera evolución nos hizo cooperativos, pero también hostiles frente a aquellos que no pertenecían a nuestro grupo: quien dice nosotros pronto dirá también ellos». «Para que nuestros esfuerzos cooperativos se estabilizaran desde el punto de vista evolutivo, tuvimos que limitarlos a un pequeño grupo de personas: nos hicimos altruistas y serviciales, pero solo en combinación con una psicología que dividía a los seres humanos entre nosotros y ellos. Nuestra moral se orientó hacia el grupo».

En definitiva, «la primera transformación moral fundamental del ser humano consiste en el descubrimiento de la moral misma».

Pasaron los milenios, incluso millones de años según la peculiar cronología del libro, que divide sus capítulos en (hace) 5.000.000 de años, 500.000, 50.000, 5.000, 50…, y los grupos ya plenamente humanos se hicieron cada vez mayores. Entraron en escena la práctica del castigo y la psicología necesaria para controlar el cumplimiento de las normas. No se puede subestimar la importancia del castigo para la evolución de los seres humanos. Con él, aprendimos –hace c. 500.000 años– que el comportamiento no cooperativo no salía rentable. El castigo ayudó a hacernos seres sociales y apareció el humano moderno. «Si logramos amansar a nuestra especie fue gracias al desarrollo de las prácticas punitivas, es decir, a una combinación de castigos violentos y de sanciones sociales blandas».

Conocer el castigo en la historia de la moral puede ayudarnos a determinar cómo deberían sancionar las sociedades modernas, sostiene el autor, que aventura que el futuro pasará por penas más suaves y un distanciamiento de nuestros instintos más despiadados.

«Existen motivos excelentes para moderar nuestra sed de castigo», afirma Sauer que, viniendo al presente, sostiene que, a veces, adoptamos decisiones políticas por afán de venganza. Así, la guerra de Irak, que, en origen, pudo estar justificada, nos obliga a preguntarnos si el asesinato de tres mil estadounidenses inocentes en septiembre de 2001 «podía compensarse enviando a la muerte a más de seis mil compatriotas –por no hablar ya de los cientos de miles de víctimas que hubo en el lado afgano y en el iraquí-, simplemente para firmar un acuerdo de paz con el enemigo inicial veinte años después… Esta forma de proceder no resiste ningún análisis coste-beneficio».

Volviendo a la Antigüedad, el autor, en una observación contraintuitiva, como varias otras del libro, recuerda que la famosa ley del talión, en tanto que establecía la proporcionalidad, supuso un progreso. Antes, por ejemplo, en algunas sociedades, la violación o el asesinato de una hija se castigaban con la violación o el asesinato de la hija del culpable.

Aparece la desigualdad

Con la entrada propiamente en la historia (buena parte del libro se centra en la prehistoria) se producen otros importantes hitos de la evolución humana. Uno es la aparición de la desigualdad, para la que ofrece una explicación clásica: con el excedente de producción nace una clase dirigente y, por tanto, la diferencia de clases. Las sociedades que han dejado un rastro histórico se han basado siempre en una estructura de extrema desigualdad; mientras que las de grupos pequeños de cazadores y recolectores, normalmente nómadas, está aceptado que se organizaban con una igualdad pasmosa. Para la mayoría hubo un empeoramiento al pasar de las igualitarias sociedades de cazadores y recolectores (la llamada edad de oro) a la nueva vida de duro trabajo y servidumbre. El cambio se impuso por la fuerza y la violencia, como muestran, por ejemplo, las guerras romano-germánicas. Y la idea de que esas comunidades cambiaron encantadas de modo de vida «es un mito alimentado justamente por las élites explotadoras que sacaron provecho de esa transición». Desde entonces, nuestro espíritu quedó imbuido de una aversión hacia las diferencias sociales exageradas.

Por desgracia, de momento nuestra evolución cultural aún no ha encontrado la manera de que las grandes sociedades se puedan organizar de un modo realmente igualitario, dice Sauer. Que añade: «Aunque una igualdad socioeconómica absoluta no es ni posible ni deseable, tal vez una sociedad relativamente igualitaria supusiera una ventaja para todos». Uno de los mayores inconvenientes de la desigualdad creciente reside en que «las estructuras no igualitarias destruyen el capital social de una sociedad, es decir, la red informal de normas sociales que gozan de una aceptación general y permiten una colaboración sin fisuras entre todos los miembros de una sociedad».

Otro proceso crucial en esta historia de la evolución moral de la humanidad tiene como protagonista a la Iglesia católica y duró cerca de mil años –entre los concilios de Elvira (300) y Letrán (1215)- durante los cuales la Iglesia destruyó las estructuras tradicionales de la familia extensa (clanes) y transformó las reglas del matrimonio y la herencia, acabando con las intensas relaciones de patrimonio y familia predominantes hasta entonces. Al final de ese proceso está la familia nuclear protoburguesa y una serie de consecuencias tan imprevistas como decisivas: el sistema de relaciones se amplió, creció la economía, se desarrolló la tecnología, progresó la ciencia, se dio la emancipación política; se sentaron, en definitiva, todos los elementos básicos de la sociedad moderna. La revolución económica que cambió el mundo no habría sido posible sin la revolución moral de romper el viejo y estrecho círculo de relaciones, subraya Sauer.

Sobrecalentamiento moral: movimiento woke

Los siguientes pasos, ya en el siglo XX, han tenido que ver con la expansión del círculo de la moral, abriéndose a nuevos grupos, los definidos por el sexo y la raza, e incluso a los animales. Y el estrambote de ahora mismo, con lo que el autor llama «un sobrecalentamiento moral» caracterizado por aumento de juicios, intransigencia, guerras culturales y el debate sobre el movimiento woke, acerca del que Sauer emite una opinión muy matizada. «El movimiento woke aúna todo lo que caracteriza la matriz moral de la modernidad tardía: la exigencia de justicia y libertad; la cuestión del significado de la identidad y la pertenencia a un grupo; el problema de la distribución del poder, la propiedad y los privilegios; la lucha por la infraestructura simbólica de nuestra sociedad; los límites de lo que se puede decir…». El amplio rechazo que suscita lo atribuye al furor moral con que se emplea y a que se percibe como «un proyecto elitista de licenciados universitarios entrometidos». Pero «si ayuda a asumir el pasado colonial de Bélgica y refuerza los derechos de las mujeres en los países árabes, habrá cumplido de sobra su objetivo».

La paradoja básica del movimiento woke, como la de otros movimientos morales, es que se basa en normas y valores inextricablemente unidos al contexto que critica, rechaza o intenta superar. La protección de las minorías, el deseo de justicia social, la exigencia de igualdad de derechos y la lucha contra la discriminación y el racismo son ideales de las sociedades occidentales, de las desarrolladas sobre todo. Es decir, que «en sus manifestaciones más extremas, incitadas por una hipersensibilidad moral, empieza a rechazar la única forma de sociedad que ha hecho un intento, insuficiente, pero aun así serio, de subsanar los defectos morales que ellos detectaron correctamente». Como un trastorno autoinmune, «el legítimo deseo de mejora moral empieza a cuestionar los fundamentos gracias a los cuales pudo surgir dicho deseo».

La lucha por el bien (la justicia, la igualdad) es larga y difícil, de modo que la impotencia ante la imposibilidad de crear situaciones justas en un santiamén ha llevado a atajar intentando cambiar lo más fácil, el lenguaje, uno de los emblemas del movimiento woke. Ha tenido éxito por la idea de que la lengua conforma el pensamiento y por la rapidez con que en los ambientes académicos se acogen estas innovaciones («no hay nada más prestigioso que el inventor de la denominación de una nueva patología social»).

En cuanto a los contrarios al movimiento woke, sufren su propia paradoja, la de considerar enemigos de la civilización a quienes insisten en una aplicación plena y completa de sus valores y normas. En su opinión, «no hay que confiar a ciegas en esas reivindicaciones, pero hay que escucharlas». «Existe un potencial enorme de reconciliación entre los razonables que todavía no se ha hecho realidad», concluye Sauer.

Dentro de lo mucho destacable de este trabajo, otra tesis curiosa y contraintuitiva es su defensa de la imitación y el conformismo sobre el pensamiento individualista y el cuestionamiento. Frente a Kant, el lema debería ser: «atrévete a servirte de la razón de otros». O «mi razón es la razón de otros, sin la cual no podría existir». «No debería eliminarse el acervo de conocimientos demostrados y de formas de cooperación social probadas si no existen motivos de peso para hacerlo». Aunque, por supuesto, «la historia de éxitos de la evolución acumulativa nos alienta a mantener un espíritu abierto hacia la experimentación que renegocie una y otra vez la reserva cultural heredada con su potencial de innovaciones y cambios».

Periodista cultural.