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Más allá de la obvia defensa de la tolerancia (“de la atmósfera de libertad que en su conjunto crea el régimen de tolerancia”), el profesor emérito de Princeton y experto en Filosofía Política Michael Walzer procede en este libro de 1998 a un análisis de la compleja casuística y los problemas (estos, no siempre obvios) que el ejercicio de la tolerancia plantea. Lo dice claramente desde el principio: “La tolerancia (la actitud) toma formas muy diversas, y el tolerar (la práctica) puede organizarse de diferentes maneras”.

Así, el libro se centra en preguntarse qué es lo que la tolerancia sostiene y cómo funciona. Lo que sostiene, afirma Walzer, es a la vida misma, nuestra vida en común. Y lo que hace posible es la coexistencia pacífica (“principio moral sustantivo e importante”) de grupos humanos con historias, culturas e identidades diferentes. La diferencia es, evidentemente, la clave de todo el asunto. Es lo que hace necesaria la tolerancia, y esta es la que hace posible la diferencia. Máxime en tiempos como los actuales, en que la inmediatez de la diferencia, el encuentro cotidiano con la otredad, se experimentan en grado tan alto.

“Prohibir la participación en elecciones democráticas a un partido programáticamente antidemocrático no es un caso de intolerancia, es simplemente un acto de prudencia”

Los problemas relacionados con la tolerancia surgen cuando los derechos humanos se ejercen en común, o cuando los reclaman los grupos en nombre de sus miembros. Tolerar al individuo excéntrico es fácil; los riesgos son mayores cuando nos referimos a grupos no convencionales y disidentes. Además, le interesa al autor la práctica de la tolerancia cuando las diferencias a considerar son culturales o religiosas y se relacionan con diferentes modos de vida, cuando los otros no son copartícipes, cuando no existe un juego común y no hay una necesidad intrínseca de respetar las diferencias que cultivan y practican.

Michael Walzer. «Tratado sobre la tolerencia». Editorial Paidós. 1998. 128 págs. 12 €.

Un ejemplo clásico de la complejidad y problematicidad de la tolerancia es el de cómo tratar a los intolerantes. Walzer tiene claro que “prohibir la participación en elecciones democráticas a un partido programáticamente antidemocrático no es un caso de intolerancia hacia la diferencia, es simplemente un acto de prudencia”. “Las cuestiones prácticas de la tolerancia –advierte- surgen mucho antes, son previas a ese momento en que está en juego el poder, aparecen desde el instante en que se constituyó por primera vez la comunidad religiosa o el movimiento ideológico”. En esa etapa ¿se deben tolerar sus prácticas y proclamas? Él cree que sí, pero se pregunta cuán amplia debería ser esa tolerancia. En todo caso, “la práctica de la tolerancia es siempre una adquisición precaria”.

Cinco ejemplos históricos…

Remitiéndose a la historia, Walzer distingue cinco regímenes de tolerancia: los grandes imperios multinacionales, la comunidad internacional, las confederaciones, los Estados nacionales y las sociedades de inmigrantes. Del primero podrían ser buen ejemplo el Egipto de los Ptolomeos (y la ciudad de Alejandría, concretamente) o Roma. Los siglos de paz que vivieron muestran las mejores posibilidades del régimen imperial. La comunidad internacional, que tolera a todos los grupos que alcanzan la categoría de Estado y todas las prácticas que estos permiten, presenta la debilidad de estar obligada a entenderse con tiranos, es decir, de tener que ser tolerante incluso más allá de sus propios principios. Un límite a esa tolerancia son las sanciones económicas, tan de actualidad. Las confederaciones, herederas del imperio multinacional y en las que, normalmente, las comunidades ya han convivido antes, carecen de un poder que trascienda a los diversos grupos, por lo que son estos los que tienen que tolerarse entre sí. Líbano es un ejemplo claro de las dificultades y el colapso del entendimiento en este marco confederal.

Los Estados nacionales le parecen a Walzer el régimen de tolerancia más adecuado en la práctica: un determinado grupo, dominante en todo el país, conforma la vida pública y tolera a las minorías nacionales o religiosas. En ellos, la tolerancia se centra en los individuos, considerados primero como ciudadanos y luego como miembros de la minoría correspondiente. Eso lleva a que se controlen las prácticas del grupo sobre sus miembros-ciudadanos en mayor grado que en los imperios, y que no sean aceptadas prácticas de dominación o discriminación dentro del grupo. Se produce así el efecto de que la menor tolerancia del Estado nacional con los grupos obliga a estos a ser más tolerantes con los individuos.

El quinto caso histórico del que se ocupa el autor son las sociedades de inmigrantes. En ellas, los componentes de los diversos grupos han dejado atrás su base territorial, no son colonos que transplanten su cultura de origen a un nuevo lugar. Se reúnen en grupos similares, pero siempre mezclados con otros, por lo que no es posible ningún tipo de autonomía territorial. Los grupos étnicos y religiosos, si se asocian, es de modo totalmente voluntario y tienen mayor riesgo en la indiferencia de sus miembros que en la intolerancia de los ajenos al grupo. Por ejemplo, en Estados Unidos, sociedad de inmigrantes por antonomasia, lo italiano es una identidad cultural sin pretensiones políticas; esa es la única forma en que se tolera la italianidad.

…Y tres casos complicados

A esos cinco ejemplos históricos, añade Walzer tres casos que él mismo califica de complicados: Francia, Israel y Canadá. Francia presenta la peculiaridad de ser, a la vez, un Estado nacional clásico y la sociedad inmigrante más destacada de Europa, solo que su extraordinario poder asimilativo ha oscurecido la amplitud de su inmigración, de tal modo que tendemos a ver a Francia como una sociedad homogénea. Su sólida base de Estado nacional republicano de  construcción revolucionaria se ve puesta a prueba con la llegada de inmigrantes con culturas propias que quieren conservar y reproducir, y que tienen recelos hacia las escuelas del Estado encargadas de afrancesar a los estudiantes.

Israel muestra una peculiaridad parecida: ser un Estado nacional establecido por un movimiento nacionalista típico del XIX, que incorpora una importante minoría nacional (los árabes palestinos), y ser una sociedad de inmigrantes procedentes de toda la diáspora, con historias y culturas muy diferentes desde un punto de vista étnico y religioso.

Canadá, por su parte, es una sociedad de inmigrantes con varias minorías nacionales que también son naciones conquistadas. En estos casos, de grupos realmente diferentes, con diferentes historias y culturas, la tolerancia exige algún tipo de diferenciación legal y política, lo que se ha llamado federalismo asimétrico. El caso de los pueblos indígenas es más complicado porque no está claro que puedan mantener su forma de vida, incluso en condiciones de autonomía, dentro de los límites liberales, ya que nunca han constituido una forma liberal de vida, por lo que no hay garantías de su supervivencia. Dado que fueron conquistados y dada su larga subordinación, Walzer sostiene que a estos pueblos debería dárseles un mayor ámbito legal y político para organizarse e impulsar su antigua cultura.

Por su parte, la Comunidad Europea es un ejemplo de unión de Estados nacionales que no es imperio ni confederación, sino algo distinto y nuevo. Walzer deja abierta la pregunta de qué forma puede adoptar la tolerancia en esta unión. Lo que resulte es incierto, pero cuanta más gente se mueva dentro de su territorio, más se parecerá la CE a una sociedad de inmigrantes, con la probabilidad de que esta forma nueva y distinta lleve a todos sus Estados miembros las ventajas y las tensiones del multiculturalismo.

Poder, clase, género

El siguiente bloque de este libro bien estructurado (en su mayor parte está basado en conferencias dadas por el autor) se ocupa de algunas cuestiones prácticas; el poder, la clase, el género, la religión… Si tolerar a alguien es un acto de poder y ser tolerado es una aceptación de la debilidad, el objetivo, en primera instancia, debería ser ir más allá de eso. Sin embargo -sostiene el autor- a veces la tolerancia funciona mejor cuando las relaciones de superioridad e inferioridad están claras y se reconocen mutuamente. Así, los griegos y los turcos convivían pacíficamente bajo el poder otomano, precisamente por su situación de mutuo sometimiento, más que por el mutuo respeto. Y, en sentido contrario, en la comunidad internacional, una de las principales causas de la guerra es la ambigüedad de las relaciones de poder, como puedan mostrar actualmente (esto no lo dice Walzer) las complicadas relaciones entre China y Estados Unidos.

A veces, la tolerancia funciona mejor cuando las relaciones de superioridad e inferioridad están claras y se reconocen mutuamente

La intolerancia –añade- es más virulenta cuando a las diferencias étnicas y culturales se unen las diferencias de clase. Romper ese vínculo de clase y grupo es justamente el propósito de la discriminación positiva en casos como la admisión de estudiantes en las universidades o la asignación de recursos públicos. Pero esas políticas, beneficiosas a largo plazo, advierte, refuerzan también la intolerancia a corto plazo al provocar injusticias con individuos del grupo subordinado más cercano. Por lo que una tolerancia más amplia en sociedades pluralistas probablemente exija un igualitarismo más amplio.

Aunque parezca otra cosa, los problemas alrededor del género no son asuntos nuevos. Poligamia, concubinato, prostitución ritual, separación de las mujeres, homosexualidad, son asuntos discutidos desde hace milenios. En estos asuntos, las culturas y religiones se han distinguido por tener prácticas distintas y por criticar las ajenas. Viniendo a lo concreto y al presente, sostiene que el Estado francés debe protección a las mujeres musulmanas, que son ciudadanas y serán madres de ciudadanos, y que puede ser que no continúen dentro de la comunidad inmigrante (“esa es la ventaja de vivir en Francia”). El derecho de las personas a estar protegidas contra imposiciones de su comunidad (como el uso del velo) tendrá preferencia sobre la cultura de la comunidad.

En todo caso, a Walzer –que, como queda dicho, ha escrito un libro muy atento a la complejidad de la casuística y muy matizado- no se le escapa que estamos ante materias muy sensibles. La subordinación de las mujeres –explica, en lo que podría parecer un ejercicio de defensa del diablo- no es cuestión de machismo o patriarcalismo, sino que es en el ámbito privado en que dominan las mujeres donde mejor se transmite la cultura de la comunidad; son las mujeres los agentes más seguros de esa transmisión a través de canciones, rezos, la ropa que hacen, la comida que elaboran, los ritos y costumbres que enseñan. Con las mujeres incorporadas a la esfera pública, eso se pierde. Como la tolerancia también puede comportar el derecho a la reproducción de la comunidad, el problema está servido. Con todo, en caso de conflicto con los derechos de los ciudadanos individuales, a largo plazo deberán prevalecer estos últimos. “Los tradicionalistas tendrán que aprender a ser tolerantes con los suyos”, sostiene.

Religión

Alrededor de la religión se suscitan dos asuntos importantes: la persistencia en los márgenes de los modernos Estados nacionales y sociedades de inmigrantes de grupos religiosos que reclaman su reconocimiento como grupo antes que el de sus individuos, y las demandas que se extienden a una variedad de prácticas sociales (por parte de grupos como los amish o los judíos hasidim). Es, obviamente, un caso parecido al anterior: el objeto de la tolerancia es la comunidad –amish, por ejemplo- y su poder de coacción sobre sus hijos. Defender la tolerancia en ese caso es permitir que los niños amish reciban menor educación en derechos ciudadanos que el resto de niños estadounidenses, lo que se justifica por la marginalidad de esa comunidad y su compromiso de no buscar influencia fuera de ellos. Es, de nuevo, la colisión entre derechos individuales y derechos del grupo; y de nuevo, un asunto complejo. Pues si bien, pongamos por caso, la objeción de conciencia es hoy un derecho individual, la razón de los gobernantes para reconocerla es habitualmente la pertenencia a sectas. Es decir, algunas exigencias, como negarse a formar parte de un jurado o a pagar impuestos, o el uso ritual de drogas, tienen legitimidad precisamente por ser prácticas religiosas o rasgos de una forma de vida colectiva. No tendrían ninguna legitimidad si se propusieran sobre una base estrictamente individual.

Y como “prácticamente todas las religiones toleradas intentan restringir la libertad individual, que es, al menos para los liberales, el fundamento mismo de la idea de tolerancia… cuando les exigimos que supriman ese objetivo o los medios necesarios para lograrlo, les estamos exigiendo una transformación cuyo producto final no podemos describir”.

Educación

La educación es otro campo abonado de conflicto, por la colisión entre el sistema de enseñanza (que debe transmitir los valores constitucionales e históricos que conforman la vida pública) y la socialización de niños dentro de sus propias comunidades culturales. Los maestros estatales deberán tolerar la instrucción religiosa que niños y jóvenes reciben fuera de la escuela, del mismo modo que los profesores de religión deberán tolerar la instrucción organizada por el Estado en temas de derechos civiles, historia política o ciencias naturales.

Lo que se enseña en las escuelas estatales puede verse como la revelación secular de una religión civil, una religión que no puede separarse del Estado, que es el mismo credo del Estado, crucial para su reproducción y su estabilidad a largo plazo. ¿Cómo puede haber, pues, más de una religión civil para cada Estado? Estas solo se pueden tolerar en la comunidad internacional, y aun ahí contribuyen con frecuencia a la intolerancia. Es probable que la tolerancia funcione mejor cuando esas religiones civiles se parezcan lo menos posible a una religión (el ateísmo militante hizo más intolerantes a los regímenes comunistas). “La mayoría de las religiones civiles se compromete sabiamente con una religiosidad muy flexible, vaga y poco elaborada; esa flexibilidad es lo que critican los grupos religiosos ortodoxos, que temen que sus hijos se harán tolerantes ante el error religioso. Es de esperar que esos temores estén justificados”, dice Walzer.

“El objetivo de la separación de Iglesia y Estado en los regímenes modernos es negar poder político a todas las autoridades religiosas, bajo el supuesto realista de que, al menos potencialmente, son intolerantes”. También hay posibilidad de fanatismo en los activistas étnicos, por lo que la etnicidad debe separarse del Estado. “El mejor de los programas educativos podría tener como base nada más que una buena descripción gráfica de las guerras religiosas o étnicas”, dice el autor, que sostiene también que llamamos tolerancia al agotamiento que sucede a las guerras.

“En una sociedad democrática es mejor la acción en común que aislarse y retirarse… Es preciso mantener e intensificar los lazos asociativos”

Walzer cierra su libro con un capítulo dedicado al multiculturalismo estadounidense en el que se experimenta la diferencia de una forma cotidiana, y con un elogio de la participación en la vida comunitaria: “en una sociedad democrática es mejor la acción en común que aislarse y retirarse; el tumulto es mejor que la pasividad y los propósitos compartidos (aunque no los aprobemos) son mejores que la apatía”. “Los individuos son más fuertes, tienen más confianza en sí mismos y son más capaces cuando participan en la vida comunitaria, cuando son responsales ante y de otros individuos… Solamente en el contexto de la actividad asociativa pueden aprender los individuos a deliberar, debatir, tomar decisiones y adquirir responsabilidades… Es preciso mantener e intensificar los lazos asociativos”. A este respecto, tan importantes son los sindicatos como las familias, sea en sus versiones tradicionales o en otras no tradicionales.

Walzer concluye con una advertencia: “Ningún régimen de tolerancia funcionará durante mucho tiempo en una sociedad de inmigrantes, pluralista.. sin cierta combinación de las dos cosas siguientes: una defensa de las diferencias de grupo y un ataque a las diferencias de clase”.

Periodista cultural.