La expresión «libro en español» se acuñó en el seminario de la UIMP de Santander del año 1998, un encuentro patrocinado por la Federación de Gremios de Editores de España y que ha reunido desde hace 17 años a editores de uno y otro lado del Atlántico.
Con esa expresión, el mundo editorial de lengua española manifestaba la esencial unidad idiomática y cultural de los hispanohablantes por encima de las fronteras políticas y económicas y la firme voluntad de constituir un área de libre circulación, sin barreras arancelarias ni ideológicas. Se compartía entonces la convicción de la existencia de una seña de identidad en un mundo progresivamente globalizado—el idioma español—, que sirve para identificar lo hispano frente, por ejemplo, lo anglosajón, y que además constituye una importante fuente de riqueza económica, aparte de cultural. Esto ha conocido la denominación de «el español como recurso exportable (ERE) », caracterizado por tres círculos de actuación específicos: el lingüístico, las tecnologías de la lengua y la difusión. El lenguaje español, pues, deviene hoy un elemento clave en la configuración, desarrollo y prosperidad de la comunidad iberoamericana.
En ese escenario, los libros y la industria editorial se constituyen, junto a otras industrias culturales (musical, audiovisual, etc.), en un soporte clave para la difusión de esa lengua, y a través de ella, de las ideas, los gustos, la manera de pensar y sentir de una comunidad nítidamente diferenciada de otras.
Para el adecuado desarrollo y expansión del español disponemos, sin perjuicio de la importantísima aportación de las industrias editoriales de los diversos países iberoamericanos —que no es el momento de examinar aquí— de una industria editorial competitiva, fuerte y fundamentalmente plural, como es la española, que año tras año va penetrando en otras áreas a través de ferias internacionales, misiones comerciales productos culturales en general y el libro en particular tienen para otros sectores de la economía: el turismo, el transporte, las industrias del ocio. De hecho, se sabe que el libro actúa como un sector portaestandarte y símbolo de una comunidad, como un ariete de las exportaciones.
En este sentido, hoy nos encontramos, por un lado, con una industria editorial competitiva, fuerte (la cuarta del mundo) y con alto grado de capitalización (el 8 5 % de sus recursos son propios). Esta industria editó, en 1999, 57.849 títulos (10, 2% más que en 1998) y 292.120.945 ejemplares, y vende derechos de propiedad intelectual por valor de unos 3.000 millones de pesetas. Este dato refleja otra mostración de creatividad: vendemos más que compramos.
Por otro lado, nos encontramos con una lengua, la española, básicamente unitaria, cada vez más hablada, pero más por el propio crecimiento de la comunidad iberoamericana que por su expansión por otras áreas geográficas y con escasa presencia en Internet.
Por tanto, si tenemos una lengua y una industria editorial madura, parece del todo prioritario una acción estratégica de los poderes públicos de apoyo, un apoyo —a la expansión del español— real y con recursos. Al menos ésta es una aspiración y primer objetivo de la industria editor al, en la configuración de una política de Estado para el libro. El envite es decisivo, ya que a través de la expansión y consolidación del libro en español se debate, en definitiva, la presencia y el papel de España y la comunidad iberoamericana en el mundo.