La DEMOCRACIA es el sistema de gobierno que ha triunfado o se ha impuesto en la etapa histórica que vivimos, y que hace residir el poder en el pueblo. Es el pueblo mismo el que se gobierna; podríamos decir que es el autogobierno del pueblo. Pero un autogobierno tal es sencillamente imposible, dada la dimensión de la estructura política que precisa del Estado moderno.
La democracia directa del pueblo no es posible, pues el tamaño de nuestros Estados, el número de ciudadanos que deben participar en la res publica, la dificultad de su convocatoria, la complejidad para alcanzar acuerdos, hacen que no sea viable. De ahí que nuestra democracia lleve apellido y sea así una democracia representativa, que solventa los problemas de número, espacio y tiempo que sí plantea en su formulación primaria o asamblearia.
De forma imperfecta los atenienses crearon una democracia que se adaptaba a su modelo de Estado, la ciudad. Pero la democracia como forma de gobierno no se impuso hasta muchos siglos más tarde. Fue mucho más adelante cuando la democracia, en su formulación representativa, aparece como forma de gobierno factible para el Estado-nación, y no hace tanto, en el siglo XIX. Posiblemente la revolución industrial y las innovaciones tecnológicas tuvieran algo que ver en esto. De hecho, nadie puede negar la influencia que en el debate político han tenido la imprenta y los medios de comunicación. Quizá la modernidad nos aportó las mínimas soluciones imprescindibles para sortear las dificultades que la democracia tenía para imponerse como forma de gobierno: el número, el espacio y el tiempo.
CRISIS DE LA DEMOCRACIA REPRESENTATIVA
Sin embargo, la democracia representativa está en crisis. La representación se siente como lejana y la participación se percibe como escasa. Los ciudadanos siguen creyendo que la democracia es un sistema de gobierno satisfactorio, pero sin embargo no genera satisfacción. En estos momentos, demanda una mayor participación que otorgue más proximidad a la representación y que aumente la posibilidad e influencia de dicha participación. Es obvio que una de las carencias más importantes de nuestro modelo democrático es, sin duda, la insatisfacción que producen los instrumentos de participación que los ciudadanos y la sociedad civil poseen para intervenir en los procesos de toma de decisión. Los partidos no son un modelo ejemplar de participación ciudadana. De hecho, nuestros niveles de afiliación son más bien escasos, el sistema de listas cerradas y bloqueadas resulta desmotivador y el acceso y trato con nuestros representantes es distante. En definitiva, podemos concluir que nuestros instrumentos de participación parecen más bien estar diseñados para desmotivarla que para satisfacerla o incrementarla.
Pues bien, en este contexto, Internet y las tecnologías asociadas pueden aportarnos posibles mejoras y soluciones.
Algunos pregoneros del nuevo mundo han querido ver en el uso de Internet y las nuevas tecnologías una posible ventana al directismo o ciberasamblearismo. ¡Qué error! Se puede y se debe ser crítico con nuestro sistema de gobierno, la democracia representativa, con el objetivo de mejorarla y perfeccionarla, pero no para combatirla. Quien predice que son las nuevas tecnologías las que permiten fórmulas de participación directa se arriesgan en exceso al abismo de lo desconocido. Por otro lado, no era necesario esperar a Internet para poseer instrumentos que permitieran la proliferación de consultas o refrendos. Tampoco el ejercicio de imaginación, que nos obliga a realizar la aplicación de las nuevas tecnologías a la democracia, nos debe llevar a la política-ficción. Por gratificante que nos resulte. Tenemos que contener el impulso de emprender acciones apresuradas, aunque sea importante que empecemos a pensar en el futuro. No sería difícil hacer un ejercicio de políticaficción sobre cómo la democracia directa en una sociedad altamente tecnificada podría derivar en una tecnocracia totalitaria. La democracia directa de la ciudad ateniense no es extrapolable a la ciudad, aldea, global, entre otras muchas razones porque el acceso a la información y, sobre todo, su control y difusión, no se producen de la misma manera1. Y, además, información no es lo mismo que conocimiento. Por ejemplo, los sondeos de opinión pública, llevados a su extremo —al cyberreferendo—, hoy por hoy no serían un instrumento del pueblo para ejercer su poder sino una muestra de la influencia de los medios de comunicación sobre el pueblo.
Pero Internet no nos lleva a la democracia directa, o al menos no deberíamos permitir que así fuera. El hecho de que la representación y la participación precisen de mejoras no nos debe dejar caer en la tentación de proclamar la muerte de la democracia representativa que, sin duda, contiene valores que por cotidianos quizá no valoramos en su medida. Sí es cierto que Internet, en general, elimina en buena medida la necesidad de intermediar. Esto lo hemos oído todos muchas veces y comprobado otras tantas; elimina intermediarios inútiles en el comercio electrónico, el trabajo, etc…. También puede hacerlo en la política, pero ello no significa que esta eliminación de intermediarios inútiles desemboque en una inevitable democracia directa y cyberasamblearia. Se podría argumentar: si Internet elimina intermediarios, éstos, en política, son los representantes. Y tendría razón si se refiriera, como he apuntado, a los intermediarios inútiles, pero no a aquéllos que deben seguir existiendo y que constituyen un grupo de ciudadanos dedicados al estudio de cuestiones públicas, que requieren dedicación y comprensión2. Pero, qué duda cabe de que también los representantes, intermediarios, políticos, tienen que justificarse en la sociedad de la información. Esto no desemboca en la democracia directa o no debe hacerlo, por ejemplo, por el valor que en democracia tiene el consenso. La representación genera el prodigio de un órgano de discusión posible, las Cortes o parlamentos, que en representación del demos provoca el enfrentamiento de pareceres pero también, y lo que creo es más importante, la convergencia de distintos pareceres y, por extensión, una mejor convivencia social y política.
UN SISTEMA DEMOCRÁTICO PARA EL SIGLO XXI
En fin, se eliminan intermediarios inútiles, se aproxima la representación, se aumenta la participación, se mejora en definitiva la democracia representativa. Incorporar las nuevas tecnologías (Internet y tecnologías asociadas) a los sistemas de participación ciudadana y a los procesos de toma de decisiones (por ejemplo, a la actividad legislativa, a la de control de los gobiernos o a la realización de consultas populares) es factible. La sociedad de la información es una revolución en marcha que afecta a todos los ámbitos de convivencia, también a nuestro sistema democrático, con la posibilidad de mejorarlo y de dar respuesta a demandas ya antiguas de los ciudadanos. No se pueden aplicar viejos esquemas a nuevos problemas y demandas. En este sentido, nuestro sistema democrático, que funciona con esquemas del siglo XIX, debe ponerse al día para convivir en la sociedad de la información del siglo XXI.
Pero, tampoco nos engañemos, en el contexto del modelo actual, son muchas las posibles reformas de nuestra democracia que no dependen de las nuevas tecnologías y sí pueden satisfacer demandas de más y mejor representación y participación: listas abiertas, reducción del tamaño de las circunscripciones. Aunque el modelo de toma de decisiones no cambiara explícitamente, las nuevas tecnologías abren nuevas posibilidades; por ejemplo, que nazcan más grupos, más manifestaciones de la sociedad civil, con más fuerza para hacer valer sus opiniones e intereses ante sus representantes, pues el trabajo y los medios necesarios para crearlos ahora resultan mucho más accesibles y fáciles.
EL GOBIERNO GLOBAL
El verdadero debate que tenemos delante es otro porque lo que sí es cierto es que Internet provoca la extensión del debate democrático por encima del Estado-Nación. El fenómeno de la globalización es conocido y real desde hace tiempo; no lo provoca Internet, sino que se produce con anterioridad. La aldea global es ya un viejo conocido. Internet ha supuesto, eso sí, un gran motor, una gran fuerza impulsora de la globalización.
La velocidad de crucero de este proceso nos impide fijar referencias y, por desgracia, también garantías. En este proceso de globalización, vemos cómo los Estados no son sólo cada día más interdependientes hasta el punto de que ya hay quien habla del derecho internacional a la interdependencia), sino que también son cada día más incapaces, por separado, de imponer reglas y disciplinas y, por tanto, de seguir garantizando el orden y la convivencia. La disponibilidad de comunicaciones altera las relaciones entre las naciones. Las políticas internacionales y las nuevas estructuras supranacionales o supraestatales vienen a intentar suplir esta necesidad. Pero no lo hacen siempre con un referente democrático. La globalización tiene un gran déficit democrático. La legitimación democrática no está presente en el proceso de elección de las nuevas estructuras garantes de aquello que hasta hace poco y de forma democrática nos garantizaban los Estados. Debemos encontrar nuevas formas de democratización, no sólo de las estructuras políticas, sino, sobre todo, de estructuras económicas que ya no están territorializadas y que pueden constituir, si no lo preparamos de antemano, nuevas formas de tiranía.
UNA SOCIEDAD DE LA INFORMACIÓN PARA TODOS
Pero lo importante ahora es dilucidar cuándo se pueden y deben poner en marcha las aplicaciones que nos permiten las nuevas tecnologías al servicio de los ciudadanos en el funcionamiento de la democracia en este mundo global.
Para un ciudadano, la democracia significa igualdad de oportunidades. Sin esta premisa, la democracia no sería más que un elemento formal que no se sustentaría en la realidad. En nuestro caso, la igualdad de oportunidades implica la preparación del ciudadano —que no siempre es usuario— para ser y estar en plenitud en la sociedad de la información.
Para ello hay todavía barreras que salvar. No podemos, hasta que estas barreras queden suprimidas o minimizadas, implicar a la democracia en usos que dualicen la sociedad entre conectados y no conectados.
La democracia es todo lo contra-rio al reducto de élites que hoy por hoy todavía es la sociedad de la información. La sociedad de la información tendrá que servir a todos sus ciudadanos, y no sólo a los que pueden utilizar una tecnología sofisticada o sean unos privilegiados desde el punto de vista económico. Creer o caer en el «qué más da» no es más que la forma de hacer definitivamente insalvables, con las nuevas tecnologías, las marginaciones que, sin embargo, éstas nos permitirían superar. La sociedad de la información tiene que estar disponible para todos, no sólo para las élites, antes de integrarse plenamente. El triunfo depende de que logremos el acceso universal. Pero éste es otro debate.
NOTAS
1 · Fisichella: «Quienes seleccionan las informaciones se convierten en administradores del dominio simbólico de las masas».
2 · Giovanni Sartori, en Homo Videns, afirma que «cuando hablamos de personas política-mente educadas debemos distinguir entre quien está informado de política y quien es cognitivamente competente para resolver los problemas de la política».