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No tires nada”. Así comenzaba la carta que Nancy Mitford le escribió a su hermana Diana el 6 de marzo de 1965, ocho años antes de fallecer la propia Nancy y más de tres décadas antes de que concluyera, tras el fallecimiento de Diana, el prolongado intercambio epistolar entre las hermanas. En su carta de marzo de 1965, Nancy parecía ser consciente de que las cartas que se habían intercambiado las seis hermanas desde principios de 1925 eran algo más que el testimonio privado de sus relaciones, constituyendo un corpus narrativo que completaba el legado literario conformado por las obras de ficción, así como autobiográficas de las que habían sido autoras la propia Nancy, Jessica o Diana. Tal y como le explica en su carta Nancy a Diana, la librera de viejo de Heywood Hill, Handasyde Buchanan, le había comentado “que las cartas de Evelyn [Waugh], por ejemplo, ahora vale 1 libra cada una –las compran las universidades estadounidenses. Pero la correspondance suive de una familia entera, algo muy raro de encontrar en esta época, va a ser oro para tus herederos”. ¿Fueron las palabras de Buchanan aquellas que llevaron a Nancy a ver la correspondencia con sus hermanas como un testimonio narrativo de interés futuro? Apenas dos años antes de la carta de Nancy a Diana, el 5 de marzo de 1963, ésta recibía una carta de la hermana pequeña, Deborah, que le rogaba: “¡No tires ni una sola carta, es una locura!”. Las palabras de Deborah y las de Nancy a Diana, que no dudaría en seguir las instrucciones de sus hermanas, conservando todas y cada una de las cartas que, años más tarde, reuniría su nuera Charlotte Mosleyen la que sería la definitiva edición de la correspondencia completa de las Mitford, permiten concluir que, tal y como puede constatarse a mitad de los años sesenta, treinta años después de que se iniciara la correspondencia,  las hermanas fueron tomando conciencia de la posible trascendencia de su intercambio epistolar, conciencia que, sin embargo, no parece plasmarse de forma explícita en las cartas, donde, como señala Carmen Cáceres, traductora junto a Andrés Barba de las correspondencia completa publicada por la editorial Tres Hermanas, destaca el tono familiar: “al principio sí había una voluntad de estilo, pero no ‘literario’ sino familiar: elegían escribirse en idiomas inventados, llenaban las cartas con apodos privados, promovían los sobreentendidos, etc. Digamos que el estilo de las cartas tenía la intención de continuar el estilo que cada una deseaba proyectar dentro de la familia”. Para Barba, en perfecta sintonía con Cáceres, “las Mitford fueron famosas desde su más tierna infancia y no se les escapaba que en buena medida muchos de estos textos acabarían publicándose total o parcialmente; lo bonito es que esa conciencia no provoca (como sí provocaría en nosotros) que sean rígidas o impostadas”.

Era un hecho que los documentos epistolares se habían convertido en objeto de interés editorial y académico: lo probaban, entre otros, las cartas del fallecido escritor Evelyn Waugh, íntimo amigo de Nancy, con quien ésta intercambió, a lo largo de los años más de una misiva. Y era un hecho que las Mitford tenían una extraordinaria presencia pública, como señala Cristina Pineda, editora de Tres Hermanas: “pertenecían a una clase social alta y Deborah, sin ir más lejos, era miembro de la aristocracia británica en virtud de su matrimonio con el duque de Devonshire”. En efecto, tal y como apunta Carmen Cáceres, “las hermanas Mitford eran absolutamente conscientes del lugar que le daban los medios de comunicación y, en este sentido, no eran nada ingenuas”; para la traductora, esta conciencia del lugar ocupado se expresa no sólo en la carta de 1963 de Deborah a Diana o en la de Nancy a Diana en 1965, sino en la atención por el contenido de las cartas: “es evidente que en la vejez se cuidaron de no dejar por escrito todo lo que piensan respecto a Unity y Hitler…”, comenta Cáceres, aunque observa como este cuidado es, en parte, traicionado, puesto que “no pueden evitar ‘discutir’ sobre eso entre ellas. De modo que al final, incluso por la negativa, todo cae en las cartas”.

Las Mitford de las cartas y las Mitford de las novelas

El juego entre el control sobre lo escrito, debido, en gran parte, como sostiene Barba a que “eran lectoras fascinadas (y relatoras) de vidas ajenas y como buenas lectoras y personalidades célebres se daban perfecta cuenta de que el papel impreso es siempre antropófago”, y una aparente falta de autocensura en lo escrito se refleja en las cartas como una prolongada confrontación entre la plasmación de un sujeto privado y, por tanto, reservado al ámbito de la intimidad y la construcción de un sujeto público. La intervención de Nancy para evitar la excarcelación de su hermana Diana, detenida con su marido Oswald Mosley, que, en palabras de Ignacio Peyró, “parecía encarnar el atractivo propio de una época que glorificaba la violencia y las armas”, al ser acusados por colaboracionismo con el nazismo –la pareja, de hecho, se casó en el despacho de Goebbels- y el desconocimiento por parte de Diana de esta traición –se enterará solo en 1985, diez años después de la muerte de Nancy-  ejemplifica como las cartas se sitúan en un lugar intermedio entre lo privado y lo público: nada cambió en la relación entre Nancy y Diana precisamente porque esta última nunca llegó a saber que Nancy había acudido a la policía pidiendo su no puesta en libertad. Aquella Nancy, aparentemente despreocupada por la política, que se acercó al socialismo movida por su marido Peter Rodd y que era definida por Diana como una “zurda sintética” acabó, sin embargo, pidiendo la reclusión para su hermana Diana por la filiación de ésta a las ideas nazistas. ¿Era, por tanto, Nancy, tan apolítica como parecen afirmar sus hermanas? No debe olvidarse que, además, Nancy pidió que su hermana Pamela y su marido Derek fueran vigilados en cuanto eran “antisemitas, antidemocráticos y pesimistas”. Si bien es cierto que no puede ponerse en cuestión la filiación nazista de Diana, ¿podía definirse Pamela una antidemocrática? Y, no solo, ¿corresponden estos gestos de Nancy a su descripción de mujer desinteresada por la política y que, como su hermana pequeña Deborah, creía que la política solo provocaba desencuentros familiares? En un pequeño librito de juventud, All about everybody, Unity Mitford había pedido a sus familiares que respondieran a algunas cuestiones y allí Nancy no dudaba en confesar que su mayor pecado era la deslealtad. Sin embargo, pecados al margen, lo que si aparece a través de estas cartas es la construcción de un sujeto que, en parte, contradice el sujeto ajeno a la correspondencia e, incluso, al sujeto fuera del ámbito familiar. “No creo que haya una intención de diferenciarse estilísticamente en las cartas”, comenta Cáceres, “sino más bien de sonar lo más honestas y directas posible, y eso naturalmente refleja la particularidad de cada una”. Una honestidad que, sin embargo, en el caso de Nancy, parece circunscribirse a la producción epistolar y que la pone en clara oposición a Jessica, cuyas ideas comunistas la distanciaron muy pronto de Diana, con quien no volvió a escribirse nunca, mientras que Nancy sí siguió escribiéndose con sus hermanas a pesar de. A través del silencio hacia Diana y de su poca correspondencia con las demás hermanas, reflejo de esa distancia que no dudará en narrar, casi a modo de ajuste de cuentas en Nobles y rebeldes, Jessica construye su identidad en abierta contraposición con sus hermanas, mientras que Nancy parece construir una identidad dentro de la correspondencia que no forzosamente debe coincidir con la imagen pública que ofrece contemporáneamente.

Las cartas, sobre todo en el caso de Nancy y de Jessica, no pueden desligarse de su producción literaria; en efecto, como señala Cáceres, “Nancy es igual de irónica en sus cartas que en sus novelas y Jessica igual de crítica que en Nobles y rebeldes” y como en sus cartas, en las novelas parecen proseguir la construcción del universo Mitford y de su propio sujeto dentro de dicho universo. “Nancy ha escrito una novela llena de exquisitos detalles sobre la vida familiar de los Mitford”, afirmó Evelyn Waugh refiriéndose a la novela de Nancy A la caza del amor (Libros del Asteroide), aunque sus palabras bien podrían haberse referido a Trifulca a la vista (Libros del Asteroide), novela escrita siempre por Nancy en 1935 y en la que parodiaba el fanatismo de sus hermanas Nancy y Unity por el nazismo y por la figura de Hitler. La propia Nancy nunca negó el carácter autobiográfico de sus novelas y así, en 1943, a pocos meses de la publicación de Trifulca a la vista, escribía a Diana: “El libro sobre ti va a quedar fantástico, los abuelos con los que vives tendrán el nombre de ‘Lord y Lady Tremorgan’ y tú te llamarás Eugenia, dime si prefieres otro nombre”. La actitud de Unity, la hermana que más contacto tuvo con Hitler, llegándose a especular que hubiera podido ser su amante, se opuso radicalmente al libro y así se lo comunicaba a Nancy en una carta de julio de 1943: “Ahora hablando en serio, respecto al libro: Muv (apodo de Diana) me ha contado algunas cosas y te advierto que no puedes publicarlo, así que mejor deja de perder el tiempo. Si lo publicas no volveré a dirigirte la palabra jamás”. El libro se publicó y si bien la relación entre las hermanas se enfrió, tras la definitiva puesta en libertad de Diana y de Mosley, la relación volvió a ser cordial y el 18 de marzo de 1945, Nancy escribía a su hermana, comentándole sobre A la caza del amor, la novela sobre la que trabajaba por entonces: “Me muero de ganas de volverte a ver, pero es muy difícil trabajar con las hermanas cerca porque una quiere pasarse el día charlando con ellas. El libro tendrá que ser todo un éxito porque estoy viviendo de mis ahorros”. Si bien, no fue la única escritora de las hermanas, para José Carlos Llop, autor de la introducción de A la caza del amor, Nancy fue la novelista, “cuya raíz está en Austen pero que tiene puntos en común con Edith Wharton, la autora de La edad de la inocencia. Incluso hay paralelismos. Puede afirmarse que Nancy Mitford es a Evelyn Waugh lo que Edith Wharton fue a Henry James: amigas personales y en cierto modo, sus discípulas. Y al revés: si Wharton y Mitford fueron aristócratas -una del dinero neoyorquino, la otra de la Vieja Inglaterra- tanto James como Waugh fueron dos deslumbrados por el lenguaje de ambas, y llamo aquí lenguaje a cualquier forma de relación”.

Por su parte, Jessica fue autora de la novela autobiográfica Nobles y rebeldes  (Libros del Asteroide), que tampoco fue bien recibido por parte de todas las hermanas aunque, a pesar de las diferencias que las distanciaban, Nancy y Jessica comparten una misma mirada crítica hacia el ambiente de proveniencia y hacia la educación conservadora recibida: “En algún lugar arreciaría la lucha por una educación igualitaria para las mujeres (…) pero a Swinbrook nunca llegó ni el más leve eco de la polémica” escribía Jessica en Nobles y rebeldes lamentando, al igual que lo haría Nancy, la convicción de sus padres de que las mujeres no debían recibir ningún tipo de formación superior. Al mismo tiempo, como apunta Peyró, “las Mitford son un producto acabado de la aristocracia inglesa en toda su excentricidad, es decir, en toda su libertad, y en todo su humor, es decir, en toda su educación”; ellas representan ese mundo de ayer de la aristocracia inglesa del que Jessica pronto se alejó –en 1963 escribió The American way of death, un largo trabajo de investigación en torno al mercado abusivo que rodeaba el negocio de las funerarias en Estados Unidos- y al cual Nancy, por lo contrario, quedó más ligada. En 1956 publicó Noblesse oblige, un breve ensayo sobre la diferencia entre la clase alta y la clase baja inglesa a partir de los distintos sociolectos y que, como comenta Ignacio Peyró, “empezó como una broma cultista y sigue causando alborozo snob e inseguridad social hasta hoy”. Por su parte Diana escribió A life of contrasts, su autobiografía en la que se reafirmaba en sus posicionamientos políticos y lejos de mirar hacia atrás con la perspectiva crítica de sus hermanas, parecía evocar entre el recuerdo y la melancolía aquel tiempo ya agotado. En este sentido, si bien desde una perspectiva más despolitizada, Diana compartía su mirada melancólica con Deborah, la hermana que, tras haberse casado con el Duque de Devonshire mantuvo, a lo largo de su vida, no solo la pose, sino los hábitos aristocráticos, y que, como Diana también, ya anciana, escribió sus memorias. Las autobiografías de Diana y Deborah son la respuesta a Nobles y rebeldes de Jessica en cuanto proponen, en cierta manera, el otro relato familiar, cuya construcción puede rastrearse a lo largo de la estrechísima correspondencia mantenida entre ellas dos. En efecto, mucho antes de la publicación de sus memorias, el 20 de mayo de 1957, Deborah escribe a Diana: “Le he escrito a Decca (Jessica) para intentar quedar y le he propuesto la comida o la cena del día 28, ¿quieres que hagamos el intento de que estés tú allí o prefieres no hacerlo? Tampoco me muero de ganas de verla, pero me ha escrito unas cartas tan simpáticas que creo que es mi obligación. Respecto a sus memorias, hagamos nosotras las nuestras para varias”.

En esta carta, no sólo se hace patente la distancia entre las hermanas, no sólo resulta evidente la completa indiferencia entre Diana y Jessica, sino también la consciencia de que hay una historia de las Mitford por contar, pero no hay un acuerdo acerca de cuál debe ser esta historia. Deborah, aparentemente en broma, propone a Diana su historia y utiliza precisamente el adjetivo posesivo “nuestras” para referirse a sus memorias, adjetivo que no hace sino excluir las otras variantes del relato y, por tanto, las otras interlocutoras. La historia o, mejor dicho, las historias de las Mitford se van escribiendo así a través de la correspondencia, pero se apuntalan, en versiones distintas, a través de las obras biográficas de las hermanas. Por ello, resulta imposible desligar la correspondencia de la obra narrativa a la vez que resulta enriquecedor releer la narrativa teniendo la correspondencia como contrapunto constante.

Las cartas en diálogo con las novelas

“Mi proyecto nace de ‘hace muchos, muchos años, en un reino junto al mar’ en los estantes de la biblioteca en casa de mis padres. Mi madre fue editora y lectora y tenía todos los títulos de las hermanas Mitford publicados por Penguin aparte del epistolario en Harper Collin” explica Cristina Pineda, que recuerda como “hace 13 años, antes de que Luis Solano, con gran acierto, decidiera publicar las novelas de las Mitford, yo quise aventurarme pero en el grupo no había espacio ni lugar para un sello de literatura de esas características y yo en ese momento no podía garantizar una viabilidad económica a un libro de tal envergadura como las correspondencia completa.” Trece años después, sin embargo, la correspondencia de las hermanas Mitford llega por fin a las librerías y lo hace respaldada por las novelas de Nancy y Jessica, que Libros del Asteroide decidió rescatar del absoluto olvido que las rodeaba en el campo literario y editorial español. “Los libros del Asteroide han contribuido a abonar y allanar el camino”, continúa Pineda, reconociendo la labor de Solano, cuya publicación ha permitido que “los lectores conozcan las hermanas Mitford y querían saber más de ellas”. La publicación de la correspondencia satisface, así, a la curiosidad de los lectores de las Mitford a la vez que ofrece esos otros relatos que complementan y apuntalan el relato novelístico de Nancy y Jessica. Para Andrés Barba, sin embargo, la lectura de la correspondencia, si bien ligado a la obra novelística de las hermanas, es un texto autónomo, que respira independiente de los textos literarios: “Este libro se sitúa en un no-lugar precisamente porque uno podría no conocer en absoluto la literatura de las Mitford y sin embargo caer fascinado por su correspondencia. Es cierto que muchas de las novelas de las Mitford tienen como tema precisamente el ámbito familiar y las relaciones entre ellas, pero en la correspondencia esas mismas relaciones están vistas desde un prisma tan distinto que, siendo las mismas, se lee con un interés que nace de otro lugar. En este caso el interés comienza siendo documental, pasa a ser histórico y acaba siendo sentimental”. Como Barba, Pineda hace también hincapié en el carácter documental de la correspondencia, que, si bien puede leerse desde una perspectiva autobiográfica, aunque no responda al género, es un recorrido histórico-cultural a lo largo del siglo XX: Lo cierto es que las hermanas trazan con sus vidas un relato sumamente prolijo de la historia del siglo XX. Este es un libro de no ficción que podría leerse también como un ensayo o una historia coral en el que aparecen actores principales y secundarios desde el presidente John F. Kennedy, cuya hermana Kathleen estuvo casada con el heredero del ducado de Devonshire; el general Palewski, secretario de De Gaulle y amante de Nancy Mitord; Winston Churchill, cuya mujer, Clementine, era prima de Lord Redesdale, padre de las Mitford, pasando por pintores como Lucien Freud o Emil Nolde, modistas como Oscar de la Renta, escritores como Evelyn Waugh y nuestro Lorca, actores como Gregory Peck o Audrey Hepburn hasta Lady Di, el príncipe Charles, la Reina Madre o la reina Isabel II, sin olvidar a Hitler o Goebbels. Como actores de reparto, ellos, los Mitford. Este epistolario debería leerse en las aulas en las clases de bachillerato. En la editorial”, concluye Pineda “lo comparamos con La Historia del siglo XX, de Eric Hobsbawm, no sólo por los personajes, sino también por los acontecimientos que trenzan los mimbres de las cartas como la Segunda Guerra Mundial, la guerra civil española, el asesinato de Kennedy”.

Y puede que sea precisamente este carácter documental, el ser testigo, como diría Peyró, de un mundo inglés ya agotado aquello que conceda vigencia a las Mitford. A la pregunta de James Walcott en Vanity Fair de por qué siguen fascinando las Mitford, Pineda responde:“Sus cartas son la historia del siglo XX y también su gran novela. Sus obras perdurarán y nos sobrevivirán porque en ellas encontraremos siempre a las grandes damas tragicómicas del siglo pasado y su hechizo no terminará nunca porque nadie ha sabido limpiar con tanto humor y sarcasmo las heridas que les infligió la vida”. Si bien Peyró matiza que “el fenómeno de las Mitford es irreductiblemente inglés por el motivo de que, en Inglaterra, la aristocracia ha marcado el tono más que en ningún otro lugar del mundo”, destaca su valor literario: “Quizá no sea el tipo de escritura que premia el Nobel, pero la literatura de la Mitford no es una literatura de peso pluma: rebosa el encanto, el humor, la gracia, la ligereza y la soltura al narrar que esperamos de la mejor tradición inglesa”. La correspondencia entre las Mitford son un ejemplo más de esta tradición inglesa, son el otro relato o, parafraseando a J. K. Rowling, la mejor biografía de las Mitford, pues nadie ha contado mejor su historia de historias que las seis hermanas.

Anna Maria Iglesia (1986) es licenciada en filología italiana y en Teoría de la literatura y literatura comparada; Máster en Teoría de la literatura y literatura comparada por la Universidad de Barcelona. Es colaboradora habitual de El Asombrario, El Confidencial, Letras Libres, The Objective, Llanuras o Altair.