Tiempo de lectura: 11 min.La brecha entre los que entienden de economía y de dinero y el común de los ciudadanos es enorme. Parte de esa brecha se abre intencionadamente. En Cómo hablar de dinero, John Lanchester ofrece recursos para defendernos ante crisis como la de 2008 y para saber lo que hay detrás de la jerga técnica. John Lanchester: "Cómo hablar de dinero"

John Lanchester: Cómo hablar de dinero. Lo que dice la gente de finanzas… y lo que de verdad quiere decir. Anagrama. Barcelona, 2015.

«En lo tocante a la economía, los gobiernos se parecen al coronel de la marina al que Jack Nicholson da vida en Algunos hombres buenos: ‘¿Quiere la verdad? ¡Usted no sabría qué hacer con la verdad!'» (p. 11), recuerda Lanchester en la Introducción de su ensayo. Parece una experiencia universal: «Los gobiernos suponen que sus súbditos no son fiables a la hora de enfrentarse a los hechos y a la hora de manejar realidades incómodas sobre el modo en que funciona el mundo» (p. 11). Las instituciones con frecuencia optan por el camino equivocado: no aplicar más transparencia y más esfuerzo pedagógico. Lanchester apunta que cuando las corrientes económicas que atraviesan nuestra vida son templadas y benignas, es fácil no pensar en ellas, «del mismo modo que es fácil no pensar en una corriente que desciende suavemente hacia nosotros por un río; y más o menos eso fue lo que todos hicimos, sin ser conscientes, hasta 2008» (p. 11). El autor británico propone salvar la dificultad de la que habla, «tanto a nivel macroeconómico, para así ser capaces de tomar decisiones democráticas contando con la información necesaria, como en el plano microeconómico, es decir, en lo relativo a las decisiones que tomamos» (p. 12). En su opinión, si la brecha existe se debe, en gran parte, a “un motivo casi vergonzosamente simple; léase: el no saber de qué habla la gente de finanzas» (p. 12). Con esta obra, pues, Lanchester ofrece las herramientas para que al oír las noticias de economía o leer las páginas de finanzas se sepa de qué se habla. «Los detalles de las finanzas modernas suelen ser complicados, pero los principios subyacentes no lo son; es mi deseo que, al acabar este libro, el lector se sienta mucho más seguro de la idea que tiene sobre esos principios» (p. 13). El libro consta de estos capítulos:
  • Introducción (del que están sacadas las ideas anteriores).
  • El lenguaje del dinero.
  • Glosario del dinero (términos, instituciones y personajes. El resultado de este capítulo es un heterodoxo y ameno diccionario para entender los secretos de la economía. Logra un equilibrio: ni demasiado técnico ni demasiado simplista).
  • Conclusiones.
  • Notas, otras lecturas, algunas sugerencias para recorrer el glosario, agradecimientos.
Tan importante como el Glosario del dinero resulta el capítulo sobre El lenguaje del dineroque resumimos a continuación.

Es conocido que “a medida que el vocabulario se vuelve más específico, más útil y eficaz, también se vuelve más exclusivo, y el público, menor” (p. 22). De ahí la dificultad para leer y entender artículos científicos. “El lenguaje del dinero también funciona así. Es potente y eficaz, pero también exclusivo y excluyente, cualidades estas íntimamente vinculadas entre sí” (pp. 22-23).

Veamos un ejemplo de lo anterior relacionado con la crisis financiera de 2008:

Un RMBS (residential mortgage-backed security) es un «título respaldado con una hipoteca residencial […], una clase de deuda colocada en un fondo común y formada con las hipotecas que la gente solicita para comprar una vivienda y convertida en algo que los inversores pueden comprar y vender. Estos productos […] se presentan en varios paquetes, con diferentes niveles de seguridad y rendimientos que van variando para el inversor» (p. 21).

Dos ejemplos más muy utilizados en los artículos financieros:

EC2: “Estamos hablando de un gobierno que recompra su propia deuda a los actores del mercado, es decir, a bancos y empresas […]. El truco radica en que el dinero que el gobierno utiliza para recomprar la deuda es dinero electrónico de nueva creación […]. Se parece a teclear 100.000 y tener, como por arte de magia, 100.000 libras esterlinas más en la cuenta. Después, ese dinero se emplea para saldar las cuentas. Eso es la EC, la expansión cuantitativa. En cuanto a la EC2 no es más que el segundo lote de la EC, empleado porque el primero no tuvo un efecto de estímulo suficiente en la economía” (pp. 23-24).

-El M3 es una manera de medir la cantidad de dinero en circulación. La cuestión de cuánto dinero se mueve en la economía es toda una rama de esta disciplina, y objeto de muchas discusiones simplemente el saber a cuánto asciende exactamente esa cantidad, «pero de eso se habla cuando se habla del agregado M3” (p. 24).

El asunto es de verdad complicado, a veces más que en la mecánica cuántica. “El gran físico Richard Feynman, que conocía su objeto de estudio tan bien como cualquier persona que haya vivido jamás, y que lo explicó mejor que nadie, dijo, en El carácter de la ley física: ‘Pienso que puedo decir, sin temor a equivocarme, que nadie entiende la mecánica cuántica’” (p. 35). En el mundo del dinero,  “a menudo no hay manera de desglosar un término y entender más o menos lo que significa” (pp. 36-37), por eso es más complicado que lo que ocurre en física, donde sí se entiende más o menos lo que significa un término. Un caso paradigmático es la voz hedge fund, el fondo de cobertura o fondo de inversión especulativo, también llamado de alto riesgo. “Es muy difícil entender por qué esos bonos malos —al menos así los ve la imaginación pública— tienen que ver con un hedge, un ‘seto’” (p. 38).

“La palabra hedge comenzó su andadura en la economía como término para poner límite a una apuesta, del mismo modo que se coloca un seto para poner límites a un campo” (p. 39). Colocando un cercado alrededor de una apuesta «se pone límite al volumen de posibles pérdidas, igual que uno real delimita la extensión de un campo” (p. 39). La protección se crea «cuando se hace una apuesta y, al mismo tiempo, se hace otra, en el lado opuesto de un resultado posible” (p. 39). 

El vocablo hedge fund apareció por primera vez en 1966, en un artículo de la revista Fortune dedicado al gestor de inversores norteamericano Alfred Winslow Jones, titulado “The Jones Nobody Keeps Up With” (“Nadie está a la altura de este Jones”). Cuando se publicó en 1966, el fondo de Jones acaba de crecer un 325 por ciento en cinco años (p. 41).

Jones «apostaba por cosas cuyo valor iba en aumento —going long, se llama eso— y, al mismo tiempo, por otras que bajaban de valor —going short—.» Se valió de técnicas matemáticas «para intentar asegurarse de que, en esa mezcla de ‘posiciones’ largas y cortas, se tomarían en cuenta todos los movimientos adversos del mercado, y también para garantizar que, pasara lo que pasase, el resultado sería positivo” (p. 42).

Sin embargo, tal como se emplea hoy, hedge fund «significa un fondo común ligeramente regulado de capital privado, casi siempre dedicado a hacer algo exótico, porque, de lo contrario, los inversores podrían acceder a la estrategia de inversión pagando mucho menos en alguna otra parte… La mayoría de estos fondos fracasan; el 90 por ciento de todos los que han existido han cerrado o han quebrado” (p. 43).

¿Alguien tiene que objetar algo a que cada uno haga lo que quiera con su dinero? Respuesta de Lanchester: “A la gente que arriesga su dinero se la recompensa cuando arriesga bien y pierde en caso contrario, y nada de ello le cuesta un céntimo al ciudadano de a pie en concepto de rescate o subvenciones. Pero cuidado, el sentido en que esa gente pierde ‘su propio dinero’ es amplio, porque, desde los días de Alfred Jones, estos fondos han dependido, y mucho, del apalancamiento; en otras palabras, de dinero que se ha perdido prestado a otras personas” (p. 44). Hasta aquí sobre hegde fund. Pero hay muchas más invenciones financieras sorprendentes. “Durante la crisis económica griega de 2011 se dijo que el gobierno griego podía intentar titulizar los ingresos futuros procedes de la venta de entradas para visitar la Acrópolis. En otras palabras, los inversores entregarían un poco de efectivo a cambio de un rendimiento previamente acordado; la fuente subyacente del dinero con que se devolvería ese préstamo serían los turistas dispuestos a rascarse el bolsillo con tal de deambular po ese antiguo monumento mientras se hacen fotos. Otro ejemplo de título exótico es el llamado ‘Bowie Bond’; los derechos futuros de la música de David Bowie se vendieron para recaudar de una sola vez 55 millones de dólares. Lo que Bowie decía en 1997, en la época en que se emitieron los bonos, era: ‘En los próximos diez años ganaré un montón de dinero de mi fondo discográfico, pero preferiría disponer de efectivo ahora y no tener que esperar’” (p. 45). Seguidamente, Lanchester ofrece un epítome de la crisis de 2008. La titulización no tiene nada intrínsecamente maligno, como tampoco la mayoría de los procesos que las finanzas modernas han inventado. «No obstante, como ocurre con muchos de dichos procesos, también puede destinarse a un uso maligno, y eso fue lo que ocurrió, a lo grande, en el periodo que desembocó en la contracción del crédito, cuando ciertas clases de préstamos comenzaron a titulizarse a escala industrial. Sucedió así: una institución deja dinero a una serie de prestatarios. Después, hace un paquete con los préstamos y los convierte en títulos, por ejemplo, un fondo de diez mil hipotecas que devienen una tasa de interés del 6 por ciento. Seguidamente, la misma entidad vende esos títulos a otras instituciones financieras. El banco que concedió el préstamo inicial deja de recibir los ingresos correspondientes a ese préstamo y el dinero pasa a ser de los que compraron los títulos respaldados con hipotecas residenciales (los RMBS). ¿Y por qué es maligno? Porque la institución que concedió el préstamo inicial ya no tiene que preocuparse por si el prestatario podrá o no devolver lo que pidió […]. El riesgo de ese préstamo, en lugar de estar concentrado en el lugar del que procedió, se ha extendido por todo el sistema financiero, pues la gente compra y vende el título.” (p. 46).

Apalancamiento tiene muchos significados, y «ninguno de ellos es directamente obvio, pues en la mayor parte de los casos se refiere a la utilización de dinero prestado […]; así pues, un sueldo mensual de, pongamos, 3.000 libras, se usa como palanca para comprar una casa que cuesta 150.000 libras, o se utiliza el mismo salario para pedir dinero prestado con la finalidad de financiarse un estilo de vida que, si no se pidiera ese dinero, solo sería accesible para alguien con unos ingresos mucho más altos” (p. 47). Apalancamiento «también tiene un uso especial en la banca, pues se emplea para referirse a la proporción entre el capital que un banco tiene y el volumen de sus activos” (p. 48).  “¿Y un bailout, el “rescate”? Es agua que desborda por el lado de un barco, pero la palabra que se ha reversificado para que signifique una inyección de dinero público en una institución en apuros.” (p. 48).

Después de este recorrido, Lanchester vuelve al lenguaje del dinero: “El desconcierto que provoca el lenguaje del dinero tiene una nota de indignación —¡No debería ser tan complicado!— y una nota de duda respecto de nosotros mismos —¡Debería ser capaz de entenderlo solo!—, pero las dos están fuera de lugar. No es un lenguaje imposible y complicado, pero tampoco es transparente, y nadie lo entiende de manera automática e innata. No obstante, una vez que se aprende, el mundo empieza a parecer distinto” (p. 49). El resto del capítulo son una serie de consideraciones sobre la economía:

-Mercado: “Los economistas tienen, en su jerga, una pregunta retórica para referirse a esa visión epifánica del poder de los mercados; la llaman: ‘¿Quién da de comer a París?’” (p. 50).

-La economía como conversación: “El filósofo conservador Michael Oakeshott llamó ‘conversaciones’ a los principales ámbitos de las humanidades; la poesía, la historia y la filosofía eran conversaciones que la humanidad había mantenido consigo misma y en las que cualquiera podía participar siempre y cuando prestara atención, estudiara y pensara. A mí me parece que la economía, más que una ciencia semejante a las ásperas ciencias físicas, es una conversación en el sentido de Oakeshott” (p. 52).

-Concepto del dinero: “Dentro de la economía no hay consenso en lo tocante a la importancia del dinero. De hecho, no hay consenso sobre nada, ni siquiera sobre lo importantes que han sido la contracción del crédito y la gran recesión que le siguió. Acerca de este punto, un economista de la London School of Economics me dijo: ‘¿A quién le importa? Mucho más importante es lo que les ocurre a esos cientos de millones de personas tan pobres del sur de Asia o del África subsahariana. Nosotros, en Occidente, tendremos diez o veinte años duros… ¿Y qué?'» (p. 54).

“En economía circula una definición estándar del dinero o, al menos, de los usos del dinero, con su triple función: un depósito de valor, un medio de cambio y una unidad de cuenta. Sin embargo, los verdaderos usos del dinero son más misteriosos de lo que esa definición aparentemente quiere hacernos creer, y su evolución también es más misteriosa. “ (p. 56).

“Tendemos a pensar que el dinero es algo físico, un objeto, pero en realidad no es eso. El dinero moderno es un acto de fe, un crédito en la primera acepción del término, la aceptación de algo como verdadero». Así pues: “Una de las lecciones de la crisis fue que ese crédito, ese acto de fe, puede ser vulnerable” (p. 59).

-Inflación: “Hace una hora viví una experiencia de esa clase: Starbucks acaba de subir el precio del exprés doble, de 1,75 libras a 1,90 libras. Fácil de entender. La bebida llamada café debe de ser más cara porque ha aumentado el precio del producto básico llamado café, ¿verdad? Pues no, en este caso no. Hace dos años la libra de café costaba 2,10 dólares; ese mes cuesta 1,07 dólares […] La fuerza en funcionamiento aquí es […] la inflación” (p. 56).

-Falta de consenso en economía: “Tal y como escribió Anatole Kaletsky en The Times, todas las preguntas principales siguen abiertas: ‘En una recesión, ¿deberían los gobiernos recortar los déficits presupuestarios o aumentarlos? ¿Las tasas de interés cero estimulan la recuperación económica o la hacen imposible? ¿Deberían mantenerse o recortarse las prestaciones sociales en épocas en que se registra una alta tasa de paro? ¿Las personas con depósitos en bancos que han quebrado deberían estar protegidas o verse enfrentadas a pérdidas considerables? ¿La desigualdad económica perjudica el crecimiento económico o lo estimula? […] Lo que todas estas preguntas importantes tienen en común es que los economistas no saben la respuesta'»(p. 61).

-Vuelta a la economía como ciencia humana“En economía no se puede confiar en que las matemáticas harán todo el trabajo. La ‘amalgama de lógica e intuición y los extensos conocimientos de hechos que en su mayor parte no son precisos’ (Keynes) convierten a la economía en una de las disciplinas que requiere una combinación poco habitual de aptitudes” (p. 63).

“Un campo que empezó siendo una rama de la “filosofía moral” se ha convertido en un terreno de juegos para la construcción de modelos, dominado por certezas inadecuadas” (p. 72).

-Crítica al mercado y al neoliberalismo: «Si pensamos que los mercados son la panacea, la solución mágica para todo, y que tienen algo parecido a una capacidad intrínseca mística de tener siempre al razón y de autorregularse en todas las situaciones, todos los climas, todos los extremos y a pesar de cualesquiera circunstancias imprevistas, bueno, pues entonces somos algo así como economistas neoliberales” (p. 78).

“Uno de los dogmas del neoliberalismo es la idea de que los mercados pueden resolver cualquier problema que ellos mismos creen. Lo que ocurrió cuando se produjo la contracción fue una contradicción indiscutible de ese hecho, pues fueron los mercados lo que crearon un problema que requirió la intervención financiera estatal a una escala sin precedentes en toda la historia” (p. 78).

“No cabe duda de que es difícil actuar para impedir que algo exista si uno no cree que existe de verdad. La conexión entre neoliberalismo, teoría del mercado eficiente y burbujas fue uno de los motivos del desastre de 2008, por no hablar de la gran recesión y las posteriores actitudes respecto de la economía, por lo general, negativas” (p. 80).

-Alabanza al mercado, al liberalismo y a Keynes: «No quiero dejar al lector con la impresión de que el sistema económico liberal nunca es eficaz a la hora de hacer crecer una economía. Lo es; y, de hecho, podría afirmarse que es la técnica más eficaz que conocemos para conseguir un crecimiento rápido del PIB» (p. 83).

“La idea de los mercados eficientes también es una herramienta útil, salvo cuando deja de funcionar de improviso” (p. 83).

“Suele decirse que Keynes fue un firme defensor del aumento del gasto público para estimular la economía; de su apellido se ha derivado el adjetivo ‘keynesiano’, y sus adversarios creen que significa algo así como ‘cualquier política que implique gastar dinero como un marinero borracho con la desesperada esperanza de que la economía repunte; de todas maneras, si no repunta, al menos así se comprarán montones de votos en el sector público’. No cabe duda de que esa interpretación sería una caricatura del pensamiento de Keynes, porque, aunque ahora parezca totalmente olvidado, fue un defensor de la austeridad y, también, del gasto. Lo que ocurre es que, para él, el momento de la austeridad coincidía con los buenos tiempos. ‘Es el momento del auge, no de la depresión, el adecuado para la austeridad fiscal’” (p. 84).

-Necesidad del Glosario sobre el dinero: «La economía gira en torno a las herramientas, y la más importante de ellas, la única sin la que las demás no servirían, es el lenguaje” (p. 85).

De ahí el Glosario del dinero que a continuación inserta Lanchester, desde la voz A (p. 89) hasta la voz Zirp (la política de tasas de interés cero: zero-interest rate policy; p. 295).

El capítulo sobre Conclusiones es un ensayo en sí (pp. 299-329) donde Lanchester relaciona deuda, pobreza y economía de la pobrezadesaparición de categorías enteras de trabajo (periodismo, en concreto), desigualdad y progreso. Finalmente, Lanchester sugiere Otras lecturas para seguir profundizando (pp. 335-339) y ofrece Algunas sugerencias para recorrer el glosario (pp. 341-342).
  Véase también: John Lanchester: “Huy. Por qué todo el mundo debe a todo el mundo y nadie puede pagar” Michael Lewis: “La gran apuesta. Cómo un puñado de inversores jugaron a perder contra el mundo, y ganaron”
Director de «Nueva Revista», doctor en Periodismo (Universidad de Navarra) y licenciado en Ciencias Físicas (Universidad Complutense de Madrid). Ha sido corresponsal de «ABC» y director de Comunicación del Ministerio de Educación y Cultura.