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José Carlos Llop (Palma de Mallorca, 1956) entiende el mar como una segunda piel y la poesía como una llamada repentina que o se atiende o se pierde. Como entiende y recuerda que la isla de su juventud existió al margen del tiempo, con un perfume alejandrino y un color ocre que ya no son. Aquellos años, los de su juventud, eran el tiempo donde la vida y la libertad esperaban a ser estrenadas; el tiempo que se le impuso en la prosa porque estaba enraizado en la memoria de un pasado que otros abandonaron.

“¿Éramos modernos o éramos raros? Ambas cosas éramos, como no se fue antes y no se ha sido después. Acampamos bajo el árbol del bien y del mal. Todo lo conocimos. Pero el tiempo cayó sobre nosotros como un diluvio.”

‘Reyes de Alejandría’ (Alfaguara) es una rapsodia sobre la juventud que todo lo quiso, compuesta por un escritor reconocido en toda Europa que lograr abrir su memoria para revelarnos la vida en su máximo esplendor.

–          ‘Reyes de Alejandría’ reconstruye el relato de una juventud que, tras heredar todos los males del siglo XX, estrena la vida. ¿Qué ofrecía esa vida?

Fue una vida preciosa que tuvo su exaltación y también su némesis, como ocurre en todas las generaciones. Pero sí que inaugurábamos la vida. A España llegó tarde el espíritu que había empezado a extenderse por Europa en los sesenta, pasada la resaca de la Segunda Guerra Mundial. No solo llegó tarde sino que hubo sitios en los que tardó mucho más en llegar. La Barcelona de los setenta era una ciudad espléndida y maravillosa que nos acogía a todos los que llegábamos de otras partes del país, con la cual nosotros también éramos generosos y aportábamos lo nuestro. Era una ciudad llena de vitalidad y de cultura callejera. De alta cultura: desde jazz a música clásica, rock, literatura, poesía en castellano, poesía en catalán, revistas de vanguardia, revistas contraculturales y musicales… La calle estaba más viva que nunca. Sigue estándolo, pero aquellos años de esplendor quedaron casi olvidados porque les pasaron por encima los ochenta y los noventa. Al menos desde mi punto de vista literario. Habían quedado ensombrecidos y socialmente como si no hubieran ocurrido, como si no hubieran pasado. Este libro es también un rescate de aquella época a través de la educación sentimental de un  individuo y sus amigos. Ese individuo es la voz narradora que establece un monólogo donde va presentando personajes e historias mientras cuenta lo que ocurrió bajo su mirada a través del teatro de las pasiones que tuvo entonces. Esas pasiones eran la música y la literatura y, al hilo de esa frase que decías, también podría decirse que la música fue nuestra religión y que los evangelios eran los libros, la poesía, los ensayos y la novela. Pero sobre todo la poesía, que tenía un entronque con la música y son parientes muy cercanos. Fue una buena educación sentimental. Caótica, pero buena.

–          Esas pasiones brotan en Palma. El influjo cultural parece ser más fuerte por el hecho de haber nacido en una isla del Mediterráneo.

Una isla es una tierra de paso, una base, una tierra de acogidas de vidas que no han prosperado en el continente. Es muchas cosas: un continente en sí misma y también un microcosmos donde cabe toda la maqueta del mundo y puede interpretarse porque están todas sus coordenadas. Durante la Edad Media, Mallorca era el puerto de paso de toda la exportación de pieles exóticas que llegaban a Nápoles y que iban hasta Amberes y los Países Bajos. Era el lugar de paso de África. En los setenta, digamos que por la cercanía con Ibiza, ocurrió un fenómeno que tardó más en ocurrir en otras ciudades españolas. El hippismo, los artistas extranjeros, la juventud universitaria… Se dieron una serie de factores donde se produjo la celebración de ese descubrimiento del mundo, de una nueva forma de vida alejada de la oficial, enfrentada en algunos sectores a ésta, y con la capacidad de inventarse una libertad que no se tenía. Nos la inventamos aunque también la encontramos hecha en Barcelona. Lo digo así porque pertenezco a esa generación y Barcelona era el territorio de la libertad en todos los sentidos, absolutamente, así como en Madrid llegaría una década más tarde con la migración del flujo cultural que protagonizó ‘La Movida’. Pero, pese a su esplendor, es una época que ha quedado oscurecida en el tiempo, supongo que por sus finales vinculados a la droga, las enfermedades que llevó, y porque no tuvo la fuerza suficiente para mantenerse contra tiempo y marea. Porque el tiempo y la marea siempre existen, pero no podemos echar las responsabilidades de nuestros fracasos a ellos sino a la fuerza que se posee. De todas maneras, la mirada de esta época está teñida por el amor que se vivió, por los amores. Hablaba antes de la música y la literatura, pero también está el descubrimiento de los amores y de la vida. Y la mirada del narrador, aunque sea reflexiva y meditativa está muy imbuida o trufada de esos sentimientos en busca de la emoción que fue todo aquello. Cada fragmento está escrito como si fuese una canción también; hay un ritmo interior, una música interior que propicia una búsqueda.

–          ¿Entonces el relato está más influido por la música que por la literatura?

El libro tiene dos partes: hay una primera parte donde la música domina mucho y una segunda donde va cediendo el paso a la literatura. Si hago memoria exacta, no literaria, he de decir que era a partes iguales. Digamos que la sentimentalidad tal vez estaba más ligada a la música, pero la vida, tal y como queríamos vivirla, estaba muy ligada a la literatura; vivida como una novela, como un poema. Y eso es algo que nos ha quedado a los que después hemos sido artistas. Hemos conservado esa parte de una época única en donde la alta cultura y la cultura popular se daban la mano. Nosotros escuchábamos a Bach o a Mahler de la misma manera que escuchábamos a Los Rolling Stones o a Van Morrison. Discerniendo entre qué era una cosa y qué era la otra, por supuesto. Pero es la primera vez que quien disfruta de la música clásica disfruta también de la popular, y aunque esa música popular se nutra en parte de algunas raíces locales, pienso ahora en músicos irlandeses, no es una música localista. Es una música universalista, como éramos nosotros, que lo que quería era cambiar el mundo, como nosotros. Ahí hay otro doble proceso de identificación y deseo de cambiar el mundo desde una nueva mentalidad. Creo que esa época también es crucial por eso.

–          Los jóvenes viven en la música que escuchan. El ‘Babel al revés’ como llega a decir. ¿Aunque no se entendiese la lengua bastaba con saber que lo que su mensaje iba contra lo establecido por el régimen?

No, no por el régimen. No era sólo disentir del régimen o enfrentarse, ni muchísimo menos. Esa música hablaba de amor, de desengaño, de fracasos, entusiasmo, de cosas que poco tenían que ver con la política de aquellos años. Pero también es verdad que se colocaba en un margen que aquí apenas habíamos estrenado, y en ese margen nos colocábamos también nosotros. Definitivamente era Babel al revés. Las lenguas, por distintas que fueran, las conocíamos en mayor o menor grado pero también nos encontrábamos en ellas como en casa, algo que no nos pasaba con la música popular antes, que era localista. En este caso, la música de nuestra generación no lo fue. La casa de la lengua; del ser, que decía Heidegger.

–          “La vida era novela o un poema, o sino no era nada” Era Rilke, era Panero, era Eliot pero sobre todo era Pound.

Pound es uno de los elementos que vertebra el libro. Aspirábamos y vivíamos de una manera parecida a como Pound entendía la cultura: una gran conciencia de la tradición grecolatina, un aprendizaje e incorporación de lo que era la literatura oriental a través de la poesía china. Luego esa labor poética, sólo triunfante en fragmentos y fallida en su totalidad, que son los cantos donde se dan la mano distintas culturas y distintas músicas; de la misma manera que en el Rock se daban la mano instrumentos asiáticos, ritmos africanos, el blus afroamericano o la cuerda barroca europea del siglo XVII. En fin, ecléctico y como siempre ha sido la música Rock, y en este sentido Pound establece un paralelismo. De todas maneras, citabas a Rilke, Panero y Eliot, y es que vivíamos leyendo poesía. No nos disponíamos a leer un poema o a un poeta. Los leíamos constantemente y eso construye una manera de mirar el mundo. Pienso que está reflejada en ‘Reyes de Alejandría’ desde la primera a la última página.

–          ¿Eran pieles rojas?

La frase del “deseo de ser piel roja” es de Kafka. Imagina a un oficinista de una compañía de seguros trabajando una serie de horas al día detrás de su mesa gris pero con el deseo de ser piel roja. Nosotros éramos pieles rojas y después éramos el deseo. Pero sí, desde en lo heterodoxo de las vestimentas hasta en el pelo largo o en los tambores, había algo de eso.

–          Esa juventud tenía la idea de que los pecados no eran suyos.

Eso se refiere sólo al peso de la historia, no a la manera de vivir de su generación ni al desenlace. El peso de la historia no era nuestro, pero estaba el pecado de la Guerra Civil. Era el pecado original de una sociedad que no vivía acorde a otras sociedades de la Europa occidental.

–          ¿Y esa juventud,  ya madura, no ha legado ningún pecado?

Siempre legamos algún pecado. De hecho la parte de esa estrofa del desenlace de la generación es un pecado. La cosa ingenua y salvaje frente a todo habrá repercutido en otros de una manera negativa, pero digamos que los pecados nuestros fueron menores y los pagamos nosotros mismos. Quizá los pecados mayores fueron aquellos de los que estaban pero al mismo tiempo ya estaban pensando en dónde estarían después, y no era en el sitio donde estábamos nosotros, sino uno muy distinto y continuista con lo que hubo antes. Llámalo deslealtad, llámalo traición, llámalo una facultad de la madurez o la necesidad de la vida. Yo qué sé. El pecado fue la simulación, la impostura para después acabar en lo mismo.

–          El título deja entrever a esos apóstatas.

El título es muy importante. Está tomado de un poema de Cavafis, la celebración de una fiesta donde se corona a los hijos de Cleopatra como reyes de distintas partes del imperio. Allí acude toda la ciudad, que come y parece festejar a aquellos nuevos reyes pero en el fondo saben que no van a reinar jamás. La sabiduría cínica está en el conocimiento de que el peso del mundo va a poder con ellos también. Algo así ocurrió a finales de los setenta.

–          ¿Ese esplendor efímero no basta para justificar la abdicación?

No. Tras la desbanda nos encontramos solos en un momento dado. Cada uno labró el camino hacia lo que quería o más bien podía, pero si uno era artista allí tenía un motor estupendo para continuar de la misma manera, pero si no lo era tenía que buscarse otro camino.

–          En ese ejercicio de memoria llega a decir “no he escrito sobre otra cosa que no sea el paso del tiempo”, y hace un tiempo afirmó que “el tiempo nos escribe mientras sucede con nosotros”.

Sí, nos escribe mientras sucede con nosotros. El tiempo nos escribe y es uno de los dos pilares más sólidos que tiene la literatura. La inmediatez es periodismo, es crítica. Puede ser muy buena, pero sólo es eso. El tiempo va dándole a la literatura la pátina que necesita y sobre todo produce la metamorfosis y las germinaciones que consiguen que aquel hecho real acabe convirtiéndose en un hecho distinto que es el hecho literario. El otro pilar es la memoria, que también tiene un trabajo permanente con lo vivido y crea espacios de ficción, sin lugar a dudas. Aunque se quiera recrear exactamente lo que se vivió esa exactitud no tiene límites a través de la memoria.

–          ¿Por qué está fragmentada?

A veces es importante lo que no cuenta en combinación con lo que sí: los silencios, los blancos de la página, por qué hay un blanco en ese momento y no en otro… Es un elemento ficcional, repito, como el tiempo. El tiempo nos escribe y nos hace como somos. Es muy potente. Solo tenemos tiempo y al tiempo le damos igual. Después de nosotros vienen otros.

–          ¿Nos dicta?

No, escribirnos no quiere decir dictarnos, sino hacernos. El tiempo, si lo tratas bien, está a favor tuyo.

–          Quisiera volver a Barcelona, que llega a definir como “nuestra París pobre”.

Es posible que lo fuera, porque sí que tenía cierta influencia y cierta mirada hacia París. Se miraba mucho hacia París entonces.

–          Pero también es la maqueta de un mundo donde el miedo viste de gris.

A mí me gustaba. Al final de una dictadura existe el miedo, porque se pliega sobre sí misma y es más violenta que en tiempos de bonanza. Está más crispada y es más violenta, como así fue en las calles de Barcelona a mediados de los setenta. Pero aunque existiera el miedo yo sigo prefiriendo en mi memoria sentimental aquella Barcelona con olor a electricidad y con las bocas de metro y los edificios que no estaban limpios. Más que a la Barcelona olímpica y del diseño de después. Que está muy bien, pero sentimentalmente a mí no me dice nada.

–          ¿La Palma de ahora tampoco es la que fue?

Con Palma no hubo olimpiadas ni nada de eso, pero ha cambiado mucho. El mestizaje de ciertos barrios como en el casco antiguo ya no existe. La mezcla de distintas clases sociales según qué barrios tampoco existe; el color ése que solo era ocre ahora es diferente. Pero sobre todo que, con el paso de los años, el escenario donde crecimos va mutando de tal manera que si sólo miras a tu altura desparece, junto con los comercios y las tiendas los bares. Luego está el aspecto de la sociedad global, que implica la franquicia. Todas esas cosas que están igual y que son las mismas en Palma que en Burdeos, Barcelona o Madrid. Eso homologa mucho y resta personalidad a la ciudad. De todas formas sigue siendo una ciudad muy bella, con un puerto de mar extraordinario, un centro gótico importante en Europa y un casco antiguo muy bien conservado. Juan Perucho siempre decía que era la ciudad más bella del Mediterráneo, y aunque yo le agradecía mucho el detalle una ciudad bella no es.

–          También está París, que representa una realidad pero queda fuera del tiempo de la novela

París en la novela es el pretexto para arrancar desde un punto tan físicamente distanciado como distanciada está la mente del narrador en el momento de contar la historia, es decir, han pasado cuarenta años, hay un distanciamiento temporal y debe haberlo también físicamente. Utilizo París porque fue y sigue siendo la ciudad de los escritores. Es donde el escritor es más que nunca, donde está más embebido y centrado en lo que es la tradición literaria e incluso el mundo. París es la casa de la literatura. Acoge todas las literaturas en sus librerías, y esto no lo encuentras en cualquier parte del mundo. Está ahí por eso, porque era el observatorio simbólico perfecto.

–          La música caminaba entre Dylan y Cohen, pero también entre Bowie, aunque menos.

Es que es muy importante. Abre una dimensión distinta en la música y la letra de nuestro tiempo. Una canción de Bowie te hace distinto después de escucharla. Además se reinventaba a sí mismo constantemente. Su disco ‘Hunky Dory’ o canciones como ‘Heroes’ siguen dando ganas de bailar, aún con los años.

–          ¿Es una novela de un tiempo o pueden mirarse en ellas otras generaciones?

Creo que las generaciones posteriores pueden aprender. Y no solo eso. También descubrirán cosas que no habían pensado y confirmaran otras que sí. Es un libro transversal, que efectivamente es el de la juventud de mi generación pero la juventud es algo que todo el mundo ha vivido y la música es la misma. Es un libro donde distintos lectores pueden contar muchas cosas, no digo la totalidad, de lo que vivieron o desearon vivir. Obviamente, no se vivió todo porque las circunstancias socio políticas eran otras, pero no es un libro exclusivista que se cierre en un periodo histórico. Es literatura porque es universal, y no hay una sola España e los setenta.

–          ¿Quizá también porque la política era una preocupación pequeña?

Sí, la política está ahí y, de las cosas que nos preocupaban, era un pequeño fragmento. Porque mi generación entramos en la vida con risa, con ganas de vivirla alegremente. No estábamos dispuestos a estar todo el día con el ceño fruncido y siendo tan ortodoxos como fueron nuestro hermanos mayores o la generación anterior; con dogmas, artículos de fe y exclusión o anatemas. Nosotros no estábamos dispuestos. Queríamos todo, y en ese todo ecléctico entraban cosas que nos gustaban de antes. En eso la música ayudó mucho y era muy distinta a la que escuchábamos antes.

–          Se ve que tenía ganas de escribirlo

El libro se me impuso. Había escrito una serie de libros antes y ahora tocaba éste. Lo pasé muy bien escribiéndolo. ‘En la ciudad sumergida’ había un aviso de que venía, y después escribí  ‘Solsticio’. No es que lo hiciese inmediatamente después, pero los libros tienen su extraño turno y su extraña vez, y no soy yo quien lo determina. Pero siempre quise utilizar el título de ‘Reyes de Alejandría’.