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José Jorge Quesada Pérez. Filósofo e historiador. Maestro en Historia por la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), licenciado en Filosofía por la Universidad Panamericana (UP). Profesor de Ética Social y de Ética Clásica. Especialista en la historia cultural y social de México.


Avance

A los 23 años, Octavio Paz fue convocado por Pablo Neruda para participar en el II Congreso de Escritores Antifascistas (Valencia, 1937). Fue su trampolín intelectual. En 1943, Paz viajó a los Estados Unidos y se familiarizó con la poesía de T. S Eliot y de Ezra Pound. En Libertad bajo palabra aglutinó los poemas de esa época.

Su primer libro de ensayo fue El laberinto de la soledad (1950). Se ha convertido en un clásico y posiblemente en su obra más leída hasta hoy, afirma Quesada. El México postrevolucionario de 1930-40 reflexionó sobre «la mexicanidad». Paz se cuestiona en El laberinto de la soledad qué significa ser mexicano en el siglo XX, qué es México. Se acerca a la historia desde la poética y diserta sobre la soledad: en sentido histórico —la soledad de México— y en sentido antropológico —la soledad personal—. Afirma que tres elementos dan al ser humano apertura a la comunión: el amor erótico, el arte y la religión. Desde ellos, se puede transitar de la soledad a la comunión.

Su trabajo como diplomático lo llevó a vivir en la India y, después, a pasar algunas estancias en Japón. De la estética japonesa aprendió la brevedad: «Donde el indio dice en dos mil líneas un japonés se limita a una exclamación». 

En El arco y la lira (1954) explora la naturaleza de la poesía (se pregunta si hay un decir poético irreductible a otro decir) y discurre sobre el lenguaje. El hombre es un ser de palabras —subraya Paz—; continúa: «No sabemos dónde empieza el mal, si en las palabras o en las cosas, pero cuando las palabras se corrompen y los significados se vuelven inciertos, el sentido de nuestros actos y de nuestras obras también es inseguro». Décadas después publicará Vislumbres de la India (1995), el regreso memorioso a un paraíso que le fue arrebatado.

Con el tiempo descubrió que el régimen soviético había sido desde su germen una «pira sangrienta», con juicios sumarios, purgas y gulags. Octavio Paz encabezó una cruzada por la libertad y la democracia. Imagina en Nocturno de san Ildefonso (1974) su acto de contrición por haber practicado la fe marxista. El desmantelamiento de la URSS fue una de las mayores alegrías políticas de su vida. A ello dedicó su brillante Pequeña crónica de grandes días (1991). Por su brevedad y agudeza, Quesada recomienda «El lugar de la prueba»: un discurso contenido en ese libro; su diagnóstico histórico sobre el legado cultural de la guerra civil española. 

Paz esbozó su trayectoria vital e intelectual en Itinerario (1993), un libro testimonial, el primero que Quesada sugiere que se lea de Paz para entender la vida y móviles interiores del poeta. En Itinerario, Paz relata que la idea del amor es la levadura moral y espiritual de Occidente, pero la disolución del concepto de persona amenaza la idea misma del amor. No logra vincular el amor con la dimensión de la maternidad-paternidad, ni con la filiación. Propugna disociar el ejercicio de la sexualidad de la procreación, es decir, reafirma el núcleo de la revolución sexual.


Artículo

Se van a cumplir 25 años del fallecimiento del poeta mexicano. Nos legó un invaluable patrimonio artístico y cultural. Mencionaré tres vertientes. En primer lugar, ejerció un poderoso influjo sobre muchos de los intelectuales latinoamericanos con su trayectoria de vida y jefatura cultural. En segundo, fue un hombre entregado a la polis. Por ello, aportó una fina y audaz lectura social, artística y política sobre los signos de los tiempos, tanto del acontecer mexicano como de los sucesos de gran calado internacional, desplegada en su labor cronística y ensayística. Y tercero, cultivó prodigiosamente la poesía y la teoría poética durante más de seis décadas; prolongó la vanguardia en este arte y estimuló a otros grandes creadores en todo el mundo.

Fue galardonado con más de 30 premios en 6 países, entre otros, el Premio Cervantes (1981), el Príncipe de Asturias (1993), el Nobel de Literatura (1990). Por la admirable síntesis de estas facetas, el bardo francés Claude Roy aseveró que el mexicano era una fecunda urdimbre de Tocqueville y Hölderlin, es decir, un aguzado intérprete de la realidad sociocultural y política, así como uno de los poetas más destacados de su siglo.

En su lectura social, desde la izquierda, Paz fue quizá el crítico latinoamericano más importante de los regímenes totalitarios del Este, del marxismo y también de los utopismos exaltados de América. Tal retracción lo convirtió en un huraño cultural en su patria (un “cancelado”, diríamos hoy, dentro de su familia cultural).[1]

Pero fue la poesía la que alimentó su lucidez, prisma desde el que observó su propia vida; el arte y la historia del siglo XX.

Su contacto in situ con los movimientos poéticos palpitantes más importantes de México, España, Estados Unidos, Francia, la India y Japón lo proyectaron como un mexicano universal que participó con toda autoridad en el convite de la República de las Letras. Me apoyaré en el esquema del bardo mexicano A. Ruy Sánchez para exponer un perfil poético de Paz.[2]

Su botadura en la vida intelectual y poética (1930-43)

Paz nació en la Ciudad de México. Aunque bautizado católico,[3] desde su adolescencia, Paz se enfervorizó con las ideas revolucionarias, influido por lecturas anarco-marxistas. Y por el ejemplo de su padre, un abogado promotor de la justicia agraria con la causa zapatista, durante La Revolución mexicana, y muerto trágicamente arrollado por un tren:

del vómito a la sed, / atado al potro del alcohol, / mi padre iba y venía entre las llamas. / Por los durmientes y los rieles / de una estación de moscas y de polvo / una tarde juntamos sus pedazos, (en Pasado en claro).

Paz escribió poesía desde los 16 años, influido por sus egregios profesores de San Ildefonso, entonces sede del Bachillerato Nacional: Pellicer, Gorostiza y Samuel Ramos. Quienes lo remitieron a X. Villaurrutia y Jorge Cuesta, Los contemporáneos. Todos ellos, poetas mexicanos importantes, antecesores a la generación de Paz.

Inició con sus amigos adolescentes la revista Barandal. Ahí comenzó su exploración lingüística.

Libertad bajo palabra

Tras la publicación de un ardoroso poema, No pasarán,[4] en apoyo a la Segunda República española, Octavio fue convocado a sus 23 años, por Pablo Neruda, a participar en el II Congreso de Escritores Antifascistas (Valencia, 1937). Fue un trampolín intelectual. Paz medró culturalmente al calor de las amistades entabladas entonces: Neruda, Hemingway, Cernuda –quienes ganarían el Nobel–; o Malraux, León Felipe, Machado, Carpentier, Pellicer. La abultada experiencia de esos meses resultó crucial en su trayectoria poética, cultural y política.

A su regreso a México fundó la revista Taller, que tuvo doce números. Explica Ruy Sánchez que la estética poética ya lo distingue nítidamente de la generación precedente, la de Los contemporáneos.  No hay ni purismo estético, ni poesía de compromiso (político). Pero sí una poesía que adopta forma en la Historia, que asume el acontecer del mundo.

El Ciclo del aire (1943-1959)

En 1943 ganó la beca Guggenheim. Con ella viajó un año a los Estados Unidos. Allí se familiarizó con la poesía de T. S Eliot y Ezra Pound, de quienes aprendió a introducir elementos prosaicos e históricos en lo poético. Entrevistó a Robert Frost, de quien observó la gozosa frugalidad campesina y su influencia en la estética literaria.

En 1946 Paz se instaló en París, como funcionario menor de la diplomacia mexicana. Ahí conoció y entabló amistad con André Breton; se incorporó al movimiento estético revolucionario, entonces ya crepuscular, del surrealismo. Paz publicó algunos libros muy relevantes de su obra en esa época. Los iré desgranando.

Libertad bajo palabra. En el que aglutinó los poemas de esa época, dispersos en distintas publicaciones. Hoy es parte del canon de nuestro autor.

Su primer libro de ensayo fue El laberinto de la soledad (1950). Se convirtió en un clásico. Posiblemente, su libro más leído hasta hoy.

Así como en  España la generación del umbral de siglo reflexionó sobre “la hispanidad”, o la India independiente de Gandhi sobre “la indianidad”, el México postrevolucionario de los 30 y 40 lo hizo sobre “la mexicanidad”. Paz se cuestiona ¿qué significa ser mexicano en el siglo XX? Y ¿qué es México?

Su acercamiento desde la poética de la historia, imbuido de símbolos, es distinto a la disertación filosófica de Samuel Ramos, Uranga y otros que habían dominado ese debate. Esta obra ha superado mejor la barrera del tiempo que las de los filósofos.

El laberinto de la soledad.

Paz recorre la historia y el mito mexicano, para desentrañar la bruma de la identidad nacional: el mundo mesoamericano; el novohispano y su guadalupanismo; las gestas de la independencia y el México conservador-liberal; los fragores revolucionarios, de los que él se sabe heredero. Y desde ahí, quiere introducir a México en la modernidad: el tema en el que Paz involucró su propia trayectoria vital. Repasa la sociología cultural de los pachucos, mexicanos que viven en Los Ángeles (la segunda ciudad más poblada de hispanos del continente), o el memorable capítulo sobre el uso polisémico de la palabra chingada en México.

Paz ya había profundizado sobre la Poesía de la soledad y poesía de la comunión. Es un tema transversal de toda su obra, advierte R. Jiménez.[5] En El Laberinto nuevamente diserta sobre la soledad; desde el sentido histórico -la soledad de México- y el sentido antropológico, la soledad personal. Sentencia “la condición del hombre es la soledad”, pero no alude a un solipsismo ontológico sino a un origen mutable en el tiempo, pues tres elementos dan al ser humano apertura a la comunión: el amor erótico -influido por Simone de Beauvoir, Paz apologiza la unión libre-[6]; el arte, y la religión. Desde ellos, se puede transitar de la soledad a la comunión.

Luego, su trabajo en la embajada lo llevó a vivir en la India y, después, a pasar algunas estancias en Japón. Paz se familiarizó con ambas estéticas. De la japonesa aprendió la brevedad: “donde el indio dice en dos mil líneas un japonés se limita a una exclamación”. Con amigos provenientes de esas respectivas lenguas realizó traducciones al castellano de las corrientes poéticas en boga.

En México, publicó El arco y la lira (1954). Una disertación de enorme madurez sobre la naturaleza de la poesía. Es el diálogo entre la tradición y la ruptura vanguardista con poetas de la multisecular tradición occidental. Dos cuestiones encausan su argumento. Si hay un decir poético irreductible a otro decir. A partir de ahí discurre sobre el lenguaje:

“El hombre es un ser de palabras (…). No sabemos dónde empieza el mal, si en las palabras o en las cosas, pero cuando las palabras se corrompen y los significados se vuelven inciertos, el sentido de nuestros actos y de nuestras obras también es inseguro”.[7]

Y continúa discurriendo sobre el verso, la rima, la composición, la prosa y la imagen.

El arco y la lira.

También se pregunta cómo se comunica el decir poético. Cómo se llega a “la otra orilla”. Y esboza: “Cada lector busca algo en el poema y no es insólito que lo encuentre, ya lo llevaba dentro”. Porque el poeta y el lector son parte de una misma realidad que, en su rotación, generan la chispa: la poesía.[8]

A principios de los 60, José Gaos, transterrado español, Saint John Perse o Efraín Huerta presagiaron el Nobel para Paz tras la publicación de este libro.[9]  Ruy Sánchez advierte que los ensayos poéticos de Los hijos del limo (1974) y La otra voz: poesía del fin de siglo (1990) deben ser vistos como prolongación de El arco y la lira.

De esos mismos años son dos poemas capitales en la prosa poética de Paz. ¿Águila o sol? (1951) y Piedra de sol (1959). Pretende explorar nuevos derroteros lingüísticos y estéticos. Guiado por el surrealismo, Paz bucea en los mundos subterráneos del inconsciente, personal y cultural. Son poemas largos y a ratos ininteligibles. En los que también aparece la historia mundial. Un botón muestra de Piedra de sol:

vislumbramos
nuestra unidad perdida, el desamparo
que es ser hombres, la gloria que es ser hombres
y compartir el pan, el sol, la muerte,
el olvidado asombro de estar vivos;
amar es combatir, si dos se besan
el mundo cambia, encarnan los deseos,
(…) Sócrates en cadenas” (el sol nace,
morir es despertar: “Critón, un gallo
a Esculapio, ya sano de la vida”,
el chacal que diserta entre las ruinas
de Nínive, la sombra que vio Bruto
antes de la batalla, Moctezuma
en el lecho de espinas de su insomnio,
el viaje en la carretera hacia la muerte
-el viaje interminable mas contado
por Robespierre minuto tras minuto,

la mandíbula rota entre las manos-,
Churruca en su barrica como un trono
escarlata, los pasos ya contados
de Lincoln al salir hacia el teatro,
el estertor de Trotsky y sus quejidos
de jabalí, Madero y su mirada
que nadie contestó: ¿por qué me matan?,
cementerio de frases y de anécdotas
que los perros retóricos escarban,
de huesos machacados en la riña
y la boca de espuma del profeta
y su grito y el grito del verdugo
y el grito de la víctima…

Paraíso fugaz (1959-1969)

Siguió un periodo de “luminosa calma” en su vida. Primero en París. Una nueva sensibilidad se desarrollaba en occidente. “Ya alborea otro tiempo: otro aire”.

El servicio diplomático mexicano lo destinó a Nueva Delhi, como embajador de México en la India. Ahí conoció a la francesa Maria Jose Tramini, su compañera de vida hasta el final de sus días.

Paz convirtió su destino asiático en un periodo de fecundidad poética. Con Los signos de rotación (1968) y Conjunciones y disyunciones  (1969). Décadas después publicará Vislumbres de la India (1995), el regreso memorioso a un paraíso que le fue arrebatado. En opinión de Domínguez Michael es uno de los libros más bellos de Paz. Además, el texto influyó en la interpretación política de ese país.[10] El poeta lo describió como una nota al pie de página de los diarios de esa época Ladere este y El mono gramático.

En su búsqueda continua de la Otredad, de la Trascendencia, escribió:

Soy hombre: duro poco  /  y es enorme la noche.  /  Pero miro hacia arriba:  /  las estrellas escriben.  /   Sin entender comprendo:  /  también soy escritura  /   y en este mismo instante  /  alguien me deletrea.

Los cambios culturales que experimentaría Occidente lo comprometieron. Las revueltas juveniles del 68 en París y su eco mundial reavivaron las ilusiones revolucionarias del poeta. Pero la deleznable matanza de estudiantes en la plaza de Tlatelolco, en octubre de ese año, de la que el presidente Díaz Ordaz asumió la responsabilidad, lo cimbró.

Paz renunció a su cargo de embajador en la India para protestar contra su gobierno. Fue el único miembro del cuerpo diplomático mexicano en hacerlo. Luego poetizó su furia en Canción mexicana (1969):

Mi abuelo, al tomar el café, / me hablaba de Juárez y de Porfirio, / los zuavos y los plateados. / Y el mantel olía a pólvora.

Mi padre, al tomar la copa, / me hablaba de Zapata y de Villa, / Soto y Gama y los Flores Magón. / Y el mantel olía a pólvora.

Yo me quedo callado: / ¿de quién podría hablar?

Nueva estación violenta (1970-1990)

Comienza un periodo de disidencias y batallas culturales. Contra su gobierno y contra la izquierda soviética y latinoamericana. Tras giras internacionales en Francia y en la universidades de Estados Unidos, escribió Posdata (1970), una explicación mítica de la violencia en México, y que el poeta consideró un apéndice a Laberinto de la soledad.

Por su parte, el tiempo desveló que la aurora soviética había sido desde su germen una “pira sangrienta”, con juicios sumarios, purgas y Gulags. Octavio Paz encabezó una cruzada por la libertad y la democracia. Imagina en Nocturno de San Ildefonso (1974), su acto de contrición por haber practicado la fe marxista:

El bien, quisimos el bien:
                                            enderezar al mundo.
No nos faltó entereza:
                                        nos faltó humildad.
Lo que quisimos no lo quisimos con inocencia. (…)

                                                                La rabia
se volvió filósofa,
                               su baba ha cubierto al planeta.
La razón descendió a la tierra,
tomó la forma del patíbulo
                                                —y la adoran millones.
Enredo circular:
                             todos hemos sido,
en el Gran Teatro del Inmundo,
jueces, verdugos, víctimas, testigos,
                                                                todos
hemos levantado falso testimonio
                                                             contra los otros
y contra nosotros mismos.
                                                Y lo más vil: fuimos
el público que aplaude o bosteza en su butaca.
La culpa que no se sabe culpa,
                                                      la inocencia,
fue la culpa mayor.

Paz fundó dos revistas mexicanas. Primero Plural (1971), que congregó las plumas de intelectuales prominentes de todo el mundo. Ésta pretendió ser una expresión cultural y política multifacética, pues consideraba que en Latinoamérica se respiraba en la cultura un asfixiante ardor revolucionario, la estela que la revolución cubana había dejado en el continente. Problemas políticos precipitaron su cierre un lustro después. Pero, con su equipo, Paz fundó Vuelta (1976), con un alto perfil internacional, análoga a la anterior. Continuó hasta la muerte del poeta.

El director de la revista, el prestigioso historiador Enrique Krauze, para respetar el legado original de Paz, refundó la revista con otro nombre, Letras Libres (1998). Circula mensualmente hasta hoy, en México y España.

Paz se convirtió en un crítico perspicaz del orden político de su país. Aglutinó en El ogro filantrópico (1979) una serie de críticas al Estado que antes lo había arropado en el servicio diplomático. También aparecen ensayos con los que vapuleó al imperio soviético. “Se rompió el encanto. Nos cuesta trabajo aceptar que la idea libertaria es la máscara del tirano”. En Tiempo nublado (1983) aparece su visión de asuntos internacionales: vuelve sobre el tema soviético, pero también critica la política internacional de EE.UU., particularmente hacia el resto del continente.

En términos más culturales vino después  Sor Juana Inés de la Cruz o las trampas de la fe  (1982), que es una biografía histórica de la décima musa, con una exposición sociocultural detallada del contexto novohispano. En ella, Paz ofrece una profunda crítica literaria. Si bien el texto tuvo importantes críticas entre los historiadores, es una obra muy relevante por tratarse del diálogo poético -si podemos llamarlo así- entre Paz y Sor Juana, los dos creadores más significativos de estos lares.

Reflexiona, nuevamente, sobre el papel de la poesía en la historia, y de la historia en la obra literaria. En términos culturales, Paz veía en el acoso sufrido por Sor Juana a costa de teólogos y de la sociedad novohispana, un símil con el que él sufría por la izquierda latinoamericana, enfervorizada con el sanguinario ideal guevarista.

Al recibir un galardón de La Paz (1987), otorgado por el presidente de república alemana, el poeta pronunció un breve discurso en el que, en dos párrafos, reprochó al régimen revolucionario sandinista de Nicaragua el no someterse a elecciones populares[11]. Medios alemanes propalaron la calumnia de que Paz invocó la intervención norteamericana. En protesta, enconados grupos de manifestantes en la Ciudad de México quemaron su efigie con la gritería: “Reagan, rapaz, tu amigo es Octavio Paz”, indicando que era de derecha. El evento fue televisado. Con llamativo temple, Paz no se arredró y perseveró en su crítica a la revolución. El tiempo le dio la razón…

El desmantelamiento de la URSS fue una de las mayores alegrías políticas de su vida.[12] A ello dedicó su brillante Pequeña crónica de grandes días (1991). Por su brevedad y agudeza yo recomendaría un discurso contenido en ese libro El lugar de la prueba, su diagnóstico histórico sobre el legado cultural de la guerra civil española.

La búsqueda del presente (1990-1998)

Su prestigio internacional era ya inmenso. Participa en innumerables programas culturales en la televisión. Organiza coloquios con intelectuales de talla mundial (algunos luego serían presidentes, en Europa del Este). Escribe para la prensa nacional. Y en 1990 fue galardonado con el Nobel de Literatura.

Siguió en periodo de introspección. El Círculo de lectores y Galaxia Gutenberg, en Barcelona; y el FCE en México, ofrecieron publicar su opera omnia. Paz se impuso la tarea de imprimir un orden sin excluir la singularidad de las partes a su extensa obra. Releyó, comentó y enmendó sus publicaciones. La última edición del FCE al centenario de su nacimiento (2014) consta de VIII volúmenes y 10.213 páginas.

Su creatividad dio para seguir generando. Esbozó su trayectoria vital e intelectual con Itinerario (1993), un libro testimonial muy interesante y quizá el primero que sugiero leer para entender la vida y móviles interiores del poeta.

Un Paz octogenario expuso su visión sobre el amor y el erotismo con su ensayo La llama doble (1993). Una conversación erudita con pensadores y poetas, de Platón a Breton, pasando por el amor cortés. Realiza una crítica a ciertos elementos nocivos de la revolución sexual. Sostiene que la idea del amor es la levadura moral y espiritual de Occidente, pero la disolución del concepto de persona amenaza con disolver la idea misma del amor. Pese a la belleza de sus páginas, no logra vincular el amor con la dimensión de la maternidad-paternidad, ni con la filiación.[13] Y es que, en su afirmación del erotismo, Paz propugna disociar el ejercicio de la sexualidad con el de la procreación, a mi juicio, ése es el corazón mismo de la revolución sexual.

Paz murió en La Casa Alvarado, en el corazón de Coyoacán, en 1998. Su velorio laico fue en Bellas Artes, el recinto cultural más importante del país. Durante su aniversario luctuoso se organizarán actividades culturales conmemorativas.

Desde el siglo XX, la novela se impuso socioculturalmente a la poesía. Quizá los autores del boom latinoamericano trascienden más la barrera del tiempo que las obras poéticas de sus coetáneos. García Márquez, Borges o Vargas Llosa serán más leídos que Paz o Neruda.

NOTAS

[1] Quesada J. (2022), “Claridad errante: la trayectoria ideológica de Octavio Paz”, Hapax. Web consultada en enero de 2023, en 2 entradas. La primera: https://www.hapax.ac/post/claridad-errante-la-trayectoria-ideologica-de-octavio-paz

[2] Ruy A. (2013), Una introducción a Octavio Paz, México, FCE.

[3] El 19 de mayo de 1914, parroquia de Santo Domingo, barrio de Mixcoac, Cd. de México. Su partida de bautizo, la n. 1134.  fr. https://www.familysearch.org/es/  Agradezco a Víctor Cano este dato inédito.

[4] De cuya retórica de compromiso se retractará a los pocos años.

[5] Jiménez R. (2008), Lo desconocido es entrañable, Jus, México, cap. IV.

[6]  Su matrimonio con Elena Garro, entonces ya mal avenido, quizá propició su propia conclusión.

[7] Paz, O. (1954), El arco y la lira, en Obras Completas, Tomo I, FCE.

[8] Idem, p. 55

[9] Domínguez Michael C. (2014), Octavio Paz en su siglo, Ed. Aguilar, México, p. 251

[10] Ídem, cap. 8.

[11] Paz O. (1984), “El diálogo y el Ruido”, en Pequeña crónica de Grandes días, FCE. Cuando los sandinistas fueron a las urnas, perdieron. Hoy gobiernan con enorme represión, incluso hacia la Iglesia católica.

[12]  La otra gran alegría política de su vida madura fue el advenimiento de la socialdemocracia española de Felipe González.

[13] Jiménez R. (2008), Op. Cit, cap. VIII.

 

Filósofo e historiador. Maestro en Historia por la UNAM, licenciado en Filosofía por la UP. Profesor de Ética Social y de Ética Clásica. Especialista en la historia cultural y social de México.