Tiempo de lectura: 7 min.

Explica Sádaba (Portugalete, Vizcaya, 1940) en el primer capítulo de Una ética para el siglo XXI que uno de los hechos decisivos para que la cultura pueda denominarse así es responder a la transmisión social de conocimientos. De esta manera se evita el riesgo de inmovilismo y elitismo que puede atenazarla. Solo así se acerca la cultura a los valores democráticos con los que el autor la alinea. Como recuerda en las páginas del libro: “la cultura (…) la hacemos nosotros, está en nuestras manos y somos responsables de ella”.

“Una cosa es actuar bien  interesadamente y otra desinteresadamente”, escribe Sádaba.  Lo primero es caer en la peor versión del utilitarismo, lo segundo es el proceder auténticamente moral

Javier Sádaba: «Una etica para el siglo XXI». Tecnos, 2020

Junto con el arte, las creencias o los hábitos, la moral es parte integrante de ese complejo concepto –tan escurridizo a la hora de las definiciones– que es la cultura y se le puede aplicar la condición anterior: se transmite. No se trata de algo inmóvil, aprendido, dado, sino de algo vivo, que cambia sometido al vaivén de los tiempos y las personas. De la ética, señala Sádaba que “se inserta en las ciencias sociales o humanas y ahí intervienen una serie de factores, la libertad humana, por ejemplo, que la rodean de una inevitable incertidumbre”. Incertidumbre, sí; arbitrariedad, no. La moral tiene sus razones, sus fundamentaciones, y Sádaba repasa cinco históricas. Son cinco teorías que han provisto de argumentos a los buscadores de razones para la ética. Las dos primeras, el emotivismo y el intuicionismo, reducirían lo moral a emoción o intuición. El “es bueno porque así lo siento o así lo intuyo” dan paso a la tercera teoría, un “es bueno porque Dios lo manda o lo quiere” de largo recorrido histórico, pues fueron muchos los siglos en los que el bien, lo bueno y lo moral eran emanaciones divinas prácticamente incontestables. Quedarían las justificaciones principialistas, de inspiración kantiana, que se centran en la intención o motivación de los actos; y las utilitaristas de Hume, Bentham y Mill, basadas en los resultados. Serían las más “respetables”, en palabras de Sádaba, que encuentra el ideal en una justa mezcla de ambas.

Incluida en la cultura, la ética mantiene con ella sin embargo una relación paradójica ya que “puede y hasta debe, en ocasiones, rebelarse contra esta”. El ejemplo que da Sádaba es la ablación del clítoris. Y sube el tono: “Si se daña la integridad física de una persona, no vale echar mano de ningún relativismo cultural, sino que debemos condenarlo moralmente”.

Incluida en la cultura, la ética mantiene con ella sin embargo una relación paradójica ya que, según el filósofo, “puede y hasta debe, en ocasiones, rebelarse contra esta”

A caballo entre la cultura y la política, Sádaba apuesta por la ética que “debería ayudarnos a que no nos engañen ni nos autoengañemos, a que sepamos aspirar a una manera política de vivir que nos haga convivir como iguales y con toda la libertad posible”.

Para Sádaba vivir éticamente es vivir políticamente. Entiende la ideología como compañera de viaje en el camino del pensamiento y de la acción, de modo que en la desideologización imperante ve una peligrosa “pérdida de jugo, de sustancia democrática”. ¿Cómo conjugar entonces política y ética? Siempre escéptico ante instituciones, partidos y “grupos tradicionales que nos dicen que han nacido para cambiar este mundo”, el programa ético de Sádaba insta a cada uno a “desarrollar los sentimientos de pertenencia a una comunidad moral dentro de la cual la falta de respeto a los derechos se nos debería hacer insoportable”.

El tercer capítulo del libro, dedicado a la economía y la ética, propone un ejercicio muy interesante: leer La riqueza de las naciones –del considerado uno de los mayores exponentes de la economía clásica, Adam Smith– a la luz de otra de sus grandes obras, Teoría de los sentimientos morales. Así se comprueba que no es difícil encontrar puntos de unión entre ética y economía, una pareja tradicionalmente mal avenida a cuenta de conceptos como el beneficio o el egoísmo.

La responsabilidad social corporativa (RSC) es el fenómeno que hoy día conecta la ética y la empresa. En este sentido, la empresa no debe quedarse en proporcionar buenas condiciones de trabajo; eso dejaría su responsabilidad a la altura de los mínimos morales/legales. Un Sádaba siempre exigente recuerda que se “debería incorporar conceptos tales como respeto a todas las personas, solidaridad con los más necesitados y una visión de los humanos que tenga como consecuencia comportarse con ellos como reales sujetos y no como objetos o enemigos”. Y algo más: llama la atención sobre la expresión  “inversión ética” y los supuestos buenos resultados que comporta. “No sería aceptable”, señala contundente: “una cosa es actuar bien  interesadamente y otra desinteresadamente”. Lo primero es caer en la peor versión del utilitarismo, lo segundo es el proceder auténticamente moral.

Al confrontar ética y feminismo, Sádaba reconoce cómo “nuestra historia ha sido de una falta de consideración extraordinaria con la mujer”. Dicho esto pone su mirada en el futuro, en una mentalidad de cambio bloqueada muchas veces por el hecho de confundir la explicación con la justificación. Ofrece un ejemplo gráfico: “Karmele tacha a Igor de machista e incapaz de cambiar. Igor replica diciendo que ella, en el fondo, poco hace por dicho cambio. En los momentos cruciales, por ejemplo, todas sus armas las usa para seducir u obedecer la imposición del macho. Karmele replica que dado un dominio que se remonta siglos o milenios no es extraño que no pueda liberarse tan fácilmente. Igor, así, ha encontrado su mejor defensa: dado que desde hace siglos o milenios él también ha sido condicionado, no es extraño que no cambie (…)”. El llamamiento de Sádaba es hacia una colaboración mutua dispuesta y comprometida con el aprendizaje que permita cambios masculinos y conquistas femeninas. Y que se dé en el día a día, pues es allí donde se apuntala o se comienza a revertir una situación injusta.

“Es indudable que las religiones han sido fuente de moralidad”, pero, apostilla el autor, “que la moral proceda históricamente de la religión no significa que sea religión”

En el siguiente terreno de análisis, a diferencia de los anteriores, la pareja compuesta por religión y ética no requiere de esfuerzo para relacionarse sino más bien lo contrario. “Es indudable que las religiones han sido fuente de moralidad”, pero, prosigue el autor, “que la moral proceda históricamente de la religión no significa que sea religión. Es esta una vieja falacia”. El capítulo se dedica entonces a desmontar cierta superioridad moral que el autor atribuye a los creyentes frente a quienes no lo son y que, llevada al terreno institucional, corre paralela a lo que considera favoritismo constitucional por la religión católica.

La crítica a la religión llega al último capítulo, La ética ante la ciencia del siglo XXI, cuando Javier Sádaba habla del sesgo cristiano que ve en cierta rama reduccionista de la bioética. Explica que esta se limita a combinar los principios de autonomía, justicia, benevolencia y no maleficiencia para resolver los casos o los dilemas que plantea la práctica clínica. Y sí, pero no. La bioética puede ser eso, pero no solo eso: si es ética aplicada a las ciencias de la vida, tendrá que estar al tanto de los avances en estas. Y no es fácil porque dichos avances pasan por terrenos tan difíciles como las neurociencias, el mejoramiento humano, la edición genética, la inteligencia artificial… Se trata de una “materia compleja y problemática”, hablamos de la bioética. “Sería una pena que se deshilara porque tiene una tarea social y política. Y sería una pena que se mantuviera por motivos de puro interés ideológico. Tal vez (…) lo que tendríamos que hacer es exigir, si se quiere mantener uno en un rango de conocimiento aceptable, que se sepa de Ciencias y de Letras. Y que las instituciones obliguen a ello”.

Mención aparte merece el epígrafe dedicado a la eutanasia, una cuestión en cuya defensa Sádaba está implicado personalmente desde hace décadas, un asunto recurrente en la sociedad y por resolver desde un punto de vista legal, según el autor. Pero ¿éticamente, por qué es defendible la eutanasia? Para Sádaba, que revisa los ejemplos de Bélgica u Holanda, examina leyes y casos personales y rebate varios de los argumentos frecuentes esgrimidos en su contra, la pregunta es la contraria: ¿cómo no se va a defender desde un punto de vista ético? “Uno de los fines de la medicina, si no el principal, consiste en evitar el sufrimiento. Y uno de los fines de la ética, si no el principal, consiste también en evitar el sufrimiento (…). Hablamos del dolor de la enfermedad, de la vejez de lo que castiga nuestros cuerpos por causa de algún accidente genético o externo, y que minimiza nuestra existencia. En estos casos toda lucha contra el dolor es poca. Y ahí se instala la eutanasia”.

Sin rehuir polémicas, comprometiéndose en cada capítulo, Javier Sádaba ha reunido en esta obra las líneas éticas que piensa que merecen la pena discutirse y trasmitirse especialmente de cara a un futuro incierto como siempre e imprevisible como nunca.

ALGUNAS PROPUESTAS

La apuesta ética para el siglo XXI de Javier Sádaba lo es también de un sinfín de puntos controvertidos, que se encuentran en el centro del debate. Esta es una pequeña muestra:

1 La razón del “mal menor”. Sádaba denuncia su generalización y el peligro que conlleva, ya “como siempre puede haber un mayor mal, queda justificada cualquier acción”.

2 El tabú de la ideología. El autor lamenta el declive de la ideología y piensa que la ideología de la época es precisamente el orgullo de no mostrar ideología alguna.

3 Si no votas, no te puedes quejar. Sádaba se reconoce como abstencionista activo. Le llama la atención la actitud de quienes despotrican contra todos los partidos, pero en época electoral se aprestan a votar por alguno. “El ciudadano ha de cumplir el rito: apoyar a alguno de ellos y desahogarse con los amigos. ¿Por qué? Porque la democracia, dice, ‘aunque mal, debe continuar’”.

4 Siempre ha sido así. La afirmación se inserta en el debate sobre la tradición y la cultura. Esta incluye tradiciones (entre otras cosas) pero no como un bloque inamovible. Sádaba entiende la cultura como algo vivo, como una tarea que hacemos y transmitimos entre todos. “No es verdad que algo merezca la pena conservarse por el mero hecho de que esté enraizado en la tradición”. Su ejemplo es la fiesta de los toros que considera inmoral.

5 La ‘pendiente resbaladiza’ de la eutanasia. Se trata de considerar que algo bueno, o inocuo, si trae malas consecuencias ha de prohibirse. En este caso, la despenalización de la eutanasia, supondría muchas muertes… Sádaba escribe que si algo no es malo no tiene por qué tener malas consecuencias, aunque lo más gráfico son los ejemplos: “Es como si una vez legalizado el divorcio hubiera que prohibirlo porque ha habido muchos divorcios”. O el más radical, prohibamos el sexo ya que hay violaciones.

Periodista cultural y escritora