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Antes de adentrarse en las páginas de La filosofía se ha vuelto loca, alguien podría pensar que su llamativo título es un recurso editorial para enganchar lectores. Una vez leído, la conclusión puede ser que se queda corto. Jean-François Braunstein, profesor de Filosofía Contemporánea en la Sorbona, aborda tres asuntos de indudable actualidad, tres cuestiones más o menos filosóficas que están calando en la política y la opinión pública, a saber: las teorías de género, los derechos de los animales (ética animal) y la eutanasia (bioética).

El autor concede que puede haber un punto de partida noble, que tiene que ver, por ejemplo, con la búsqueda de la igualdad entre varones y mujeres

El autor concede que, en los tres casos, puede haber un punto de partida noble, que tiene que ver con la búsqueda de la igualdad entre los seres humanos (varones y mujeres) y con la reducción del sufrimiento tanto a animales como a seres humanos. Pero esos proyectos aparentemente generosos conducen a consecuencias absurdas, y Braunstein se apresta a describir “el paso de los buenos sentimientos a la abyección”. Esa abyección es el centro de su diatriba, que oscila entre la estupefacción y la indignación, sin renunciar a chispazos de humor e ironía.

"La filosofía se ha vuelto loca". Jean-Claude Braunstein. Ariel. Barcelona, 2019. 309 páginas.
«La filosofía se ha vuelto loca». Jean-François Braunstein. Ariel. Barcelona, 2019. 309 páginas.

El lector común, por su parte, se preguntará según avance en la lectura: ¿de verdad hay intelectuales que están diciendo estas cosas en serio? ¿no son afirmaciones sacadas de contexto o pronunciadas por personajes irrelevantes? Como insiste Braunstein, esas “propuestas que a nosotros nos parecen delirantes son amplia y trabajosamente desarrolladas por autores que no son en absoluto marginales… profesores en las universidades estadounidenses más prestigiosas”, como Peter Singer, Judith Butler, John Money, Donna Haraway, etc.

El caso es que el lector tendrá ocasiones de horrorizarse ante buena parte de las propuestas analizadas en el libro, sin que le falten algunas para reírse, en ese orden o al revés, como el “tiemble después de haber reído” con que cerraba la vieja Codorniz sus páginas.

¿Cuáles son esas propuestas delirantes? Que el sexo biológico sea una construcción cultural, o que no existan el sexo ni el cuerpo; la defensa de la zoofilia; la distinción entre vidas dignas de ser vividas y las que no lo son, el infanticidio (aborto posnatal, lo llaman)…

Como bien dice Braunstein, “cuando se es un ser humano suficientemente civilizado, hay supuestos que no deberían ni poder imaginarse”. “Sería un error, una falta incluso, intentar refutar racionalmente tales dislates”, y “el simple hecho de intentar refutar tales horrores es ya un fallo, porque la propia discusión es en sí misma inmoral”. Por eso y por el nivel cósmico de disparate que suponen estas propuestas, la tentación de despreciarlas y no entrarles al trapo es fuerte (tratarles como a terraplanistas o hacer como sugería Unamuno: llamarles locos y seguir cabalgando).

El problema, y esa sería una cuestión importante del asunto, es que estas teorías están calando en los legisladores

El problema, y esa sería una cuestión importante del asunto, es que estas teorías están calando en los legisladores y en la gente (el pasado julio, El País publicaba la noticia de que el 25% de los menores de 30 años no se identifica por completo como hombre o mujer). La capacidad de algunos seres humanos para imitar o contagiarse de las conductas más descabelladas parece probada, como muestran casos como las apariciones y éxtasis del Palmar de Troya o el inusitado aumento de los suicidios por amor que provocó la publicación del Werther de Goethe.

Teniendo en cuenta eso, Braunstein no baja la guardia y advierte (y nos advierte de) que nos encontramos ante una revolución antropológica, ante cambios de gran amplitud de miras que modifican la definición misma de lo que entendemos por humanidad. No se lo toma a broma por más que no pueda evitar reírse a menudo. Así, el tono del libro es de indignación contra “la provocación plácida y la estupidez autocomplaciente” y “el absurdo criminal” de las teorías de estos representantes del “universitario anglosajón contemporáneo medio, descerebrado por lo políticamente correcto”, que usan “argumentos entre ingenuos y tontos, en todo caso abiertamente ridículos”, “argumentaciones patéticas”, “dislates”. Sin renunciar al humor, forzosamente negro en ocasiones, como cuando, a propósito de los derechos de los animales, sostiene que “es preferible ahorrarles el ridículo de una comparecencia ante un tribunal en donde estarían representados por Estefanía de Mónaco, Peter Singer o Martha Nussbaum; merecen algo mejor”. O, al hilo de los problemas que plantea la zoofilia que algunos preconizan, recuerda que “tampoco se suele presentar al animal a la familia”. O, sobre la eutanasia, que “si se piensa que la vida de una persona humana no puede ser protegida más que cuando esa persona es consciente y ha entendido lo que es la vida y la muerte, ciertamente Singer y sus fieles merecerían la muerte sin tardanza, de manera ética, eso sí”.

UN PELIGRO REAL

Este es un libro beligerante contra un peligro real, el de teorías que no son inocuas y traen consecuencias. Estos profesores “han difundido hacia el exterior mismo de la universidad la arrogancia y el aislamiento de la peor clase de profesionalismo universitario… Están agresivamente desprovistos de todo sentido del misterio y ni siquiera albergan la sospecha de que algo pueda ser demasiado profundo para sus estrechas competencias profesionales”.

Y aunque el autor no olvide lo que pueda haber de razonable o bienintencionado en el punto de partida de estas teorías, también apunta a que el problema está en ese origen, por lo que conviene impugnar las bases mismas de sus razonamientos. La opinión de Braunstein sobre esos dos aspectos del problema parece clara en este párrafo: “Hablar del aborto como algo anodino abre la puerta a todos estos despropósitos. Esa es la conclusión que debemos sacar de todo esto, no que haya que prohibir la interrupción voluntaria del embarazo”.

Periodista cultural.