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Kieran Setiya (Inglaterra, 1976) es profesor de filosofía en el Instituto de Tecnología de Massachusetts, disciplina que estudió en Oxford y en la que se doctoró por la Universidad de Princeton. Autor de varios libros, en español ha publicado En la mitad de la vida (Libros del Asteroide, 2019), que escribió después de una crisis vital como él mismo explica en la obra aquí reseñada: La vida es dura (Paidós, 2022).


Avance

En el último capítulo de su obra «La vida es dura» Kieran Setiya recupera algunos de los temas que ha tratado a lo largo de este libro, dedicado a examinar de forma desprejuiciada las adversidades de la vida. Ahí enumera algunos conceptos que se deberían dejar atrás para acertar con mayor precisión en la búsqueda del buen vivir. Así, según este autor, profesor de filosofía en el MIT, no estaría mal empezar a desechar: «El concepto de la mejor vida como una directriz o una meta, de ser feliz como el bien humano, del interés propio divorciado del bien de los demás».

Otras ideas importante que añade son que «la discapacidad no tiene por qué empeorar la vida y el dolor no tiene por qué dejarnos sin palabras. El amor no tiene por qué merecerse, el duelo no es un error y la mitigación del duelo no supone ninguna traición». La vida nunca es una narración «que va in crescendo hasta alcanzar el clímax, no consiste exclusivamente en hacer cosas. La responsabilidad por la justicia no tiene por qué basarse en la culpa, y aunque no podamos saber si hemos hecho lo suficiente, esa no es razón para no hacer nada. La vida humana no es inevitablemente absurda; hay lugar para la esperanza».


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Amigos, la vida es dura y tenemos que decirlo. Es más dura para unos que para otros», eso también hay que decirlo y Kieran Setiya, profesor de filosofía en el MIT, lo hace al comienzo de su ensayo titulado así justamente: La vida es dura. Es un  buen título para un libro que se declara de autoayuda entendida al modo de la filosofía moral, es decir con un propósito práctico: «Se asumía que la reflexión filosófica sobre cómo vivir debería mejorar nuestra vida. Yo estoy completamente de acuerdo con ello». Veamos cómo.

 

Kieran Setiya: «La vida es dura». Paidós, 2022.

El libro se estructura en siete capítulos, siete adversidades que el autor surfea a base de reflexiones mezcladas con ejemplos personales y referencias académicas. A menudo son polémicas, algunas veces discutibles, casi nunca mainstream… Eso lo hace interesante.

Cuando trata la discapacidad, por ejemplo, hace hincapié en que esta no tiene por qué mermar la posibilidad de vivir una buena vida y le echa la culpa a Aristóteles de que esto resulte extraño

En las cartas de la buena vida, el estagirita apostó todo a una «organizada en torno a una sola actividad, que resulta ser la contemplación». Este «único camino hacia el florecimiento» es dañino. Y además no es verdad. Setiya piensa en ejemplos de vidas que considera buenas y son tan plurales como las que pudieron vivir Marie Curie, Martin Luther King, Iris Murdoch… E invita al lector a hacer su propia lista. «No hay una sola actividad digna de amor […] sino un vasto repertorio de cosas que merece la pena hacer». Y concluye: «La mayor parte de las discapacidades dejan disponibles suficientes cosas valiosas para vidas que no son peores que la mayoría».

Esta reflexión se inserta en el capítulo dedicado a enfermedad, que es el primero. Le sigue la soledad, en el que lo más valioso es su particular punto de vista sobre la amistad. Incluye de nuevo recadito a Aristóteles que defendía que «amar a alguien por sí mismo es amarle por su carácter. Sencillamente no es así». Setiya ve en esto una especie de meritocracia: talentos, virtudes, intereses compartidos pueden facilitar la amistad, pero en esta lo que importa es el amigo y no (o no tanto) la relación con este. La prueba es que, cuando dicha relación cambia, quien fuera amigo nunca es uno más; cualquier cosa que hace o dice repercute en nosotros de forma muy distinta a si lo hiciera otra persona.

Para salir de la soledad, Setiya recomienda salir primero de uno mismo: atender, escuchar las necesidades de otros: «la amistad puede comenzar con el simple acto de prestar atención».

Y si la pérdida es mayor, en el duelo, el camino «consiste en  aceptar que nuestra relación ha de cambiar sin conceder que haya terminado». Del fracaso habla con pasión y declara: «es magnífico», permite los tumbos, las digresiones vitales y apartarse de la lógica del relato de la vida. Lo corrobora con su ejemplo: «De lo que me arrepiento es de tratar mi vida como un proyecto por completar». Hacerlo le llevó a una gran crisis de la que salió su obra En la mitad de la vida. Ser un perdedor, un ganador… ¿No es ciertamente reduccionista cuando se tratan las posibilidades que ofrece la vida? «No permitamos que el atractivo el arco dramático nos distraiga de la digresiva amplitud de estar vivos».

Vuelve a hablar de sí y de su movilización del lado de los estudiantes que resultó en un Plan de Acción Climática para el MIT en el capítulo de la injusticia. No todo el mundo tiene el nivel de exigencia de Simone Weil, pero la tarea es «encontrar agentes colectivos […] que tengan el poder y la voluntad de hacer que sucedan las cosas». Él los encontró en aquella reivindicación estudiantil que pedía a la universidad desinvertir en combustibles fósiles. El tamaño de la injusticia siempre será inasible, pero no hay que dejarse acogotar por las dimensiones: «La respuesta apropiada a la parálisis no es la inacción; es dar el primer paso. Hacer algo».

De la mano de la justicia llega la respuesta a la pregunta por el sentido. Setiya se la plantea en el penúltimo capítulo, que dedica a la absurdidad. Ante esta sensación el autor esboza varias respuestas posibles. ¿Sentido es función, escatología? «El sentido de la vida —la verdad que nos dice cómo sentirnos respecto de todo el cosmos residual— residiría en nuestro progreso titubeante, quizá perpetuo hacia la justicia en este mundo». No es abstracción, el autor se moja cuando escribe: «Que el cambio climático amenaza el sentido de la vida  no es mera retórica; es la pura realidad. La vida humana podría tener sentido […]: podría consistir en avanzar con dificultad, de manera lenta, dolorosa, contingente hacia una justicia que repare las atrocidades del pasado». Y si cabe reparación, cabe acción y si cabe acción la esperanza encuentra su camino, pero, Setiya matiza —siempre matiza— la cuestión no es si tener esperanza sino qué esperar.

«Podemos esperar que la vida tenga sentido: una marcha lenta y vacilante hacia un futuro más justo».