Tiempo de lectura: 5 min.

Luis Moreno Fernández (Madrid, 1950) es profesor de investigación del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC). Trabaja en su Instituto de Políticas y Bienes Públicos. Doctor en Ciencias Sociales por la Universidad de Edimburgo y Honorary Fellow de esa misma institución, ha sido profesor e investigador invitado en diversas universidades europeas y norteamericanas. Es coautor de una treintena libros y de más de trescientas publicaciones científicas. Ayer presentó una ponencia (Desigualdad y Estado de bienestar) en el seminario de Nueva Revista sobre «Justicia social», que dirige el profesor Antonio Argandoña. Antes, Moreno Fernández mantuvo esta conversación con Nueva Revista.

—¿Qué autores han contribuido más a hacer de usted lo que es?
—Vivimos a espaldas de los gigantes. En el campo de la política social hay muchos muy reconocidos. Quizás si tuviese que elegir ahora a alguien, mencionaría a un colega danés que enseña en estos momentos en Barcelona, Gøsta Esping-Andersen. Fue un gran agitador en la conceptualización de los regímenes del bienestar, de lo que es el Estado de bienestar en Europa.

—¿En qué trabaja usted actualmente? 
—Mis dos grandes áreas de investigación son, por una parte, la política social, el Estado de bienestar, el modelo social europeo; por otra la política territorial, la dimensión territorial del poder: todo lo que tiene que ver con los encajes territoriales en los Estados modernos. Los procesos de unificación, como es el caso europeo, me interesan muchísimo; la europeización. En el caso nuestro, en España, hace algunos años escribí un artículo que sigue siendo muy citado, sobre la federación de España, sobre las «avenidas» para tratar de combinar unidad y diversidad. A pesar de que hoy en día quizá la situación no deja mucho para el optimismo, sigo siendo federalista convencido al respecto, normativamente. A todo lo que tiene que ver con esa dimensión territorial, los científicos sociales a veces lo hemos marginado. Nos hemos enfocado más en los conflictos de clase, en las agrupaciones sociales, en las élites, etc. En cambio, los aspectos más territoriales de identidad, que últimamente sí han ganado mucho interés, han estado normalmente un poco desplazados del interés de los científicos sociales.

—Sostienen algunos economistas que el Estado social solo funciona gracias a su monopolio del dinero, que sufraga el endeudamiento mediante el aumento de la masa monetaria y las bajadas de los tipos de interés, lo que equivale a expropiar a los ahorradores. ¿Está usted de acuerdo con este diagnóstico?
—No podría estar más en desacuerdo. Sí, al Estado de bienestar se le acusa de hacer cautiva mucha masa monetaria, pero en realidad los países que han conseguido modelos más perfectos en este sentido del Estado de bienestar son los que económicamente más han crecido y los más competitivos. Un país como Suecia, con una población similar a Andalucía, es un país altamente competitivo. Por no mencionar Noruega, que está al lado, con su petróleo del mar del Norte, y abundante liquidez. Suecia y otros países son altamente competitivos por sus industrias de transformación, de gran valor añadido a los productos. Y son países que destinan, han llegado a destinar –yo creo que exageradamente en algunos casos–, hasta un 52% en el tipo marginal de la renta. El Estado de bienestar, si funciona, hace que la productividad de las personas sea mejor.

—¿Debe el Estado proporcionar enseñanza gratuita, cobertura sanitaria, subsidios de desempleo y por enfermedad y pensiones de jubilación a todos? ¿Son derechos fundamentales de una sociedad humana?
—Absolutamente. Esa es la gran conquista del modelo social europeo. El modelo social europeo se basa en eso y es lo que nos distingue. Estamos ahora emparedados entre dos modelos alternativos. Uno es el de la mercantilización anglo-norteamericana, en el que la gente utiliza el dinero, sus rentas, para procurarse el bienestar que quiera, mayor o menor; y luego está el modelo llamado un poco eufemísticamente de “neoesclavismo emergente” (India, China), donde el factor trabajo prácticamente es gratis y por ello son muy competitivos en la venta de los productos. El modelo social europeo es muy legítimo. La gente quiere tener el Estado de bienestar, que es costoso. Tras la segunda guerra mundial nos hemos dado cuenta de que ese modelo social europeo ha hecho que el Viejo continente haya crecido no solo económicamente, sino que haya conseguido cohesión social; otros lo llaman justicia social. Habrá algunos países que sean más generosos que otros. Por ejemplo, en Finlandia las escuelas para niños de 0 a 3 ya son gratis, aquí en España todavía no, aunque algunos partidos lo están proponiendo. Pero en conjunto, axiológicamente, como decían los viejos griegos, lo importante es que existe una comunidad de valores. Los ciudadanos consideran que el Estado de bienestar es legítimo porque es una puesta en común de recursos de todos los ciudadanos.

—¿Se han de suprimir, por razones de igualdad, la educación privada, la sanidad y las pensiones privadas? ¿Es justo que quienes trabajan más y tienen más éxito dispongan de la posibilidad de pagarse una educación y sanidad de más calidad?
—Incluso en el Viejo continente, que es la cuna y el inventor del Estado del bienestar, cada vez hablamos más los estudiosos del Welfare Mix (bienestar mixto), que quiere decir que debemos aprovechar todos aquellos elementos que contribuyen al bienestar social. Lógicamente el aspecto público, institucional, del Estado, es muy importante por su regulación e incluso por su prestación de servicios; pero no todos los servicios los ha de prestar el Estado. De hecho, en algunas circunstancias la gente prefiere que los servicios se los provea quizá un cuidador, que no tiene que ser un funcionario del Estado. Se establecen complicidades, pues, muy importantes para la legitimidad del Estado del bienestar. Todos han de colaborar. Que algunas personas quieran un extra de bienestar, por así decirlo, si se lo pueden permitir, ¿por qué no?

—¿Es la economía un juego de suma cero? Dicho de otra manera: la prosperidad de los ricos, ¿tiene su causa en que se les haya quitado algo a los pobres?
—Algunos datos validarían ese aserto. En EE.UU. los superricos (el 1%) han ido ganado posiciones dentro de lo que es la renta nacional. No tanto es así en el caso de Europa, que tiende a ser más igualitaria y donde los pobres son una preocupación social. En Europa no queremos sociedades en las que los pobres estén por las calles. Todas las naciones europeas con Estados de bienestar disponen de servicios para ayudar a los pobres. En EE.UU. no es así. En sus ciudades se ve por las calles a quienes no tienen realmente nada. 

—¿Es la desigualdad en sí misma injusta? ¿Resulta la desigualdad inevitable en una economía dinámica y en auge?
—Yo volvería a Jefferson, el gran padre de la democracia. Hace poco estuve en Washington. Mi hija vive allí. En el frontispicio del monumento en su honor se lee aquella frase suya: “Todos los hombres nacen iguales”. Yo lo tomaría como el gran reto de la modernidad. Las personas nacen iguales, claramente. Otra cosa es que la vida social las hace desiguales. Ello no debe entenderse como un freno a la capacidad de achievement. Achievement (logro) es una palabra que tiene difícil traducción en castellano, es muy contextual, pero está ya también muy metida en la filosofía europea. Los europeos hablamos mucho de la solidaridad, de la igualdad. Pero hay otro valor que es el del achievement. Queremos siempre lograr cosas. No somos una civilización parada. Es un valor que dicho desde el Estado del bienestar chirría un poco, pero hay que tenerlo en cuenta.

Director de «Nueva Revista», doctor en Periodismo (Universidad de Navarra) y licenciado en Ciencias Físicas (Universidad Complutense de Madrid). Ha sido corresponsal de «ABC» y director de Comunicación del Ministerio de Educación y Cultura.