Resulta difícil encontrar una tipología arquitectónica en la que los habitantes tengan mayor relación con el edificio que en el caso de los monasterios ligados a la clausura. Los citados conjuntos marcan los límites físicos de la vida de sus habitantes, siendo en el interior de estos donde se desarrolla el ciclo vital de sus vidas. El rostro de sus moradores para con el exterior está estrechamente ligado a la imagen que el edificio transmite hacia la ciudad, dotando la propia arquitectura de la intimidad y protección que esta opción de vida puede requerir.
La arquitectura monacal, especialmente la relacionada con la clausura, nos suele transmitir una arquitectura callada y sosegada, en la que en la mayoría de los casos los elementos de mayor despliegue arquitectónico desde el punto de vista decorativo o artístico, se encuentran en las zonas semipúblicas de los conventos, esto es en las capillas o iglesias, y zonas de acceso o encuentro de la comunidad religiosa para con el exterior. En el resto de espacios la austeridad parece apremiar la vida de los habitantes de los monasterios, no sin existir notables excepciones que ponen en crisis esta hipótesis.
En el caso del Convento de Santa Cruz de Córdoba, en su claustro principal esto es en centro de la vida activa de las monjas y por tanto ajeno a lo público, la decoración arquitectónica se pone de manifiesto con los capiteles que gobiernan el patio.
La hermeticidad de la clausura ha permitido que hayan llegado a nuestros días en perfecto estado
Pese a la calidad de alguno de estos, la hermeticidad de la clausura ha permitido aún con las dificultades que han sufrido este tipo de edificios a lo largo de la historia, que hayan llegado a nuestros días en perfecto estado. Siendo la mayoría de estos de acarreo, encontrando ejemplos romanos, visigodos, musulmanes e incluso medievales. Estos son fiel reflejo de la evolución histórica y arquitectónica de la ciudad, dotando al inmueble de una importante labor pedagógica, pudiendo afirmar que desde su creación en 1464 hasta la actualidad, el edificio se ha transformado y evolucionado de forma paralela a la urbe. Gracias a sus materiales de acarreo es testigo de anteriores civilizaciones, y debido a su arquitectura un fiel reflejo de los distintos periodos artísticos existentes desde el siglo XV hasta nuestros días, dotándolo de un importante valor.
La distinta procedencia de los capiteles conlleva la disposición de cimacios de diversas dimensiones con el fin de nivelar los múltiples arranques de los arcos de medio punto. Todos los alzados son de cuatro vanos exceptuando el sur, de cinco; en el caso de la galería oeste los tres pilares centrales se encuentran embutidos al estar reforzados con contrafuertes ejecutados tras el terremoto de Lisboa, sin embargo, los capiteles han quedado enmarcados pudiendo contemplarse en la actualidad. Este hecho otorga cierta sensibilidad a dicha actuación, habiendo sido valorada la calidad estilística de estos elementos en un entorno arquitectónico que suelen crecer y evolucionar de forma heterodoxa.
La mayor joya que alberga el convento de Santa Cruz y que la barrera de la clausura ha permitido que llegue a nuestros días es el palacete barroco
Como hemos dicho encontramos capiteles de distintas épocas y estilos, siendo los romanos más numerosos. Entre ellos encontramos corintios, compuestos y corintizantes de distintas calidades y dimensiones. En muchos vemos cierta seriación de algunos elementos, no obstante otros casos como los corintizantes, manifiestan la existencia de talleres locales que dotaban de distintas características a los capiteles creados en cada región.
En el caso de los capiteles musulmanes, contemplando los bellos de nido de avispa o avispero podemos comprender la privilegiada situación de Córdoba como capital del califato que dispone de los mejores talleres de este periodo para abastecer al califa. En estos se pone de manifiesto la evolucionada técnica de trepanado alcanzada, conllevando el uso del trépano la pérdida paulatina de la personalidad clásica de los capiteles, debido a la búsqueda de una armonía y adaptación a los criterios y gustos decorativos musulmanes.
Exceptuando los majestuosos ejemplos de avispero, algunos capiteles musulmanes tras su aparente sencillez estilística, surgen habiendo sido reutilizados antiguos capiteles romanos o visigodos como base, siendo tremendamente compleja la tarea de identificar donde acaban y empiezan cada una de las trazas que otorgan la imagen actual al capitel.
Pese a lo notorio de estos elementos, la mayor joya que alberga el convento de Santa Cruz y que la barrera de la clausura ha permitido que llegue a nuestros días es el palacete barroco. Es un extraño complejo arquitectónico palaciego dentro de una estructura conventual que fue construido por don Francisco de los Ríos y Cabrera y Cárdenas para que viviese en él su hija doña Mariana de los Ríos y Cabrera y posteriormente sus descendientes o las abadesas, según diseño de Manuel Belarde de 1726.
El plano de las llamadas “zeldas altas y bajas” se conserva en el archivo del convento, habiendo sido redescubierta durante el trascurso de la presente investigación. Desgraciadamente la arquitectura del siglo XVIII en Córdoba capital se encuentra huérfana de un análisis más profundo, hasta la fecha no se tenía noticias de la autoría de este complejo arquitectónico, aún más se desconocía la existencia de este alarife. Algunas figuras arquitectónicas del XVII son conocidas, como Hurtado Izquierdo, los hermanos Sánchez Rueda, Matías José de Figueroa, Francisco Gómez o Juan de Aguilar, pero de otros muchos como es el caso de Manuel Belarde, conocemos únicamente actuaciones esporádicas de grandísimo valor, creándose en torno a figuras como la de este alarife, muchas preguntas que hasta la fecha no tienen contestación, esperando que en un plazo de tiempo no muy breve, podamos dar más luz a estas incógnitas.
El pequeño palacio se desarrolla en el ángulo noreste de la parcela en la que se asienta el conjunto. Una construcción de dos plantas con mirador, que se articula en sentido sur-norte, teniendo como elemento organizador de los distintos espacios un pequeño patio cuadrado, conocido con el nombre de Patio Barroco, siendo una gran obra de marquetería. De planta cuadrada con dos alturas y con una decoración de estucos policromados que imitan los trabajos de taracea de las“portadas-retablo” de mármoles de distintos colores, característicos de la zona meridional de Córdoba, esta decoración de placas e imitaciones de mármoles reflejan el influjo que Córdoba recibía de Sevilla y Granada.
El patio presenta una orden similar en cada una de sus caras, composición tripartita en cada uno de sus dos cuerpos a base de tres arcadas de medio punto, cegadas o no, sobre pilastras acodadas y remate superior de placas superpuestas de molduras mixtilíneas que caen de la imposta de entreplanta o de la cornisa, siendo la fábrica de ladrillo con revestimiento de estuco. Toda esta decoración superpuesta está tratada como mármoles serpenteados de distintos colores, almagra, gris oscuro, verde, azul y ocre.
De todos estos espacios del pequeño palacio el más interesante junto al patio es la escalera principal que conecta las zonas nobles del edificio. Esta se abre en dos arcos de medio de rosca muy moldurada en cuyo encuentro hay el escudo del constructor, muy deteriorado por los repintes, que apoya en una pilastra dórica acodada y cajeada, y en los laterales se hallan unas ménsulas de las que caen placajes mixtilíneos. El desembarco de la escalera se hace también con una arcada de dos arcos de medio punto, idénticos a los bajos, pero sostenidos por un estípite. Este presenta un desdoblamiento de la imposta y del capitel, que llega hasta la exuberancia suma.
Tiene pretil de fábrica revestido de multitud de capas de cal, en la meseta un gran óculo ilumina este espacio, se encuentra recercado por una moldura de la que sale en la parte interior unos roleos que apoyan en ménsulas, y en la zona alta tres recortes de placaje rematados en bolas. El óvalo se decora en colores blanco y negro, siendo este elemento es una conjunción de buen diseño, sobriedad y elegancia. El espacio está cubierto con una bóveda encamonada con pinjante central de gran bulto para sostener una lámpara.