Tiempo de lectura: 9 min.

CARMEN IGLESIAS • Me gustaría que el profesor Parker y el profesor Kamen  nos explicaran si alrededor de Felipe II existía o no un contexto imperialista,  un imperialismo mesiánico que forzaba a tomar ciertas decisiones en una  Europa dividida por la política y la religión.

GEOFFREY PARKER • Creo que en mi ponencia he delineado una posición  quizá un poco extrema sobre el clima de providencialismo que, a mi juicio,  dominaba en la corte de Felipe II y de otros muchos. Pero estoy preparado  para defender mi opinión. Antes del debate, quisiera subrayar que existen numerosas coincidencias entre nuestras biografías: aunque la mía terminara  en 1977 y la tuya en 1997, ambas tienen once capítulos y un epílogo (Kamen se ríe), siguen un ritmo cronológico muy parecido y disfrutan sobre todo de la  documentación del Archivo de Simancas y de la valiosa colección de  Altamira. Y sólo estamos en desacuerdo sobre los temas identificados por  Carmen Iglesias.

Hablemos, pues, del imperialismo mesiánico. Les ofrezco una pequeña  cita. Empiezo por unas palabras de «un poeta fanfarrón», como describió un  contemporáneo a Miguel de Cervantes, por sus Quintillas sobre la muerte de  Felipe II: «Ya que se ha llegado el día grande que tus alabanzas de la humilde  musa mía escuchas», etcétera, «sin duda habré de llamarte nuevo y pacífico  Marte, pues en sosiego venciste lo que más cuando quisiste es mucha la menor parte». No estoy de acuerdo con ese pensamiento. No ha podido conquistar este nuevo y pacífico Marte «cuanto quisiste». ¿Y por qué? Porque tuvo la confianza de que lo que él quiso, también lo quiso Dios. Escucha, Henry: en el año 1559, mientras esperaba impaciente que el viento favorable le trajera de vuelta a España, escribió: «Como no dependa sino de la voluntad de Dios, no hay que hacer sino esperarlo, que El será más servido. Yo espero en El, pues me ha sacado de otros barrancos mayores, me sacará también de éste, y me dará forma para que yo entretenga mis Estados y no se me pierdan por no tener forma para entretenerlos». La convicción del rey de que sus intereses coincidían con los de Dios fue en aumento tras su regreso a la’ Península. Eso me parece mesianismo, imperialismo mesiánico. ¿Qué piensas tú, Henry?

No hay mesías en esta historia: la actitud religiosa de Felipe II es igual a la de otros reyes de la época

HENRY KAMEN • Es una pena que un historiador tan bueno como Parker se equivoque tan enormemente (risas), porque realmente no entiendo su concepto de mesianismo. Parker se basa en la actitud muy religiosa del rey, poniendo su confianza totalmente en las decisiones de Dios. Eso me parece más bien una expresión de su profunda religiosidad y, a mi modo de ver, no me parece tan diferente de la religiosidad de otros reyes de la misma época o de después, como por ejemplo el famoso rey de Suecia Gustavo Adolfo, que también tenía una fe absoluta en la actuación de Dios en el mundo en general y en su propia política militar. Cuestiono la palabra mesiánica porque sólo con escucharla me pregunto: ¿quiénes son mesías? Y no hay mesías en esta historia: la actitud religiosa de Felipe II es igual a la de otros reyes de la época. Y no encuentro una expresión de la combinación por un lado de la beligerancia del rey y, por otro, de su religiosidad. No he visto nunca ambas cosas combinadas en sus expresiones, al menos en sus escritos. Y si no hay declaraciones de mesianismo agresivo, no hay intención. Hablar de mesianismo me despista más que me aclara. Yo creo que Parker se equivoca al menos aplicando esta palabra. Del imperialismo, en general, podemos hablar.

C I • Como va a surgir en el debate el problema del providencialismo, la tentación teocrática y las guerras, quizá podamos introducir ahora algo más suave, menos problemático: la relación personal de Felipe II con su familia, con sus mujeres. Aunque a veces se ha dicho que hablar de eso es dulcificar demasiado su figura, no hay que olvidar que se le acusó de incesto y del asesinato de su propia mujer. ¿Quiere empezar, profesor Kamen?

H K • Muchas gracias, Carmen. Pero, ¿nos dejas hablar un segundo más sobre imperialismo? Porque sé que, además, Parker tiene todo un libro sobre el tema. Dos cosas: encuentro esta cuestión difícil de argumentar, porque de hecho estoy totalmente de acuerdo con los detalles del cuadro que Parker presenta en su libro, que, créanme, es excelente. Pero estoy en total desacuerdo con el marco que lo encuadra. Tiene los ingredientes pero, como un mal cocinero… (risas). Es un buen historiador, evidentemente, pero hay un pequeño hecho que me parece muy importante: el imperio español era el más grande conocido hasta entonces, pero no estaba basado en la conquista. En ningún momento sus dirigentes utilizaron un ejército para conquistar otros territorios. No tenemos en toda América, durante todos los siglos, un solo soldado español conquistando América. Es el único imperio que no se extiende ni un milímetro durante el reinado de Felipe II. En este sentido, rechazo el contexto de Parker. Veo más a Felipe II como víctima que como agresor. Hitler también quería presentarse como víctima, pero su caso es diferente.

G P • Imperialismo y mesianismo son dos conceptos diferentes, y creo que nunca vamos a coincidir sobre lo del imperialismo. Pero sí me parece más interesante lo del mesianismo, esa confianza en Dios. Y tiene importancia, aun si no admitimos un imperialismo, porque influía en las alternativas políticas que podía considerar el rey. Por ejemplo, Felipe II nunca pensó seriamente en estrategias de reserva, rechazó casi todas las alternativas a una guerra convencional para poner fin a la rebelión holandesa entre 1572 y 1576; en 1588 se negó a considerar, hasta mucho después de que hubiera ocurrido, lo que los duques de Medina Sidonia y Parma deberían de hacer, en caso de que no se consiguiera unir sus fuerzas, como estaba planeado.

Es fácil criticar estos fallos, pero la cultura estratégica española exigía esa clase de optimismo, puesto que debía suponerse que Dios luchaba del lado de España y, por tanto, podría interpretarse como una manera de tentar a Dios, o como una señal de falta de fe, cualquier intento de planificación de un posible fracaso. Felipe II nunca se enteró de la ley de Murphy; no obstante, según observó el matemático John Neumann, no se debe pensar en el fracaso como una aberración, sino como una parte esencial e independiente de la lógica de los sistemas complejos. Cuanto mayor sea la complejidad del sistema, más probable es que una de sus partes funcione mal. El imperialismo, mesiánico o no mesiánico, en cambio, no dejaba lugar al fracaso; no reconocía que los asuntos humanos tienen tendencia a caer en el desorden, y que sus desviaciones aleatorias del modelo previsto requieren corrección constante, especialmente en la guerra, donde todas las estrategias son llevadas a cabo por individuos, entre los que el menos importante puede hacer, por casualidad, que las cosas se retrasen o marchen mal de alguna manera. Felipe II no tuvo esto en cuenta.

H K • Vale. ¿Vamos ahora hacia las mujeres? No sé si Parker ha cambiado su opinión, pero yo sí discrepo mucho de la opinión que presentó en su biografía sobre Felipe II. Si puedo citarle, dice: «El rey no estaba en absoluto interesado en las mujeres», y luego lo describe como frío, y presenta relaciones bastante distanciadas entre el rey y otros miembros de su familia. Cuando la princesa Juana volvió de Portugal para vivir en la Corte, dice Parker que no volvió a haber ningún contacto entre ellos. Cito: «Aun cuando vivían bajo el mismo techo, Felipe, su esposa y su hermana normalmente comían solos, paseaban solos en los jardines, iban a cazar solos». Pero si leemos una relación de la Corte de Madrid, vemos un ritmo muy regular de visitas entre los miembros de la familia real. A mí me sugiere una relación bastante normal y familiar, y Felipe tiene su parte de culpa. También quiero resaltar su masculinidad, porque en las biografías antiguas sale como un monstruo que no tiene ni siquiera eso. Pero, por ejemplo, durante su visita a Flandes, el año 1548, el embajador francés comentó el interés del entonces príncipe en la bella y joven duquesa de Lorena; y en mayo de 1550, cuando la comitiva real salió de Bruselas, la última noche fue momento de despedidas y separaciones de amantes y de amigos; hubo fiesta y Felipe no se acostó en toda la noche… Y el día 31 la comitiva fue a Lovaina y, tan pronto como llegaron, Felipe decidió que tenía que volver a caballo a Bruselas. Así lo hizo y pasó la noche allí. No sé, comentó su mayordomo discretamente, si fue a cielo abierto o bajo techo. En todo caso, volvió a Lovaina muy fatigado porque, evidentemente, había pasado toda la noche examinando las flores de Bruselas… (risas). Y tenemos una larga lista de amantes. No sé qué opina Parker sobre lo que yo veo como una actuación normal, física, familiar, sentimental del rey, dentro de este contexto que, para mí, presenta un personaje distinto del que tenemos en los antiguos estudios.

G P • Sí, estoy de acuerdo. Henry incluso ha encontrado fuentes absolutamente nuevas sobre las relaciones entre el rey y sus hermanos. Para mí, uno de los aspectos más interesantes de tu biografía son las relaciones entre el rey y Ana de Austria, donde utilizaste una fuente que se me escapó: las cartas cruzadas entre el rey y el marqués de Ladrada.

C I • Vamos a entrar en el tema de la posible crueldad o intolerancia de Felipe II, y vamos a centrarlo en algunos casos concretos. Ya que estamos en la Fundación Marañón, conmemorando la magnífica reedición de Antonio Pérez, centrémonos en el caso de Escobedo. ¿Ordenó el rey su muerte?, tenemos documentos que pueden hacer posible esa sospecha, ¿o es fruto de la leyenda negra?

La culpabilidad de Antonio Pérez, y la implicación de Felipe II, sigue siendo un misterio

G P • Buenas preguntas. Estamos aquí, en la calle Santa Isabel, enfrente de la casita de Antonio Pérez, el edificio 42. Supongo que todos ustedes han visto una magnífica película sobre Antonio Pérez dirigida por don Salvador Pons, aquí presente, y que recuerda en una escena que cuatro asesinos mataron a Juan Escobedo, secretario privado de Juan de Austria y también secretario titular de Felipe II. «El crimen español, a la corte», escribía un ministro a su colega, pocos días después, «me había puesto miedo ver que había en el mundo quien se atreviese a los secretarios del rey. Estoy atónito de ver que sea posible haber sucedido en la corte del Rey de España». En tu biografía, escribes: «No es posible probar la inocencia de Felipe II, pero el argumento más persuasivo en contra de su implicación en el homicidio de Escobedo es que no era su estilo y que no ganaba nada con ello», y sigues diciendo: «La mayoría de las pruebas eran puramente circunstanciales. Todos los documentos que implican a Felipe II provenían sólo de Antonio Pérez». Estamos de acuerdo sobre eso, sobre la escasez de nuevos documentos. Yo, al menos, conozco sólo tres que escaparon al erudito don Gregorio Marañón. Uno de ellos lo vi por primera vez hace sólo tres días. Es una carta que demuestra que, cuando cayó en desgracia, Antonio Pérez valía 20.090 ducados si era prendido vivo y 8.000 si era prendido muerto. La culpabilidad de Antonio Pérez, y la implicación de Felipe II, sigue siendo un misterio. La complicidad del rey aún parece ambigua. Por eso termino con una anécdota un poco frívola pero con cierta relevancia: las historias de Sherlock Holmes son tan bien conocidas en España como en Gran Bretaña. En una de las más famosas, un caballo de carreras desaparece y a Holmes le parece un acontecimiento capital que no haya ladrado el perro que estaba en la caballeriza. El ladrón conocía al perro, y el perro al ladrón. La historia de Escobedo es parecida: Felipe II nunca ordenó un proceso para establecer quién lo mató. El perro, en este caso los alcaldes, no ladraron. Eso implica claramente a Felipe II.

H K • Como tenemos poco tiempo, yo querría referirme a los planes para asesinar a la reina de Inglaterra, que no implican a María Estuardo. En mi libro, disculpo a Felipe II de estos planes. Y me parece que Parker demuestra que los aprobó. Sin embargo, en el documento que tengo aquí, el rey dice que «aunque se demostrase voluntad a ello (de asesinarla), era necesidad no comentarlo ». También en este caso se puede disculpar al rey.

C I • Quizá podemos tratar ahora la conexión entre religión y política. ¿Era Felipe II intolerante, fanático?

H K • Leamos está muy famosa cita de Felipe II al Papa: «Podré certificar a Su Santidad que antes de sufrir la menor quiebra al mundo en pro de la religión y al servicio de Dios, perderé todos mis Estados y cien vidas que tuviese, porque no pienso ser señor de herejes». Lo malo de la historia es que la cita no es cierta, porque ya era señor de herejes; pocos países europeos tenían tantos herejes como los Países Bajos, y por eso el Papa duda de la religiosidad del rey. También, al mismo tiempo, era rey de judíos, los tenía por todas partes en sus territorios. Y era rey de moros, porque casi todos los moriscos musulmanes de España eran moros. Ningún otro gobernante de la Europa occidental gobernaba con tanta tolerancia como Felipe II. Parker niega en su estudio que el rey hubiera aceptado la propuesta de tolerancia de los herejes de los Países Bajos en el año 1590, y tengo un documento que refleja las discusiones que mantuvieron los ministros de los Países Bajos con el rey de España, en el que los ministros dicen que se puede tolerar la herejía. Al rey no le gusta esto, pero dice que es Su Santidad quien debe deliberar lo que se haga. Felipe II admite a regañadientes la posibilidad de tolerar la herejía.

G P • Bueno, estoy de acuerdo con la corrección que hiciste; ese documento me servirá para hacer una rectificación. Pero el rey no ha querido ser rey de herejes, sus problemas procedían de que no era posible imponer sus políticas de antemano. Por ejemplo, en 1566, ante la furia iconoclasta, no había otra alternativa: los súbditos de Felipe II en los Países Bajos se cansan de él.

C I • Nos queda poco tiempo, y este último tema exigiría mucho más. Por lo tanto, les doy estrictamente dos minutos a cada uno para hablar del problema de la responsabilidad histórica. El profesor Kamen, al final de su biografía, dice que en ningún momento tuvo Felipe II un control directo sobre los acontecimientos y sus dominios, ni siquiera de su propio destino; mientras que el profesor Parker, según lo que mantiene en su nuevo libro, no parece estar de acuerdo con esa afirmación.

G P • Creo que sería justo dar a Henry una oportunidad, porque le han criticado muchísimo sobre esa frase. No sé si estás de acuerdo con lo que escribiste.

H K • Sí, aunque me parece difícil preguntar qué porcentaje de responsabilidad tenía el rey: ¿el veinte por ciento, el noventa por ciento? Me temo que no llegaremos a un acuerdo. No tengo una opinión demasiado rígida, pero aun así me parece que discrepamos bastante.